Archive for Julio, 2013

Tres novelas sobre boxeo

Lunes, Julio 15th, 2013

INTRO

El boxeo ha sido una fuente inagotable de la que manan historias. En especial, en la literatura estadounidense, quizá la mejor que ha sabido reflejar el ambiente que rodea a un deporte del que se ha escrito ya casi todo.

Son numerosos los títulos que escritores de prestigio han dedicado a reflejar las gloria y miserias del boxeo. O una manera de visualizar en clave poética el combate con o sin guantes que significa el día a día. Ya saben, aguantar las trompadas que, espiritualmente, recibimos y las que repartimos en nuestra aparentemente pacífica existencia.

La escritora Joyce Carol Oates cuenta con un excelente ensayo Del Boxeo (Punto de Lectura) de obligada lectura no solo para los aficionados a las cuatro cuerdas.

Para Carol Oates el boxeo no es metáfora de nada sino simple y llanamente boxeo. Aunque también escribe: “La vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos. Pero el boxeo solo se parece al boxeo.”

El ensayo de Carol Oates comienza desmontando algunos de los tópicos que, a su juicio, rodea al boxeo como género literario. Y si bien se puede estar de acuerdo con algunas de sus reflexiones, al final uno no deja de pensar que el boxeo es pura literatura. Llámalo si quieres el violento drama de una sucesión de ganadores y perdedores, aunque yo subrayaría en todo caso de perdedores. Algunos de los cuales resultan noqueados e idos tras la derrota.

En mi biblioteca particular cuento sin embargo con tres títulos que para mi son fundamentales para entender las otras dimensiones literarias que ofrece el boxeo.

Se tratan de novelas que leí conmocionado. Títulos que se preocupan más por describir ambientes y sensaciones de presión que, entiendo ahora, no han perdido su aliento de resistencia.

Una resistencia si quieren inútil, desastrosa, pero resistencia al fin y al cabo.

Llegué a dos de estos títulos primero por sus versiones cinematográficas.

Dos películas, por otro lado, excelentes ya que saben transmitir y muy bien el espíritu de su original literario pero que no terminan por superarlos.

Hago mal, no obstante, en comparar los libros con sus adaptaciones cinematográficas porque literatura y cine emplean lenguajes diferentes. Fórmula y estrategias narrativas radicalmente opuestas aunque el mensaje sea el mismo.

Es más, y pese a ver visto antes las películas, durante la lectura de esas dos novelas los personajes, salvo uno o dos, tuvieron rasgos y respuestas distintas a las que descubrí cuando vi la película.

Por último, recomiendo no cometer el error a probables lectores de recuperar estas cintas una vez hayan finalizado los libros. No vale la pena preguntarse por qué se omitió a ese personaje, cuáles fueron las razones que condujeron a sus guionistas a cambiar aspectos del original, a no respetar incluso su oscuro final.

LAS NOVELAS

Nunca llega la mañana (1942).- Nelson Algren se sirve de la ascensión y caída de un boxeador de origen polaco para escribir la que, a mi juicio, es una de las mejores novelas de este escritor que apostó en su literatura por hacer literatura de y sobre personajes del arrollo: boxeadores, prostitutas, drogadictos, malandros de poca monta. Hombres y mujeres desarraigados. En este sentido, pienso que es una pena que la obra de este potentísimo escritor de la calle no se haya reivindicado aún en España con la altura que se merece. Mientras tanto, muchos son los que pierden el tiempo citando a Bukowksi, a quien le encantaba que la gente perdiera el tiempo con sus novelas y relatos sobre todo en los años ochenta del siglo pasado, que fue cuando gozó de bastante popularidad, en especial mientras descansaban sus libros en las barras de los bares que iban de alternativos… Nunca llega la mañana es una novela donde todo se trunca, escrita con un poderoso lirismo que en vez de atenuar, multiplica esa sensación de crueldad que rodea a sus protagonistas. Gente que anda sin rumbo fijo hasta la desaparición definitiva. La edición que cuento de Nunca llega la mañana pertenece a la colección Reno, Luis de Caralt, editor, y data de 1968. La traducción es de Jesús López Pacheco y la portada es una de aquellas llamativas portadas de Reno firmada por Gracia. Esta versión de Nunca llega la mañana cuenta con una introducción del escritor Richard Wright, quien escribe: “La mayoría de nosotros, americanos del siglo XX, rehusamos reconocer la trágica vulgaridad a la que está condenada la gran masa americana: programas de radio febriles, superpublicidad, rascacielos aerodinámicos, películas de gran espectáculo, producción en serie… todo esto nos proporciona la ilusión de que nuestra vida interior es rica. Para ayudarnos a comprender mejor nuestro tiempo, Algren nos muestra lo que hay realmente en los nervios, el cerebro y la sangre de los hijos de nuestras calles”.

