Archive for Julio, 2013

Fallece el percusionista José Pedro Pérez

Lunes, Julio 22nd, 2013

Silencio pesado y triste en el universo musical canario.

Ha fallecido el percusionista José Pedro Pérez León.

José Pedro trabajó con grupos y artistas como la Compañía de Flamenco I+D Danza, Al Farabi, Euclydes Mattos, Madeira de Choro, Cambio de Sentido, Fernando Otamendi, Trespuntocero3.0, Tricústico, Adhâr Goma, Julio Tejera, Borondón, Greg Lyons, Taller Canario, Almargen, Los Sabandeños, Mestisay, Taburiente, Sergio Makaroff, Luis Pastor, Cañamán, Benito Cabrera, Arístides Moreno, Gato Gótico, Añoranza, Artenara e Ismaila Sane, entre otros.

También cabría destacar sus colaboraciones junto a Paco Perera, Fabiola Socas, Mari Carmen Mulet, Enrique Guimerá, Zigurath, Kike Perdomo, Rubem Dantas, J.C. Machado, Carlos Sánchez, Mbalax, Macaronesis, Luis Lozano, Rita Tavares, Epi´s Station, Sonhora Delté, Manuel Bonino, ST Fusion, Carlos Costa & Jet Set, Manuel Illán, Randy Brecker, Baobads, Polo Ortí, Machado-Gueblón Experience, Dato Eugenidze, Randy Brecker, Pedro Guerra, Rosana, Andrés Molina, José Manuel Ramos, Parranda de Cantadores y Domingo Rodríguez “El Colorao.”

(*) La imagen está tomada de la web Canarias Cultura.

La Forja, La Ruta, La Llama

Domingo, Julio 21st, 2013

Me imagino que como a muchos lectores las modas, las tendencias, los gustos, las obsesiones te las cocinas tú mismo. Es decir, que prefieres permanecer al margen de lo que te señalan y solo confías en lo que te dicta tu instinto.

Hace muchos años, demasiados quizás, me dio por leer toda esa literatura escrita en español sobre la que dicen es nuestra Guerra Civil, aunque para mi ninguna guerra es nuestra sino de quienes las provocan.

Confieso que lo tuve fácil porque mi padre logró armar la que, posiblemente, fue una de las más completas bibliotecas sobre la Guerra Civil que se pueda encontrar en estas islas.

Biblioteca en  la que además de volúmenes en los que se repasaba aquel conflicto en el que mi padre, como tantos otros, resultó una víctima involuntaria, contaba con novelas y relatos también que estaban al alcance de la mano de un aprendiz.  De alguien que solo sabía deletrear su nombre y al que el destino empujó a cogerlas para que entendiera un conflicto que no se cansan todavía en mantener abierto en el imaginario de sus bisnietos.

Así conocí la serie El laberinto mágico de Max Aub, fresco imprescindible para entender la debacle desde el lado de los que perdieron, los rojos; pero también un título igual de imprescindible para asumir lo que sintieron los que estaban del otro lado, los fachas, los rebeldes, los facciosos, como es Madrid, de Corte a Checa, de Agustín de Foxá, aristócrata cuyo nombre volví a reencontrar cuando leí Kaputt, de Curzio Malaparte.

Devoré, no leí, a Ramón J. Sender y su Crónica del alba y a Arturo Barea, entre otros.

Este post no pretende, sin embargo, orientar sobre títulos de aquella contienda a la que ya le dedicamos una entrada en su momento, pero sí para justificar la importancia que para mi ha sido encontrar esta misma mañana, mientras daba una de esas vueltas en torno al rastro instalado en la capital tinerfeña, con la cuarta edición de La forja de un rebelde en la que se integra en un solo volumen sus tres tomos: La Forja, La Ruta y La Llama, editado por Losada en 1966.

