El Carnaval no tiene quien le escriba

Miércoles, Enero 23rd, 2013

Apenas he encontrado un puñado de títulos que, de una  manera u otra, se ajustara a las pretensiones de este post.

Y mira que he consultado con amigos editores y escritores. Navegado por la red e investigado en mi caótica biblioteca pero son muy contadas las novelas y relatos que escritos desde esta apartada orilla han desarrollado sus historias en una fiesta que, como los carnavales, se han empeñado desde que tengo uso de razón en que forme parte de mi carácter como habitante que soy de estas islas sin rumbo.

Me resulta por ello curioso este vacío temático en la literatura que se elabora en estas costas. Más si tenemos en cuenta el juego que proporciona esta fiesta y el sentimiento con el que –no se cansan de repetir sus defensores– se vive el jolgorio: unos días de excesos presuntamente desmedidos.

Partiendo de la base que no soy un carnavalero de pro, y que detesto con toda la cordialidad del mundo a los que sí reivindican que son carnavaleros de pro, soy como un náufrago mientras busco novelas y cuentos donde el Carnaval es un elemento más de la historia.

Es más, pregunto, ¿si la fiesta está tan metida en el disco duro de nuestra memoria qué razones explican que nuestros escritores hayan renunciado a ubicar sus relatos en un festejo al que no le niego el colorido ni la imaginación del disfraz?

¿De la máscara para pasar desapercibido en una geografía donde todos nos conocemos?

¿De la supuesta sexualidad que por una vez se libera de nuestros reprimidos instintos provincianos?

Salvo la interesante La fiesta de los infiernos (El Toro de Barro), de Juan José Delgado, novela en la que el autor recurre al Carnaval para “reflexionar sobre el enmascaramiento que se da en una sociedad que se pone la careta oficial en unos carnavales cuyo tema es el Nazismo” (1), poca cosa he encontrado en la que la fiesta asuma natural protagonismo.

Lo que no deja de inquietarme como compulsivo lector. Y volver a replantearme las cuestiones anteriormente propuestas.

Agradecería, en este sentido, algún título, alguna referencia por parte de quien ahora pueda leer este post para ampliar el catálogo de obras y evitar lo que no es sino –mucho me temo– una reflexión en la que se multiplican las preguntas y se reducen a cero sus respuestas.

Es verdad que existe una copiosa bibliografía sobre el Carnaval en la que se trata con mejor o peor fortuna su historia. Hay un libro de referencia, 75 años dando la murga, de Ramón Guimerá Peña, en el que se estudia uno de los grupos más populares de la fiesta, pero en el terreno de la ficción, en el que deja espacio al reino de la imaginación reitero que son muy escasas las aportaciones.

El editor Ánghel Morales me avisa que hay un título, El gnomo bajó al Carnaval (Benchomo), de Felipe Rosa Santana, “del que se vendieron miles de ejemplares”, pero no he tenido la oportunidad de leerlo para que pueda emitir un juicio.

Otra fuente me recuerda que en El don de Vorace, de Félix Francisco Casanova, “aparece un baile de máscaras” y que una lectura ligera de Crimen de Agustín Espinosa, “te puede aportar desde un punto de vista mucho más evolucionado tanto en concepción como en escritura, un aire de máscara o carnaval”, lo que me hace pensar que debería de volver a leer la que quizá sea la mejor novela escrita en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

Continuo buceando, recabando información, pero no encuentro nada salvo “un recuerdo que leí un cuento…” que no tuvo que dejar demasiada trascendencia si no se recuerda el título ni al autor.

Lo que hace que las preguntas anteriormente suscitadas sigan molestándome en la cabeza y que piense si es natural este divorcio entre la fiesta popular más promocionada de estas islas con sus narradores. Narradores que, imagino, alguna vez fueron cómplices del disfraz y de la máscara.

