El escritor y traductor José Aníbal Campos nos autoriza a reproducir este artículo que recuerda que tal día como hoy, 20 de abril, hace cincuenta años del fallecimiento del poeta Paul Celan
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El 20 de abril de 1970 es, por esas fechas, un día como tantos otros en la capital francesa. Continúan las manifestaciones y protestas de estudiantes y profesores; llegan de Vietnam noticias cada vez más atroces. El diario Le Monde anuncia en un breve artículo la celebración de unos actos conmemorativos por el 25 aniversario de la liberación de los campos de trabajos forzados. Los integrantes de una asociación de víctimas en el distrito de Villejuif se reunirán para tratar varios temas que son objeto de preocupación para los asociados: su reconocimiento oficial como víctimas, la eventual suspensión de sus ejecuciones hipotecarias, pensiones anticipadas al cumplir los 60 años, la inauguración de un monumento en Père-Lachaise y –cómo no– el resurgimiento del fascismo y la lucha por la paz.
Algo más sabemos de esa reunión: en ella brillaría doblemente, por ausencia, un hombre que por derecho propio bien pudo estar entre sus asistentes, pero que ese día (o el anterior; no se sabe bien) decidió, en un temerario y definitivo acto de acrobacia (un salto al río Sena desde el puente Mirabeau), poner fin a todos sus posibles problemas hipotecarios pasados, presentes o futuros, a sus temores ante una vejez de renta precaria o de cara al resurgimiento de un fascismo más o menos camuflado que él ya había sabido calar como nadie en los ambientillos culturales de su lengua literaria.
Había arribado a París 22 años antes procedente de Bucarest, tras una estancia de seis meses en la Viena de la Guerra Fría, ciudad en la que, como una huidiza silueta escapada del filme El tercer hombre, cosechó unos vertiginosos primeros éxitos literarios que no consiguieron aligerar el peso de saberse en unas calles donde ex adeptos más o menos fervientes del nazismo empezaban a ocupar puestos claves en la vida pública. La estancia en Viena significó una especie de nuevo bautismo: llegó a la capital danubiana con el nombre de Paul Antschel y salió de ella portando la identidad con la que, sin pretenderlo, se convertiría en el símbolo literario de todas las asociaciones de víctimas del nazismo a lo largo del planeta.
Es manido asociar la figura y la obra de Paul Celan a su condición de víctima del Holocausto, pero, por endebles que sean algunas interpretaciones que sólo ven en un poeta tan complejo a un hombre torturado, incomprendido y de vocación quasi mística, vale la pena recordar, un día como hoy, que lo esencial de esa obra poética sigue siendo la consecuente y subversiva deflagración de la lengua en aras de rescatarla de los poderes que la pervierten (algo que no es patrimonio único de los fascismos de venales banderas), pero muy especialmente de quienes hacen un (ab)uso más frecuente e irresponsable de ella: a veces, incluso, los propios poetas.
En estos últimos días, abordado desde varios rincones para que escriba sobre un poeta cuya obra conozco relativamente bien, he estado repasando alguna bibliografía (antigua y más reciente) y varios viejos apuntes sobre el autor de la Bucovina. Cada vez más interesado, sobre todo, en la historia de la recepción de Paul Celan en España, me he encontrado con dos documentos muy reveladores sobre Celan escritos por quien tal vez sea el escritor canario que con mayor atención y profundidad haya leído al poeta de Czernowitz (tanto su obra traducida como, muy especialmente, su vertiente como traductor/ensayista) y contribuido a la divulgación de aspectos poetológicos de la modernidad que seguirán siendo imprescindibles para la obligada lectura y relectura de una obra que se revela como inagotable. Me refiero a Andrés Sánchez Robayna.
Se trata de un puñado de «poemas rumanos» que yo no conocía, y que ahora me han sido de gran utilidad en mis indagaciones sobre un periodo creativo de Paul Celan no tan estudiado entre nosotros: su llamada «etapa surrealista». Los poemas fueron publicados en junio de 2004 en Letras Libres, en una traducción de Robayna realizada a cuatro manos con Lilica Voicu-Brey.