Es probable que a muchos el nombre de Losada no le suene a nada, pero para quien les escribe ahora estos libros formaron parte de la biblioteca particular de mi padre que, no sé cómo, se nutrió de bastantes de ellos cuando este país lo gobernaba un general de cuyo nombre no quiero acordarme.

Siempre me gustaron las portadas de los libros Losada, y el hecho de que fuera la editorial de los exiliados le confirió, si cabe, una histórica altura que el paso de los años solo ha hecho que crezca dentro de mi cabeza.

Losada nació en Buenos Aires, Argentina, a finales de los años treinta del siglo XX y aún funciona como editorial. Me entero, buceando en la red, que fue fundada por un hombre que amaba profundamente a los libros, Gonzalo Losada, junto a Guillermo de Torre, Atilio Rossi, Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Luis Jiménez de Asúa y Francisco Romero.

Lo demás es historia.

Aunque me quedo con un retrato del editor tal y como lo entendió el hombre que le dio nombre y forma a esta editorial:

“El editor ha de tener infinitas caras o facetas porque debe, en primer lugar, amar entrañablemente al libro por sus elementos físicos y por las ideas que contiene. En lo inmaterial, no hay manifestación del pensamiento y de la imaginación del hombre que no pueda ser reducida a fórmula y aprendida en un libro: la ciencia, la literatura, las artes, la matemática.”

No me planteo cuánto hay de verdad en esta cita que reproduzco de la página web de la editorial porque las verdades no hay que planteárselas. Pero quizá sea una de las razones que me han conmovido al toparme por casualidad, esta misma mañana y cuando ojeaba en ese oasis de felices encuentros y reencuentros que es el Rastro de la capitá en la que vivo, con un ejemplar de La forja de un rebelde que cojo entre mis manos intentando que no se aprecie mis emociones mientras paso sus páginas y veo impresa la firma de su anterior propietario, una firma diminuta, creo incluso que escrita a pluma, donde leo Rosy.

Hace mucho, mucho tiempo, que leí La forja de un rebelde.

Estaba en la biblioteca de mi padre, ya he explicado. Pero desapareció misteriosamente porque como sentenciaba aquel cartelito de la Librería Sonora: Libro prestado, libro robado.

Recuperarlo hoy lo asumo como una señal.

Porque cuando lo tengo entre mis temblorosas manos pienso, idiota de mí, que La forja de un rebelde vuelve. Y al volver, me invita a que lo lea otra vez.

A que cambie otra vez.

Las esquinas del volumen están castigadas por las huellas del tiempo y las páginas ya no son blancas sino amarillentas…

Ya en casa, repasando las hojas, me detengo en los títulos que se anunciaban entonces como novedades dentro de esa misma colección, Novelistas de nuestro tiempo, e intento imaginar quién fue Rosy, su anterior propietario.

¿Quién fue Rosy?

¿Le gustó La forja, La Ruta, La Llama?

¿Dónde estás, Rosy?

Rosy es una firma estampada en azul.

¿Debo escribir él o ella?

Redacto estas líneas con el ejemplar inclinado, como si estuviera leyendo estas apresuradas líneas.

Yo solo sé, concluyo, que releeré La Forja, La Ruta, La Llama como si fuera ayer.

Ayer es hoy.

Ayer es mañana.

Saludos, gracias, Rosy, desde este lado del ordenador.

¿Ochenta años haciendo el ganso?

Sábado, Julio 20th, 2013

SRA. TEASDALE (Margaret Dumont): Espero que siga los pasos de mi marido.

RUFUS T. FIREFLY (Groucho Marx): ¿Qué les parece? No llevo aquí ni cinco minutos y ya se me está insinuando. ¿Dónde está?

SRA. TEASDALE: Está muerto (…). Yo misma estuve con él hasta el último momento.

RUFUS T. FIREFLY: Ahora sé por qué pasó a mejor vida.

SRA. TEASDALE: Lo abracé y lo besé.

RUFUS T. FIREFLY: Entiendo. Fue asesinado. ¿Quiere casarse conmigo? ¿Le dejó algún dinero? Conteste primero a la segunda pregunta.

