Archive for Febrero, 2013

Palabra de Jedediah Leland

Jueves, Febrero 14th, 2013

* Cinemabandit es una web del cineasta Javier Fernández Caldas en la que además de proporcionar información sobre sus cortos, documentales y  La isla del infierno, su primer largometraje, ofrece también amplia información sobre los servicios que presta su productora y los proyectos que el director y guionista guarda en la nevera. Merece la pena explorar esta página, muy bien diseñada y que cuenta además con bastante material audiovisual y gráfico.

* Al parecer, problemas con su distribuidor actual, ha hecho imposible que los últimos títulos de la editorial Anagrama lleguen a las librerías canarias. Se rumora así que será Planeta quien asuma a partir de ahora la distribución en las islas de sus títulos. 

* El hombre que ama a Gene Tierney, del escritor Daniel María, y título por el que resultó accécit de edición del Premio de Novela Benito Pérez Armas, ha sido editado por La Página en su colección Synodos, narrativa. Se trata de un título en el que el autor mezcla variedad de géneros –narración, guión cinematográfico– y en el que se revela a un escritor profundo conocedor de las letras canarias. 

* La librería del Cabildo de Tenerife permanece cerrada no por el carnaval sino por inventario. Despejamos pues la duda de su posible cierre tras leer el comentario que una lengua maliciosa y anónima, of course, nos envió recientemente a este su blog.

* Las novelas de tres escritores canarios que publican en editoriales del lejanísimo territorio penísular coinciden en el mercado. Si en enero José Luis Correa nos presentó Blue Christmas (Alba Editorial), sexta entrega de su peculiar detective privado Ricardo Blanco, y en febrero el también grancanario Alexis Ravelo hará lo mismo con su esperada La estrategia del pequinés (Al revés), título en el que deja a un lado a su personaje de Eladio Monroy pero no el género negrocriminal, hay que sumar ahora el nombre de Pablo Martín Carbajal, de quien Ediciones Irreverentes publicará en marzo su tercera novela, La felicidad amarga.

Saludos, en cursiva, desde este lado del ordenador.

Cuando la unión hace de verdad, pero de verdad, la fuerza: El golpe, cuarenta años después

Miércoles, Febrero 13th, 2013

Hay película que no pertenece al director. De hecho, son películas más del productor, el escritor pero sobre todo de sus estrellas que del hombre que se pone detrás de la cámara y grita eso de ¡acción!

¡Corten y a positivar!

Cuando George Roy Hill logró reunir en una misma película a dos astros de la pantalla como Paul Newman y Robert Redford no sé si era consciente de la leyenda que estaba en ese instante –bendito instante– puliendo con las manos.

Basada en un excelente guión de William Goldman (1), Dos hombres y un destino continúa siendo algo más que un western. Un western crepuscular, épico y romántico que si aún funciona se debe a la química de sus dos actores protagonistas.

A nadie le sorprende pues que, entendido así, fuera natural que germinara otra cinta que, repitiendo el tándem de estrellas, intentara meterse de nuevo a los espectadores en el bolsillo.

El mismo equipo, aunque esta vez sin Goldman en el libreto, logró el milagro en esa comedia sobre timadores que es El golpe (The Sting, 1973), filme que para muchos que sí tuvimos la suerte de verla hace ahora exactamente cuarenta años en pantalla grande, nos robó ese pedazo de corazón que forma parte desde ese momento de nuestra más emocionada memoria cinéfila.

Y ya les digo si cuando ayer les contaba que todavía tarareo el tema principal de La gran evasión, digamos que también me pasa lo mismo al tararear el ragtime de Scott Joplin que desempolvó y reactuliazó en El golpe la batuta de Marvin Hamlisch.

Pero hay muchos más elementos que hacen que esta película sea un título de referencia de mi memoria cinéfila.

No solo el magnífico trabajo de Newman y Redford, dos galanes, dos estrellas que cuando aún los veo juntos derraman complicidad, compromiso y autenticidad por ambigua que pudiera interpretarse su relación.

