Flechazos (Bernal Díaz del Castillo)

Miércoles, Septiembre 5th, 2012

Ya he intentado explicar que hay libros que me llaman en silencio y que cuando reparo en ellos su voz retumba dentro de mi cabeza con el mismo efecto devastador de una bomba nuclear.

Soy, así, de los que creen que existen libros que parecen que te estuvieran esperando, callados, humildes, como si formaran parte de tu vida sin que lo supieras hasta que, por una casualidad que no existe, reparas en ellos y los coges y hueles y lees hasta embriagarme en una suerte de gozosa fortuna que tiene algo de carnal y quiero pensar sexual…

Y entonces comprendo que el tiempo que he ido dilatando el encuentro mereció la pena porque el libro estaba ahí, esperando el momento en el que todos los elementos se confabularan para hacerme no sé si más feliz pero sí al menos para contribuir a que no renuncie a esa palabra que es esperanza mientras me sumerjo en sus páginas porque, lo que antaño intuí podía resultar un fastidio, ahora se ha transformado en un sendero repleto de luces que iluminan las oscuridades que llevo por dentro.

Me pasó con Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, un autor que se puso de moda en unos tiempos universitarios que se difuminan en mi memoria y que la mayoría de los que hablaban –no recomendaban– su lectura sospecho ahora que no lo habían leído aunque se empeñaran en demostrar lo contrario.

Intenté por aquel entonces, lo juro, meterme en aquel texto que me parecía confuso y mal escrito. Para colmo de males, con el prejuicio de que su autor, Céline, fuera un señorito francés que no dudó en colaborar con los nazis y en pronunciar frases desafortunadas en contra de los judíos que iban desfilando día y noche hacía los campos de exterminio.

Pasado el tiempo, y relativamente malherido, encontré un ejemplar de aquel Viaje al fin de la noche y lo que antaño me resultó inconexo pasó a ser por obra y gracia de los dioses algo tan transparente como el agua.

El ejemplar que aún duerme en mi biblioteca está subrayado a lápiz, a veces incluso con una breve anotación en la que se puede observar unos signos de exclamación.

Algo parecido me sucedió durante un viaje por esa misma Grecia que hoy todos los ciudadanos de la Unión Europea pronuncian con boca pequeña.

Me llevé en aquel itinerario turístico La Iliada y La Odisea y Zeus, aunque prefiero pensar que fue Atenea, me contaminaron el alma  para descubrir alborozado que, efectivamente, los dioses cuando quieren caminan entre nosotros y que la novela de aventuras no sería verdad si no se hubiera escrito el fantástico viaje de vuelta a casa que emprende el astuto de Ulises.

El descubrimiento de otros libros, más que autores, se lo debo así a la casualidad y en ocasiones, raras, la verdad, a libreros inspirados y a amigos que, como Ezequiel Pérez Plasencia, me hizo fijarme en un autor, Joseph Roth, con el que desde entonces no dejo de reencontrarme, o Fiódor Dostoievski, un escritor al que me acerqué con el natural recelo de enfrentarme a sus voluminosas novelas…

El paso de la vida me ha mostrado así que mi corazón continuará latiendo mientras mi apetencia por la lectura –compulsiva y excéntrica, lo admito– no me abandone cuando la enfermedad decida tomar la carcasa que es mi cuerpo y aplatane todavía más ese pedazo que unos llaman alma y que en mi caso debe de encontrarse en alguna parte que hasta el momento desconozco.

Toda esta introducción viene a colación porque esa misma sensación que pretendo describir sin fortuna es la que siento ahora mismo con un ejemplar publicado en la colección Austral hace más de veinte años y que encontré –no fue fruto de la casualidad sino del flechazo– en una de mis habituales correrías por el Rastro de la capital tinerfeña.

Se trata de Historia verdadera de la conquista de Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, o la crónica de un testigo directo de uno de los episodios más gigantescos que han emprendido mis antepasados a los que reconozco y no renuncio, sobre el sometimiento de lo que hoy se conoce como Méjico.