Más dura será la caída (1947).- Muchas son las voces que aseguran que, probablemente, la novela de Budd Schulberg sea una de las más grandes dedicadas al mundo del boxeo. No me atrevería a secundar esta opinión aunque sí que se trata de un libro que trasciende el boxeo para transformarse en Literatura. Conseguí no hace mucho un ejemplar a precio de saldo en el rastro de la ciudad que habito, publicado en Libros Plaza, por lo que sí que puedo asegurar que su lectura, pese al tamaño de letra microscópica, me  deja k.o. La novela, más allá del retrato de un periodista reconvertido en agente de prensa que vende a un púgil de segunda como de primera clase mientras recibe dinero fácil de su promotor, es una historia amarga. También una feroz reflexión sobre el fracaso y la explotación. Su lectura sabe por eso, en estos tiempos caníbales que vivimos, a necesaria. Schulberg retrata con distancia el carácter de todos sus personajes, por lo que no justifica las debilidades de uno ni la inocencia de otro, apodado Toro, un deportista que solo piensa en ganar dinero para que su familia, en Argentina, escape de la indigencia. Más dura será la caída es un ejercicio certero sobre la manipulación, así como un desagradable topetazo con la realidad. El escritor concluye que nadie está a salvo de caer en las bajezas humanas. Que no hay esperanza para la redención. Con suerte, se puede conseguir aún en Alba Editorial, que la reeditó en 1999. Los que no tengan esa suerte, puede recurrir a la versión cinematográfica firmada por Mark Robson en 1956 y protagonizada por Humphrey Bogart, Rod Steiger, Jan Sterling y Mike Lan, entre otros. Pero no es lo mismo. Y eso que el filme de Robson aguanta todavía el paso del tiempo.

Fat City (1969).- Leonard Gadner cuenta la historia de dos boxeadores, uno veterano y otro novato, al que las fuerzas de las circunstancias han retirado provisionalmente del cuadrilátero. La novela propone así un retrato de seres a la deriva que todavía estremece por su sabor a derrota. Un título que ladra rabia y que destila un poderoso sentimiento de fracaso que, como los dos títulos anteriormente citados, aún deja huella. Que sepa, no se ha vuelto a reeditar esta novela, la edición que consta en mi poder es de la desaparecida Euler así que háganme caso, si tienen la oportunidad de encontrarla no lo piensen más y llévensela a casa. Fat City es una novela que aún respira fuerza y sobre todo hondo calado humano. Lo que la hace más grande si cabe, porque se trata de una pequeña historia en la que apenas pasan cosas salvo el desmoronamiento vital y moral de sus dos protagonistas. Esto quizá explique la razón que llevó a John Huston a llevarla al cine en 1972. Fat City. Ciudad dorada reúne así muchos de los elementos que marcaron la carrera de este cineasta norteamericano que a mi, personalmente, me resulta extremadamente contradictorio. No he vuelto a ver Fat Ciy. Ciudad dorada, así que no sé como habrá aguantado el paso del tiempo, solo sé que cuando la descubrí en el cine fue algo así como una revelación…

(*) En la imagen Stacy Keach en Fat City (John Huston, 1972)

Saludos, tambaleándome, aunque aún en el ring, desde este lado del ordenador.

La primera edición de Fimucinemá concede el premio Alex North a La quinta estación

Domingo, Julio 14th, 2013

Este año se celebró la primera edición de Fimucinemá, festival que tiene la peculiaridad de conceder un solo galardón, bautizado con el nombre del compositor Alex North, que no recae en actores, cineastas, guionistas sino a la mejor música de largometraje de ficción.

Fimucinemá nace con el Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife Fimucité,  que dirige el músico y compositor Diego Navarro, y que este sábado, 13 de julio, clausuró su séptima edición tras una semana intensa de conciertos y proyecciones de películas que airearon la atmósfera de una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, en la que además de caer un sol de justicia contó con el aroma pestilente de la Refinería. Un perfume que para los que vivimos en esta capital de provincias se ha convertido en un clásico.

ABRE PARÉNTESIS

¿Eso explica que los días que bajaba a TEA Tenerife Espacio de las Artes me imaginara lo extraño, y siniestramente inquietante, que resultaría ver a a la ciudadanía que aguanta con estoicismo año va y año viene esa pestilencia llevando máscaras antigas?

Creo, en todo caso, que no sería el mismo verano ni la misma ciudad si no respiráramos ese airecillo a huevos podridos y azufre…

CIERRA PARÉNTESIS

En la primera edición de Fimucinemá,  coordinada por el crítico y especialista Manuel E. Díaz Noda, el jurado decidió otorgar el premio Alex North a La quinta estación (Peter Brosens & Jessica Woodworth, 2012), una cinta desconcertante, que extrae lirismo de la inquietud y que cuenta con una banda sonora que encaja como un guante en su crónica serena sobre el fin del mundo.

No intento describir con palabras las sensaciones generadas por esta película para no caer en los errores en los que sí incurren otros, pero fue lo mejor que se vio de una selección de películas bastante irregular.

Irregular sobre todo en la aportación española, con dos títulos La venta del Paraíso (Emilio Ruiz Barrachina, 2012) y Summertime (Norberto Ramos de Val, 2012) muy decepcionantes en su conjunto, aunque la cinta de Ramos de Val se toma a guasa, lo que disculpa su huida ¿hacia adelante o hacia atrás?

Otro de los largometrajes que se exhibió en Fimucinemá fue Kon-Tiki (Joachim Rønning & Espen Sandberg, 2012),  un filme que con todos sus defectos no deja de resultar una entretenida y atractiva aventura en el mar en la que se recrea el viaje que emprendió Thor Heyerdahl, con cuatro chalados más, a bordo de una embarcación de madera para demostrar su teoría: que los pobladores de la Polinesia podían descender de los antiguos peruanos.

También se vio Irina, La Mallete Rouge (Bernanrd Mazauric, 2013), que pese a la parquedad de sus medios sabe tocar teclas sentimentales; The Weather Outsider (Jason Freeman, 2012), una producción que no termina por casar bien una de fantasía con mensaje pero travestida en clave negrocriminal, y Hay Days (Lance Lindahl, 2013), otra pequeña producción independiente repleta de canciones, muchas de ellas country que, al margen de sus resultados estrictamente cinematográficos, gustará si te gusta este tipo de música.

El jurado de la primera edición de Fimucinemá estuvo formado por la coordinadora de la Filmoteca Canaria, María Calimano; el realizador y guionista Andrés Koppel; el realizador Eddy Cardellach: el compositor y músico Fernando Ortí y quien ahora escribe estas líneas.

De vuelta a casa, y tras pasar un domingo difrente, pienso que a modo de arranque, de inicio de un festival al que le deseo la mejor suerte del mundo, Fimucinemá necesita ahora crecer como ya ha crecido su hermano mayor, Fimucité, cita con la música de y para cine que este año celebró su séptima edición.

Saludos, Wiillie Nelson suena de fondo, desde este lado del ordenador.

Señor Ojo y LPAFilm Canarias

Sábado, Julio 13th, 2013

“Pero esperen, la vida hizo un último intento por demostrarme que era real, opresiva y tierna, que provocaba excitación y tormento, y poseía posibilidades cegadoras para la felicidad, con lágrimas, con un cálido viento”.

(El Ojo, Vladimir Nabokov, Ediciones Júcar, 1974, Traducción de Mireia Bofill)

UN AVANCE O TRÁILER DE SEÑOR OJO VIVE Y DEJA MORIR

- Está realmente jodido.- cuenta uno mientras lo señala con el dedo.- No, no lo llames…

Señor Ojo agita las manos mientras lo ve desaparecer como un fantasma por las calles de una capital que se ha acostumbrado a respirar los nauseabundos aires de una Refinería.

Luce el sol. Y un calor que aplatana. Dormilón, africano.