El golpe fue escrita por David S. Ward, quien afinó los lápices escribiendo una cinta que gracias a los tres vértices del triángulo Hill/Newman/Redford aún funciona y engancha a todo tipo de audiencias.

La historia se desarrolla durante los años de la Depresión, y el gran timo, el golpe que da título al largometraje, se desata por vengar a un compañero de oficio de ese gremio, el de los timadores, que es algo así como la elite del mundo criminal.

Ellos son los buenos.

El malo lo encarna un elegante gángster al que pone piel y mucho oficio Robert Shaw, así como una policía corrupta representada por el recientemente fallecido Charles Durning.  

Estructurada en capítulos mucho antes de que a Quentin Tarantino se le ocurriera esa genial idea, El golpe nos va presentado en diferentes cuadros el montaje, el desarrollo y el final de la gran estafa en la que se mete ese grupo de estrafalarios perdedores para robarle el dinero al personaje que encarna Shaw, un capo refinado al que se no se le caen los anillos para asesinar, manipular y untar a los agentes de la ley para salirse siempre con la suya.

La gracia de la película es ver como Shaw –Danny Lonnegan– se va a meter en la boca del lobo que le prepara el gang que lidera Paul Newman y en el que entra a trabajar Robert Redford.

El Golpe es una cinta plagada de trampas y descuidos, de esto es lo que parece aunque no es lo que parece, diseñada con el único objetivo de birlarte cualquier prejuicio que tengas en la cabeza.

Así que aunque digas lo contrario, te gusta.

Así que aunque pienses que es una soberana estupidez, una película tramposa y fantasiosa, es que te gusta.

Lo escribo así porque no hay nadie que conozca que no le guste El golpe.

Puede haber uno o una que la mancille con reflexiones como las anteriormente planteadas, pero siempre, siempre, termina claudicando para confesar que es la gran película que es.

Solo que no puede decirlo por el que dirán…  

Una gran película que no se rompe la cabeza para que estés del lado de unos y no del otro.

Es decir, que desde un principio vas a estar del lado del grupo de inadaptados timadores.

Pasado el tiempo, y aunque me la sepa de memoria, El golpe continúa sorprendiéndome y engañándome de la misma manera que cuando la vi por primera vez.

Aún me despista, que me haga preguntar: “Eh, un momento, ¿pero no se suponía que Redford era bueno?”

“¿Eh, un momento, que pasa con Newman?”

“¿De qué va el Newman?”

Y así hasta el infinito.

Aunque hay una escena que aún me desconcierta entre otras escenas que me siguen desconcertando de esta gloriosa, bendita sea su estampa película.

Aquella en la que Redford se va a la cama con una señora sin rastro de belleza pero con turbador atractivo.

Y si han visto la película sabrán las razones de que todavía me descoloque, que me haga pensar… Uffffff.

Como toda película que supera la prueba del tiempo, El golpe aún late y con fuerza porque es sencillamente, y pese a su complejidad, redonda.

Todas las piezas del desordenado rompecabezas encajan.

Comenzando por su reparto: actores que hacen creíble a ese grupo de timadores en el que encontramos debilidades que subrayan su carácter.

Una familia a la que terminas por amar y con la que sufres desde la butaca o la comodidad del sofá porque, por Dios, quieres que a ninguno le pase nada malo.

Estás de su lado.

Entiendes demasiado bien a ese grupo de libertarios.

Ese grupo que no ha prosperado en la vida por sus debilidades, por su querencia a una vida no sé si fácil pero sí acostumbrada a vivir el día a día.

Hasta que llega su momento.

Formar parte de una gran operación en la que timar y tomarle el pelo a uno de los grandes.

A un tipo tan identificable en la Expaña de hoy.

Lo escribo porque el capo se ha acostumbrado desde el poder a timar y a tomarle el pelo a los peces chicos.

Así que si alguna vez se retrató aquello de la unión hace la fuerza en el cine norteamericano es en El golpe.  

O la película en la que los peces pequeños con inteligencia no devoran pero sí que dejan con lo puesto al villano de turno.