El ejemplar que poseo es un volumen en el que se nota las huellas del tiempo, impreso con letra muy pequeña y que supera las quinientas páginas.

Está escrito en un embriagador castellano antiguo que traduzco en mi sesera con una actualidad placentera que me obliga a avanzar y avanzar en el relato porque estoy ante una obra de insólita y de desarmante objetividad en la que su autor –tenía ochenta años cuando redactó sus recuerdos como soldado y aventurero– describe con estilo seco, castrense, unos acontecimientos que hizo temblar a la misma Historia.

Y quizá sea debido a ese estilo seco y contundente con el que Bernal Díaz del Castillo quiere rendir homenaje a los hombres que acompañaron a Cortés en aquella campaña, anotando las escaramuzas, batallas, enfermedades y derrotas que salpicaron lo que no deja de ser una gigantesca aventura, la clave de un libro en el que no hay ánimo de reivindicar héroes sino mostrar el esfuerzo titánico de un grupo en el que no hubo un solo protagonista.

Casi parece, en este sentido, como si Bernal del Castillo quisiera dejar constancia que lo que se hizo no fue obra de un solo hombre, Hernán Cortés, sino de los hombres que acompañaron a Cortés.

Por eso se me antoja Historia verdadera de la conquista de la Nueva España una lección de periodismo tal y como lo tenía entendido en mi cabeza antes de que la cruda realidad me enseñara que es otra cosa…

Y hago cábalas mientras me pregunto ¿cómo demonios nadie, nadie, acometió la ambiciosa tarea de transformar lo que dictan estas páginas en un guión que tuviera la misión de traducir en imágenes lo que fueron capaces de hacer mis antepasados en territorio inhóspito, despiojándolo, tal y como lo despioja Bernal del Castillo, de leyenda?

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es un libro, en definitiva, con el que recupero mi compromiso de honor con los volúmenes que me hacen pensar qué grande es la literatura.

También mi atolondrado asombro de que un lector en 2012 aprenda a comportarse como persona a través de las experiencias que vivieron sus semejantes pero en el siglo XVI.

Una experiencia narrada con humildad, que no hace queja de los sufrimientos y tragedias que padecieron mientras conquistaban lo que era un Nuevo Mundo.

Un relato, en definitiva, de hombres que solo sabían caminar dando pasos hacia adelante.

Bernal Díaz del Castillo falleció en la indigencia.

Dejó solo a sus hijos este fascinante relato a modo de herencia. Iconsciente él, y eso lo hace más grande todavía si cabe, del formidable legado que nos dejaba a quienes hoy nos consideramos sus legítimos descendientes.

Leo en voz alta sus páginas mientras recorro los largos pasillos de mi mansión. Y cuando cierro la boca solo puedo agradecer haberme topado con este ejemplar usado una mañana soleada de domingo en el Rastro de la capital tinerfeña.

Hago el signo.

Bajo la cabeza con humildad y susurro la palabra sagrada:

Gracias.

Saludos, ni un paso atrás, desde este lado del ordenador.

Historias de un barrio

Jueves, Julio 12th, 2012

“Le pido a mi hermano mayor algún libro sobre la Guerra Civil y me entrega Zalacaín el aventurero. “Se lo prometí a papá”, se disculpa. A Alberto, Ernesto y Rafa sus hermanos también han debido de prometerlo, pues les entregan El principito, Viaje al centro de la tierra y Los cinco en la caravana. Subo a la azotea y limpio las casetas, cambio el agua, pongo ración en los comederos y leo un rato mientras mi buchón azul  compite en bajar del cielo el mayor número de mensajeras de Gran Canaria que no encontraron el camino de vuelta a su palomar. Desde mi azotea los veo; ellos también leen.” (Extraído del relato La banda de los cuatro, del volumen Pequeños homenajes, Gregorio Duque).

El paisaje urbano comienza a ser territorio habitual en las novelas y cuentos que se están escribiendo en Canarias. Gracias a estos textos, se está sugiriendo al lector una interesante mirada sobre la ciudad cuya multiplicidad de discursos engrandece de alguna manera las calles y plazas que en ellas se describen. Las dotan de historias posibles, las convierten en geografías necesitadas de identidad.