Lo escribo porque si yo fui cómplice del Carnaval a edad muy temprana, en aquellos tiempos donde solo quería disfrazarme de mosquetero o de cuatrero, también tuvieron que ser arrastrados por ese mismo impulso los escritores en su más tierna niñez y adolescencia.

Se quiera o no se quiera, se lo deteste o no se lo deteste, es prácticamente imposible aislarse del Carnaval si se habita en esta tierra endemoniada y desmemoriada.

Casi parece que de pronto, y por obligación, se invita a los vecinos a que asalten la calle no con ánimo reivindicativo sino bajo el confuso signo de lo lúdico porque así lo ordena la autoridad.

Ponte el disfraz, y si eres rematadamente tímido la mascarita. Descubre la complejidad de las letras que desafinan las murgas y erotízate con las carnes desnudas que muestran los integrantes de las comparsas… Adora, aunque sea por una semana, a su reina proclamada y sumérgete en las calles de una capital que durante esos días permite a la marabunta acostarse después de las diez de la noche y levantarse cuando rompe el amanecer.

Así que no sé a ustedes, pero a mi el Carnaval con todas sus chirriantes contradicciones me parece un excelente material literario para meterle el diente…

(1)   “La realidad del mundo es la que se prolonga con los sueños”, una entrevista con Juan José Delgado, El Perseguidor, nº 67, 15-X-2011.

(*) La imagen que acompaña estas líneas pertenece a El carnaval de las almas (Herk Harvey, 1962).

Saludos, intentando dar la nota, desde este lado del ordenador.

El que avisa no es traidor, malditos bastardos: ¡No ensuciéis el buen nombre de John Steinbeck!

Domingo, Enero 6th, 2013

Así aprendió Arturo la lección que todos los caudillos aprenden con perplejidad: que la paz, y no la guerra, es la que destruye a los hombres; la tranquilidad, y no el peligro, la madre de la cobardía; la opulencia, y no la necesidad, la que acarrea aprensiones e inquietud.”

(Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros. John Steinbeck)

Entre los escritores a los que se agrupa en eso que se conoce como generación perdida tuve debilidad confesa por Ernest Hemingway, el delicado y quebradizo Francis Scott Key Fitzgerald y John Steinbeck, un escritor a quien siempre recurro cuando la torre de marfil en la que me encuentro parece agrietarse por los embates de la realidad.

Sin embargo, hubo un libro de Steinbeck de obligada lectura en mis años de aprendizaje, La perla, que no fue uno de esos títulos que me marcaron del escritor, como tampoco lo fue El viejo y el mar de Hemingway pero sí El gran Gastby de Fitzgerald.

Cosas de la vida.

Cosa de entendederas…

Si hay un libro de Steinbeck que supuso para mi algo así como un disparo de nieve, una luz cegadora fue Los descontentos (The Winter of our Discontent) que fue la última de las novelas escritas por el celebrado autor de Las uvas de la ira.

En este libro, como en otros de Steinbeck, no se cuenta nada especial aparentemente, aunque en este libro, como en otros de Steinbeck, lo que importa es observar el paso de las cuatro estaciones por sus protagonistas.

Observar, ya saben, cómo van creciendo, y empequeñeciendo también, los personajes a medida que la historia avanza hacia su inevitable final.

Steinbeck tiene mucho más títulos, la mayoría de los cuales se desarrollan en el valle de Salinas, California, que podría constituir para los maniáticos una especie de territorio literario real, no ficticio, no mágico, que espero conocer alguna vez si la buena suerte me acompaña…

Escritor de extraña actualidad por los tiempos que nos ha tocado vivir, Steinbeck fue, de alguna forma, el gran cronista de los duros años de la depresión.

Cito de memoria su extraordinaria De Ratones y hombres y Las uvas de la ira, un novelón de más de mil páginas que fue llevado al cine con sensible emoción por otro gigante, John Ford.

Destacaría también Tortilla Flat, El autobús perdido, Al este del Edén, La luna se ha puesto y los libros donde recoge sus experiencias como periodista durante la II Guerra Mundial, Hubo una vez una guerra, o su sentimental itinerario existencial, dietario de viaje que es, precisamente, Viaje con Charlie en busca de América.