Así que en unos días donde quieren hacernos creer que somos una manada de gilipollas protestones y en la que nos retrotraemos a tiempos oscuros en nombre de una crisis que justifica cualquier abuso de poder, volver a ver El golpe no es que sea recomendable, sino necesario para enseñarnos con buena letra como hay que actuar y decir basta ya.

Me salen granos como con La gran evasión.

Pero lo escribo con todas sus letras:

Una obra maestra.

(1) Recomendamos la lectura de Las aventuras de un guionista en Hollywood y Las nuevas aventuras de un guionista en Hollywod, de William Goldman editadas en España por Plot Ediciones en 1992 y 2002, respectivamente.

Saludos, ¿a qué esperas?, desde este lado del ordenador.

Dos que cabalgan juntos

Martes, Febrero 12th, 2013

Resulta inquietante lo actual que se ha puesto El retrato de Dorian Gray y Bel Ami.

Y si bien algo de ello encuentro en las nuevas versiones –los remakes dicen– que forman parte del disco duro de mi memoria, últimamente me quiebra la conciencia la tendencia que tiene el cine por rehacer títulos que apenas han y habían llegado a su mayoría de edad.

Las explicaciones que dan son varias.

Ladran y ladran.

No se apuesta por ideas.

Experimentan con el original porque se mejora aunque el producto original, ya digo, apenas lleve cinco años rondando el mercado.

Eso sí, las nuevas versiones –los remakes que le dicen– aportan elementos novedosos: mejora la ambientación y sus efectos especiales.

La historia, si embargo, sigue siendo la misma solo que vuelta del revés.

O deconstruida que es lo que mola decir ahora.

Aunque la palabra exacta sea en la mayoría de los casos reconstruida.  

Pero es un remake.

Y uno, al final, hasta lo perdona.

Lo que no perdona, y le hace sacar dinero de la cuenta en Suiza para subvencionar a sicarios afganos, es lo que hacen con las adaptaciones basadas en mis títulos grandes de la literatura.

Veo dos que se presentan en estos tiempos recientes.

Cintas las dos inspiradas en novelas que forman parte de mi biblioteca de cabecera.

El retrato de Dorian Gray cuenta con varias adaptaciones cinematográficas. La primera de ellas firmada por Albert Lewin en los años cuarenta con un ambiguo Hurd Hatfield como Gray y ese siempre exquisito ruso blanco que fue George Sanders como su corrupto mentor, lord Henry.

Lewin y el mismo Sanders trabajarían juntos otra vez en 1947 en Bel Ami, la otra novela que ocupa un espacio preferente en mi caótica biblioteca.

Llegué a Oscar Wilde leyendo primeros sus relatos, algunos de los cuales conservan aún una fuerza conmovedora no sé si por su refinada y cursi crueldad.

Mi devoción wilderiana me llevó a que leyera prácticamente todo lo que caía entre mis manos aunque fue El retrato de Dorian Gray el que rubricó mi afición. En él se encuentra lo mejor de este escritor de origen irlandés. Un provocador, un dandi al que intentaron sepultar acusándolo de ridículo y sodomita.

Mi encuentro con Guy de Maupassant fue un descubrimiento.

Con sus cuentos encontré lo peor y lo mejor de mi mismo. Lástima que hoy no pueda releerlos tras cometer una de las más desafortunadas decisiones de mi vida, prestárselas a un extraño que nunca las leyó ni las devolvió.

Sí que conservo Bel Ami, la novela más famosa del escritor que acabó por degollarse, un autor que si bien pasará a la historia por sus relatos en Bel Ami aplicó todo su talento galante para narrar un feroz retrato de su época.

Un mundo trufado de corrupciones y arribistas con una idea fija en la cabeza: poder.

Con estos materiales, resulta cuanto menos curioso por no decir extraño que el cine haya sido incapaz de transmitir hasta hoy la fuerza que aún conserva ambos títulos. Relatos en los que se exploran las dobleces morales y el lado más perverso de la condición humana.

Y eso explica que nunca envejezcan.

Como si envejecen, curiosamente, las nuevas puestas al día que tanto Oiver Parker como Declan Donnellan y Nick Ormerod mostraron en 2010 y 2012, respectivamente, en su El retrato de Dorian Gray y Bel Ami.