SRA: TEASDALE: Me dejó toda su fortuna.

RUFUS T. FIREFLY: ¿Es cierto? ¿No ve lo que quiero decirle? ¡La quiero!

(Sopa de Ganso, Leo McCarey, 1933)

Rafael Azcona dijo en cierta ocasión que cuando estaba deprimido, con ganas de tirarse por la ventana, de mandar todo al carajo, volvía a ver Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935) para recuperar el optimismo que se le escapaba de entre los dedos. A mi me encanta Una noche en la ópera, de hecho me encantan casi todas las películas que protagonizaron los inclasificables hermanos Marx, y haciendo caso del maestro Azcona recupero las viejas/nuevas películas de los Marx cuando la sombra de la depresión planea por mi cabeza con la misión de que me haga olvidar los malos rollos, las ganas de tirarme por la ventana, de mandarlo todo al carajo.

Pero más que Una noche en la ópera si hay una película de los Marx que a mi todavía me hace llorar no de pena sino de alegría es Sopa de ganso, largometraje que cumple ochenta años muy bien cumplidos aunque en el momento de su estreno resultó un catastrófico fracaso que puso en riesgo la carrera cinematográfica de los marxistas hasta que el productor Irving Thalberg los fichó para que trabajaran en la Metro Goldwyn Mayer.

Así lo cuenta Groucho en su imprescindible Groucho y yo (1):

“Recuerdo la primera vez que nos encontramos con Irving Thalberg. Chico, como de costumbre, había combinado el encuentro en torno a una mesa de bridge. Thalberg dijo:

- Me gustaría hacer algunas películas con ustedes, amigos. Me refiero a verdaderas películas.

- ¿Qué le ocurre a Cocoteros, Animales locos y Sopa de ganso? ¿Va usted a decirme que no eran graciosas?

- Claro que eran graciosas –dijo–, pero no eran películas. Carecían de argumento.

-La gente se reía, ¿no es así? –preguntó Harpo– Sopa de ganso provocó tantas risas como cualquiera otra comedia que se haya filmado, incluidas las de Chaplin.

- Eso es cierto –reconoció–: era una cinta muy divertida, pero en una película no se necesitan tantas carcajadas. Voy a hacer una película con ustedes, con la mitad de chistes, pero con un buen argumento, y apuesto a que recaudará dos veces más que Sopa de ganso”.

Y como recuerda Groucho, Thalberg no se equivocó. Una noche en la ópera “dobló las recaudaciones de Sopa de ganso”.

Con todo, si hay una película de los hermanos Marx con la que me quedo y cura depresiones y otra clase de malestares físicos y espirituales es Sopa de ganso. Con permiso del señor Thalberg.

Thalberg inspiro al Monroe Starr de la novela inconclusa El último magnate de Francis Scott Key Fitzgerald, y fue un revolucionario, un visionario que marcó las pautas que hicieron rentable el cine que se cocinaba en el Hollywood de aquellos años.

En el caso de los hermanos Marx, sin embargo, y es una opinión muy personal, creo que su orientación quiso domesticar el espíritu anárquico de tan ilustres hermanos.

Y eso que disfruto mucho con Una noche en la ópera y Los hermanos Marx en el oeste. Me fascina incluso los números musicales. Ya saben, aquellas interrupciones en las que Harpo Marx aprovecha para tocar el arpa y Chico Marx el piano, pero sí que notaba en falta el caos, el salvajismo, la sucesión de disparates de los filmes anteriores de aquellos marxistas.

Y ese caos, ese salvajismo, esos disparates explotan libertariamente, sin cadenas, sin ataduras en Sopa de ganso que, a mi juicio, es su obra maestra. Su obra maestra para entender ese absurdo que es la vida. Este chiste que solo quieren teñir de tragedia los que no son marxistas.

Cuenta esta película, además, con una escena redonda.

Silente.

Perfecta.