Señor Ojo repasa su lista de sospechosos:

Nicholas Cage

Liam Neeson

Craig Wasson

No olvidar a Peter Strauss

Y desconfiar de Sam Raimi por Oz, un mundo de fantasía.

SEÑOR OJO Y LAPFILM CANARIAS

Al llegar a casa, la ventana abierta. Cuando entro en el salón Señor Ojo grita:

- ¡¡¡Necesito ayuda!!!

El Ojo está inyectado en sangre. Descubro el cenicero repleto de colillas y a su lado, tumbadas, dos botellas vacías de gin.

- Siempre al servicio de su graciosa Majestad.- respondo dando un taconazo.

Señor Ojo parpadea. Luego saca un cuaderno arrugado y de tapas azules del bolsillo superior de su americana deportiva.

- ¿Entiende esto?

Abro el cuaderno de tapas azules y leo los garabatos. Si sumas dos más dos no resulta tan difícil descifrar lo que pone.

- Premios del LPAFilm Canarias.- voy deletreando.

- Continúe.- apremia Señor Ojo.

- Otorga un premio que lleva el nombre de Richard Leacock al Mejor Cortometraje a Malpaís, dirigida por Samuel Martín Delgado.

- ¿Y?

- Aquí pone que “por su elaboración de un retrato seco, depurado, una mirada personal que enlaza con elementos autóctonos (etnografía, identidad, relación hombre-naturaleza).”

- Lo what?- pregunta Señor Ojo con Ojo de loco.

- “Por su elaboración de un retrato seco, depurado, una mirada personal que enlaza con elementos autóctonos (etnografía, identidad, relación hombre-naturaleza).”.- repito con la lengua fuera.

- Continúe leyendo.- me anima Señor Ojo sin borrar su Ojo de loco.

- Se da un premio Premio Richard Leacock al Mejor Largometraje.

- Ummm.

- La película que lo recibe es Diarios de Amaury Santana.

- ¿Y  qué dice el mensaje encriptado?

-¿Encriptado? Yo aquí leo que se lo dan “por su valiente y poética exploración en los aspectos cotidianos de la creación, una propuesta muy capaz de alentar formas de producción autogestionarias”.

Señor Ojo suelta una carcajada sacando de la nada una botella de gin.

- ¿Se ríe usted?- pregunto.

Señor Ojo da un trago largo de gin.

- No, no, explíquese usted…- comento mientras hago que me levanto del raído sillón de orejas.

- Cosas de Spectra.- zanja Señor Ojo dando otro buche a la botella de gin.

- Ahhh.- respondo.

- ¿Cómo descifraría ahora lo que pone ahí?- me anima Señor Ojo señalándome con el dedo un párrafo de garabatos del cuaderno de tapas azules.

-Déjeme usted tiempo.- digo.

Traduzco las palabras.

- Aquí dice algo así como menciones especiales.- suelto satisfecho.

- ¿Algo más?

- Mención Especial al corto La Cantante, de Rafael Navarro “por la utilización del espacio y la música como retículas narrativas, combinando hábilmente solemnidad y comicidad para describir las diversas capas de la incomunicación”.

- ¿Y eso que quiere decir?- pregunta Señor Ojo.

- No lo sé.  ¿No estarán avisando del próximo golpe de Al Qaeda?

- Mmmm, lo consultaré con M. ¿Algo más?

- Mención Especial a Rondó, de Josep Vilageliú, por “su coherente y singular aproximación a los códigos de la representación, creando un universo propio mediante la subversión de dispositivos narrativos.”

- ¿Y?

- Y Premio del Público a Modou Modou, de Virginia Manchado, y  Agua Bendita, de Octavio Guerra Quevedo.

Señor Ojo sonríe.

Por fin su Ojo, hasta ese momento el de un perro apaleado, recupera su característica y fría mirada asesina.

- Esa es la clave.- murmura como un tigre a punto de lanzarse sobre su pieza.

- Ojo, que me está usted dando miedo, Señor Ojo.

- ¿Ojo?

- Ok, solo se vive dos veces.- respondo.

(*) Las cursivas son nuestras.

Saludos, Begin the Beguine?, desde este lado del ordenador.