Reinterpretaciones que si bien respetan aparentemente la línea argumental, se precipitan demasiado pronto en la tentación por “mejorarlos” con resultados nefastos.

Indignos ya no solo para el espíritu que tienen ambas novelas sino para con el público que, como quien ahora les escribe, aún siente fascinación por ellas.

El retrato de Dorian Gray, según Oliver Parker, es una cinta que nada hacia la nada por siniestrilla. Por coger de la novela solo el barniz de drogadicto y bisexual que emana del personaje, adobándolo con una postmoderna puesta en escena decadente.

Se subraya además el fondo fantástico del relato, ese cuadro que envejece mientras su rejuvenecido modelo parte corazones a diestro y siniestro por las calles de Londres pero carece de la cursi y siniestra crueldad del material literario original.

Las mismas sensaciones me asaltan cuando veo el Bel Ami de Donnellan y Ormerod. Es decir, comprobar cómo se utiliza solo el esqueleto argumental de la novela para liarla, dejando sin costuras la frenética carrera que emprende el joven seductor para convertirse en el rey del juego.

Dos películas que carecen, incluso, del talento para “condensar” de la ya mítica Reader Digest.   

Así que alégreme el día, señor juez…  

Saludos, ya digo, desde este lado del ordenador.

Otra tirada de Tarot

Lunes, Febrero 11th, 2013

Como no tengo nada mejor que hacer y como la primera llamada que recibo en el día es para transmitirme una nueva mordida al escaso parné que aún conservo en Suiza, me voy con una amiga a visitar a una pitonisa que echa los arcanos mayores porque todo lo que lee en ellos: “es verdad.”

No sé lo que quiere decir la amiga con lo de “verdad”, pero digamos que siempre he sentido interés por los que son capaces de descifrar esos naipes.

Yo pierdo a veces el tiempo observando los que tengo al lado.

Nos recibe una señora delgada, que viste una rebequita azul. Otra ñora ofrece café, mientras la pitonisa habla y habla de la meléculas que traduzco al cabo del rato deben ser moléculas.

Se pone en pie y me hace pasar a una habitación pobremente decorada y sentándome en una mesa pequeña y redonda, ordena que baraje las cartas.

- Piense en las meléculas.- repite.

Pero pienso en otras cosas mientras barajo y corto –“por el lado izquierdo, haga usted el favor”– mientras pienso en otras cosas.

- ¿Puedo fumar?- pregunto.

Niega con la cabeza mientras reparte la baraja sobre la mesa.

Por la ventana cerrada llega el ruido amortiguado de una batucada.

- ¡Qué pesado se ponen con el carnaval!- digo.

- ¡Shhhh!- contesta la pitonisa estudiando las cartas.

LA LUNA

Polémica roñosa en la que se ha metido a Antonio Muñoz Molina. El escritor recibió el domingo, 10 de febrero, el premio Jerusalén. Me entero leyendo una noticia que en Israel consideran a Molina como “el escritor español más importante”, lo que no termino de entender, como no termino de entender la reacción de otros intelectuales que afirman que la aceptación de este galardón convierte al autor de Beltenebros en cómplice del Estado judío. El escritor reacciona con un discurso a favor de la tolerancia. Lo que no convence a nadie. Las discusiones encienden la red, donde leo artículos y opiniones que se escoran peligrosamente a tierra de nadie. También a un rebrote racial que pone los pelos de punta. Claro que, objetivamente, en un país como Expaña donde resulta gratis acusar en televisión a quien tienes delante que eres un perro judío no debe de sorprender ni molestar a nadien

EL PAPA 

Pero debe ser cosa que estamos en la  antesala del fin del mundo y que la llegada del Anticristo ya está pronta. El Papa Benedicto XVI comunica en latín con todas sus declinaciones que renuncia. Que tira la toalla, que ya no le quedan fuerzas para continuar… Un amigo me llama para decirme loco de contento que si lo hace es porque se va a destapar su “oscuro pasado”. Algo de nazis y cosas de esas. Y en otro lado se asegura que se retira, que da un paso atrás porque “ya no tiene fuerzas para hacer el bien”. Y pienso, no sé, en El san Manuel Bueno, mártir de Unamuno. Puestas así las cosas como que lo mejor es –como no se cansaba de cantar Luis Buñuel alegre de tanto Dry Martini– ser ateo gracias a Dios.

