‘Amor fou’

Agosto 21st, 2012

I.- MI PRIMERA TELE EN COLOR

La entrada de la primera televisión a mi casa fue algo así como el esperadísimo recibimiento –tras un largo y traumático parto- de un recién nacido al hogar de una deliciosa y excéntrica familia española en los años ochenta.

Por aquel entonces, averiguabas que programa o película se emitiría en color o en el tradicional blanco y negro si en la programación de la televisión que publicaban los periódicos locales aparecía un pequeño pero delator asterisco junto al título que iban a emitir.

Luego pasaba el tiempo, jugabas a lo que tenías que jugar y con exquisita puntualidad británica te sentabas frente al aparato y exclamabas ohhh cuando veías los colores que derramaba aquella pantalla hasta entonces vedada a la acuarela..

II.- Y LLEGÓ EL VHS

También recuerdo, en este post con pretendido sabor nostálgico, cuando aterrizó en casa el primer reproductor de cintas de vídeo. El debate que se suscitó entonces giró en torno al sistema por el que apostar: Estaba el  2000, el Betamax y el VHS.

La batalla la ganó en mi casa el VHS.

No saben ustedes la cantidad de cintas que grabé en este formato y que aún conservo repletas de polvo y telarañas en un cajón en el cuarto de los trastos. Podías además alquilar películas recientes en los vídeos clubes que por aquellos años se reproducían como setas en todas las ciudades de este país.

Bastaba con hacerte socio, pasear por sus entrañas mientras recorrías con la mirada las estanterías donde se almacenaban y, si tenías suerte, darte incluso un paseíllo por las porno que, habitualmente, permanecían marginadas en un cuarto adyacente y al que solo podían acceder mayores de aspecto sospechoso.

En mi imaginario, consideraba aquel cuarto como el espacio prohibido. Claro que, siendo hijo de Eva, pronto probé de la manzana del árbol de las ciencias con incursiones guerrilleras para adentrarme con entusiasmo adolescente en un género del que pronto me di cuenta funcionaba como el cine convencional: tenía su propio sistema de rutilantes estrellas.

III.- WONDERLAND

Rendí devoción a las películas protagonizadas por Ginger Lynn.

Nunca fui un fan fatal, como sí lo fueron otros compañeros de generación, por Traci Lords.

Es verdad que la magia de aquellas excursiones depredadoras en el cuarto prohibido se rompió cuando Canal + comenzó a emitir en codificado películas de este género, pero muchas de las cuales carecían de la inocente gracia de las que descubrí en aquel bosque que estaba más allá del bien y del mal. Esa fue una de las razones, y no otra, por las que aún reconozco ese canto libertario al género que sublima Paul Thomas Anderson en la aún reivindicable Boggie Nights, donde la espectacular Nina Hartley hace un pequeño pero trascendental papel. El filme se inspira en parte en la trágica vida del actor John Holmes, a quien Val Kilmer interpretó antes de que se nos echara a perder en la notable Wonderland.

IV.- VÍDEO CLUB

Con esto quiero explicar que guarde tantos gratísimos recuerdos de los vídeos clubes, muchos de los cuales comenzaron a salir del baúl de mis recuerdos al leer un artículo en El País donde se hace eco de su radical desaparición. Aunque algunos, antes de morir, estén apostando por otros modelos. Buscando, como dicen ahora los cursis, “otros nichos de mercado.”

En la actualidad soy socio de tres vídeos clubes en la ciudad que habito porque no sé, ni me he preocupado en aprender, a bajar películas. Confieso, de todas formas, que me gusta ir de vez en cuando a cualquiera de los tres videos clubes para ver qué oferta es la que me ofrecen.

Y si bien casi siempre los títulos coinciden, en uno encuentro otro cine, en un estante donde se puede leer Cine de autor que no deja de ponerme los pelos de punta como me ponía antaño otra cosa de punta la sección Porno; en otro, taquillazos de antes de ayer y hoy, y en el tercero, un apartado excelentemente nutrido de miniseries cuya existencia desconocía hasta que conozco cuando me doy una vuelta por su aparato digestivo.

V.- ALIMENTÁNDOME

Gracias a este último pude ver, recientemente, la más que correcta serie de televisión alemana basada en la vida de la familia Mann, Los Mann: La novela de un siglo  (Heinrich Breloer, 2001) así como Nuremberg (Yves Simoneau, 2000) y Cuando los leones rugieron (Joseph Sargent, 1994), entre otras de cuyo nombre ahora mismito no quiero acordarme.

VI.- CUESTIÓN DE LEALTAD

Y todo ello porque aún soy leal a esos años, los ochenta y principio de los noventa, en los que ir al vídeo club se convertía en una especia de fiesta. Una fiesta con parecido similar a la que organizábamos en mi adolescencia para ver –solo para ver– los carteles de las películas en los numerosos cines que había diseminado en esta capital de provincias que es Santa Cruz de Tenerife.

Es decir, unos días en los que podías pasarte la mañana entera contemplando los carteles que decoraban la fachada del Price, Baudet, Cinema Victoria, Víctor, Greco, Rex, Royal Victoria y otros que plagaban el callejero de una ciudad que hoy ha perdido todos aquellos islotes de evasión para una chiquillada cuya mejor fórmula de entretenimiento fue perder el tiempo en un cine.

VII.- OTROS TIEMPOS

En un cine, también es verdad, cuando el cine resultaba ser cine.

Lo escribo así porque es lo más parecido que he tenido nunca a una revelación mística. No he vuelto a sentir la misma emoción de entonces, cuando las luces de la pantalla se apagaban lentamente y se corría la cortina de la pantalla y si la película se trataba de una gran producción, pongamos por caso Lawrence de Arabia, escuchar con la mirada atenta a un cartel donde se leía la palabra Obertura, un resumen de la banda sonora del filme al que los dioses te habían invitado a asistir.

O a observar, mientras el corazón no dejaba de latir dentro de tu pecho, cómo una nave parecida a un triángulo isósceles y del tamaño de la isla de La Gomera atacaba otra de dimensiones reducidísimas en La guerra de las galaxias.

VIII.- UN REGALO DE LOS DIOSES

Todas estas películas las volví a ver tras alquilarlas en el video club pero te dabas cuenta que las reducida pantalla de tu televisor poca justicia le hacía a aquel regalo de los dioses hasta que aparecieron –muchísimo tiempo después– las teles de pantalla plana y con dimensiones espectaculares al mismo tiempo, paradójicamente, que se reducía el tamaño de la de los cines al transformarse en multisalas.

Le debo, no obstante, muchos felices descubrimientos a los vídeos clubes. Uno de los más afortunado fue alquilar Adiós al rey (John Milius, 1989) y verla dos veces seguidas. ¡Buena suerte, inglés!

Otra, en plena fiebre de cinéfago compulsivo, la de digerir La matanza de Texas y enloquecer con Leatherface bailando en la carretera con su sierra mecánica antes de que apareciera en pantalla The End.

En la sección de autor del otro video club, le debo mi progresiva y enojosa decepción con el cine de Win Wenders y mi atolondrado asombro por el siempre exquisito Betrand Tavernier, entre otros muchos. Demasiados nombres a los que recurría confiando solo en mi instinto e imposibles de reproducir en este post.

XI.- LA FAMILIA

Imagino que este viaje, de iniciación como cualquier viaje, es mucho más sencillo hoy gracias a Internet, pero este comentario –ya dije– tiene la intención de rendir un pequeño homenaje a esos establecimientos que están desapareciendo del mapa de nuestra realidad porque el mundo avanza y todo se transforma.

Tanto se transforma que este escribidor, quizá con ya demasiados años encima, necesita mimarlo para entender ese extraño amor fou que siente por un arte que apenas actualmente le emociona y desarma.

Pero no por ello renuncia a una pasión que ganó gracias a nacer en el seno de una familia que le educó a ver cine.

Un cine que se acostumbró a ver rodeado de los suyos.

Primero en aquella televisión en blanco y negro donde quedó deslumbrado con Stromboli, tierra de Dios (Roberto Rosselllini, 1950) y En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950) por citar dos películas de las que guardo aún su flechazo. Y que continuó más adelante y ya con la televisión en color y el vídeo VHS hasta mi partida del nido familiar.

Tiempos en los que el dvd, la pantalla plana y el disco compacto no pudieron sustituir ese cordón umbilical que contribuyó a aferrarme, yo diría incluso sicilianamente, a los míos.

Tanto, que el otro día, viendo con mi madre Camino del Rocío (Rafael Gil, 1966) me emocioné como no me había emocionado en mucho tiempo.

Y cuando escribo emocionar es que mis ojos se anegaron de lágrimas viendo una película que, como un bolero, me hizo retroceder empalagosamente en el tiempo. Un tiempo, éste, que forma parte de esa película que es mi vida.

 Saludos, de un espectador que no piensa en que siempre nos quedará París sino que al final aparecerá la caballería,

Tony Scott, maldito sea tu ‘déjà vu’

Agosto 20th, 2012

Al parecer le diagnostican un cáncer cerebral.

Tony Scott, director de cine, toma entonces la decisión de escribir una nota anunciando su suicidio y coge el coche, recorre las calles de la ciudad de Los Ángeles y se detiene en el puente Vincent Thomas en San Pedro donde, tras sortear las barreras protectoras, se tira al vacío hasta estamparse en el suelo.

Tiene teatro, que me perdone Scott, este suicidio.

Suicidio que como todo suicidio me deja noqueado.

Son demasiados los amigos que tuve que decidieron irse de este mundo recurriendo al mismo método: asesinarse a sí mismos. Y si bien no era amigo de Tony Scott sí que me irrita, me molesta, la escenificación que ha tomado para despedirse de este mundo.

¿Por qué tirarse de un puente y no atiborrarse de pastillas, o cortarse las venas como hacían los patricios caídos en desgracia en la vieja Roma?

¿Por qué tirarse de un puente?

¿Qué pensó cuando caía al vacío?

¿Fue consciente de la conmoción, del tremendo golpe que iba a dejar entre quienes  lo amaron y odiaron?

No fue Tony Scott, ni lo es su hermano, Ridley, santo de mi devoción, pero me desarma su adiós de este mundo cruel en el que vivimos.

Lo digo porque…

En fin, al enterarme de la noticia pienso en películas del cineasta e inevitablemente recuerdo dos por diversas razones: El ansia, porque Peter Murphy, líder del grupo Bahaus, canta al principio que Bela Lugosi is dead mientras observaba envejecer como una pasa a David Bowie y disfrutaba con una tórrida y estética escena de amor entre Catherine Deneuve y Susan Sarandon; y Revenge, un negro criminal potente, rodado en Méjico, e interpretado por Anthony Quinn, Kevin Costner y Madeleine Stowe.

El resto de su filmografía me deja indiferente y si me apuran hasta me irrita. Detesto Top Gun, Días de Trueno y esas cintas de acción que rodó con Denzel Washington.

No me canso de ver, esa es la verdad, Amor a quemarropa, un guión de Quentin Tarantino y dicen que Roger Avary, aunque no se acredite, que se caracteriza por su tarantinitis aguda, pero no me convence el resto de lo que hizo, bueno, quizá salve de la quema El último boy scout porque, si bien fue un cineasta al que conocí, y muy bien porque estrenaba en esos tiempos en los que todavía no dudaba en ir al cine y gastarme el precio de la entrada, no son demasiadas las películas de Scott que tocaron mi alma.

O ese paquete de películas escogidas que me llevaría a un más allá –que no sé si existe– para no aburrirme eternamente.

Lamento el suicidio del cineasta.

Pero no termino de entender porque ese final operístico, de arrojarse al vacío desde un puente para su voluntario fundido en negro.

De hecho, fue conocer la noticia y desgraciarme el día.

Me hizo recordar ausencias que estaban dormidas y plantearme una vez más la decisión que lleva a uno a borrarse como protagonista de esta vida…

… De su propia película.

Saludos, Basta de filosofar, / no sigo más esta rima / porque ya se me aproxima /la hora de yo embarcar, desde este lado del ordenador.

Reflexiones tras una máscara

Agosto 18th, 2012

EL VISIONARIO DIRECTOR DE…

Podría pegarme el día entero viendo avances de películas. Me encanta perder el tiempo observando los de antes y los de ahora. Busco en la red páginas especializadas en anunciar lo que viene cinematográficamente hablando. Me encanta quedarme con la boca abierta y sentir esa peligrosa sensación por ver una película que, el día de su estreno, frustrará las expectativas que había depositado en ella. Llego, además, a la conclusión de que hay que tener talento para hacer un buen tráiler. Desgraciadamente, y si no les invito a que hagan la prueba, los españoles no han entendido aún cómo funciona esa ciencia. No hay color si lo comparas con los que fabrican los malditos gringosExpaña pierde estrepitosamente el partido. Sin derecho a Medalla de Plata, ni siquiera la de Bronce. Los expañoles no han entendido qué demonios es esto de un tráiler. Por norma general, se limitan a resumirte la película. Los gringos a lo más que llegan es a soltarte en off esa bufonada de que se trata de “una película  firmada por el visionario director de…

CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE

Ha muerto Harry Harrison. Es probable que para los que no estén iniciados en la literatura de ciencia ficción el nombre de Harrison apenas le diga nada aunque yo quiero rendirle un modesto homenaje porque fue una de sus novelas, Hagan sitio, hagan sitio, la que dio origen a la que continúa siendo una de las mejores películas del género de todos los tiempos: Soylent Green (Richard Flesicher, 1973). Por una vez, y sin que sirva de precedente, el título en español me parece infinitamente mejor que el original: Cuando el destino nos alcance. También me pasa con Centauros del desierto, tiene una resonancia que va más allá de The Searches (John Ford, 1956).

 SOY LEYENDA

Los títulos vuelven a jugármela cuando repesco la primera versión de Soy leyenda (Sidney Salkow, co-acreditado Ubaldo Ragona, 1964), y que está basada en la novela The Last Man on the Earth de Richard Mathenson. Vincent Price es su absoluto protagonista y, obviamente, si la ven panda de desgraciados podrán descubrir el germen (¡oh!) de La noche de los muertos vivientes (George C. Romero, 1968). Este Soy leyenda es tan pobre, tan indigente, que pese a que resulte un tostonazo y sus diálogos pongan los pelos de punta, tiene su no sé qué. Ese no sé qué explica que no la apague a la mitad, ni que dé hacia adelante… El culpable tiene un nombre: Vincent Price. Con todo, y a mi modesto entender, es la más salvables de las tres adaptaciones cinematográficas que se han hecho de la obra maestra de Mathenson.

EL HOMBRE DE LOS ZAPATOS ROTOS

Esta mañana, mientras daba un paseo por la cansada ciudad de provincias en la que vivo, y tras escuchar como una chica sudamericana le decía a su acompañante que estaba aburrida de que la llevase a pasear siempre por calles tan feas y antiguas… ¿antigua la Rambla?, las suelas de mis zapatos se abrieron como las fauces de Godzilla. Parecía como si quisiera que mis pies tomasen aire fresco. Se produjo así una situación incómoda, tan incómoda que disparó mi paranoia al hacerme suponer que todos los que cruzaban a mi lado solo tenían una idea en la cabeza y era, precisamente, la de preocuparse por reparar en el estado de mis zapatones. Zapatones que hacían un molesto ruido como de clap, clap que me resultaba igual de inquietante que el bum, bum de mi aún cristiano corazón delator. La situación que se produjo fue algo así como la de esos sueños en los que sales tal y como Dios te trajo al mundo. Ya saben, esa amarga sensación de sentirte centro de un mal chiste. Mientras caminaba acompañado por el clap, clap de los zapatones recordaba a Charlot… El vagabundo. El trotamundos…

GRACIAS LE SEAN DADAS

Es un sábado y casi hago una locura. Al final logro serenarme y frenar mis más bajos instintos. Contribuye a que me tropiece con el tonto que dice apoya la Cultura y se haga el loco fijando su vista en un escaparate de libros. Gracias a él no, no fui a ver Prometheus, una película dirigida por el visionario director Ridley Scott.

EL GRITO

Me tropiezo con un tipo joven en plena rambla, mientras cae ya la noche, que da gritos espantosos. La gente pasa a su alrededor bajando la cabeza mientras escucho como dos jubilados que toman el fresco en un banco tranquilizan a los peatones atemorizados: “déjenlo estar. No tiene trabajo, ni cobra del paro. No tiene nada…” En otro banco, un teatrero al que estimo con los ojos inyectados en sangre, fuma y bebe un refresco.

LA PROPINA QUE NO FUE

En una céntrica cafetería de la capital tinerfeña y tras tomarme el café con hielo –probablemente la bebida más refrescante de este tedioso verano–  y mientras trago mi inevitable caña de agua con gas el camarero me devuelve el cambio sin el platito de rigor. El intercambio de monedas se hace mano a mano. Y observo, con una mueca, que hace lo mismo con otros clientes que, como yo, han finalizado sus consumiciones. Me pregunto si la crisis ha puesto fin a una tradición tan incómoda como es la de la propina. Nunca me gustaron las propinas, incluso cuando alguna caía en mis hambrientos bolsillos. Esto me hace recordar, mientras me dirijo a casa que antes no era así. La propina más que un molesto hábito fue un signo de cortesía. Una señal decorosa con la que se agradecía el buen trato, el buen servicio. Siempre me molestó, no obstante, que en Madrid, en los cines de estreno, el acomodador se quedara a mi lado esperando la voluntad. Cien, cincuenta pesetas significaba para mi mucho dinero en aquel entonces. Tanto dinero que, veinte o treinta años después, carajo ¡me sigue pareciendo mucho dinero!

CONCLUSIÓN

El lunes, si tengo oportunidad, llevaré los zapatones al zapatero.

NOTA: Atención, pregunta, ¿a qué película corresponde la imagen que ilustra este post?

Saludos, cual jinete en la tormenta, desde este lado del ordenador.

¿Ser o no ser? Esa es la ‘jodida’ cuestión

Agosto 17th, 2012

I.- Son pocas las películas en las que me he quedado dormido en el cine. Son muchas las personas, individuos trisexuales que diría aquel falso y miserable filósofo de la indigencia pero que nunca lo quiso ser, que sí se han quedado dormidos en la butaca que he tenido a mis lados.

Fuera la derecha.

La izquierda.

Fuera la izquierda.

La derecha.

Que el orden de los factores no altera el producto.

¿Verdad trisexual?

 II.- El primer recuerdo que aún se mantiene fresco y por lo tanto vivo en mi erosionada memoria es viendo con la clase y por obligación de nuestro profesor de Religión, un seminarista exaltado empeñado en que nos aprendiéramos todas, todas las oraciones del Catecismo de aquel año, Jesús de Nazareth, de Franco Zeffirelli, una película que pongo a Dios por testigo que vi en el cine y no en la televisión aunque me entere ahora, buscando en la red, que se trataba de una serie y no una película para estrenar en cine…

 III.- Aprovechando la oscuridad de la sala –¿el cine Greco?– cerré los ojos y voilà, no los volví a abrir hasta la escena en la que los romanos torturan y humillan al rey de reyes, que fue siempre la parte de la historia que me resultaba más atractiva, que no interesante, porque aparecían los legionarios romanos y se producía la famosa y desarmante escena del tortazo. Ya saben, cuando Jesús le pone la otra mejilla tras recibir el primer bofetón de manos y mando Poncio Pilatos.

IV.- No llegué a dormirme con La pasión de Cristo, de mi apreciado Mel Gibson, aunque sí que comenté recientemente con un amigo que no suele dormirse en los cines que es una pena que no rodara esta película en 3D. Es verdad que este avance de la técnica no se había puesto de moda entonces pero, si han visto la película de Gibson, arriesgada y certeramente gore cristiana, imaginad la reacción de los espectadores cuando la sangre del Salvadador saltara directamente a sus ojos, protegidos por las incómodas gafas de cristales ahumados.

En su día llegué a exclamar en la sala, y no sin cierto entusiasmo, “eres grande Mel, porque esto me está ayudando a comprender La matanza de Texas.”  

 V.- El mismo director, Franco Zefirreli, tiene el dudoso honor de haber provocado que me durmiera en la butaca con Hermano sol y hermana luna, cuya historia está inspirada en la vida del santo Francisco de Asís. Martin Scorsese hizo lo mismo con Kundun, cinta que me sumió en un agradable sopor, no sé si por eso que llaman Nirvana, y algunos musicales –yo, que me curtí en la tele en blanco y negro con las de Fred Astaire y Ginger Rogers– al intentar ver Jesucristo súper star, Siete novias para siete hermanos y Oklahoma, aunque confiese que me encanta la banda sonora de esta última y que de vez en cuando canto emocionado bajo la ducha con mi característica voz de barítono algo así como “oh what a beautiful morning, oh what a beautiful day…”

VI.- Hay alguna cinta más que provoca mi ya de por sí rara tendencia a dormir, muchas de ellas pertenecientes a ese cine canario que tanto cuesta rodar y que tanto ha resuelto la vida al estar subvencionado la existencia de quienes tanto le ha costado hacerlas, pero que veo desafiando a mi proverbial cansancio existencial porque como clamaba don Emiliano Zapata: más vale vivir de pie que vivir de rodillas.

VII.- Últimamente, que son días en los que apenas voy al cine aunque no haya perdido la mala costumbre de perder el tiempo viéndolo en casa, rara es la ocasión en la que me levanto de la butaca y abandono la sala a oscuras. Y no, no es una costumbre haya cultivado como esquizofrénico cinéfilo/cinéfago en el que podría reconocerme.

VIII.- Es verdad que casi siempre me marcho –mientras hago que veo con atención los títulos de créditos finales hasta que acaban y vuelve a encenderse la luz de la sala– con la sensación de que me han estafado una parte de la última provisión dineraria que queda en mi maltrecha cuenta corriente… Por lo que prefiero hoy ver cine en el salón estilo art decó, el más mimado de mi decadente mansión, las cosas que me pasan o las que me bajan o alquilo por aquello de mantener cierto seguimiento con lo que se está haciendo actualmente y me niego por sistema a descubrir en un cine que ya no es el cine que conocí.

IX.- Lo que hago entonces, como imagino que harán otros muchos en casa, cuando lo que veo me aburre soberanamente es pulsar la tecla de marcha rápida del mando a distancia y observar con idiotizante fascinación como se desliza esa nadería a velocidad vertiginosa mientras espero el momento de pulsar el play para detenerme en aquellas partes que intuyo quizá me interesen porque igual hay petróleo entre tanta tontería.

Este momento es como una epifanía.

Una epifanía frustrada porque la mayor parte de las veces vuelvo a pulsar el botón de velocidad hacia adelante…

X.- Lo hice, padre, el otro día precisamente con el Jesús de Nazareth de Zefirelli.

Ahí estaba yo, con mi bandeja de quesos y mi botella de vino, recordando a aquel adolescente en el que apenas hoy me reconozco porque aún anidadaba en su inocente cabeza demasiadas esperanzas en la vida –antes de que éstas se le disolvieran de entre los dedos– volviendo a ver, aunque ahora  a toda pastilla, la vida de Jesucristo según Zefirelli hasta la escena del tortazo.

Poncio Pilato castiga con su mano la mejilla de Jesucristo.

Jesucristo (Robert Powell) le muestra la otra mejilla.

- ¡Haz algo, Jesús!- pienso sirviéndome un poco más vino.

Pero nada.

- ¡Haz algo, imbécil!

Pero no hay nada que hacer. Así que doy para atrás. Y aprieto el play.

Lo mismo.

Así que vuelvo a dar para atrás.

Y aprieto el play.

Lo mismo.

Pilatos da el tortazo y Cristo pone la otra mejilla para recibir el segundo tortazo que, dicen, no devolvió el patricio romano.

Pilatos deja la mano en el aire. Mira a Jesús como un marciano.

Vuelvo a dar para atrás.

Tengo la esperanza de un milagro.

Que Jesús devuelva el golpe o que Pilatos le dé el segundo bofetón.

¡Vamos Jesús!

¡Vamos Pilatos!

Pero nada, debe ser porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos.

Concluyo:

Tuve que haber alquilado La pasión de Cristo.

Saludos, se supone que mañana será otro día, desde este lado del ordenador.

Piden que el Día de las Letras Canarias 2013 esté dedicado ‘otra vez’ a José Viera y Clavijo

Agosto 16th, 2012

Un grupo de técnicos y expertos ha trasladado al Gobierno de Canarias la propuesta de que el Día de las Letras Canarias 2013, que se celebra el 21 de febrero, esté dedicado a José Viera y Clavijo, ya que el próximo año se conmemora el Bicentenario de su muerte, ocasión que hace necesario, a su juicio, “concentrar en él todos los esfuerzos, tanto personales como económicos, ya que se trata de una figura que es un referente cultural de primera fila para todos los canarios”, destaca el profesor de Filología Románica de la Universidad de La Laguna y presidente del Instituto de Estudios Canarios y director de la Cátedra Cultural Viera y Clavijo de la Universidad de La Laguna, Rafael Padrón.

El grupo es consciente que ya en el 2006 se le dedicó el primer Día de las Letras Canarias, pero sostienen que volver a reivindicar su vida y obra doscientos años después de su fallecimiento es la mejor manera de resaltar el papel intelectual que supuso para el archipiélago la actividad intelectual del polígrafo ilustrado, por lo que instan a que se deje para posteriores celebraciones “las conmemoraciones oportunas que otras figuras de nuestras Islas merecen por su propio mérito.”

Esta decisión se tomó en una reunión que tuvo lugar el pasado 31 de julio en la sede de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, en la que además se plantearon los puntos a seguir en las actividades para desarrollar el Bicentenario de la muerte de Viera y Clavijo.

En la reunión, que estuvo coordinada por el profesor Rafael Padrón, estuvieron representadas diversas instituciones culturales de ambas provincias a través de la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Isabel García Bolta; el director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, Tomás Van de Walle; Nicolás Monche, deán de la catedral de Canarias; José Lavandera, director del Archivo Histórico Diocesano de la Diócesis de Canarias; Victoria Galván por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria; la técnico comisionada por el Ayuntamiento de La Laguna para el Bicentenario, Teresa Acosta; Adolfo González, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Los Realejos; Juan Gómez-Pamo, por el Museo Canario; María del Mar Gutiérrez, directora General de Cooperación y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias y los estudiosos de la obra de obra de José Viera y Clavijo, Julio Sánchez, Juan José Laforet Óscar Bergasa, entre otros.

Esta Comisión planteó la organización de una exposición itinerante; la edición de publicaciones sobre la vida y obra de Viera y Clavijo, ciclos de conferencias, talleres educativos, guías didácticas para profesores de colegios e institutos y obras de teatro, entre otras propuestas.

En palabras de Rafael Padrón “esta reunión viene a representar la voluntad de distintas persona, organismos e instituciones de la Comunidad Autónoma de aunar esfuerzos, con el objeto de ponderar y destacar la labor de Viera y Clavijo, especialmente en unos momentos delicados desde el punto de vista económico, dando así un mayor lustre a los fastos del Bicentenario, que de ese modo podrán gozar de una mayor difusión entre el público, ya que, en muchos aspectos, su figura y su ingente labor continúan siendo desconocidas.”

(www.elescobillon.com)

Saludos, arden los bosques de las islas, desde este lado del ordenador.

El Maligno te invita a un programa doble

Agosto 15th, 2012

El diablo en sus diversas modalidades ha inspirado numerosas películas como una especie de sumidero en el que colar todo aquello que es contrario al Bien. Un Bien que no es otra cosa que lo contrario, según las culturas, que encarna el diablo: el Mal.

Sin entrar a discutir entre lo que es Bueno y Malo, sí que hay dos pequeñas películas producidas por la Hammer Films que se sirvió de mi peculiar afición por los Rolling Stone para entender la extraña e inquietante simpatía que siento por el primer ángel castigado por Dios.

Ambos títulos están inspirados en sendas novelas de uno de los escritores anglosajones más extravagantes de cuantos he conocido. Todo un best seller en su momento en Gran Bretaña aunque poco o nada conocido entre el público español.

Dennis Wheatley nació en el seno de una familia de clase acomodada y conservadora donde pronto se distinguió por sus extrañas aficiones.

Entre otras, además de su pasión por los vinos, las artes negras, tema que explotó prácticamente en casi todas sus novelas y que dieron origen a dos personajes que son casi fijos en su producción literaria: Duke de Richeleau y Gregory Sallust.

El primero se trata de un caballero de modales refinados especializado en las ciencias ocultas acostumbrado a combatir a magos equivocados, hechiceros lujuriosos amigos de ritos sangrientos. Una especie, para que me entiendan los iniciados, de doctor Extraño muchísimo tiempo antes que naciera el doctor Extraño. Gregory Sallust, por el contrario, es un espía al servicio de su graciosa Majestad durante los turbulentos años de la II Guerra Mundial.

Historias escritas como folletines y dirigidas a un público que no quería complicarse demasiado la cabeza, lo interesante en el trabajo literario de Wheatley es que explotó con espíritu naïf el ocultismo al mismo tiempo que denunciaba la práctica de su supuesto culto entre las clases altas que dirigían, y mucho me temo algunos sostienen que dirigen, el destino del mundo.

Clave que actualmente, aunque con otros nombres y matices, aún permanece en el imaginario popular aunque se les denomine Club Bilderberg, la pobre y castigadísima Masonería, Iluminatis, Skull and Bones, etc….

Lo que me interesa de Wheatley sin embargo, más allá de su pueril obsesión por revelar la existencia de sociedades secretas –hoy discretas– que buscan el control del planeta recurriendo a las  artes mágicas, es la capacidad que tuvo para hacer creíble argumentos tan delirantes y paranoicos en la mayoría de sus novelas.

No soy muy aficionado al ocultismo, probablemente porque prefiero encadenarme a un realismo a través del cual dar, y justificar, explicación a lo que solo, aparentemente, parece imposible, pero sí que me atrae aproximarme a los que sostienen que hay algo más de lo que vemos.

Si se lee a Wheatley está claro que sentía una fascinación morbosa por uno de sus contemporáneos. La bestia, así se hacía llamar, Aleister Crowley. Claro que quiero entender esa fascinación como la de un espíritu conservador, la de un hombre plácidamente acomodado al que le gusta observar desde un batiscafo esa parte del iceberg que oculta las aguas profundas del océano…

Y quiero pensar, en este sentido, que intentó exorcizar a través de sus novelas y con aliento adolescente esos miedos disfrazándolos con un fino pero atractivo barniz ocultista mientras imaginaba, al mismo tiempo, que podía transitar por el camino de los misterioso o demoníaco sin abandonar el que lo ataba al de la neblinosa realidad de su vida de dipsómano.

Creo así que Wheatley se sirvió del ocultismo para hacer carrera como narrador e inventor de historias densas y deliciosamente folletinescas en las que sus personajes se enfrentaban no al Mal absoluto, sino a los que adoran una oscuridad por la que su autor sentía un curioso pero reprimido apetito.

Basada en su novela La novia del diablo, y producida por Hammer Films y dirigida por Terence Fisher, la película del mismo título se estrenó a finales de una década en la que hubo como una especie de revival por el diablo y sus secuaces.

Tras el éxito de La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968), el mismo año, la productora británica que se había especializado en revisar con exquisito gusto los viejos monstruos de la Universal dotándolos de sangre y sexo a todo color, explotó el culto al demonio en un largometraje, La novia del diablo, en el que todavía late una fuerza que, tiempo al tiempo, terminará por convertirlo en clásico y en una de las mejores aproximaciones a esas supuestas sociedades oscuras que trabajan por y para el advenimiento en la Tierra de quien se conoce como Príncipe de las Tinieblas. ¡¡¡El diablorrr!!!

Protagonizada por Christopher Lee, que encarna al héroe de la historia, el experto en  artes negras Duke de Richeleau y el actor Charles Gray, una presencia habitual del cine británico de los sesenta y setenta –encarnó a Blofeld, la Némesis de Bond, en Diamantes para la eternidad–  La novia del diablo sugiere, más que muestra, algo mórbido en todo su metraje.

Y aquí radica la fuerza que aún sostiene un filme tan  British, tan años sesenta, tan pop y tan Hammer.

Un título, en definitiva, de cabecera para los que gustan de perder el tiempo viendo productos que, solo aparentemente, proponen la clásica lucha entre el bien –o el orden establecido, la aburrida realidad de las cosas que hay que defender por encima de todas las cosas– frente a un mal que invita al desenfreno. