Archive for Octubre, 2014

El escritor Javier Hernández Velázquez, ganador del IV Premio Wilkie Collins de Novela Negra

Miércoles, Octubre 22nd, 2014

El escritor Javier Hernández Velázquez ha resultado ser es el ganador del IV Premio Wilkie Collins de Novela Negra, certamen que convoca M.A.R. Editor y en el que  participaron 160 obras de 12 países, con la novela Los ojos del puente, ambientada en Canarias, Los Ángeles y San Francisco. Hernández Velázquez fue mención especial del jurado del Premio L’H Confidencial con su anterior novela, Un camino a través del infierno.

El accésit lo obtuvo José Luis Caramés Lage con Asesinatos con arte, una novela ambientada en el entorno de la Orquesta Sinfónica de Galicia.

Javier Hernández Velázquez (Santa Cruz de Tenerife, 1968) recupera en Los ojos del puente al personaje de Mat Fernández, detective privado que investiga un nuevo caso contratado por un multimillonario excéntrico y en el que se tropezará con una serie de asesinatos sin resolver en Los Ángeles, San Francisco y Santa Cruz de Tenerife en el verano de 1967.

Durante sus pesquisas conocerá a la familia Bravo que controla con mano de hierro los resortes del poder económico, político y social de Tenerife.

Abogado y funcionario de carrera, Hernández Velázquez es autor de las novelas Un camino a través del infierno (Mención Especial del jurado del Premio Internacional de Novela Negra L’H Confidencial 2013), El fondo de los charcos (finalista del Premio Benito Pérez Armas 2009), Los días prometidos a la muerte (programa Canarias Lee 2012) y El sueño de Goslar (programa Santa Cruz Ciudad leída 2013). Ha sido finalista del XIII Premio Internacional Sexto Continente de Relato Negro por El eco de Cobain y Segundo Premio del Concurso de Relatos Ciudad del Rosario 2012 por  Cajonera City.

Saludos, llueve pero al final siempre sale el sol, desde este lado del ordenador.

La hormiga y el león

Martes, Octubre 21st, 2014

ESA HORMIGA odiaba a aquel león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.

(Crímenes ejemplares, Max Aub)

Saludos, bonus track, desde este lado del ordenador

Lacombe Lucien y Patrick Modiano

Lunes, Octubre 20th, 2014

Patrick Modiano ocupó espacio la semana pasada en los medios de comunicación tras obtener el Premio Nobel de Literatura, un galardón cuestionado por los numerosos y grandes escritores que ha olvidado en favor de otros que sí lo recibieron pero de los que hoy casi nadie se acuerda.

No vamos a divagar en este post sobre el Nobel, ni siquiera sobre los premios literarios a los que habría que poner en cuarentena, pero sí de la incursión que Modiano ha hecho en el cine y que tiene como coguionista en Lacombe Lucien (Louis Malle, 1974) uno de sus títulos de referencia –con permiso de Bon voyage (Jean-Paul Rappenau, 2003)– porque bebe de uno de los manantiales más contaminados de la historia francesa: su contradictoria (des)lealtad durante los años de ocupación alemana en la II Guerra Mundial.

Lacombe Lucien retrata la incursión de un joven tontorrón que se deja arrastrar por la marea en la Gestapo francesa, y muestra como contribuye con una estremecedora e infantil crueldad a la represión.

Lacombe Lucien se desliza y adentra en ese tierra pantanosa donde traición y lealtad tiene  espíritu de farsa.

Y farsa es la de un pueblo que por comodidad se amolda a las circunstancias y al que parece que le gusta que lo metan en cintura.

La cinematografía de Louis Malle cuenta, entre otras películas, con una adaptación muy digna de El fuego tatuo, una novela de Pierre Drieu de la Rochelle que fue uno de los grandes escritores franceses maldito por converso.

El fuego fatuo de Malle no ha perdido aún su encanto perturbador y generacional. Y continúa siendo una de las mejores películas del cineasta como de su actor protagonista, Maurice Ronet. Malle volvería a Drieu de la Rochelle pero con un guiño en Adiós muchachos (1987), donde da el nombre de Drieu a uno de los jóvenes del internado en el que transcurre la película.

Lacombe Lucien, y en el otro extremo de la balanza Adiós muchachos, es un relato de traición adolescente que al mismo tiempo hurga en la olvidadiza memoria de un país que hasta periodo reciente no se había preocupado en estudiar las razones de porqué aceptó la derrota con tan despreocupado conformismo.

¿Funcionó el hemos perdido una batalla pero no la guerra?

Cuenta todo esto y más Lacombe Lucien, un monstruo inocente que termina por militar en la Gestapo francesa. Pierre Blaise interpreta al bronco y salvaje Lacombre Lucien, un personaje contradictorio, un inadpatado que forma parte de un grupo de arribistas que carece de ideología pero sí de vocación de servicio en pro de sus intereses.