Podría apuntarse, en este sentido, que hay un gusto por recuperar sus espacios y una intención, también, por recrearlas como escenario de relatos negro criminales (Alexis Ravelo, José Luis Correa, Javier Hernández Velázquez); como geografía de encuentros y desencuentros (Pablo Martín Carbajal) o desde la vida en el barrio, microcosmos de una ciudad y testigo mudo de una infancia y adolescencia cuyas raíces reivindica Ezequiel Pérez Plasencia y ahora Gregorio Duque con su libro de relatos Pequeños homenajes (Ediciones Aguere/Idea).

Estos cuentos, postales, retratos, se desarrollan en uno de los barrios con más solera de la capital tinerfeña, El Toscal, y recogen con una mirada que afortunadamente no cae en la nostalgia sino desde una irónica distancia una serie de momentos que el autor describe con pulso regular y en ocasiones sorprendentemente ejemplar.

Pequeños homenajes compila así piezas que forman parte de un mismo órgano, aunque recomiendo su lectura sin comenzar por un principio que no es principio sino saltando sin orden ni concierto de un relato a otro. No es mala idea en este sentido, comenzar por los que se encuentran en medio para continuar con los que están colocados al final y terminar con los de su inicio.

El orden de lectura no alterará el contenido de un libro que apenas llega al centenar de páginas. Páginas algunas de ellas de gratísima lectura.

Citaría, en este sentido, los relatos que llevan por título Visita guiada, Tiempo al tiempo y Revenge.

El primero porque propone un imaginario y divertidísimo encuentro histórico que pudo haber sido real entre un chicharrero y un viajero británico empeñado en ver las banderas de Nelson en un Santa Cruz de Tenerife de 1840.

El segundo porque explora con feroz ironía el seguimiento policial que se emprende contra el arquitecto Alberto Sartoris y el grupo de sospechosos habituales (Eduardo Westerdhal, Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera) que le sirvieron de guía durante su estancia en la isla para comenzar unos trabajos en torno a una Residencia de Cultura Internacional que nunca llegó a hacerse realidad y, finalmente, Revenge, porque sin perder ese extraño sentido del humor que salpica todas estas historias –nueve en total, como nueve fueron los relatos que en su día publicó J. D. Salinger– resulta el más crudo de todos ellos. Un cuento que, tal y como ya anuncia el título, es una venganza con tintes más que de El conde de Montecristo con ecos a un género policíaco en el que nadie, en absoluto nadie, es inocente.

Pequeños homenajes es un librito que se lee con agrado e interés. Y si bien se trata de un volumen con cierto hermetismo para no iniciados, entre los que me encuentro, pasando por alto esos guiños es un excelente y pequeño fresco sobre un barrio de Santa Cruz de Tenerife que, como avisa Duque en las palabras preliminares al texto, es “un territorio literario, una zona donde el común de la gente profesa el hábito y el amor a la aventura y a la palabra hablada.”

Estamos pues frente a un libro cuya mayor virtud es que está escrito sin acento nostálgico sino como tributo a la vida en el barrio. A esa extraña hermandad, con todo lo bueno y malo que tiene esa hermandad, que une los que se han hecho persona viviendo en barrios.

Quizá sea éste el motivo que explique el extraño sabor de boca que me ha dejado la lectura de este libro singular.

Un texto escrito con estilo y mirada. En la que el autor da un discreto paso atrás.

Y es aquí, en los relatos donde el protagonista forma parte del paisaje, en los que se encuentra una de las claves de que estas historias se lean sin adornos mitificadotes y se entiendan y asuman por su aplastante y desarmante sinceridad.

La sinceridad de un escritor que  rinde pequeños homenajes a una isla, una ciudad, un barrio con una agradecida e insólita vocación universalista.

Claro que las grandes historias se encuentran en las pequeñas grandes historias cotidianas con independencia del acento con que se hablen y se escriban.