Aflicción

Viernes, Julio 12th, 2013

Mucha gente no se acuerda ahora pero los vídeo clubes fueron durante mucho tiempo algo así como oasis en los que podías ver todas aquellas películas que por una u otra razón no se estrenaban o no te dejaban ver en los cines.

Cuando estos establecimientos irrumpieron con atronadora fuerza en los ochenta más de un vocero se atrevió entonces a afirmar que su implantación suponía la muerte del Cine. Pero el Cine lleva muriéndose desde su traumático tránsito silente al sonoro y desde su coqueto y personal blanco y negro al color…

Eso hace que no preste demasiada atención a quienes continúan pontificando que el Cine agoniza.

Otra cosa distinta es observar cómo está afectando sus continuos cambios a la industria y también al extrarradio que hay montado en torno suyo. Extrarradio en el que incluyo a los vídeo clubes, espacios ya he dicho que durante un tiempo fueron algo así como un oasis en los que saciarme…

Todavía soy socio de tres de estos establecimientos en la capital de provincias en la que vivo. Soy un cliente veterano que aún se refugia para alquilar una o dos películas en los vídeo clubes que permanecen numantinamente abiertos. Últimamente llevándome bajo el brazo megatrónicas producciones que por razones estrictamente económicas he renunciado a disfrutar en un Cine.

En este sentido, podría pasarme las horas divagando sobre lo diferente que resulta ver una película en una sala a oscura, rodeado de desconocidos que devoran cotufas y sorben refrescos, que en la soledad acogedora de tu casa… Aunque durante unos años defendía todo lo contrario.

Es decir, lo maravilloso que era ver una película en un Cine y no en tu casa.

No sé así si este cambio de percepción se debe a una cuestión provocada por la edad. Aunque más que de edad, se trate de comodidad.

Solo sé que numerosas han sido las películas que descubrí gracias a los videos clubes. Recuerdo en concreto un título que se ningunea en la filmografía de John Milius, Adiós al rey.

La vi dos veces seguidas en aquel televisor de pantalla de bolsillo. Así que si la han visto sabrán porque escribo ahora lo de ¡suerte, inglés!

A esta película, como me pasa con muchas versiones cinematográfica, llegué primero por la novela del mismo título de Pierre Schoendoerffer, un libro de cabecera si tienes debilidad por el género de la aventura. Claro que me pasó algo con su versión cinematográfica. La versión de Milius se hizo mía. Tanto, que la vi dos veces seguidas. Y esas dos miradas resultaron diferentes. Fue como si viera dos películas distintas que solo resultaban semejantes en las partes que me emocionaban.

Gracias a los vídeos club malgasté una gran parte de mi última adolescencia y primera juventud metiéndome en la cabeza y en el corazón películas que se decían de terror, y que se producían como chorizos en aquella época de esplendores gore, sangre y tripas a gusto de consumidores con ganas de hacer afición y culto, así como de otros títulos que me conmovieron profundamente.

Un amigo al que no veo hace ya mucho, se convirtió por ejemplo en un experto en la obra de Tinto Brass.

Intentó en su labor de hacer prosélitos en convencerme de las bondades del cine de Brass. Pero yo me quedé con esas dos extravagantes fantasías eróticas que son Salón Kitty y Calígula. Ambas cintas ocupan de hecho un espacio en mi deuvedeteca. No así Portero de noche (Liliani Cavani, 1974) para escándalo de algunos.

Lo mejor de aquel despertar resultaba, sin embargo, alquilar películas con un grupo de amigos que solíamos reunirnos en el kiosco de la Paz, siempre la Paz, para hacer una vaquita con la que alquilar una o dos películas así como comprar en el súper –en esos tiempos era súper, no supermercado– arguito para beber y comer.

No era raro por eso que entre tantas películas que alquilábamos se colase alguna realmente buena antes de que se pusiera de moda entre nosotros hacer lo mismo pero con una porno.

Vi así Pandora y el holandés errante.

Una película que no he vuelto a ver pero de la que sí recuerdo a sus dos actores protagonistas.

Una actriz y un actor que en mi imaginario están más allá del bien y del mal.

Ella se llamaba Ava y él James.

Una se apellidaba Gadner por Grande y el otro Mason, que no es lo mismo –o sí– que hermano masón.

