Archive for Mayo, 2010

Asere, en TEA ponen una de ‘cortos’ de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños

Miércoles, Mayo 19th, 2010

Tenerife Espacio de las Artes (TEA) acoge este jueves, 20 de mayo, a las 20 horas la proyección de una selección de cortometrajes realizados en la Escuela Internacional de Cine  y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba). El paquete de cortos será presentado por uno de los miembros del grupo Generación XVII, Marco A. Toledo, quien tras el pase sostendrá un diálogo con los asistentes. TEA informa que la entrada a esta proyección es gratuita y se enmarca en la agenda de actividades que este centro de arte contemporáneo del Cabildo de Tenerife ha programado para esta semana con motivo de la celebración del Día Internacional de los Museos.

El programa incluye la exhibición de

 Cortometrajes de un minuto:

   – Aguebao, de René Martínez Paredes

   – La naturaleza del mal, de Diego Fabián Archondo

   – El deporte es salud, de Marco A. Toledo

   – Hola, ¿te diviertes?, de Javier E. Hernández

   – El último minuto, de Aldo Fabián Álvarez

 Cortometrajes de tres minutos:

    – Rolópolis, de Luana Kawamura Damange

    – Escaramujo, de René Martínez Paredes

    – Dialéctica, de David Pareja

    -  La Parada, de Álvaro Rodríguez

Documentales de provincia: 

- Fábrica, de Alejandro Soto

- Model town, de Laimir Fano

Tesis de ficción:

- Oda a la piña,  de Laimir Fano

Saludos, asere, desde este lado del ordenador.

Para no quedarse en casa pensando en las musarañas…

Martes, Mayo 18th, 2010

…UNA PRESENTACIÓN ¿INQUIETANTE?

Este miércoles, 19 de mayo, a las 20 horas en la librería-café Al Faro (calle Deán Palahí, nº22 La Laguna) tendrá lugar la presentación del libro El hombre encuadernado de Bruno Mesa. (Editorial Paréntesis). El acto contará con la presencia del autor que estará acompañado por Óscar García y Francisco Pérez de Castro. Mesa advierte en su blog Argumentos en busca de autor que no será precisamente una presentación típica literaria. ¿Abstenerse cardíacos?

UN PREMIO

La compañía canaria Helena Turbo Teatro  ha resultado ganadora del VI Festival Toledo Escena Abierta (TEA) al conseguir los premios al mejor montaje y el otorgado por el público. El argumento de la obra gira en torno a Mercedes Pinto. El espectáculo constituye una semblanza emotiva y colorista de la propia autora, un abanico que evoca su biografía y parte de su original repertorio creativo.

REVELANDO SECRETOS

La exposición sobre masonería y cultura, que estará expuesta en el antiguo Convento de Santo Domingo hasta el próximo 29 de mayo, ha recibido ya más de un millar de visitas en sus primeros diez días de apertura. Entre otros atractivos, esta exposición acoge el estandarte de la logia de Añaza que, desde que saliera de Canarias en el año 1936, no había vuelto a la Isla.  La muestra, titulada Historia de la Masonería Canaria y Universal. Diálogos sobre Masonería y Cultura y organizada por el Ayuntamiento de La Laguna, se enmarca dentro de un Encuentro-Diálogo sobre Masonería y Cultura que tendrá lugar en La Laguna y que incluye un curso con una serie de conferencias, dirigidas por el profesor Manuel de Paz, en las que participa un nutrido grupo de expertos, así como la proyección de una película en el Teatro Leal con fines benéficos y un concierto sobre Mozart y la música masónica universal.

Y UN DOCUMENTAL…

El Gobierno de Canarias, a través de su Viceconsejería de Cultura, ofrecerá en Tenerife y Gran Canaria el estreno del documental Canarias a través del tiempo II, un trabajo producido por Lasal Creadores Asociados, dirigido por Luis García de Armas, que invita a realizar un viaje por la historia de las Islas para ver cómo ha afectado al territorio los cambios que ha experimentado el Archipiélago. El estreno tendrá lugar el miércoles 19, en Multicines Price-Renoir, en Tenerife, y el jueves 20, en los Monopol, en Las Palmas de Gran Canaria, ambos a las 20.30 horas. 