LA TORRE

La Unión de Actores quiere volver a montarla en la gala de los Goya. Esos premios de un cine español que cada día habla mejor el inglés. Ya era hora. La idea ahora en estas horas de horas es montar algo parecido a lo de 2003, cuando el famoso No a la guerra con el que los profesionales del cine pretendieron conectar con una sociedad española ajena, precisamente, a su cine. Se quiere este domingo, sin embargo, dejar a un lado el compromiso bélico para que se hable de la crisis, ese espectro que ahoga no solo a los que viven del cine. Bien mirado, la Unión de Actores agita el ambiente y consigue dar publicidad a un reparto de premios que “casi siempre se queda en casa.” Escucho a un tío en la radio clamar rabioso que el día que los Goya alcancen en este país la trascendencia de los también devaluados Oscar es que, efectivamente, el cine español ya solo habla en inglés. 

EL MAGO 

Veo La noche del demonio (Jacques Tourneur, 1957) y no siento lo mismo que la primera vez. Digamos que la primera vez me fascinó. Sobre todo el personaje que interpreta Nial MacGinnis, que hace de mago, de hechicero sin que nunca lo veas invocando al diablo; de hombre iniciado presuntamente en las artes mágicas y líder de una secta que vive con su mamá en una mansión rodeada de jardines. No me gusta, aunque la verdad es que nunca me gustó demasiado, Dana Andrews, que hace de un hombre de ciencia pegado a la realidad, de los que solo cree en la resurrección si puede hurgar en las llagas de Cristo resucitado. No obstante aún me inquieta el pergamino con las runas. Ese pedacito de papel que esconde una maldición y de la que solo puede desprenderse el racionalista protagonista si se la devuelve a quien se la entregó. Lo demás, incluyendo la imagen de un demonio de cartón piedra, no evita que crea en ella. 

LA RUEDA DE LA FORTUNA 

Sigo con atención  las investigaciones en torno a los restos momificados del general Prim. Casi parece una novela por entregas decimonónica ya que 142 años después, parece que Prim no murió por las heridas de bala que sufrió tras el atentado en la calle del Turco, en Madrid, sino estrangulado en la cama. Ahora solo falta determinar quién estranguló al moribundo. Y cuáles fueron los motivos que lo condujeron a hacerlo. También el sexo del asesino. La razón que empujó a que lo hiciera. Los porqués…

LA ESTRELLA 

Me pasa algo con Alberto Moravia. Un escritor al que últimamente recurro gracias a esa librería de afortunado todo a cien que sigue siendo el Rastro de la capital tinerfeña. Leo La romana y pienso obsesivamente en Gina Lollobrigida. Y es que La romana no pudo ser otra que ella no solo en la novela sino en el cine. El libro se desarrolla en la Italia fascista, pero es una Italia fascista que solo es paisaje de un relato en lo que importa de verdad es, ya ven, la búsqueda del amor. 

EL LOCO

Dejan que una mujer pinte AE911 sobre el cuadro La libertad guiando al pueblo de Delacroix, en el Museo del Louvre. El acto, condenable, da que pensar sin embargo. Como acto terrorista se enmierda para que “despierte mi adormecida conciencia.” En Francia internan en un hospital psiquiátrico a la señora o señorita que garabateó esas letras y números sobre los pechos de la mujer que guía al pueblo. 

EL SOL

La semana pasada fue una semana intensa. Extrañamente pletórica. De siete días a los que poder marcar al rojo en el calendario. Debe ser cosa del carnaval. 

Tras lectura de la última carta, la pitonisa me mira fijamente a lo ojos.

Y sacude la cabeza quiero entender para salir del trance.

Por la ventana cerrada se cuela el tum tum amortiguado de una murga.