Pequeños homenajes se convierte así en una de las más deliciosas sorpresas que he leído en los últimos tiempos de cuanto se está escribiendo en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

Saludos, gracias Javier por insistir en: ¡vuelve a leerlo!, desde este lado del ordenador.

Damos las notas…

Miércoles, Julio 11th, 2012

* La obra del escritor Víctor Álamo de la Rosa es actualmente objeto de tres tesis, dos en universidades italianas y una en una universidad brasileña. Hace un año Ediciones Aguere/Idea publicaba El Hierro literario, exploración de la obra de Víctor Álamo de la Rosa, un libro que traducía y resumía parte de la tesis leída por el investigador italiano Martin Beux en la Facultad de Literatura Extranjera de la Universidad de Génova. La tesis de Martin Beux se centraba en el universo literario de la Isla Menor, trasunto literario de la isla canaria de El Hierro, visible en las cinco novelas y en los relatos publicados por el escritor canario. A esta tesis presentada en la Universidad de Génova se unirá la que prepara Isotta Luca, investigadora de la Universidad de Venecia, que ha elegido para su tesis el libro Mareas y marmullos, el volumen que en España ha editado Tropo Editores y que reúne todos los relatos del autor de El año de la seca. Isotta Luca presentará a finales de este año, en la Facultad de Filología de la Universidad de Venecia, su trabajo de traducción del libro de Víctor Álamo de la Rosa, trabajo que esta vez se ha enfocado desde el estudio propiamente lingüístico del particular estilo del escritor canario y su singularidad idiomática. Finalmente, la tercera tesis en curso sobre la obra del escritor es la que está llevando a cabo la investigadora brasileña Sarah Munck Vieira en la Universidad Federal de Juiz de Fora, del estado brasileño de Minas Gerais. El trabajo de la estudiosa brasileña abordará toda la obra de Víctor Álamo de la Rosa, narrativa y poesía, y, aunque la tesis se presentará a finales de 2013 en Brasil, ya puede leerse un adelanto en la revista brasileña Darandina  donde Sarah Munck analiza la novela El año de la seca, publicada por vez primera en 1997 en Río de Janeiro. Este estudio sobre El año de la seca se presentó en el VI Simposio en Literatura, Crítica y Cultura del programa de posgraduado de la Facultad de Letras de la Universidad Federal Juiz de Fora, celebrado del 28 al 31 de mayo de este año.

* El último número de la revista Letras Libres edita una entrevista con el escritor Peter Stamm firmada por el traductor José Aníbal Campos y Eduardo García Rojas. Se trata de la misma entrevista que se publicó en el número correspondiente al 18 de abril de este año de El Perseguidor, suplemento de carácter cultural que aparece en la edición de los miércoles del periódico tinerfeño Diario de Avisos. Felicitamos además a José Aníbal Campos porque es uno de los cuatro finalistas al premio de Traducción Esther Benítez que otorga la Asociación de Traductores de España por su impecable e implacable trabajo con Edipo en Stalingrado, de Gregor von Rezzori, un texto dificilísimo de traducir y una novela, esta su versión en castellano, recomendable para quienes todavía confían en el poder seductor de las palabras.

Saludos, al final bebí el agua del pozo, desde este lado del ordenador.

Lucha Libro… La vida es eterna en cinco minutos

Domingo, Junio 24th, 2012

Yo, que no soy aficionado al fútbol, resulto también contaminado por el virus del balompié. Sigo a ratos el partido que enfrenta a la selección de España con la de Francia imaginando con la ironía del perdedor que en ese lejano terreno de juego este país va a repartir justicia histórica con su vecino.

El gabacho, que impuso un rey como José I al que la maledicencia de un pueblo que comenzaba a construirse como nación conoció como Pepe Botella, y una ocupación que se equivocó en inculcar lo de libertad, igualdad y fraternidad a base de represión, sangre y fuego.

Debe ser que al francés nunca le gustó el olor a cebolla y la rudeza de los vinos ibéricos… Así que pensó: la letra con sangre entra.

Puto error.

