Ante la fastidiosa pregunta de ¿qué libro está leyendo? es probable que el noventa por ciento de los encuestados mire al cielo, se limpie las gotas de sudor que perlan su frente y responda, quien sabe si inspirado por aquellas clases a las que asistió en su ya lejana niñez: Don Quijote de La Mancha, que es esa novela a la que todo el mundo recurre pese a que continúe siendo la novela que casi todo el mundo desconoce por no haberla leído.
Ni leerá, aunque como comodín para salir del paso queda bien. Es un título incuestionable, una obra mayor que figura, además y junto a La Biblia y el listín telefónico, en todas esas casas donde los libros es material escaso porque o bien nunca hubo afición por la lectura (¿perder el tiempo leyendo cuando hay cosas más importantes que hacer?) o bien por falta de dinero, lo que obligó a forjar a generaciones de lectores gracias al papel desempeñado por las hoy maltratadas bibliotecas públicas, cuyo espacio es hoy más sala de estudios que lugar de recogimiento para la lectura.
Soy un tremebundo reaccionario con los libros, pero eso se debe a que me resisto a creerme su traspaso a la pantalla de un ordenador.
Soy un tremebundo cazador de libros en rastros y librerías de viejo, oasis en los que de tanto en tanto encuentro rarezas que yo solo entiendo y soy, lo hablaba el otro día con un amigo que siente esa misma pasión por los libros, un tipo que no perdona que no se respete la última voluntad del autor. Es decir, que se niega a leer aquellas novelas que dejaron incompletas o escondidas en algún lugar de la casa quizá porque no tuvieron tiempo de tirarla a la basura. O a la hoguera. O porque un maldito amigo no le hizo caso y la publicó cuando ya estaba a dos metros bajo tierra.
De todas formas, asumo y comprendo que Don Quijote continúe siendo el libro socorrido al que recurren los que no leen porque, como ya dije antes, ha terminado por ser el libro de los libros con permiso de La Biblia, aunque siempre hay tiempo para atreverse a leerlo porque los libros, incluso los muy malos, a veces muerden y te cambian como persona.
Escribo estas líneas un 23 de abril que es el Día del Libro, y tras asistir al acto de presentación –acto que coincide con una fecha que no está marcada al rojo en el calendario de esta comunidad autónoma– de la segunda edición del programa Santa Cruz, ciudad leída, pienso que los libros afortunadamente libros son. Unidades peligrosísimas en estos tiempos tan necesitados de iluminados como Don Quijote de La Mancha.
La presentación de la segunda entrega de Santa Cruz, ciudad leída tiene lugar esta misma mañana en la plaza de Candelaria, e intervienen la concejala de Cultural del Ayuntamiento, Clara Segura; el director de Cooperación y Patrimonio Cultural, Aurelio González, y el presidente de la Asociación Canaria de Escritores, Cirilo Leal.
Todos ellos pronuncian palabras muy bonitas en torno al libro, pero la mayoría de sus reflexiones se pierden en el aire porque sobre esta ciudad cae un sol de justicia.
Ya comenté en una ocasión que a mi, particularmente, me gusta este tiempo donde las temperaturas parecen que revientan el cristal que contiene el mercurio de los termómetros y en el que los días se hacen más largos que las noches y en los que se agradece que sople una brisa que nos viene del mar para refrescar tanto bochorno…
No sé si por bochorno, la segunda edición del programa Santa Cruz, ciudad leída cuenta este año no con dos escritores seleccionados sino con quince, de quienes se ha escogido quince fragmentos donde aparecen calles, plazas y avenidas de la capital tinerfeña con las que quien procuró su selección, este mismo que ahora les escribe, ha intentado diseñar un itinerario lo más amplio y variado posible por una geografía que conoce porque fue aquí, en la noche de los tiempos, donde nació, se crió y hoy hace que vive.
Me gustaría así que los quince paneles distribuidos por la ciudad animasen a una, dos o tres personas a leer las novelas y los relatos de los que están extraídos estos textos, aunque como bien apunta una de las pocas periodistas que de verdad se ha tomado en serio informar sobre eso que todavía denomino cultura, los responsables de la iniciativa deberían de barajar la posibilidad –si se repite la experiencia– de traducirlos a otros idiomas que no sea solo el español.
Creo que Domingo Pérez Minik estaría de acuerdo por aquello de la entrada y salida de viajeros.
Cuando finaliza el acto, y se recogen las cámaras de televisión, los redactores esconden sus grabadoras y los fotógrafos salen como flechas para cubrir otras noticias que se desarrollan en lugares que requieren sus modestos esfuerzos, subo por la calle de El Castillo mientras fumo un cigarrillo de la marca Che, y que reproduce en la cajetilla la famosa imagen del guerrillero latinoamericano. Y pienso que es una paradoja, porque los cigarrillos Che están fabricados en los Estados Unidos de Norteamérica.
A la altura del Círculo de Bellas Artes me encuentro con un periodista que baja para “buscar noticias” en esa cajita de bombones que es el Parlamento de Canarias, un edificio donde la tribu que lo habita apenas sabe lo que es un libro, y me plantea la inevitable pregunta que parece obligada tal día como hoy: “¿Qué libro estás leyendo?”
Y respondo, mientras aplasto con la suela del zapato la colilla del cigarrillo Che, que “El Quijote.”
¿Acaso hay otro libro?
(*) Sin pinchan sobre el mapa, la imagen se amplia.
Lista de los autores y de los títulos seleccionados en la segunda edición del programa Santa Cruz, ciudad leída:
José Antonio Rial, La prisión de Fyffes; Alfonso García-Ramos, Guad; Jaime Mir, El caso del cliente de Nouakchott; Juan Ignacio Royo Iranzo, El fulgor del barranco; José Rivero Vivas, La magua; Víctor Álamo de la Rosa, Mareas y murmullos; Roberto Cabrera, Ídolos de bruma; JRamallo (Dr R), Cucarachas con Chanel; Jesús R. Castellano, Telarañas; Marcelino Rodríguez Marichal, Retrato de Marlou Diesel; Javier Hernández Velázquez, El sueño de Goslar; Francisco Pimentel, Santa Cruz, la nuit; Gregorio Duque, Pequeños homenajes; Daniel Duque, Los jardines de Ceilán y Juan Cruz Ruiz, Muchas veces me pediste que te contara esos años.
Saludos, mi Dakota espera, desde este lado del ordenador.