Steinbeck me acercó también al mundo de los piratas con La taza de oro, una ficción histórica basada en la vida de Henry Morgan y a la legendaria Camelot en su imprescindible Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, donde recuerda en su hermosa introducción: “Hay muchas persona que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y solo han aprendido esta artimaña –ese prodigio– en los diez últimos millares de los mil millares.”

Por ello, y expuesto mi profundo cariño, mi profundo aprecio con el señor Steinbeck me sorprende, y me desagrada también,  leer esta misma mañana de Reyes Magos de Oriente un artículo en el que se afirma que John Steinbeck, que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1962 “por sus obras realistas e imaginativas”, lo recibió porque “no hubo nada mejor.”

¿Nada mejor?

En la terna de ese año se encontraban, entre otros escritores ¿menores?, Robert Graves, Karen Blixen y Lawrence Durrell

En fin.

Nunca he confiado en los premios Nobel de Literatura. En mi biblioteca, de hecho, destacan por su ausencia.

O mejor, me grita Señor Ojo borracho perdido y apestando a ginebra barata, “en tu biblioteca son pocos los escritores que han sido distinguidos con el famoso premio que lleva el apellido del inventor de la dinamita.”

John Steinbeck, en su discurso de agradecimiento tras recibir el goloso galardón, afirmó: “En mi corazón puede que haya duda de si merezco el Premio Nobel en vez de los otros hombres letrados por quienes siento respeto y reverencia”.

Y pienso, mientras Señor Ojo asiente engullendo otro vaso de ginebra, que lo dijo el autor de Las uvas de la ira, Los descontentos, De ratones y hombres, Tortilla Flat.

Sacudo la cabeza en un año que apenas ha consumido sus primeros latidos de vida.

Y soy consciente que no es cabreo sino indignación lo que me motiva a escribir estas líneas apresuradas en un día en el que se debe repartir regalos.

Señor Ojo, generoso, me alegró hace apenas una hora la tarde con una botella de ginebra barata que ahora mismo está liquidando mientras suelta eructos, se rasca la barriga y da tumbos por el salón de la cueva.

- ¡Cuide ese estómago!- Le grito a Señor Ojo, que hace como que no me oye mientras perfuma el salón con sus ventosidades.

Aguanto entonces la respiración y las desordenadas ideas se aclaran.

- ¡Ya sé a quien entregar el carbón con el que me desperté esta mañana!- exclamo mientras respiro el aire enrarecido de la habitación.

- ¿Eh?.- pregunta Señor Ojo.

- ¡¡¡No ensuciéis el buen nombre de John Steinbeck!!!

- ¡¡¡Veinte Premios Nobel!!!-Responde Señor Ojo tirando al suelo, donde se rompe en pedazos, la botella de ginebra barata.  

(*) Una fotografía con mucha miga. En la imagen el presidente Lyndon B. Johnson saluda al hijo de John Steinbeck. Steinbeck es el hombre con barba luciferina que observa ¿inquieto? a L.B.J.

Saludos, suena de fondo Lucky Thompson, desde este lado del ordenador.

Una Escuela donde la imaginación es posible

Martes, Octubre 23rd, 2012

El próximo años cumple su décimo aniversario y pese a las negras tormentas que nos ha tocado vivir, la Escuela Canaria de Creación Literaria disfruta de una envidiable salud y prepara su décimo aniversario, que celebrará el próximo año, con un entusiasmo que descoloca a quienes no conocen a la responsable de este espacio, oasis cultural, situado en La Laguna: Antonia Molinero.