Saludos, repartiendo un arigato a diestro y siniestro, desde este lado del ordenador.

¡Banzai!

Lunes, Mayo 17th, 2010

Descubrí el cine japonés a través de Godzilla y familia, más tarde vinieron los clásicos Ozu y Mizoguchi, entre otros, para enseñarme que no todo en el sol naciente estaba vinculado con monstruos que despertaban al mundo gracias a las radiaciones atómicas. Literariamente continuo considerando a Yukio Mishima y Yasuinari Kawabata como autores de cabecera aunque todavía no me he adentrado en el universo de Murakami quizá por la insistencia de amigos que han visto en sus libros una revelación que me preocupa no descubrir. Nunca he sido seguidor ni del manga ni del animé, pese a que otros tantos conocidos se empeñan en convencerme de sus bondades e inagotable imaginación y para colmo de males no soy lo que se dice un consumidor de comida nipona, prefiriendo por el momento el inevitable arroz tres delicias y los rollitos de primavera que sirven en nuestros tradicionales y poco imaginativos chinos.

Este vacío está motivado probablemente por un prejuicio o una visión del entretenimiento demasiado influenciada por la cultura anglosajona, sin embargo estas últimas semanas he ido cambiando mis rudimentarios conocimientos sobre la fascinante y desconocida cultura pop japonesa gracias a las películas bélicas que rodaron tras finalizar la II Guerra Mundial.

Recomiendo así a los interesados en percibir otra visión del conflicto loado en innumerables películas por quienes en justicia vencieron, para que comprueben sin sombra de ninguna duda cómo en los años 50, 60 y 70 los japoneses miraron su derrota con un mensaje que, por norma general, deja turulato. Y deja turulato porque tras ver aquellos filmes que los propios alemanes filmaron de esa guerra en esas mismas décadas, uno puede hacerse una idea de cómo ambos países asumieron la derrota.

En este comentario omitiré por razones obvias el nuevo revival que sobre este pedazo oscuro de la historia está sacudiendo a estas dos naciones con tan extravagante sentido del deber, así como tampoco se encontrarán con todas las películas que deberían de aparecer. Aclaro, en este sentido, que sólo citaré así aquellas que he podido disfrutar sorprendido por sus reflexiones sobre la patria y la guerra.

Con la percepción puesta en este sentido, he apreciado que mientras en los filmes alemanes se acentúa sobre todo cómo afectó la barbarie en la retaguardia y una necesidad obsesiva por transmitir el mensaje de que no todos los alemanes eran nazis y por lo tanto desconocedores de lo que estos le estaban haciendo a gitanos, eslavos, lesbianas, homosexuales, judíos, demócratas y gentes de izquierdas en los campos de concentración; la tesis en las películas japonesas es la de lamentar aquel conflicto no por su poder devastador y salvaje sino sencillamente porque perdieron la guerra. Y perder, para el noble pueblo nipón, es una ofensa que merece el hara-kiri o el seppuku.

He tenido el gusto de disfrutar en las últimas semanas de dos títulos del sol naciente realmente estrambóticos: De Pearl Harbour a Midway  y Escuadrón de ataque, ambas de Shuei Matsubayashi y protagonizadas por Toshiro Mifune. Antaño ya había visto la hagiográfica El almirante Yamamoto, de Seiji Maruyama también con Mifune y la trepidante La batalla de Okinawa de Kihachi Okamoto, así como la trilogía pacifista La condición humana, una obra maestra de Masaki Kobayashi, y la excelente El arpa birmana de Kon Ichikawa, entre otras.