Me refiero a la del espejo, esa en la que Pinky (Harpo), vestido como Rufus (Groucho), intenta convencerlo de que es su propia imagen reflejada en un espejo que se ha hecho añicos.

Suelto la carcajada cada vez que veo esta escena. Los ojos se me anegan de lágrimas mientras la depresión se va por el desagüe.

No sé hasta que punto está presente la mano de Leo McCarey en esta película, pero digamos que desde ese día me tomé muy en serio el cine que firmó este director. Hoy apenas reivindicado pero que cuenta con una filmografía en la que aparecen títulos que me hicieron entender el cine de otra manera.

Imagino que la mayoría de los que recalen en este post saben de qué va la historia de Sopa de ganso.

Una película, por otro lado, curiosamente actual por su contenido político.

Política con mirada marxista.

Viene a ¿narrar? el enfrentamiento entre dos naciones, Libertonia y Silvana, que mantienen un delicado pulso diplomático para no declararse la guerra.

Una guerra que al final explota.

Y que resulta absurda como son todas las guerras.

El gran Gila y su teléfono le deben mucho a Sopa de Ganso.

Carezco de teléfono, pero pienso que ochenta años no es para esta película que aún late con vida. Como si fuera ayer.

Que le hace cortes de manga al tiempo y a esa señora estrafalaria y excéntrica que es la Parca.

Luego es lógico que sea marxista.

Y que Groucho, Chico, Harpo y Zeppo Marx sean mis camaradas.

TRENTINO (Louis Calhern): Quiero un informe detallado de su investigación.

CHICOLINI (Chico Marx): De acuerdo, se lo diré. El lunes vigilamos la casa de Firefly pero él no salió. No estaba en casa. El martes fuimos al partido de béisbol. Pero nos engañó, no apareció. El miércoles él fue al partido, pero le engañamos; no fuimos. El jueves hubo un empate; nadie apareció. El viernes llovió todo el día, no hubo partido, así que nos quedamos en casa escuchando la radio”.

(1) Groucho y yo, Tusquets Editor, cuarta edición: septiembre 1977. Traducción de Xavier Ortega.

Saludos, “señores, puede que Chicolini parezca un idiota y hable como un idiota, pero no se dejen engañar, es idiota”, desde este lado del ordenador.

Bruce Lee ¡solo ante el peligro!

Viernes, Julio 19th, 2013

A los freaks de aquellos tiempos nos daba vergüenza reconocerlo, pero nos gustaban las películas de karatekas. El historiador Román Gubern acuñó sin poca fortuna el término de soja western para englobar todas aquellas producciones que nos venían del lejano y misterioso Oriente. Escribo lo de poca fortuna porque no trascendió –como sí trascendió el despectivo espagueti western– para etiquetar a un puñado de cintas cuya influencia todavía se detecta en el cine de acción que se rueda en estos tiempos vacíos, sin atisbo de imaginación, en los que vivimos.

Pese a la ceguera de los entendidos, el cine de artes marciales se expandió entonces como un fantasma que recorría Occidente.

Se abrieron gimnasios y pequeños saltamontes que hasta ese momento ignoraban que había otro mundo y otras culturas más allá de la Gran Muralla descubrieron una filosofía que hacía de la lucha, siempre como autodefensa, algo así como argo trascendente.

Contaba con un grupo de amigos que no se perdía ninguna de estas películas. Más que un subgénero, un género en toda regla cuya primera estrella rutilante tuvo nombre y apellido: Bruce Lee. Un tipo, el Lee, del que supe por primera vez por uno de esos colegas entusiastas que practicaba kárate –el judo ya no molaba– y coleccionaba, como quien colecciona colorines, todo tipo de armas orientales.

Me acuerdo de unos nunchakus que me ponían bastante nervioso cuando jugaba con ellos dando grititos imitando a Bruce Lee.

- Aiiiiii, iiiiii.