En esta casi década de vida que lleva en las islas, La Escuela Canaria de Creación Literaria ha sabido sortear los efectos devastadores de la crisis con mucha imaginación y sentido de la oportunidad, así como por un profundo amor a la literatura. También ha conseguido que muchos de los escritores que hoy están publicando en las islas, y más allá de sus constreñidas fronteras, aprendan a manejar con soltura sus herramientas siendo conscientes en todo momento que el buen escritor solo se hace –no nace– a base de mucho esfuerzo y trabajo. De manuscritos tirados directamente al cubo de la basura, de páginas y páginas emborronadas hasta la saciedad…

Es tanto el éxito y el reconocimiento que está alcanzado esta Escuela, y al que ha contribuido su cuerpo de profesores, que Molinero ha sido invitada a participar en el I Máster de Escritura Creativa de la Universidad Complutense de Madrid, organizado por el departamento de Filología de la Facultad de Ciencias de la Información; mientras prepara nuevos talleres como el de técnicas de imaginación para los jóvenes escritores, algunos de los cuales, confío, serán los protagonistas de nuestras letras en el futuro.

Se equivocan los que piensan que esta singladura, casi a punto de celebrar su décimo aniversario, ha sido un camino de rosas porque la experiencia ha resultado ser una aventura cuyos momentos de penuria se esquivaron gracias a la inquebrantable fe en este proyecto de su directora.

Una mujer, Antonia Molinero, para la que no existe la palabra fatiga y que tiene además la virtud de rodearse de personas igual de infatigables que ella, como Ana Belén Espinosa Morales.

Escribo todo esto porque aposté desde un principio por este proyecto y en lo que quería hacer Antonia Molinero, quien supo ver el talento creativo que se almacena –y en la mayor parte se frustra– que existe en estas islas abandonada de la mano de los dioses.

Este lunes tuve la oportunidad de volver a visitar la Escuela para hablar a profesores y alumnos de todas las edades de mi trabajo en los medios de comunicación de las islas. Una cita que me tocó de rebote y como bien dijo Molinero porque soy una persona que no está acostumbrada a decir no pese a que lo que quiera decir sea precisamente no.

Pasé un rato agradable, claro que siempre paso un rato agradable cuando visito la Escuela.

Conocí a gente y saludé a viejos conocidos a los que me une algo más que afecto como es el mismo amor por la literatura y pensé, mientras se sucedían los brindis y las conversaciones, en el pequeño gran milagro que ha hecho posible Antonia Molinero.

No sé si es consciente, pero entre las caras y cruces de correos electrónicos que anoté, muchos de ellos tomarán el relevo de los que actualmente están publicando en las islas y más allá…

Pienso por eso que pese a la crisis y a que nuestros bolsillos amanezcan cada día un poco más menguados de dinero, entrar en la Escuela Canaria de Creación Literaria es como acceder a otro mundo donde la imaginación, afortunadamente, sigue siendo posible.

Y eso es un milagro.

Saludos, espero estar presente para celebrar el veinte aniversario, desde este lado del ordenador.

Horizontes perdidos

Martes, Octubre 2nd, 2012

El hombre es un animal de costumbres cambiantes. Llego a tan trascendente conclusión sentado en una de esas bibliotecas que salpican el paisaje de la capital tinerfeña y en la que uno se tropieza, más que con lectores, con estudiantes que repasan apuntes escritos la mayoría de ellos con caracteres más o menos jeroglíficos… O tan jeroglíficos como mi escritura.

Siempre me he preguntado, yo que soy hijo de la máquina de escribir, que más tarde se transformó en eléctrica y fue sustituida finalmente (¿?) por los computadores, cómo se lo montaban los escritores de antaño cuando carecían de herramientas tan eficaces. También de cómo fueron capaces de producir tanto y bien –pienso en Tolstoi, en Galdós, en Defoe, en Stevenson, entre otros–  rasgando el papel con la pluma… Tachando, emborronando, reescribiendo títulos colosales como Guerra y paz, pongamos de ejemplo.