- ¿Cuánto?

- La voluntad.

Saludos, que mañana será otro día, desde este lado del ordenador.

La gran evasión, cincuenta años después

Domingo, Febrero 10th, 2013

No sé cuantas veces la he visto.

Y no sé cuantas veces la veré antes de que me vaya de este mundo.

Aunque la última, ya ven, fue la noche de un sábado en el que mientras tanto se colaba por la ventana los gritos, chillidos de la marabunta.  

Claro que valía la pena volver a verla. Será que nunca me canso de verla.

Tanto, que son muchos los días que me levanto tarareando el tema principal de su banda sonora (Elmer Berstein, of course).

Tanto, que son muchos los días en los que me veo tirando una pelota de béisbol contra la pared. Encerrado entre las cuatro paredes de la cueva.

Debajo de mi ventana, mientras tanto, dos chiquillas disfrazadas de policías orinan entre dos automóviles aparcados en la acera. Más allá, tres tíos vestidos de ganso hacen lo mismo cara a la pared.

Por el asfalto de la calle corren cuesta abajo ríos de orina que se mezclan unos con otros en caprichosos afluentes. Por la Rambla de Pulido continúa pasando gente metidos en una película de la que me siento ajeno.

Así que prefiero disfrutar una vez más de esa película que me viene acompañando desde que tengo uso de razón.

Una película que nunca he visto en pantalla grande sino por televisión y una película, además, que hasta que me hice con una copia en deuvedé tampoco había escuchado en versión original.

Celebra este año medio siglo, o cincuenta años sin que apenas se le note la arruga del tiempo.

Respira y respiro con ello aire fresco, tanto, que siempre hace que me abstraiga de la realidad en la que me encuentro.

La noche de ayer, por ejemplo, me hizo olvidar el rugido de la marabunta y el cuadro entrañable que siempre deja como rastro debajo de mi casa.

Se tituló en España La gran evasión y la dirigió uno de esos cineastas a los que denominan como artesano. Lo de artesano lo tecleo con la piel de gallina porque siempre he pensando que cuando se define así el trabajo de cualquiera parece que se quiere decir: es un tío que lo hace bien pero no suele dejar huella

Y John Sturges sí es de los que me dejó huella.

Amo Duelo de titanes y El último tren a Gun Hill. Detesto Los siete magníficos, y me hizo apreciarlo un poco más cuando estrenó Ha llegado el águila, su último trabajo. Lo que esos mismos a los que me refería llaman como testamento cinematográfico.

Pero si me quedo con una película de su filmografía, irregular pero con disparos de nieve y una luz cegadora que aún me conmueve, es La gran evasión, una película gigantesca no ya por su historia, ni siquiera por el impresionante y plagado reparto de estrellas que la salpica; tampoco por esa banda sonora que, a mi juicio, es una de las mejores de la Historia del cine.

No, no… si algo me sigue abduciendo de La gran evasión es porque todo en ella es perfecto como vehículo de entretenimiento.

Una obra redonda en la que todo funciona.

Y tanto, que aún funciona.

Es un canto al individualismo y a la obstinación. A intentarlo sin pensar en el fracaso. También la historia de un puñado de hombres en guerra que todavía combate al enemigo con la única arma que tienen: fugarse.

Está escrita por el escritor especializado en novelas río James Clavell y por uno de los grandes de la novela negra, William R. Burnett, quien afirmaba en el primer volumen de Backstory. Conversaciones con guionistas de la edad de oro (coordinado por Pat McGuilligan, editorial Plot, 1993): “Cuando comenzamos a trabajar en La gran evasión no aparecía ningún americano en ella. Le dije a John: “Estamos haciendo esto para el público americano, así que tiene que haber americanos.” Los personajes de Jim Garner y Steve McQueen son míos. Todo eso del béisbol, el tipo sentado en la celda, todo eso es mío. Nunca hubiera sido lo mismo sin aquellos dos personajes, si todos hubieran sido ingleses.”

Ehhhh

…. Grande, grande Burnett.

Ese clásico de la literatura norteamericana.