Este colega, que aún anda colgado con esas historias, se pasó más tarde a los ninjas, pero eso es otra historia, como historia es que este sábado, 20 de julio, se cumple cuarenta años de la muerte de Bruce Lee. Actor, luchador, filósofo que falleció inesperadamente apenas pasado los treinta en circunstancias que todavía genera todo tipo de especulaciones.

El caso es que, cuando su carrera cinematográfica comenzaba a instalarlo como estrella, la muerte, que no deja de sorprenderme por su siniestro sentido del humor, se lo llevó como se llevó a ese pequeño bastardo llamado James Dean.

Aunque fue precisamente su vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver lo que elevó a la categoría de leyenda a Bruce Lee. A que muchos pensaran, entre ellos mi colega, que tras su desaparición este tipo de cine ya no volvería a ser el mismo.

Yo, que nunca he practicado artes marciales, pero que como Amory Blaine me emociono con cosas sencillas, terminé por aceptar a Bruce Lee porque no fallaba en aquellas sesiones de cine en las que me refugiaba en una adolescencia y primera juventud de la que guardo muchos, demasiados recuerdos.

No he vuelto, sin embargo, a revisar esas películas.

Pero la experiencia me dice que tuvo que ser positiva cuando Furia Oriental, El furor del dragón y Operación dragón se mantienen aún frescas en la memoria.

Tanto, que cuando veo al injustamente castigado Chuck Norris por esa misma gente que me colocaba la letra escarlata por ver estas películas no sabe que se midió a pecho descubierto contra Lee en el Coliseo de Roma en El Furor del Dragón.

Un combate de colosos que consiguió, además, que el público occidental estuviera del lado del chino, del tipo bajito y con ojos rasgados.

- ¡¡¡Pártele la cara!!!- gritábamos en el cine.

Y Lee le partía la cara y las piernas, y los brazos al Norris.

Bruce Lee, que había nacido en la ciudad de San Francisco, ciudad desnuda, se transformó en leyenda.

Sé agua…

Pero antes de ser agua fue hielo.

Intelectual y físicamente.

Una vez reconocido como experto en artes marciales y frustrado de que se escogiera a un blanco para encarnar al Pequeño Saltamontes de la serie Kung Fu porque “resultaba demasiado chino”, Bruce Lee hizo de Kato en la serie Green Hornet y de secundario en Marlowe, detective muy privado (Paul Bogart, 1969), una simpática versión de la novela La hermana pequeña de Raymond Chandler y en la que James Garner hacía de Philip Marlowe.

Claro que fue entonces, tras ser entrenador y maestro de artes marciales de Steve McQueen, James Coburn o Kareem Abdul Jabbar, cuando Lee decide firmar un contrato en Hong Kong con, para algunos aficionados, el diablo: Raymond Chow.

Pero a Chow le debemos Kárate a muerte en Bangkok y Furia oriental.

También a que Lee se creyera, nada más comenzado los setenta, que era más un océano que agua al escribir y dirigir El furor del Dragón, la que es sin duda su obra maestra.

Después vino Operación Dragón (Robert Clouse, 1973), cinta que no llegó a ver. La muerte, esa bromista siniestra, había llamado a su puerta.

Lo demás es caos.

Culto a la muerte.

Especulación sobre su pronta desaparición.

- Se lo cargaron los chinos comunistas.

- Lo mataron los maestros del Kung Fu porque estaba revelando secretos…

- Bruce Lee es mi maestro.- me dijo mi colega veinte años después de que descansara bajo tierra, no dejaba de mover los dichosos nunchakus.

- Aiiiiii, iiiiii.- recitaba.

Ahora entiendo que como un mantra.

Saludos, sé agua, desde este lado del ordenador.

Alexis Ravelo obtiene con La última tumba el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe

Jueves, Julio 18th, 2013

“Esto es un premio para todos los que escribimos novela negra en Canarias” dice Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971), ganador con La última tumba de la XVII edición del Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe, dotado con 10.000 euros y cuyo fallo se ha hecho público este jueves, 18 de julio.