Bajo al Atlántico acompañado del sonido de las vuvuzelas y de los gritos aguardentosos de la gente que canta, al modo de una desafinada banda sonora: soy español, españolSoy español, españoool…

Un corro de señoras de edad, en una terraza, y vestidas con camisetas de la selección española lo corea mientras tres pibes que podrían ser sus hijos las mandan a callar.

“¡Silencio, cojones, que somos africanos!.- les chilla uno, el más jovencito.

Una de las señoras le responde: “¡Malcriado, no tienes educación! ¡Es-pa-ña!, ¡Es-pa-ña!”, y durante un momento pienso que los críos las van a inflar a hostias cuando una pareja pasa a su lado y los gallitos patriotas le increpan al chico que se quite la bandera roja y gualda que lleva colgada al cuello.

El chico se niega. Y la chica que va a su lado lanza un gritito nervioso.

Los gallitos, envalentonadossuben el volumen de la voz aunque cierran la boca precipitadamente cuando aparece un coche de la Policía Nacional que al encender sus luces hace que se pierdan en una noche de patriotismos idiotas que por si algo se caracteriza es por su aplastante y aplatanado calor africano que, imagino, hace derretir también al asfalto.

Esquivo a una cucaracha gigante que planea borracha alrededor de una farola en la plaza de Weyler y por fin llegó al Atlántico que –noto– no registra la asistencia de público que esperaba encontrar con respecto al primer día –y los que han seguido me cuentan– del Primer campeonato de improvisación literaria en Canarias, Lucha Libro, un original concurso en el que participan escritores con máscaras tan extravagantes como la de los que hacen Lucha Libre en esas tierras que son las de Iberoamérica, y del que hoy formo parte del jurado.

Porque hoy es la final.

Y hoy es la noche de San Juan.

Así que es probable que la gente esté quemando sus frustraciones en las improvisadas hogueras de la playa, del solar de al lado…

Job Ledesma y Pablo Martín Carbajal son los otros miembros del comité deliberador. Los tres hombres sin piedad y con gafotas que tenemos la siempre difícil tarea de seleccionar a los finalistas y, obviamente, al ganador de esta primera edición de gladiadores de las letras impovisadas.

Cuatro son los que se la juegan: El Esguince de Lince, Muñeca de Letras, Musidora y El Pollito de Macondo.

La primera lucha enfrenta a El Esguince de Lince y Muñeca de Letras.

Tienen que escribir un relato inspirado en estas tres palabras: Garganta, Festival y Linterna.

El Esguince de Lince escribe un cuento original pero se complica con el teclado y no termina por cerrarlo. Muñeca de Letras tira por la prosa poética y le sale algo, a juicio de los tres gafotas, más interesante.

La decisión no deja sin embargo de dejarme un mal sabor de boca porque esto de actuar como el rey Salomón es complicado.

La segunda lucha pone frente a frente a Musidora y El Pollito de Macondo.

Las tres palabras claves a través de las cuales deben articular su historia son: Cicatriz, Sujetador y Sospechoso.

Musidora escribe un cuento fantástico. De una tacada, sin apenas dudar. Sus manos se deslizan por el teclado del portátil con la misma agilidad de una curtida pianista.

El Pollito de Macondo hace lo mismo. Quizá sin la agilidad en los dedos de Musidora pero sí con más divertida imaginación. Su historia, una vez que nos ponemos a deliberar, nos convence a los tres para que pase a la final.

La final…

El Pollito de Macondo y Muñeca de Letras.

Enmascarados.

Las tres palabras: Enfermo, Piscina y Revista.

Suena la campana.

El de Macondo construye un cuento divertido, irónico. De los que hacen sonreír.

La de Letras permanece fiel a su estilo… Prosa poética, con imágenes potentes precisamente por lo improvisada que salen de su cabeza en esos cincos minutos que hace que la vida sea eterna en cinco minutos.

Los gafotas, tras una ardua deliberación, deciden otorgar el premio a El Pollito de Macondo.

Game over.

Sin la máscara El Pollito de Macondo resulta ser Enrique Sicilia y es autor del blog 100palabras.blogspot.com.