El cine japonés cuenta con más película estrictamente bélicas donde dan su visión sobre tan desgraciado conflicto, aunque tras ver recientemente los dos filmes firmados por Matsubayashi, empapados de una ideología nacionalista que vista con ojos occidentales resulta crudamente cruel quizá por su desarmante inocencia, me he topado con un tipo de cine que llega a tus emociones más primarias. Y no sólo por unos efectos especiales que recuerdan a los de la serie Godzilla, ni por su extraña fascinación por destruirlo casi todo –en ambos filmes desde el aire– sino porque como suele suceder en el cine británico y estadounidense de aquellos años, el enemigo (en este caso británicos, australianos, neozelandeses y estadounidenses) apenas aparece.

Vistas hoy, cinematográficamente pueden resultar productos de una límpida rudeza, lo que multiplica su valor para intentar comprender el alcance de la derrota en un país tan apegado a sus tradiciones.

Dicho esto, reitero que se trata de un cine rudo y marcial, que para nada reniega de inútiles heroísmos. Ante tamaña estupidez, según los gustos occidentales, en este cine de samuráis transformados ahora en valientes pilotos kamikaze, la presencia femenina se reduce a abnegadas madres y castas esposas, asumiendo la defensa de la patria los hombres vestidos de uniforme.

Es tanto su desprecio ante la vida que una frase cogida al vuelo en la mencionada Escuadrón de combate quizá lo resuma todo: Un oficial le pregunta a uno de los aviadores si tiene novia. “Para qué –responde éste jovial– ¡si es mucho mejor la guerra!”

NOTA: Otra película bélica japonesa destacable es La batalla del mar del Japón, de Seiji Maruyama, cuya acción se desarrolla en la guerra ruso-japonesa (1904-1905).

Saludos, a lo sayonara, baby, desde este lado del ordenador.

La mejor aventura

Domingo, Mayo 16th, 2010

No recuerdo muy bien la aventura que fue aprender a leer. Sí que está grabado al rojo vivo en el disco duro de mi memoria cuando di mis primeros pasos y cuando me arrojaron como un saco de papas a la piscina “para que el niño sepa nadar”.

Esas dos sensaciones: la de dar los primeros pasos y caer continuamente al suelo así como la de mover desesperado los brazos en el líquido elemento con la esperanza instintiva de que era la única manera de mantenerme a flote mientras en la superficie se moría de la risa aquel monitor sacado de las SS, me marcaron para los restos.

Sin embargo, y oculto por una bruma, sólo conservo flash back de cuando me iniciaba en el arte de aprender a leer y escribir. Debe ser cosa, supongo, de que ante los chichones que me hice en la cabeza cuando decidí dejar de gatear y el agua que tragué al dar mis primeras brazadas no supuso lo que se dice un gran esfuerzo intelectual sino de supervivencia.

Esta mañana, tras hacer limpieza en casa, me encontré con uno de los cuadernos donde comencé con mis primeras letras y me asaltaron algunos recuerdos, insisto que difusos y desdibujados en la memoria. Así que me planteé lo que tuvo que significar (al igual que al resto de compañeros con los que compartí pupitre en aquel viejo colegio lagunero) aprender las primeras letras.

O que la A es la A. Y la B es la B. O que había mayúscula y minúscula así como algo que se llamaba alfabeto entre otras herramientas que te van metiendo en la cabeza para que al final descubras que combinándolas tú también puedes tener acceso a la revelación.

Mi afición a los libros y a leerlos se la debo sobre todo a mi familia, que siempre estuvo rodeada de tan entrañables amigos, así como a la primera profesora que me enseñó el milagro de entender las letras que disciplinadamente escribía en la pizarra. Si como comentaba más arriba hay como una extraña nebulosa de olvido de aquellos tiempos no sé si más felices que los actuales pero seguro que sí más inocentes, conservo –probablemente amplificado por el paso del tiempo y sin la épica con que ahora lo describo– relativamente vívido el instante en el que pude ser capaz de escribir en el cuaderno mi primeras palabras tras dejar  de ensayar con las letras que dibujaba con gran esfuerzo: “Mi mamá me mima”.