Repaso, cogido de un estante de la misma biblioteca en la que me encuentro, los artículos mordaces que en su día escribió ese gran amante del cine que fue Guillermo Cabrera Infante, un hombre que además de ser escritor fue un atinado espectador y un perverso, y espero que molesto, contador de las grandezas y miserias de las revolución cubana, país en el que su nombre aún se pronuncia con la boca pequeña no vaya a ser que quien lo susurre piense que esté más allá de esa saturnina revolución…

Un buen amigo me presta, y no sabe el regalo con fecha de caducidad que me hace, las memorias de Christopher Hitchens, Hitch-22, que leo con los ojos muy abiertos, y asombrado por toparme con un autor al que considero de los míos por el amor con el que desgrana una vida salpicada de contradicciones.

Es verdad que me enfado con algunos fragmentos que disemina en este libro que todo aprendiz debería de leer, pero afortunadamente los cabreos son cosa habitual entre los mejores amigos, que son todos aquellos que están cuando nadie parece que está.

La lectura de Hitch-22 me reconcilia además con un oficio, el periodismo, que creía definitivamente perdido y me invita a leer a George Orwell. Pero no el Orwell de 1984, Rebelión en la granja y Homenaje a Cataluña (para mí siempre Cataluña, no Catalunya) sino los otros escritos que nos legó un narrador que terminó siendo masticado y digerido por sus dos títulos más famosos… ya saben, el que protagoniza el Gran Hermano y el cerdo Napoleón.

Continúo disfrutando mientras tanto con Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, pero con pequeños y delicados mordiscos, consciente que si lo hiciera de otra manera castigaría la bronca belleza de un libro con el que incluso sueño… Y también con dos deliciosos relatos inquietantes de uno de los mejores, pero también más injustamente olvidados, escritores británicos de fantasía y ciencia ficción, John Wyndham. Encuentro una novela corta y un cuento del autor de El día de los trífidos en un volumen del año de la pera. Mereció la pena el gasto mientras en el Rastro de la capital tinerfeña me topó el domingo pasado que ya ha muerto con una edición de El Golem, la mítica novela de Gustav Meyrink, lo que me hace pensar en la obra de este fascinante escritor aficionado a las artes esotéricas, y a quien leí en la primavera de mi existencia con un arrebato que desde ese día me acompaña cuando descubro algún libro, conocido o desconocido, del autor…

Simultaneo estas lecturas con novelas que me llegan de aquí.

Subo mi opinión acerca de los últimos títulos firmados por Carlos Álvarez y Santiago Gil, pero ninguno de los dos llega a tocarme ese pedazo de alma que debo de tener en alguna parte. Me avisan de otros escritores nacidos o residentes en Canarias. Nombres conocidos y desconocidos en cuyos libros espero encontrar ese algo del que tanto hablo, y que me permita enfrentarme a un día a día que vivo en fase de desguace.

Las nubes del otoño, probablemente la estación más enfermiza que conozco, irrumpe con sus primeras nubes. Me coge una mañana y en plena calle una lluvia feroz y antipática y me doy cuenta que solo bajo la ducha soy capaz de cantar bajo la lluvia.

Tengo un sueño extraño y si quieren gótico que me hace despertar a una hora de la madrugada en la que eres consciente de tu soledad y quiero escribir esa experiencia porque, como sucede casi siempre, llegas a creer que es el relato de terror definitivo. Las pesadillas son así sueños extraños para quien ahora les escribe, quien últimamente se levanta mientras suena en su cabeza el Shangri-La de The Kinks y una voz grave le recomienda que vuelva a leer La doncella de hielo de mi admirado Marc Behm. Esto me sugiere que escriba sobre Behm, pero ya le dediqué un post en la noche de los tiempos cuando me enteré de su muerte… El escritor y guionista comenzó a escribir tarde, recién había cumplido los cincuenta, aunque ya había hecho el gamberro prestando su talento al cine.

Cine.