Acompañado de Pablo Martín Carbajal subo la cuesta que nos lleva a nuestras respectivas mansiones y comentamos –durante el camino que se me hace larguísimo cuando voy solo y con Pablo muy breve en el tiempo– la edad de los participantes de esa noche.

Son jovencísimos. ¡Te tratan de usté

Gente educada. Para los que el don ya no existe, afortunadamente, salvo para Don Juan Carlos I y Don Johnson

Bromeo con Pablo.

Esa gente forma parte de la Generación XXII, cuidado los de la XXI porque hay relevo y pisa con fuerza.

Me despido de Pablo cerca de mi mansión.

España ha ganado a Francia.

Claro que, como le comento antes de decirle adiós, la patria es el último refugio de los cobardes.

Saludos, entre mi país y mi madre: siempre mi madre, desde este lado del ordenador.

Ray Bradbury por fin pisa las arenas de Marte

Miércoles, Junio 6th, 2012

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy cercana… Me acompañó cuando comenzaba a iniciarme en la literatura.

De hecho, fue uno de los primeros escritores, junto a Robert Louis Stevenson, que me adentró en el fascinante mundo de la literatura.

Más tarde, y en plena y complicada adolescencia, llegarían Lovecraft, Sender, Conrad, Maupassant y otros tantos y tantas que han contribuido a que mi tránsito por la vida a veces me resulte tan atractivo cuando pierdo el tiempo metido de cabeza en un libro.

Es verdad que con la edad fui dejando las novelas y antologías de Bradbury, pero episódicamente solía leer cualquier cosa que encontrara del escritor que en sus novelas más recientes, y también autobiográficas como Cementerio para lunáticos y Sombras verdes, ballena blanca, descubría con gozosa e inquieta sorpresa que la edad del narrador de sus historias era la misma que tenía yo cuando los asimilaba como quien asimila cualquier confesión –por improcedente que sea– de un buen amigo.

De un amigo leal. De esos que sabes que nunca te van a dejar tirado en la cuneta.

Bradbury, a quien muchos ya seguíamos cuando llegó a nuestro lado, fue tomado realmente en serio por aficionados que rechazaban y rechazan los pobrecitos la literatura popular cuando ediciones Minotauro antes de ser devorada por el grupo Planeta publicó sus Crónicas marcianas con prólogo de Jorge Luis Borges.

El autor de Historia universal de la infamia escribe: “Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado –el dark hakward and abysm of Time del verso de Shakespeare–. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.”

Con todo, sin embargo, Bradbury nunca fue un escritor al que el aficionado a la ciencia ficción dura –es decir, el que busca más ciencia que ficción en este tipo de relatos– reivindicara con demasiado entusiasmo. Un experto llegó incluso a decirme en una ocasión que le parecía demasiado narrativo y poético… Más un fabulador que un escritor preocupado por la anticipación.

No le critico, es más, creo que en cierto sentido tenía razón.

Bradbury más que un escritor de ciencia ficción fue un escritor de fantasía. Un fabulador, efectivamente, de mundos donde la magia y la realidad se mezclaban sin chirridos extravagantes.

Un soñador que, a mi juicio, se crecía en el difícil arte del relato corto…

Muchos de cuyos cuentos contribuyeron a formar parte de ese barniz humanista que todavía debo de conservar…

Hay una antología por la que siento especial debilidad: El país de octubre, donde se reúnen quince de las mejores historias que publicó antes de que cumpliera los veintiséis años.

Si leen estos cuentos y continúan leyendo otras historias de Bradbury comprobarán que el escritor siempre escribió sobre lo mismo: el asombro. Un asombro teñido de ternura adolescente en el que lo mismo narraba como unos niños encerraban en un armario a un compañero el único día en el que podía lucir el sol en el planeta Venus como el diálogo que mantienen dos astronautas que flotan a la deriva en el espacio mientras se acercan al planeta azul…

… En estos y en otros de sus relatos, apenas unas pocas páginas redactadas con aplastante y poética sencillez, se condensan historias y sentimientos que taladraban y taladran el corazón de un lector que, como quien ahora les escribe, descubrió a Bradbury en esa etapa de la vida donde el mundo y las circunstancias se confabulan para que te hagas mayor.