En La gran evasión los dos americanos celebran en el campo el Día de la Independencia rodeados de funcionariales y estirados británicos, algún polaco (grande Charles Bronson) y alemanes armados hasta los dientes.

Día de la Independencia.

Un 4 de julio.

Aunque en el filme la fiesta consiste en joder a los alemanes. Y de refilón en que los ingleses se den cuenta de quienes son sus rebeldes hermanos de la ex colonia.

El objetivo común es fugarse como una estampida de ese campo de concentración para pilotos derribados que gobierna al principio con guante de seda un oficial de la Luftwaffe.

Son tantas las escenas, que todavía me emociono y veo como si fuera la primera y afortunada primera vez.

Las imágenes se acumulan e intentan hacerse paso dentro de mi cabeza.

Así que recuerdo cómo hacen desaparecer la arena de los túneles que están construyendo.

Y cuando los yanquis fabrican licor con las cáscaras de papas, nunca patatas.

Y cuando descubrimos que el personaje que interpreta Bronson, “el rey de los túneles”, sufre claustrofobia, y de cómo se convierte en lazarillo de ese actor con cara inquietantemente de niño que tuvo el gran Donald Pleasence

¿Y cuándo caen en su propia trampa los personajes que encarnan Richard Attemborugh, en el filme el cerebro de la operación, y su segundo, Gordon Jackson?

Y ese momento en el que los golfos y privilegiados presos del campo se encuentran con un batallón de soldados rusos vigilados brutalmente por los alemanes.

Y, cómo no, la escena en la que McQueen a horcajadas de una motocicleta intenta llegar a Suiza perseguido por el enemigo…

Veo otra vez La gran evasión.

Y es como la primera vez aunque me la sepa casi de memoria.

¿Es la obra de un artesano?

Me encojo de hombros porque para mi es, sencillamente, perfecta.

Tanto, que se pasan las horas, el puto tiempo, y dejo de escuchar el rugido de la marabunta.

Me salen granos solo con escribirlo… pero lo escribo.

Una obra maestra. 

Saludos, un domingo de carnaval, desde este lado del ordenador.

Duro y en ebullición

Sábado, Febrero 9th, 2013

Quise colgar el teléfono de un golpetazo. Traté de serenarme y, si no hubiera sido porque Ellen desde las profundidades del sofá, lanzó una ahogada risita, le hubiese pegado una patada a lo primero que se me hubiese pegado a tiro. Estuve a punto de decirle que se callase, pero cuando una mujer le mira a uno como ella lo estaba haciendo, se le atraganta la lengua, se limita a quedarse quieto.”

(El gran crimen, Mike Spillane. Colección Intriga, Plaza y Janés, 1967. Traducción de Eduardo Mallorquí del Corral).

Javier Coma destaca en su todavía imprescindible Diccionario de la novela negra norteamericana (colección Contraseñas, Anagrama, 1986) que la corriente del hard boiled (duro y en ebullición) es una tendencia literaria que, surgida en los violentos y locos años veinte, se caracterizó por “su culto a la violencia, el sarcasmo y el ritmo trepidante de la acción”, características que encuentro sin disfraz en Gangster Squad (Ruben Fleischer, 2013), largometraje que reinterpreta las claves hard boiled en clave cómic.

Un cómic que tiene mucho que ver con la excelente y experimental revisión de un clásico del tebeo como fue el Dick Tracy que firmó Warren Beatty a finales de los años ochenta y que recuperó con otros síntomas el elegante noir de L. A. Confidencial (1997), de Curtis Hanson, película en la que adaptaba al cine una de las cuatro novelas que James Ellroy dedicó a la desquiciada ciudad de Los Ángeles en la década de los cuarenta del pasado siglo XX.

Los Ángeles es protagonista también de la acción de la gamberra y ultra reaccionaria Gangster Squad, película que bebe de fuentes variopintas, aunque todas ellas recientes.

Es decir, de filmes que, como el de Hanson, reinterpretan un género en el que más que la historia lo que importa es la estética y la ambientación retro de un universo que, como el western, tiene señas de identidad objetivamente norteamericanas.