Ravelo concurrió al certamen con el pseudónimo de Larsen y no abrigaba demasiadas esperanzas en obtenerlo. Afortunadamente, ayer, miércoles, la frustración se hizo añicos cuando el presidente del jurado, Lorenzo Silva, lo llamó para transmitirle la buena nueva: La última tumba, por decisión unánime, obtiene el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Gestafe. Un premio que en ediciones anteriores recayó autores como David C. Hall y Francisco Balbuena, entre otros.

Junto a Lorenzo Silva, formaron parte del comité deliberador Ramón Pernas, director de Ámbito Cultural de El Corte Inglés; Fernando Marías, también escritor y Esperanza Moreno, editora del Grupo EDAF, Grupo que editará en octubre La última tumba, un relato que se desarrolla en 1988 y 2011 y que tiene como protagonista a Adrián Miranda Gil, un chapero drogodependiente, condenado a 29 años de prisión por el brutal asesinato de Diego Jiménez Darias, asesor de un importante dirigente político regional y que tras cumplir más de veinte años de condena, afronta la libertad condicional para urdir un maquiavélico plan de venganza tras descubrir que su acusación no fue fruto de un mero error judicial, sino parte de una conspiración en la que él sirvió como cabeza de turco.

Para Lorenzo Silva, Ravelo pone de manifiesto en La última tumba que “la novela negra en España es mucho más que Madrid y Barcelona, y que desde Las Palmas se puede servir una historia criminal contundente e importante”.

Fernando Marías expresa, por otro lado, que se trata de “una novela negra-negra, seca y sin concesiones, cargada de la solidez más clásica del género. Una trama sin fisuras y, sobre todo, un personaje principal absorbente: ambiguo, oscuro, ingenuo a su manera, un inocente acostumbrado a sobrevivir en las peores alcantarillas. Celebro que en estos tiempos en que muchas veces la novela negra es paródica, vacua o blanda, o viene adornada por personajes de cartón, el premio Getafe señale una novela seria y libre”.

La concesión del XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe pone el broche de oro a un año que, literariamente, está dando la razón a los que celebramos el renacer del escritor con su potentísima La estrategia del pequinés, título publicado por Al Revés y que ya va por su segunda edición.

Y UNA TANDA DE AVISOS

* TEA Tenerife Espacio de las Artes acoge este jueves, 18 de julio, y a las 20 horas Noche de risas en corto, sesión en la que se exhibirán los trabajos El chico del 3º B, de Edgar García y Pablo Perera; A todo vas, de Darío López; 22:57, de Yanely Hernández y James Bond y el síndrome del Re Bemol, de El Supositorio, Noche de risas en corto es una iniciativa de Centrífuga Producciones.

* La verdad que te desCuento (Ediciones Idea) es el título del primer libro de relatos de la periodista Doris Martínez, un volumen que recopila dieciséis historias en las que tantea por la realidad, el amor y una serie de muertes extrañas con humor e ironía. Se indica en una nota informativa que lo que pretende Martínez con estos cuentos es “jugar” con la verdad, “y coge parte de esas experiencias cotidianas que todos vivimos, las desmenuza, les da la vuelta y las convierte en historias que tal vez pudieron ocurrir, o que aún pueden pasar.”  Doris Martínez (León, 1966) es conocida por su labor periodística, que desempeña desde hace más de veinticinco años, y ya ha escrito dos libros de arte, aunque esta es la primera vez que publica una obra de ficción. En la actualidad es fundadora y gerente de la empresa Marisma Comunicación y formadora en Comunicación Escrita. También trabaja como correctora de estilo para otros autores y, a través del servicio Corrijoweb, realiza textos para plataformas digitales. Tiene y mantiene el blog de vocación lingüística y formadora, Tiempodecerezasblog. Actualmente vive y trabaja en Santa Cruz de Tenerife.