Les contaba que aún conservo ese cuaderno, y que fue descubrirlo hoy y leer “mi mamá me mima” escrito por la mano de un niño en el que ahora apenas me reconozco, para que mis ojos se anegaran de lágrimas. El estupor, la conmoción todavía me acompaña mientras pretendo describir tan extraño momento.

Me sentí en un conmovedor estado de gracia porque de alguna manera me acerqué a ese niño que fui. 

Me pregunté, no obstante y mientras ojeaba ese viejo cuaderno en el que las primeras letras están escritas con lápices de colores, ¿supuso un gran sacrificio aprender a escribirlas? Y la verdad, no me acuerdo. Y si no me acuerdo como sí me acuerdo de las repetidas caídas cuando comenzaba a caminar o aprendí a nadar, es que no tuvo que ser un sacrificio doloroso. Y si no fue un sacrificio doloroso concluyo que aquella profesora sin rostro que tanto se esforzó en que aprendiéramos a leer y a escribir lo tuvo que hacer muy bien para mostrarme el camino correcto.

En mi caso la letra entró afortunadamente sin sangre. Razón de más para que me guste tanto leer y, ocasionalmente, escribir.

Sobre esta misma cuestión reflexionó el gran escritor norteamericano John Steinbeck en la introducción de su imprescindible Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. El texto (y la novela) no tiene desperdicio como casi todo lo que escribió el autor de La fuerza bruta o Tortilla Flat: “Hay muchas personas que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante casi mil millares de años, y sólo han aprendido esta artimaña –este prodigio– en los diez últimos millares de los mil millares.”

Saludos, guardando como oro en paño mis dispersos pero tan felices recuerdos, desde este lado del ordenador.

Desgarrador

Viernes, Mayo 14th, 2010

Stephen King es un escritor al que recurro en los momentos bajos, esos que te envuelven como si se tratara de plástico y de los que parece imposible salir. Con el paso de los años, y llevo siguiéndole la huella a este escritor desde la noche de los tiempos, me he dado cuenta que hundiéndome en sus historias la losa de la depresión unida a un cansancio existencial de manual, suelen sanarme periódicamente. Quizá porque tengo la cabeza y el alma dispuesta para sumergirme en sus ocasionales tenebrosas pesadillas.

Algunos podrán llevarse las manos a la cabeza intentando explicar cómo para salir del pozo recurro a la obra de un escritor que ha sabido modernizar como nadie las claves del género, pero así son las cosas. Justifico este seguimiento además porque es un hombre que cuando está inspirado escribe muy bien y para todos los públicos, y conociendo como conoce las reglas de cómo atrapar el interés del lector en novelones que ocasionalmente sobrepasan las 700 páginas, tiene lo que se dice su mérito.

Entiendo aunque no comprenda el rechazo que rodea a King entre algunos aficionados no ya al género que tan bien cultiva sino entre los que van por la vida vendiendo seriedad en sus momentos de entretenimiento. Y leer es un entretenimiento que, desgraciadamente, muchos están empeñados en monopolizar cuando el escritor que se menciona pertenece al ejército de los que venden libros. Y King vende libros. Muchos libros. De hecho, la gente como yo no suele comprar sus libros por el título sino porque están escritos por él. Stephen King se ha transformado así en una marca que hace dinero independientemente de lo que escriba.

Como muchos aficionados me inicié en su universo leyendo Carrie y más tarde La hora del vampiro, ambas editadas en Chile por Pomaire. Devoré a continuación Insólito resplandor, también en Pomaire y la recopilación de relatos agrupados en el volumen El umbral de la noche.