En cuanto a las pornos, se trataban de sesiones bastante golfas en la que nos divertíamos más que viendo la película, con los chascarrillos que soltábamos. Y es que resultaba imposible ponerse a caldo entre tanta gente.

Escribo todo esto, y pese a que no se note, triste.

Esta misma tarde uno de los dueños de los tres vídeos clubes de los que soy socio me informa que tira la toalla.

Que cierra el negocio a finales de este caluroso y apestoso julio.

Una pena, y así se lo hago saber al tipo.

Mientras doy un rodeo por esta ciudad en la que cae un sol de justicia y huele a pedos de la Refinería, pienso que probablemente he visto más películas en vídeo, ahora dvd, que en Cine. Y que si hay suerte, aún serán más las que veré en el salón de mi casa que en Cine.

Por eso, algo se muere en el alma cuando me entero que cierra un vídeo club.

Lo echo de menos.

No ya por la oferta de películas que ofrece sino por las conversaciones que cojo al vuelo mientras pacientemente hago cola para pagar el alquiler de la cinta.

Fragmentos de consultas, recomendaciones y opiniones que desarman por su escueto, aplastante juicio crítico:

- Fuerte mierda.

- Total.

Pregunto a uno de los dueños del vídeo club

- ¿Te ha llegado la de Parker?

- Se acabó. Cerramos a finales de julio. Ya no traemos novedades.

Digiero la info.

Adiós, Parker.

Y vuelvo a preguntar:

- ¿Qué van a hacer con todas estas películas?

- Las vendemos.

- ¿Y las que no?

Silencio.

Y pienso gore:  “trituradas y a la basura”.

O a la puta calle.

Esa misma calle que recorro ahora y que apesta a azufre.

Tan metido voy en mi mundo que cuando voy a cruzar un paso de peatones doy un brinco cuando una furgoneta de la Policía Nacional casi parece querer arrollarme.

Miro a los ojos del policía que está detrás del volante.

Hace un gesto vago para pedirme disculpas.

Y no,

no,

esto no pasó en una película que alquilé en un vídeo club.

(*) En la imagen Nick Nolte en Aflicción (Paul Schrader, 1998)

Saludos, la vida es eterna en cinco minutos, desde este lado del ordenador.

Si hubieras estado aquí, una novela de Cecilia Domínguez Luis

Jueves, Julio 11th, 2013

“Todo pasa y con el tiempo llega el olvido. Aunque un día puede ocurrir que, al pasar por una calle, un determinado olor, la forma de tu propia sombra en una puerta, una palabra oída al azar, te devuelva algunos fragmentos del pasado. Por eso debes prepararte para que no te coja desprevenido”.

(Si hubieras estado aquí, Cecilia Domínguez Luis, colección: G21 Narrativa Canaria Actual, Ediciones Aguere/Idea).

G21 Narrativa Canaria Actual ha publicado la última novela de Cecilia Domínguez Luis, lleva por título Si hubieras estado aquí, y es el décimo título publicado dentro de esta desconcertante colección que dirige el igual de desconcertante Ánghel Morales para Ediciones Aguere/Idea.

La nueva novela de Domínguez Luis va de personajes. Lo que significa que a la autora lo que le interesa es darle coherencia interna a las dos mujeres y tres hombres que incluye en su historia. Protagonistas, en especial los femeninos, que emocionalmente van a tener que rendir cuentas por su pasado.

Relato construido a través de todos ellos, una primera persona que se refleja en forma de blog, un diario, un cuaderno de notas, Si hubieras estado aquí es una historia de frustraciones pero también anhelos en la que gravita una idea interesante sobre la pérdida de la confianza y cómo afecta a nuestra relación con los otros .

Tiene Cecilia Domínguez Luis la virtud, además, de hacer creíbles las distintas voces que intervienen en su novela. En especial las de Marta y María, hermanas que se han distanciado y que aparentemente son diferentes. Yo quiero pensar, en todo caso, que son las dos caras de una misma moneda. Tan cerca y sin embargo tan lejos.

Marta tiene un carácter fuerte e independiente, eso explica que abandonara la ciudad en la que vivió para aspirar a ser otra cosa.

María resulta más vulnerable. Se trata de una mujer que necesita que la protejan y que casi parece que disfruta al mantener sus heridas abiertas para que las personas a su alrededor continúen prestándole la atención que cree que se merece.