* El pasado viernes 12 de julio se presentó la web www.isladelecturas.com, uno de los ejes vertebradotes del Plan para el Fomento de la Lectura y la Escritura de Gran Canaria, al que ya se ha sumado medio centenar de entidades. Se trata de la primera plataforma on-line de Gran Canaria dedicada íntegramente al libro y a la lectura en la que participan entidades públicas y privadas. Impulsada por el Cabildo de Gran Canaria a través de la Consejería de Presidencia, Cultura y Nuevas Tecnologías, la web permitirá desde la compraventa de libros (convencionales y electrónicos), a la obtención de datos y estadísticas, pasando por el intercambio de información entre lectores y profesionales, que podrán informar sobre sus novedades.

Saludos, hace caló africano, desde este lado del ordenador.

Los dos rombos

Miércoles, Julio 17th, 2013

Entre las muchas cosas que traumatizaron mi niñez y adolescencia se encuentran los dos rombos con los que la autoridad competente avisaba a los padres de los contenidos sensibles que se iban a emitir.

Creo que desde ese entonces, los rombos y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien. De hecho, se trata de un cuadrilátero paralelogramo que aún resisto a que entre en mi imaginario. Un imaginario que, últimamente, no hace otra cosa que viajar al pasado quién sabe si buscando la fuente de la eterna juventud, divino tesoro.

Como el protagonista de la serie Vive soñando, un pedazo grande de mi existencia se lo debo a la televisión. A perder horas y horas observando aquel aparatito primero en blanco y negro y más tarde en color.

No recuerdo, sin embargo, que en mi casa fueran muy estrictos con  aquello de los rombos, aunque hubo series, como una dedicada al doctor Jekyll y el señor Hyde que me fue vedada porque sus imágenes podían despertar pesadillas.

Pero no era para tanto, aunque quizá eso explique mi temprana afición por la literatura fantástica y que la otra mitad de mi vida me la dedicara a leer colorines de terror (Vampus, Rufus, Vampirella, Dossier Negro, Espectro…) y devorando, esa es la palabras, los cuentos de Hans Christian Andersen, Jacob y Wilhelm Grimm y también Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi, entre otros. Relatos, en definitiva, inquietantes.

Más tarde me inicié en la masonería lovecraftiana, de la que puedo decir sin rubor alguno que soy Maestro del grado 33.

Paradójicamente, la lectura de estos libros contribuyó a que mis pesadillas no estuvieran pobladas de monstruos. Mis pesadillas, entonces y ahora, resultan de un realismo embrutecedor que todavía hoy me hace abrir los ojos con el cuerpo empapado en sudor.

El conde Drácula, King Kong, los monos de El planeta de los monos eran amigos. De hecho, en las paredes de mi dormitorio colgaban fotografías de Boris Karloff como la criatura solitaria del doctor Frankenstein, y King Kong, la versión del 33. También Christopher Lee enfrentándose al mejor Van Helsing de la Historia del Cine, Peter Cushing.

Muchas de estas películas las descubrí cuando tenía la edad que recomendaban los rombos. Por eso considero a los rombos responsables de mi tardía educación sentimental con el cine dícese de terror. A los rombos y, ya lo hemos contado en este su blog, que no me dejaran entrar a verlas en los cines porque  solo eran para mayores de 18 años.

A medida que fui creciendo recuperé gran parte de todas esas cintas que no pude ver.  Eso hizo que todavía sienta algo por las producciones de la Hammer, y en especial por las coloridas y atrevidas películas que dirigió Terence Fisher en la edad de oro de esa ya mítica productora británica.

Guardo también un agradecido espacio en mi memoria cinéfila por los filmes que en los años treinta y cuarenta respaldó los estudios de la Universal. Muchas de cuyas películas aún me sorprenden.

Mi mayoría de edad coincidió, no obstante, con la moda del cine de sangre y tripas,  largometrajes que reducían su mensaje a la mutilación.