Y en este sentido, Gangster Squad no engaña desde su primera escena.

Esa en la que un tuneado Sean Penn como Mickey Cohen descuartiza a un gang de Chicago que quiere hacer negocios “en mi ciudad.”

Gangster Squad advierte así, nada más iniciarse, que vamos a ver una pulp fiction.

Un largometraje plano, con personajes igual de planos en lo que importa no son los grises, las contradicciones que animan a sus personajes, sino la acción a ritmo de swing.

Intentar por ello buscar otras lecturas en lo que solo promete “culto a la violencia, sarcasmo y trepidante acción” es una tarea condenada al fracaso porque, como reitero, la película ya dice por donde van a ir los tiros desde su inicio.

Mucho bang, bang, bang…

Y nada sobre reflexionar en torno a un género, como es el negro criminal, cuya última reinterpretación intelectual, Muerte entre las flores (Joel y Ethan Coen, 1990) no superó las expectativas por actualizarlo como sí hizo la todavía reivindicable Los intocables de Eliot Ness (Brian de Palma, 1987).

Gangster Squad es así un largometraje de gatillo fácil y mensaje si quieren siniestramente fascista.

En el que se viene a decir, como se venía a decir en el filme de Brian de Palma, que solo se puede poner fin al mal empleando las mismas armas que el mal.

Un mensaje claro y directo, ideal para consumidores de cotufas.

Espectado al que le trae floja discursos como ¿pero si utilizan las mismas armas que el mal, qué los diferencia de, precisamente, el mal?

Película por lo tanto de una aplastante y siniestra simplicidad, Gangster Squad es un producto circense que si te arroba, te roba. Y si te mosquea, ¡pues vete de la sala, chaval!

Solo puedo decir que para todo lector de hard boiled, el filme de Fleischer no decepciona.

Ya que quiere ir de duro y quiere estar en continúa ebullición.

Quiere, además, arroparte en su equívoco discurso estético violento que a mí, al menos, me hace evocar las novelas del maestro Mike Spillane.

Un facha el Spillane con todas sus letras.

Pero que inspiró con su bronco Mike Hammer al Harry el sucio que, años más tarde, encarnaría en pantalla Clint Eastwood.

Juez Dredd es así una fantasía postmoderna para la chiquillería que olvida a sus ilustres clásicos.

Todos esos feroces detectives privados y agentes de la policía a los que obligan a renunciar a su placa (seña de identidad) para que apliquen la ley a su manera.

Alégrame el día.

Soy la puta ley.

Hard boiled.

Facherío en continua y dura ebullición.

El personaje que hace que interpreta Josh Brolin recuerda así a un Mike Hammer.

El personaje que hace que interpreta Ryan Gosling recuerda así al mejor amigo de Mike Hammer, ese mejor amigo que en casi todas las novelas de Spillane muere nada más empezar la historia para justificar las tropelías justicieras de su psicópata justiciero…

Y todo ello, todas estas señas de identidad hard y boiled las encuentro en esta delirante, entretenidísima Gangster Squad.

O el relato de un batallón fantasma que, presuntamente, trabaja a favor de la ley aunque al margen de la ley.

Una reinterpretación todavía más pulp –o de encefalograma no tan plano– que la frustrante La brigada del sombrero (Lee Tamahori, 1996), uno de cuyos actores, el pétreo Nick Nolte interviene también en Gangster Squad, película, ya digo, con igual discurso simplista que aquella. Solo que en esta ocasión echa toda la carne sobre el asador.

Entiéndase: tiros, tiros y más tiros.

Concluyo:

Gangster Squad es cine primitivo.

Entretenimiento rudo en estado constante de ebullición.

Su discurso va directo al grano: para poner fin al mal hay que utilizar las mismas armas que el mal.

Claro que… ¿qué es el mal?

En Gangster Squad, Penn/Cohen no para de repetir que encarna el progreso.

Los indignados, encarnados en ese grupo de policías que reparte justicia al margen de la ley, justo lo contrario…

Ya ven…

El mundo al revés. 

Saludos, metralleta Thompson en mano, desde este lado del ordenador.