Circunvalan y transitan en torno a Marta y María, casi como si de satélites emocionales se tratasen, Manuel, Tono y Carlos.

El primero, un sufrido y paciente compañero sentimental de María; el segundo es un hombre que busca también su espacio en el pequeño universo en el que existe, y el tercero, un periodista que, en esta historia desencadena involuntariamente la tormenta. Tormenta que se avecina nada más abrir Si hubieras estado aquí.

Esto hace que la novela de Domínguez Luis sea uno de los títulos –y pese a todos sus peros– más atractivos por sus ambiciones de los que ha publicado hasta la fecha la colección G21 Narrativa Canaria Actual.

Se trata de una novela de y sobre sentimientos, de relaciones, que ofrece perspectivas aparentemente opuestas de entender la vida. Y si bien me molestan todas ellas, la escritora tiene capacidad de hacerlas creíbles.

En Si hubieras estado ahí no hay que plantearse un qué pasará sino, más bien, el cómo resolverán los protagonistas sus traumas pasados y presentes.

La novela, sin embargo, no termina por aclararlo.

Demasiados puntos suspensivos…

Con todo,  se trata de un título que ya desde el inicio quiere definir sus límites pero casi parecen que estos doblegan a la autora. A fin de cuentas ¿quién no ha pensado alguna vez que las cosas serían distintas si hubieras estado ahí?

La novela habla de culpa, de frustración, de engaño.

Ya saben, de este absurdo cómico que es la vida.

Saludos, ¿la quinta estación?, desde este lado del ordenador.

Sobrevivir a la isla

Miércoles, Julio 10th, 2013

Eran los años de instituto, una época que no tiene nada que ver con la que reflejan las películas y series norteamericanas, aunque algo de ese ardor juvenil se explayaba entre toda aquella tropa que se dividía en cómoda convivencia entre los que practicaban deportes y los que iban de intelectuales en unos tiempos en los que la sombra del General apenas hacía ya sombra porque había pasado a la historia, aunque el ambiente social y político que se respiraba resultaba aún demasiado complicado.

Y ese ambiente se reflejaba en el instituto, el Teobaldo Power para más señas, aunque no recuerdo peleas entre las derechas y las izquierdas pero sí encendidos debates que podían haber llegado a las manos.

Entre café con leche en el Unamuno, un bareto próximo a los institutos, o las tertulias improvisadas que nos montábamos tumbados en el césped de la plaza, los que leían compartían lecturas o bien se empeñaban en ganar prosélitos mientras se citaban títulos y autores que, por aquellos años, no solían enseñarse en clase.

Por un lado estaba la tribu que defendía a Hermann Hesse como el primer autor serio, y encima europeo que, explicaban, les había cambiado la vida.

Se mencionaba así Siddhartha, que siempre me pareció bastante hippy para mis instintos alternativos; Damien y, cómo no, El lobo estepario y Bajo las ruedas. En las filas de los lovecraftianos militábamos un reducido grupo que, náufragos en océanos sin nombre, nos empeñábamos en convencer a los hesseianos de la existencia del Necronomicón.

Luego te topabas con los que solo leían a Marx y su “fantasma recorre Europa”, y los nietzcheanos, quienes agitaban Así habló Zaratustra y El anticristo como si fuera bandera.

En mi grupo, donde siempre fuimos más angloamericanos, apenas nos atrevíamos a levantar la voz ante unos y otros para reivindicar El guardián entre el centeno y El señor de las moscas por temor a que esa pandilla nos respondieran que se trataban de naderías. Algo así como leer a una Enid Blyton que se tomaba en serio cuando yo era más de Los tres investigadores.

Otros autores que tenía que leer a escondida cuando llegaba al instituto era Ray Bradbury, y a Erich Maria Remarque, de quien adquirí su Sin novedad en el frente un Día del Libro organizado en el mismo instituto, y título que me cambió la vida. No he vuelto a leerlo otra vez, como no he vuelto a leer Guardián entre el centeno porque sé que la dicha ya no será la misma.

Un amigo me prestó un día y por aquellas mismas fechas una novela que, vino a decirme, es como la de Salinger pero en español. Se llamaba Edad prohibida, de Torcuato Luca de Tena, pero debo de confesar que a mi ese libro no consiguió abrirme ninguna puerta de la percepción, como tampoco las novelas de un autor por aquel entonces muy conocido, J. L. Martín Vigil, que le encantaba a una chica que por aquel entonces me atraía bastante.