Entre los iniciados se hablaba mucho de 2000 Maníacos (Herschell Gordon Lewis, 1964) que casi nadie había visto y que fue algo así como el filme fundacional del subgénero. Llegaría después La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) y la extremadamente feísta y violenta La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972) un filme aún perturbador, así como los estéticos y rocambolescos largometrajes de Dario Argento, que elevó eso que llaman giallo a la categoría de culto con permiso de Mario Bava.

No fui, de todas formas, un espectador fiel al gore, aunque entiendo que fue determinante en mi educación sentimental que viera en un cine, el Víctor si no me equivoco, esa comedia negra que es Posesión infernal cuando Sam Raimi todavía resultaba un cineasta gamberro y con ganas de meter bulla.

Llegó un momento en el que desaparecieron los rombos en la pequeña pantalla, y también que los porteros me dejaran pasar sin pedirme el Documento Nacional de Identidad. Tarjeta que me acompaña desde este entonces a todas partes más por obligación que por otra cosa. Algo así como llevar reloj aunque no te detengas a mirar las horas.

Me sorprende y me hace viajar al pasado –por eso y más– la noticia que el Gobierno de Expaña está trabajando para homogenizar los dos rombos, no uno, en cine, televisión y la red.

Me pregunto así cuántos traumas va a provocar esta decisión entre niños y adolescentes a los que sus padres no dejarán ver determinados contenidos si hacen caso de lo que recomienda la autoridad.

Pornografía, y de la mala, hay en espacios como Sálvame. También gore pero sin el sentido del humor de cintas como Raimi, Lewis y Romero.

Como saben algunos, George A. Romero es quien actualizó al muerto viviente tal y como lo conocemos en la actualidad. Un sonámbulo con solo una idea fija en su podrida cabeza: devorar suculenta y fresquita carne humana.

Hablaba el otro día con un amigo sobre los zombis y le dije que una de zombis no es una de zombis si no hay sangre y vísceras. Romero lo asumió cuando en la segunda entrega de su degenerada serie, cinta en la que se nota la mano de Dario Argento, rodó, precisamente, Zombi (Dawn of the Dead, 1978). Título que a mi juicio y pese a que no haya envejecido demasiado bien, es una de zombis de autor.

Tan de autor, que al final los zombis han terminando convirtiéndose incluso en serie televisiva y en películas donde se proponen delirantes metáforas sobre la crisis y el comportamiento que tenemos cuando actuamos como masa.

En La noche de los muertos vivientes (1968), esa pequeña película rodada en blanco y negro y con un presupuesto de risa, Romero que ya era un cineasta antes de que lo zombificara el sistema, no llegaba a tanto. Su intención, entonces, era inconsciente, que los zombis se degradasen luego intelectualmente es cosa de otros. Además, uno de sus potenciales atractivos  en contra del hombre lobo o el mismo conde Drácula que si se habían definido era porque tenían identidad es, precisamente, porque los muertos vivos carecían de ella.

En este aspecto, Romero se anticipó al advertirnos en lo que hoy nos hemos convertido: cuerpos  reanimados e idiotizados. Claro que alguno de ellos, los más inteligentes, cuando aprenden a hablar (porque los zombis ya hablan e incluso corren)  la primera palabra que sueltan no es papá ni mamá sino Cerebro. Así al menos lo reflejaba la divertidísima y estrafalaria The Return of the Living Dead (Dan O’Bannon, 1985).

Pero divago, lo que ya está comenzando a ser enojosamente habitual en estas apresuradas reflexiones escobilloneras.

Comenzaba este post con los puñeteros rombos y los traumas que despertaron en la primavera de mi existencia. Así que fue leer la noticia y que se abriera la Caja de Pandora, lo que por otro lado, quizá, explique la razón de estas líneas.

¿Un exorcismo?

(*) Para entender el fenómeno del cine de terror norteamericano de los setenta y ochenta recomiendo la lectura de Sesión Sangrienta, de Jason Zinoman, publciado en España por T&B Editores.

Saludos, de todo un poco, como en botica, desde este lado del ordenador.