El otro texto, también publicado en Letras Libres un año después, no es menos relevante. En su reseña al libro de Peter Szondi Estudios sobre Celan (compilado por Jean Bollack y traducido por quien es sin duda alguna, en la actualidad, el más importante estudioso de la obra de Celan en España: Arnau Pons), Sánchez Robayna destaca precisamente el aspecto con el que Szondi revolucionaría en su momento, años 70, la hermenéutica celaniana. Allí, el poeta grancanario apunta: «La pregunta que el crítico se formula es del todo pertinente: “¿Hasta qué punto la comprensión del poema depende del conocimiento de los datos biográficos e históricos?” Más aún: “¿Hasta qué punto el poema está condicionado por elementos que le son externos, y hasta qué punto semejante determinación de lo que es ajeno puede quedar abolida por la propia lógica del poema?” Szondi fue el primero en llegar a la conclusión de que cualquier acercamiento a la obra de Celan sería insuficiente si no se establecía un equilibrio entre el texto mismo y las circunstancias externas que lo condicionaron.
Según Peter Gossens, perteneciente a las nuevas generaciones de germanistas que se han ocupado, con resultados más que notables, de la obra celaniana, Szondi admite que ambos aspectos, en Celan, se hallan en un mismo nivel de la balanza, por lo cual es preciso tenerlos en cuenta por igual a la hora del análisis. Bollack, de quien es discípulo Arnau Pons, va un paso más allá y plantea la pertinencia de atender con exactitud al Datum (a la fecha) como base interpretativa de los textos.
Pero hay más: con independencia de estas dos publicaciones ahora para mí tan útiles (o de otros textos críticos de Andrés Sánchez Robayna que yo desconozca), basta hojear los índices cronológico y alfabético de la revista Syntaxis (publicado en el catálogo de una muestra conmemorativa organizada en TEA en 2013-2014) para corroborar que ha sido la labor divulgativa del poeta y profesor canario a la que al menos dos generaciones de escritores deben su familiaridad con principios de creación y reflexión poética que forman parte de la órbita del gran poeta de la Bucovina. Aunque Celan no figura expresamente en el índice, la lista de nombres que pueden relacionarse con su obra es enorme, empezando por el propio José Ángel Valente, al que, aun desde una postura crítica personal en lo que atañe a varios aspectos de su labor como traductor de Celan, hay que reconocerle el hecho de haber sido de los primeros en leer y divulgar esa obra y—lo más relevante—en hacer de ella una apropiación creativa en beneficio de la obra propia, tan influyente, hasta hoy, para las generaciones de poetas posteriores. La deuda de muchos con Sánchez Robayna, en ese sentido, es enorme: basta tirar de hemeroteca.
Corresponderá a nuevos y futuros poetas y críticos canarios, sobre todo a los que sepan situarse rigurosamente por encima de veneraciones acríticas o de animadversiones viscerales—o de, lo que es peor, ridículos principios de lealtad o deslealtad a adeptos o desafectos, o viceversa, que todo es muy confuso—la labor de estudiar a profundidad el aporte pedagógico de Andrés Sánchez Robayna en la difusión de herramientas teóricas y hermenéuticas para futuros estudios literarios, incluidos los celanianos. No hay de momento ningún otro autor canario que puede exhibir un volumen tan orgánico de textos críticos (traducidos o de creación propia) que, ajustados a una perspectiva más actualizada, puedan aprovecharse o rechazarse, pero nunca borrarse del mapa. Ese corpus de estudios está ahí, y bien que vale la pena un repaso al mismo, en este año en que el poeta de Czernowitz celebra su doble aniversario: el de su muerte (20 de abril de 1970) y el de su nacimiento (23 de noviembre de 1920), un magnífico momento para continuar ahondando en su obra.
De hecho, el último acto vital de Paul Celan bien que puede verse como otro nuevo y radical acto de bautismo: de las aguas turbias del río que se tragó su cuerpo emergió poco después no sólo el mito, sino también un conocimiento más hondo de los principios de su creación poética.
Viena (con todos mis cafés cerrados), abril de 2020
Saludos, gracias que son devueltas, desde este lado del ordenador