Unos intereses a los que la legalidad vigente ignora siempre y cuando resuelvan sus trabajos sucios.

Lacombe Lucien celebra su cuarenta aniversario.

Saludos, cuarenta años no son nada, desde este lado del ordenador.

¡No hay nada excepcional en su caso!

Domingo, Octubre 19th, 2014

“¡No hay nada excepcional en su caso! Que un padre intente matar a su hijo o librarse de él me parece por completo sintomático del trastorno en los valores  que estamos viviendo. Antaño, sucedía el fenómeno inverso: los hijos mataban a los padres para demostrarse que eran fuertes. Pero ahora ¿a quién atacar? Como huérfanos que somos, estamos condenados a perseguir un fantasma para conseguir un reconocimiento de paternidad. Y es imposible alcanzarlo. Siempre escurre el bulto. Qué cansancio. Muchacho, no sé si contarle cuánto he tenido que forzar la imaginación.”

(Los paseos de circunvalación. Trilogía de la ocupación, Patrick Modiano. Colección: Panorama de narrativas, Anagrama Traducción: María Teresa Gallego Urrutia)

Saludos, libertad, igualdad, fraternidad, desde este lado del ordenador.

Ramón J. Sender ¿contra? Billy el Niño

Sábado, Octubre 18th, 2014

“Cada uno de aquellos hombres tenía en su carácter por lo menos cuatro maneras de ser que aplicaba a las circunstancias, según los casos. La del cow-boy cabalgador y jinete de llanuras capaz de caminar semanas y meses junto al rebaño, la del hombre de cantinas y reyertas limpias, la del galán o el esposo y la del asesino ocasional. Todas eran compatibles y ninguna estorbaba a la otra.

La abstinencia de amor durante largos períodos hacía de aquellos hombres, a veces, gente más dura todavía y esquinada. Sabido es que el comercio de la mujer suaviza, domestica y civiliza al macho y por eso los libertinos amorosos suelen ser gente amable en todas partes.”

(El bandido adolescente, Ramón J. Sender. Ediciones Destino, 1965)

La obra de Ramón J. Sender se quiere o se detesta pero no deja indiferente a nadie. Desgraciadamente y por obligaciones escolares, llegué a Sender porque formó parte de un plan de estudios que impartían profesores que se empeñaban en que lo leyéramos para luego cribarnos en un examen.

La reacción era lógica, que uno detestara La tesis de Nancy y Réquiem por un campesino español.

Sender no formaba parte así de mi personal galería de personajes ilustres aunque afortunadamente lo recuperé sin presiones con Imán, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre y El bandido adolescente, tres grandes novelas de aventuras del autor de Crónica del alba.

Desde entonces, Sender es un autor al que recurro con cierta frecuencia, aunque otras de sus novelas como Carolus Rex, Túpac Amaru, Míster Witt en el cantón no me despierten el mismo entusiasmo que esas tres.

El bandido adolescente es una novela del lejano oeste donde cuenta la vida de William H. Boney, más conocido como Billy the Kid, un desperado del que se ha hecho eco el cine y la literatura pero sin la intensidad e irónica recreación de un escritor español que describe los pasos del forajido por los territorios en los que actuó.

Muchos de ellos pueblos sin nombre en el que se ha convertido en atracción mostrar el cráneo del verdadero Billy el Niño.

La novela de Sender funde la investigación periodística con lo literario en su personal retrato del Niño. Y el reportaje se transforma en una historia de salvajes en un mundo salvaje donde lo español, o la herencia de España en Nuevo Méjico era notable. Nuevo Méjico aún no formaba parte como estado de la Unión, se trataba de un semillero de blancos anglosajones con espíritu de frontera, ganaderos que actuaban como reyes; mejicanos, descendientes de españoles e indios que se mezclaban en un ambiente caótico de respeto e inquietante violencia.

Ramón J. Sender cuenta todo esto y más en una novela que revela un universo rudo y en ocasiones siniestro pero también luminoso e inocente. Un lugar perfecto en el que desafiar a la ley. Una ley que hacían y deshacían los reyes del territorio, para uno de los cuales trabajó El Niño antes de cometer su primer crimen. Aunque la palabra crimen suene irritante en unos tiempos donde: “La violencia natural triunfaba sobre la violencia legal.”

Con el paso de los años Billy the Kid se ha convertido en una leyenda y su cráneo, los cráneos con los que se tropieza Sender en su travesía, son objeto de culto en ocasiones bastante desacralizado, pero que mantienen su leyenda.

Para Sender la leyenda es la de un adolescente asesinado mientras el mundo gira y gira en nombre de la civilización.