Pienso así que el mejor cumplido que le puedo hacer al escritor –fallecido a la edad de 91 años– es que no quiso crecer.

“- ¡Eres la cosa más ridículamente estúpida que haya visto en mi vida! –exclamó– ¿Quieres que acaben matándote? ¿Qué te pasa? ¿Nunca aprendiste a conducir un coche? ¿Qué es esa bicicleta? ¿Es el primer trabajo que haces en el cine? ¿Cómo puede ser que escribas una porquería semejante? ¡Por qué no lees a Thomas Mann, a Goethe!

- Thomas Mann y Goethe –dije con tranquilidad– no habrían podido escribir un buen guión de cine en sus vidas. Muerte en Venecia, seguro. Fausto, ya lo creo. Pero ¿un buen guión? ¿O un cuento como uno de los míos, en los que hay gente que aterriza en la luna y es creíble? Eso sí que no. (Cementerio para lunáticos).

En Sombras verdes, ballena blanca, Bradbury recuerda su experiencia, precisamente como guionista, en Moby Dick junto al cineasta John Huston.

¿Quién es la ballena blanca?

No me falten y lean esta deliciosa y fordiana novela.

Ray Bradbury escribió otros títulos.

Recuerdo con especial placer El hombre ilustrado, un libro de relatos que narra a partir de los tatuajes que lleva un extraño dibujado en su cuerpo, así como Fahrenheit 451, un alegato en favor de los libros y la memoria que encierran los libros –y novela que inicia con una cita de Juan Ramón Jiménez: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”– que fue llevada al cine con incómoda frialdad por Truffaut.

Hay más Bradbury, afortunadamente, un autor relativamente bien traducido al español y a quien incluso el cineasta José Luis Garci le dedicó un libro que hoy es pieza culto entre los bradubiranos de pro entre los que me encuentro. Es más, si uno vuelve a ver aquellos inquietantes mediometrajes que son La cabina y La Gioconda está triste, dirigidas por Antonio Mercero y escritas por Garci, observarán el sello Bradbury en dos telefilmes que hicieron historia en un país que siempre presumió de atolondrado y golfo realismo.

Dicen que Ray Bradbury ha muerto…

Y yo me pregunto ¿qué sabrán ellos?

Lamento, en todo caso, el golpe que habrá supuesto para su amigo Ray Harryhausen, que es otro gigantesco ilusionista que se negó a crecer.

Yo, mientras tanto, tomo a cucharadas su Remedio para melancólicos, escancio El vino de estío y busco Las doradas manzanas del sol y Las máquinas de la alegría.

NOTA: La película Moby Dick como la serie de telesión Crónicas marcianas, basada en el libro de Bradbury, se rodaron en paisajes de unas islas abandonadas por las manos de los dioses llamadas Canarias.

Saludos, nos veremos un día de estos en las rojas arenas de Marte, desde este lado del ordenador.

‘Mujeres con gafas de luna’ y ‘Un rato más’

Domingo, Mayo 13th, 2012

En este fenómeno desinquieto que está resultando ser la novela en Canarias y ante la avalancha de títulos que inunda el mercado destacan dos títulos escritos por mujeres en los que se abordan historia e intenciones más o menos parecidas: Mujeres con gafas de luna (Ediciones Aguere/Ediciones Idea) y Un rato más (Novum Publishing) de Juana Santana y Saro Díaz, respectivamente.

La vida puede parecer triste si la miras con estas gafas con las que estás mirando ahora, son las gafas de luna, todo el mundo usa gafas de sol, ella es la única que se pone gafas de luna con las que se ven las cosas de otra manera. Con las gafas de luna se ve a la gente afanada en pagar impuestos, hipotecas. Letras de cambio, bienes de consumo, gracias a lo cual se mantiene un sistema que se basa principalmente en la esclavitud. El entramado es sutil y sofisticado, hay que tener gafas de luna para verlo, los que se creen libres solo son esclavos, los que se creen que votan y eligen solo son dirigidos a votar a los mismos perros que se van cambiando los collares cada cuatro años.” (Mujeres con gafas de luna, Juana Santana).