A medida que iba produciendo, cada vez con más endemoniado entusiasmo, reconozco que empecé a perder interés por sus nuevas novelas (La zona muerta, Christine, Ojos de fuego, Cujo…) porque me daba la sensación de que eran nuevas vueltas de tuerca de sus primeras historias (adolescentes con poderes, entidades maléficas con reminiscencias lovecraftianas) hasta dejarlo aparcado –pensaba entonces que definitivamente aparcado– tras devorar obras magnas como La danza de la muerte e It. No obstante, y cuando la pesadilla de la realidad volvía a amenazarme desde su escondite, me procuraba algunos de sus nuevos libros en ediciones de bolsillo con la esperanza de superar esa fase en la que parece que una mano quiere tirarte definitivamente al abismo.

Me encontraba al borde de caer en la trampa por esa broma que son los golpes de la vida cuando descubro Duma Key, y la leo mientras dejo que la noche y los días pasen porque logra algo que parecía imposible en esta extraña relación de amor y odio que mantengo con el escritor. En especial desde que inició el para mi incomprensible ciclo de La torre oscura.

Con Duma Key he sentido algo que no sentía con sus novelas desde su ya clásica La hora del vampiro (Salem’s Lot): me atrapó y, lo que es mejor, sentí miedo y preocupación por lo que podría sucederles a sus protagonistas. También me envolvió esa extraña sensación que me pasa a veces de ir demorando la lectura –casi como si viajara a 20 kilómetros por hora por una autopista– con el objetivo de no llegar con prisas a su the end.

Será porque mientras la leía tenía los cinco sentidos puesta en ella y estaba sumido en la inquietud. Gracias a ello logré escuchar amplificado el ronroneo de la nevera y las gotas del grifo de la cocina caer contra el fregadero.

Así que percibir esa sensación de miedo es un aliciente para quien está iniciado en entretenerse con estas cosas. Sensación que se multiplica cuando se trata de la novela de un escritor que ha escrito tanto (y entre tanto, tantas cosas tan malas) que me sorprende y entusiasma.

Y entusiasma porque una vez más King usando sus mecanismos habituales (tener talento implica un precio, el mal es una entidad muy vaga, personajes de clase media alta relativamente liberales y la necesidad de contar con amigos cuando la familia se deshace) escribe un relato francamente bueno con ecos de William Hope Hogdson (el terror procede del mar) y desarrollar su acción en un escenario aparentetemente paradisíaco como es uno de los tantos cayos que bañan la costa de Florida. Sus personajes principales, además, rondan los 50 años de edad.

Terminé de leer esta novela hace unas horas con la pretensión de que sedimentara dentro de mi cabeza. No sé cuanto tiempo aguantará en ese rincón del cerebro donde escondo mis tesoros aunque intuyo que poco. Pero estas cosas me pasan con casi todas las grandes novelas de King, las disfruto muy mucho cuando las leo y las olvido con asombrosa facilidad cuando las dejo. El mismo escritor ha dicho a propósito que escribe para que sus libros sean leídos lo que dura un trayecto largo de avión. Puro entretenimiento. Delicioso entretenimiento, añadiría.

Tanto, que siento que todavía me encuentro en las fantásticas y solitarias playas de Duma Key esperando encontrarme a…

En fin.

Saludos, kingneanos, desde este lado del ordenador.

¡¡¡Beeeeeeee!!!

Miércoles, Mayo 12th, 2010

Mucha gente. Demasiada gente. Se habilitan así dos salas en los Multicines Renoir de la capital tinerfeña. ¿La razón? Ver los trabajos seleccionados en la última convocatoria del programa Canaria en Corto. A mi juicio, siete obras muy irregulares, pretenciosas y aburridas. Y ya es malo, malo, malo que uno se aburra viendo un corto.

En esta ocasión no puedo pulsar la reacción del público –casi siempre bienintencionado en estas cinematográficas ocasiones– a través de sus aplausos porque me encuentro en la pequeña, sala en la que nadie –salvo modestísimas intentonas–  hizo esfuerzo por reconocer con sus palmadas los cortometrajes exhibidos. En todo caso pude observar –esa es la verdad– como más de uno aprovechaba la oscuridad del momento para salir a la francesa por la puerta.