Gracias al periódico El Mundo recupero Casanova, de Federico Fellini, que no es una obra redonda pero sí un bonito homenaje sobre el amante que elevó el sexo a un arte puramente gimnástico. Repesco, además, Propiedad condenada, de Sydney Pollack, con la hermosísima y carnal Natalie Wood junto a un Robert Redford que no deja de recordarme al coprotagonista de La jauría humana. El antagonista es un bronco Charles Bronson, un actor que casi siempre hizo de sí mismo. Da miedo, tanto miedo como cuando interpretaba aquellos policiales teñidos de venganza en donde, es un suponer, estaba del lado de la ley aunque quizá lo más adecuado sea escribir su ley.

Lo interesante de esta colección es que recupera bastante de las películas que me forjaron como espectador cuando iba al cine. No había visto Moulin Rouge de John Huston desde que la descubrí en el Numancia, hoy un edificio abandonado por el que suelo pasar algunos días, y todavía me conmueve la fantástica interpretación de José Ferrer como Toulouse Lautrec. Ese mismo Ferrer que encarnó en su día y en pantalla grande al que considero el mejor Cyrano de Bergerac.

Comenzaba este post asegurando que el hombre es un animal de costumbres cambiantes, pero como pasa casi siempre, temo haberme equivocado.

El hombre, en todo caso, es un animal que insiste en recuperar su pasado para olvidar las miserias de su presente.

(*) La imagen corresponde al filme Horizontes perdidos (Lost Horizon, Frank Capra, 1937) basada en la estupenda novela de aventuras de James Hilton.

Saludos, bienvenido sea a Shangri-La, desde este lado del ordenador.

La legión de los condenados: Sven Hassel

Miércoles, Septiembre 26th, 2012

El nombre de Sven Hassel poco o nada dirá a los que hoy consumen literatura de puro y duro entretenimiento pero créanme si les digo que en los años setenta y ochenta del pasado siglo XX se convirtió en un autor de cabecera para muchos jóvenes que no querían aprender a ser mayores.

Ya le dedicamos al viejo Sven un post en este mismo blog, por lo que aviso que si regresa es porque el escritor de origen danés que combatió –aseguraba– como soldado en un batallón de castigo del ejército alemán durante la II Guerra Mundial es porque tal día como hoy ha muerto a los 95 años de edad en su domicilio de Barcelona, ciudad con la que bautizó a uno de los legendarios personajes que protagonizaron sus emocionantes novelas bélicas.

No he vuelto a leer a Hassel, pero sí que fue un autor al que continuamente recurría cuando era un adolescente. Sus novelas me parecían entretenidísimas y nunca me cuestioné que lo que narraba fuera falso. Además, se trataban de historias que, supuestamente, contaba un sobreviviente del bando perdedor. Es decir, relatos donde se humanizaba a los alemanes. En este aspecto, digamos que las novelas de Hassel contribuyeron a que muchos lectores se diesen cuenta que no todos los alemanes fueron nazis. Es más, en algunos de sus libros los nazis –y dentro del grupo de camaradas había uno, al que apodaban Heide– resultaban bastante odiosos.

Sven Hassel debutó como escritor en la república de las letras con La legión de los condenados, quizá su novela más creíble aunque le falte el rabioso pacifismo que caracteriza uno de los mejores libros escritos en alemán sobre aquella contienda como es Carne paciente, de Willi Heinrich, más tarde reeditada con el título de La Cruz de Hierro, o las divertidas pero también algo oscuras aventuras que contempla el ciclo del soldado, más tarde cabo, sargento y teniente Asch de Hans Hellmut Kirst.

Con todo, La legión de los condenados junto a Camaradas al frente me parece de lo mejor de la producción literaria de Hassel, quien continuó explotando el filón del frente ruso en otras historias que solo son recomendables a sus fanáticos seguidores –que los tuvo y que aún los tiene– porque resultan enojosamente repetitivas, casi fotocopias de los dos títulos anteriores.

Cansado quizá de ese escenario, el escritor llevó a sus personajes también al teatro de operaciones de Monte Cassino, Grecia y Francia, aunque la mayoría de sus obras se desarrollan en los campos de batalla que horadaron la tierra de la madre Rusia. Un  frente amplísimo que se convirtió, afortunadamente, en la peor de las pesadillas de un ejército como era el alemán que se creía invencible.