La novela de Santana propone un monólogo a dos bandas con el mismo personaje, Lucía/Francisca. Un personaje que busca su lugar en el mundo pese a las numerosas frustraciones que pueblan su vida. El tono de la obra sabe así como a ajuste de cuentas con su destino,  pero no reniega del espacio geográfico en el que se desenvuelve la protagonista, La Laguna principalmente, como territorio en el que todavía se puede soñar pese al peso de la aplastante realidad.

El libro, que apenas supera las ochenta páginas, es un atractivo y vitalísimo canto a la esperanza, por muchas que sean las adversidades que se interiorizan en la cabeza de su protagonista, y he ahí donde late uno de los atractivos de una historia que permite al lector explorar las entrañas de un personaje que no navega a la deriva sino que se preocupa por encontrar su lugar en el mundo mientras aprende a desprenderse de todo el lastre que la ha configurado –y dañado– como persona y a asumir con resignación aquellos pedazos que puedan haber quedado colgados en algún lugar remoto de su imaginario.

“Con la etiqueta alojada en su mente –artista fracasada–  se sintió mejor. Flaubert afirmaba que valemos más por nuestras aspiraciones que por nuestras obras. Ahora ya no aspiraba a nada, podía permitirse llevar su aburrimiento vital de aquí para allá, sin objeto. Suponía casi un alivio.” (Un rato más, Saro Díaz).

Por el contrario, Saro Díaz evita ubicar a su personaje en cualquier población de Canarias aunque las referencias que menciona conduzcan inevitablemente al lector a entornos urbanos conocidos de las islas.

Un rato más propone adentrarnos en el alma y el corazón de una mujer que ha perdido el gusto por la vida. O más bien de un personaje que ha preferido rechazar la vida porque le aburre, le parece trivial y terriblemente fastidiosa. Un viaje a Nueva York, en el que le suceden una serie de peripecias, irá transformando su manera de ver las cosas y, una vez de regreso a su ciudad sin localizar, a reencontrar un amor que ya creía perdido definitivamente en su agenda existencial.

La novela está escrita en tercera persona y estructurada en tres grandes capítulos que ya anuncian la evolución de su protagonista, Ana: Sola, Con los otros y Combate permanente. Díaz añade un pequeño epílogo que cierra lo que prometía un relato desesperado con una juguetona y resignada sonrisa. Al final, viene a contarnos, para vivir hay que superar el miedo precisamente a vivir.

Ambas novelas, Mujeres con gafas de luna y Un rato más son relatos bastante interesantes para los tiempos que corren, y un reclamo para continuar adelante, a que crucemos las fronteras sombrías que nos separan del camino de baldosas amarillas.

En estos dos títulos, además, encuentro coincidencias que casi parece poner de manifiesto por donde se está escorando la literatura de estas dos escritoras. Mujeres que cultivan una escritura de acción interior a través de la cual hacen mover a sus personajes.

Se agradece el mensaje final, aunque en la novela de Díaz resulte un tanto forzado su quiero vivir. Quiero vivir sin miedo a vivir.

Santana se pregunta por el contrario si descubrir la tediosa y esclavizante realidad gracias a unas gafas metafóricamente de luna que solo “enseñan las cosas de esta forma tan poco probable, tan inexacta, tan general”  merece la pena cuando lo que aspiramos es fundirnos con el todo. Ser parte del todo. O el universo para la escritora.

Dos reflexiones que sus autoras describen mostrando el reflejo de las emociones de sus protagonistas.

Mujeres con gafas de luna y Un rato más (el orden de las obras no altera su calidad) son así, a mi juicio, dos relatos necesarios para continuar reivindicando la literatura que hoy, mujeres y hombres, están desarrollando en este archipiélago hasta el día de ayer algo dormido.

Saludos, quiero más, desde este lado del ordenador.