Aseguro que quien les escribe se mantuvo espartanamente anclado en su butaca mientras se preguntaba ¿quo vadis cine canario?

¡¡¡Más madera, coño, que esto es la guerra!!!

PÉGATE UN TIRO

Inicia la proyección un corto de dibujos animados, En el insominio (José Ángel Alayón), basado en un cuento del escritor cubano Virgilio Piñera. Quizá se trate del mejor de los trabajos presentados. Lástima que la voz en off (que pone el actor Luis Tosar) suene tan  baja. Pensé ¡pongan subtítulos! vaticinando una noche en la que los dichosos subtítulos tendrían tanto protagonismo…

PLEASE DON´T GO

El segundo cortometraje exhibido se titula Palabras (Emilio Alonso). Una historia de amor con final infeliz. Me engancha su planificación pero me sonroja su inocencia. Tiemblo en la butaca cuando concluye. Demasiado cursi. Demasiado almíbar ingenuamente salado. Demasiado demasiado para rendir homenaje a las víctimas del vuelo siniestrado en el aeropuerto de Barajas el 20 de agosto de 2008.

ZZZZZZZ

La tercera pieza proyectada tiene el nombre de Belanglos (David Pantaleón) y se trata del que quizá sea el peor de los cortometrajes presentados. Alguien amable me sugiere que es un ensayo… probablemente lo sea. Un ensayo sobre la nada. Esta cosa se exhibe en alemán, con subtítulos en castellano y en inglés no sé por qué diablos. ¿Que qué cuenta..? no lo sé. Debo ser muy corto. Tan corto que me pareció larguísimo esta nadería teñida de cosa seria. De trascendencia de andar por casa. ¿Puede engañar a alguien? Me temo que sí: a los responsables de Canarias en corto.

¿JAJAJAJA?

El cuarto experimento –por llamarlo alguna cosa– es Peliculeros (José Lobillo) y pretende ser una comedia cinéfila.

¿Jajajaja?

Mucho me temo que no pase el aprobado en mi alma de cinéfilo y cinéfago. Si ya me reventó el diálogo sobre western del principio lo que viene a continuación es de pena. No quiero resultar muy duro pero es que me estremece que estas cosas se quieran hacer pasar por cine. Cambiaría de opinión si lo viera exhibido en la Televisión Canaria, tan casposa ella, o en un festival de cortos de instituto, pero así, en gran pantalla… chacho, no.

CUANDO UN AMIGO SE MUERE…

Como siempre (Jairo López). Me sorprende su planificación. Planos secuencias que me invitan a pensar en La soga de Hitchcock. Pena que la historia no acompañe tanto esfuerzo técnico. Y mira que me gustan esas cintas tipo Reencuentro o Los amigos de Peter, donde un puñado de viejos amigos se reúnen para darse cuenta que son más viejos pero menos amigos… Con todo, se aprecia intención y algo de fondo, aunque deja demasiados cabos sueltos y los actores no saben o no pueden aguantar el “mensaje” que intenta transmitir la historia.

LA NOSTALGIA ES UN ERROR

Anniversary (Nayra & Javier Sanz Fuentes). Escribo el título en inglés porque es el segundo cortometraje que se exhibe con subtítulos en español. A mi juicio es el trabajo –junto a En el inmsonio– mejor de esta noche de decepciones varias. Es un corto lo que se dice corto. Con sorpresa y muy académico. Entretiene.

ESO

El extraño (Víctor Moreno). Me pregunto todavía si se trata de un chiste de los de Canarias en corto. Porque maldita la gracia. Afortunadamente se trata de la pieza más corta pero mucho me temo que ni con esas. Eso sí, hace que me imagine a las felices cabras protagonistas como una metáfora de quienes seleccionan estas piezas de andar por casa: ¡¡¡beeeeeeeeee!!!

Saludos, a lo apaga y vámonos, desde este lado del ordenador.