Actúa Billy el niño como lo que es: un adolescente que mata no por el placer de matar sino para quitarse un problema o desquitarse de un insulto en unos años en los que hacerse respetar todavía era importante.

Desde que leí la novela no he vuelto a ver al Niño de otra forma en cómo me la reveló Sender. Y eso que me gusta Kris Kristofferson en Pat Garret & Billy the Kid (Sam Peckinpah, 1973) e incluso Paul Newman en El zurdo (Arthur Penn, 1958) pero ninguno es el Niño de la novela de Ramón J. Sender.

Ramón J. Sender escribió esta novela en 1964 por lo que hace cincuenta años en que salió de su cabeza. Durante un tiempo pensé que el título no era el apropiado, que echaba para detrás.

Más tarde, afortunadamente, los jugos gástricos disolvieron la idea.

El bandido adolescente.

Bandido

y

adolescente.

“Lealtad por lealtad, siempre está bien la que los amigos se guardan entre sí”

Saludos, el mar, desde este lado del ordenador.

Apreciada Annabelle…

Viernes, Octubre 17th, 2014

Se ha convertido en una costumbre ir a ver películas de ciencia ficción y terror que normalmente me hacen salir de la sala estupefacto, que no cabreado, por las de tonterías que me trago con una puntualidad que afortunadamente no es germana.

El veneno, ya saben, hay que tomarlo con cautela pero estoy tentado de envenenarme con Annabelle.

La película en Francia está resultando demasiado underground. Provoca, leo, disturbios entre los jóvenes.

Annabelle (John R. Leonetti, 2014) causa una reacción como anormal a los jóvenes”.

¿Anormal?

Enciende riñas y que algunas butacas terminen destruidas, reducidas a añicos entre vasos de refrescos y bolsas de cotufas.

Pibes de entre doce y quince años se vuelven como Demons (Lamberto Bava, 1985) y se escupen, orinan y buscan y encuentran peleas mientras se proyecta en pantalla Annabelle.

- ¡Ogden, ogden!- reclama un adulto con las manos en alto.

Y uno de los jóvenes le lanza un escupitajo que se desliza por su frente.

La muñeca poseída mientras tanto observa desde la pantalla. Una pantalla que, como en los mejores tiempos del cine Delta, aquí mismo, en Santa Cruz de Tenerife, recibe vasos de plástico y litros de refresco, bolsas de cotufas y otros salados.

Tanto ha sido el desorden que los cines de París, Estrasburgo y Monpellier han prohibido su proyección hasta nuevo aviso aunque esto no vaya a evitar que Annabelle se vea y que se convierta en la película que ni sus productores imaginaron que fuera.

Esa que no deben ver los jóvenes franceses porque los vuelve más locos de lo que deberían de estar.

Y fuente del desorden: Annabelle.

Ya contamos en este mismo su blog El Escobillón.com las sensaciones que vivimos en una sala de cine con el  reestreno de El exorcista (1974), que entonces se exhibía con la excusa de que se trataba del montaje del director (2000), William Friedkin.

La primera vez que vi la película fue en el cine Delta. Un cine santacrucero que adquiere para mi resonancia de leyenda porque fue la primera sala donde me dejaron entrar a ver películas para mayores de 18 años como lo que era: un niño. Claro que más allá de aquellas películas estaba vivir lo que podía pasar en el cine…

Un borrachito montando escándalo, una lata de sardinas estampándose contra la pantalla o gritos histéricos del público viendo cualquier cosa en aquella pantalla que tenía una sospechosa mancha de huevo que por mucho frotar continuaba ahí desde tiempos de Matusalén.

Pero con El exorcista todo fue terrorífico silencio en el Delta. La original, una copia viajada y estropeada nos mantuvo clavados en las butacas mientras Regan llamaba de todo a su madre y al padre Karras.

Desde entonces El exorcista –con o sin montaje del director– continúa resultando una película igual de perturbadora y me cuesta verla solo. En casa o en un cine.

Los Multicines Oscars, que fueron las primeras multisalas que anunciaron el fin de los grandes cines en esta capital de provincias en la que vivo, estrenó muchos años después El Exorcista con la excusa, recuerdo, de que se trataba el montaje del director. Y allí fuimos sorprendidos de que hubiera tanta pibada rodeándonos y ansiosa por ver la película.

Y sí, hubo gritos, pero no de miedo sino de guasa. Y muchas bromas de colegio y chistes de maldita la gracia.

Ya lo conté en un post.

Y lo repito ahora porque el follón que arma Annabelle me evoca ese mal rato.

Pero no un mal de terror sino un mal rato con lo que hay.

¡Ogden, ogden!

Saludos, despierta, desde este lado del ordenador.