Mucho más tarde se puso de moda leer a los sudamericanos.

Gracias a otra mano generosa pude así descubrir Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez que era el libro que estaba en boca de todos, aunque yo prefería los cuentos de Borges y Cortázar. Rayuela, de la que ahora se cumple no sé cuantos años, pues sí pero no. Entre sus novelas me quedo con Los premios

Hubo más escritores sudamericanos, pero no llegué a ellos hasta mucho tiempo después creo que movido más por el rechazo en aquel entonces a lo que presumía no era otra cosa que una moda.

Moda fueron en aquellos tiempos El principito y Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Puedo entender sentimentalmente el éxito del relato de Saint-Exupéry pero no el de Bach, aunque por algún lado de mi librería debe de encontrarse uno de aquellos ejemplares, profusamente ilustrado y cuya notoriedad nunca alcancé a entender por qué.

¿Quizás porque entonces se leía El arte de amar, de Erich From?

La pibada que leía mientras tanto sacaba sus fanzines artesanales, perdía el tiempo dando la brasa en el kiosco de la Rambla –por aquel entonces aún conocida como del general Franco– y se resistía –era mi caso– a tomarse en serio las novelas y escritores que le recomendaban en clase.

Las novelas que nos mandaban a leer eran, entre otras, fragmentos de Don Quijote de La Mancha, y El árbol de la ciencia y Zalacaín el aventurero, de Pío Baroja; Luces de Bohemia, de Ramón María del Valle Inclán y San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno porque en mi clase, al menos, siempre llegábamos a fin de curso hasta la generación del 98.  Y si no…

En cierta ocasión me quejé amargamente a un escritor veterano que despreciara imprudentemente a Ramón J. Sender al serme impuesto obligatoriamente porque tocaba en examen La tesis de Nancy y la más entretenida Réquiem por un campesino español.

- ¿Por qué no incluyeron El bandido adolescente?- pregunté al escritor que tomaba un güisqui en vaso corto en la barra del Metro.

El escritor me miró de reojo y mientras tragaba una generosa ración de centeno destilado contestó:

- ¿Crees realmente que así lo hubieras descubierto?

Y la verdad es que no.

Probablemente lo hubiera leído a toda pastilla horas antes del examen.

Llegué más tarde a Sender porque tenía que llegar a Sender.

Todo esto que cuento es fruto del recuerdo. Aunque más que recuerdo se traten de sensaciones de recuerdo. De fragmentos de experiencias que me mostraron otro camino. Otra forma de ver las cosas.

Faltan muchos más libros. Como El señor de los anillos, de Tolkien, pero desembarqué en Tolkien por culpa de la película de dibujos animados y quería saber como terminaba la historia. No fui, en este aspecto, un tolkenmaníaco destacado. Por aquel entonces lo mío iba sobre criaturas innombrables a lo Lovecraft. Y sobre todo Stevenson, el escritor que me enseñó por primera vez la magia de leer gracias a La isla del tesoro; y Daniel Defoe, quien con su Robinson Crusoe me enseñó que es posible sobrevivir a la isla.

Aún estando solo.

En cuanto a literatura canaria, el único eco que nos llegaba era Mararía, de Rafael Arozarena, novela que, efectivamente, me obligaron a leer en el Instituto.Ya fuera y en sus alrededores, me llegó clandestinamente Crimen, de Agustín Espinisa. Y tarde, mucho más tarde, iniciado ya en los senderos de la novela negra, conocí a poetas y escritores canarios, una pandilla que se reunía para hacer tertulia en una tasca canaria.

Pero esa es otra historia.

Han pasado los años. Pero a veces tengo la sensación de que todo sigue como antes.

Que nada ha cambiado, en especial el nauseabundo olor que los gases de la Refinería dejan flotando en el aire de esta ciudad de provincias en la que vivo.

Mi mirada hacia atrás no está lastrada por el peso de la nostalgia sino por un ligero encogimiento de hombros.

Lo mejor, eso lo sé ahora, está siempre por descubrir.

Saludos, se nos fue Concha García Campoy, desde este lado del ordenador.