El extraño caso de Churchill y Goebbels
Viernes, Enero 31st, 2014“¿Morirá Hyde en el patíbulo? ¿Hallará el valor suficiente para librarse de si mismo en el último momento? Solo Dios lo sabe. A mi no me importa. Esta es, en verdad, la hora de mi muerte, y lo que de ahora en adelante ocurra ya no me concierne a mi sino a otro“.
(El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, R. L. Stevenson)
No han pasado a la historia por su literatura, que fue escasa, apenas petardos que sonaron en tiempos que fueron igual de inquietantes como los actuales. Pero esos libros están ahí y, como curiosidad al margen de lo que más tarde significaron como figuras políticas, merece la pena aproximarse a ellos para imaginar cómo se tomaron en serio lo de trabajar como escritores.
Avisamos que uno de ellos obtuvo el Nobel de Literatura.
Pero avisamos también que más que por su obra por el impresionante trabajo que desarrolló para que su país, al borde de la derrota, ganase una guerra.
Yo aún lo reconozco con los dedos de la mano haciendo la V de Victoria.
El otro fue un prodigioso agitador y un excelente orador que, cuando aconsejaba a través de los micrófonos, sosegaba o enardecía a las masas.
Savrola es la única novela escrita por Winston Churchill y se trata de un relato con pretensiones que escribió mientras combatía para ganar prestigio político.
Tras leer Savrola pienso, sin embargo, en la probabilidad que Churchill tras publicarla decidiera abandonar su carrera como escritor de ficciones. Que se diera cuenta el bulldog que lo suyo, más que contar otras historias, era contar su propia historia.
Construir una biografía.
Biografía en la que dejó una notable y cuestionable producción en la que recuerda, prácticamente, toda su vida como hombre de acción.
Con todo, Savrola tiene algo de encanto porque está influenciada por El prisionero de Zenda, de Anthony Hope. Pero la novela de Churchill no ha resistido igual el paso del tiempo.
La acción se desarrolla en Laurania, y en ella se narra con inexperto entusiasmo ampuloso el romance que mantiene la esposa del gobernador de Laurania con Savrola, un personaje que, escribe Churchill: “solo conoce el sosiego cuando entra en acción”.
No se ha portado nada bien el paso de los años con este, digamos, pecadillo de juventud del joven Winston, un aristócrata que fumaba puros, libaba porque era la única manera que tenía para estar sobrio y al que le gustaba pasear en zapatillas y desnudo por sus mansiones.
Es una novela escrita por un hombre que –dice– solo conoce el descanso haciendo algo.
Y Churchill, ya anciano, nunca dejó de ser el joven que escribió Savrola.
No sé, es probable que creyera que si existe Dios, ese Dios es británico.
Un Dios que lleva civilización a regiones por aquel entonces inhóspitas y salvajes para ojos de un, insistimos, soldado aventurero británico con pretensiones de llegar a la política.
Un luchador incansable que decía “la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”.
El caso de Michael, una novela escrita por Joseph Goebbels es, paradójicamente, parecido al Savrola de Winston Churchill.
Y es parecido porque fue escrita en la juventud de quien más tarde fue ministro de Propaganda en la Alemania nazi. También porque como en Savrola, el libro de Goebbels apenas aguanta con el paso de los años.
No funciona como vehículo literario y de entretenimiento.
Cuentan que Michael es una novela autobiográfica, y pudiera serlo pero no sé, no sé…
El no sé es porque la novela de Goebbels no se sostiene porque no es novela aunque los atrevidos digan que es una novela experimental.
Una cosa que imitaba a las vanguardias por aquel entonces tan rebeldes y animosamente rompedoras con el pasado.
Michael se vendió muy bien cuando en Alemania ondeaba la bandera de la cruz gamada. Claro que no tanto como el Mi lucha, de Adolf Hitler.
La primera edición de Michael apareció en uno de los períodos más locos y excesivos del siglo XX. En una Alemania de entreguerras donde se peleaba por las calles de Berlín como perros rabiosos nacionalsocialistas hermosos y rubios como la cerveza con comunistas igual de hermosos y rubios como la cerveza.
Mientras, el resto de los alemanes se moría de hambre o hacía lo posible para no morirse de hambre.
Cabaret y esas cosas.
Y en ese frenético ambiente, la novela de Goebbels y en contra de la que escribieron otros compatriotas sobre aquellos mismos años, resulta aburrida por doctrinaria.
Un espíritu doctrinario por otro lado caótico, revuelto, como sin hacer.
No siente así el lector ninguna empatía con la lucha que emprende su joven protagonista.
La novela de Goebbels está escrita con estilo rabioso pero carece de un sustrato sólido que justifique tanto desprecio por su entorno. Solo le anima al escritor y político convencer al lector con frases incendiarias que saben a proclamas. Defiende la idea de que hay que ser soldado y servir a una causa mayor.
¿Qué causa?
Michael dice:
“Odio al burgués porque es cobarde y porque ya no quiere pelear”.
Michael más que una novela es un rosario de pensamientos radicales –algunos de ellos bastante parecidos a los del mayo del 68– escritos por un tipo que quería crecer.
Creer es otra cosa.
Y Goebbels y Winston Churchill crecieron demasiado.
Y no como escritores, precisamente.
Saludos, buenas lecturas, desde este lado del ordenador.