La red está plagada de páginas dedicadas a Hassel, incluso hay una escrita por un escritor ultraderechista danés que pone en duda las experiencias bélicas del escritor. Una polémica más que rodea la producción literaria de un autor que si tuvo algo que los distinguió de otros soldados que intentaron volcar sus experiencias bélicas al finalizar la II Guerra Mundial es que tuvo la capacidad de atraer a lectores adolescentes que, como quienes les escribe, lo consideraron como uno de sus escritores de cabecera.

El secreto radica en que en todas sus novelas, llegó a escribir catorce, estaban protagonizadas por los mismos personajes, un grupo de canallas individualistas que respondían al nombre de Porta, El Viejo, Legionario, Hermanito…Soldados, en definitiva, que combatían por el compañero que tenían al lado y no por un país gobernado por la cruz gamada.

Como sucede con la mayoría de los escritores que te marcaron en un momento de tu vida, intenté no hace mucho volver a leer a Hassel con resultados desastrosos. De repente, descubrí que lo que me contaba en novelas como Gestapo, Los panzers de la muerte, Comando «Reichsführer» Himmler o Los vi morir no capturaban mi atención como antaño. De hecho, y aunque resulte un poco fuerte, me parecían todas ellas terriblemente aburridas y escasamente realistas.

Dejé esos libros a un lado, aunque confieso que continúan ocupando un puesto de honor en mi caótica biblioteca quizá porque es la única manera que tengo para rendirle el homenaje que significaron para mi cuando las devoré (es el verbo adecuado) siendo un adolescente. Un adolescente que se había iniciado en el universo de los libros a través del club de Los Cinco y los misterios presentados por Alfred Hitchcock para Los tres investigadores

Más tarde, afortunadamente, llegó La isla del tesoro, pero esa es otra historia.

Saludos, firme y con la mirada al frente, desde este lado del ordenador.

En el día de hoy…

Sábado, Septiembre 15th, 2012

Recurramos a la Wikipedia para definir ucronía.

Ucronía es un género literario “que también podría denominarse novela histórica alternativa y que se caracteriza porque la trama transcurre en un mundo desarrollado a partir de un punto en el pasado en el que algún acontecimiento sucedió de forma diferente a como ocurrió en realidad.”

Mmmm….¿Reúne atractivos un relato cuyos elementos históricos son suposiciones de lo que pudo haber sido si…?

Sí, si la novela está bien escrita y entretiene…

Me asaltan varios títulos a la cabeza: El hombre en el castillo, El cuerno del caza, GB/SS y Patria, entre otras, de Philip K. Dick, Sarban, Len Deighton y Robert Harris, respectivamente. Una curiosidad que añado a este cuarteto: Si Alemania hubiera vencido, de Randolph Robban, curioso volumen de finales de los años cuarenta del pasado siglo XX en el que su autor, bajo pseudónimo, reescribe la historia. Una Historia en que las potencias del Eje han ganado la II Guerra Mundial y en la que propone, a modo de conclusión, el estallido de una nueva Guerra Fría entre la Alemania nazi y el Imperio del Sol Naciente, Japón.

La ucronía como género literario cuenta también en España con algunos títulos que plantean qué pudo haber pasado si el bando republicano hubiese ganado la Guerra Civil. He leído al menos tres novelas en las que se juega con esta posibilidad, aunque hay otros títulos, reparo en ellos navegando por la red, que también han explotado los recursos imaginativos que sugiere tal suposición.

El más conocido de ellos, y quizá el mejor aunque sin tirar a los cielos demasiados voladores, es En el día de hoy, de Jesús Torbado, premio planeta 1976. La novela comienza en 1939, el bando republicano se alza con la victoria tras aplastar definitivamente a los rebeldes en la batalla del Ebro. Francia, mientras tanto, ha abierto sus fronteras para dejar pasar suministros y abastecimientos a la República. El gobierno de izquierdas expulsa a los rebeldes del país y estos huyen al Portugal de Salazar o a la Cuba de Batista, isla donde busca refugio un tal general Franco. Los personajes reales se mezclan con los ficticios. Hemingway escribe que Madrid es una fiesta mientras sube la tensión entre anarquistas y comunistas por hacerse con las riendas del poder… Faltan pocos meses para que la Alemania de Hitler invada Polonia y empiece la II Guerra Mundial…

Escrito por un escritor de derechas, Fernando Díaz-Plaja reflexiona sobre este mismo asunto en el Desfile de la victoria: Abril de 1939. La Guerra Civil española ha terminado con el triunfo del Ejército republicano. Una ayuda masiva de material y hombres procedente de la Unión Soviética y de Francia ha decidido el resultado de la definitiva batalla del Ebro. Franco ha perdido. Los dados de la Historia han rodado de muy diferente manera a como lo hicieron en realidad. La posguerra y con ella la historia de España han tomado otra dirección.

La ucronía sirve a Díaz-Plaja para narrar el conflicto generacional entre un padre afín a los vencedores, y un hijo que está con los vencidos, lo que hace que mire a su progenitor como un viejo con roñosa y desenfocada visión de la realidad.

La novela de Díaz-Plaja ha quedado anticuada con el paso de los años, pero no por ello deja de resultar una inquietante curiosidad que plantea un ¿fin? –así lo escribe su autor– a lo que no deja de ser una ruptura entre lo viejo y lo nuevo.

La Historia, viene a contarnos Díaz-Plaja, la escriben siempre los vencedores.

Tercer título: Los rojos ganaron la guerra, de Fernando Vizcaíno Casas.

El escritor que se hizo éxito de ventas en la España de la Transición explotando en todas sus novelas los más bajos instintos de la derecha más casposa plantea con rancia ironía que también tras la batalla del Ebro se firmó el destino de la Guerra Civil con la victoria del Ejército republicano (los rojos).

La acción comienza así en abril de 1939 con el desfile victorioso de las fuerzas militares populares por el paseo de la Castellana (ahora avenida de Rusia) en Madrid, ciudad en la que efectivamente se hizo verdad el no pasarán.  España, en la novela de Vizcaíno Casas ya no es España sino la Unión de Repúblicas Socialistas del Estado Español, y su gobierno está presidido por Dolores Ibarruri. Un canario, el doctor Juan Negrín, y un fumador empedernido y salvaje comunista, Santiago Carrillo, asumen también responsabilidades de gobierno…

No, no es Los rojos ganaron la guerra la mejor novela de su excéntrico escritor. Un hombre al que tuve la suerte de entrevistar y que no dejaba de mirarme de reojo. Al final hicimos las paces recordando al maestro Edgar Neville y hablando sobre la novela de humor en España, un género que, como todo el mundo sabe, es fundamentalmente de derechas.

A modo de curiosidad y para los que estén interesados en explorar ¿y si…? Recomiendo la lectura de las Memorias inéditas de José Antonio Primo de Rivera, de Carlos Rojas. Rojas escribe las memorias alternativas del fundador de Falange Española, quien cautivo y desarmado hace repaso a su vida en una cárcel de Moscú ya que antes de ser fusilado en Alicante fue sustituido secretamente por otra persona. En la novela, José Antonio sostiene largas conversaciones con José Stalin… Lo que no deja de resultar una inquietante curiosidad. Por esta novela, su autor obtuvo el premio Ateneo de Sevilla en 1977.

Es decir, en plena y virulenta Transición española.

Apenas tres años antes había muerto en noviembre Francisco Franco.

Muchos pensaron entonces que en España volvería a amanecer.

Muchos pensamos hoy que la Historia no les dio la razón.

(*) La imagen corresponde a Muerte de un miliciano, de Robert Capa.

Saludos, ¿y si…?, desde este lado del ordenador.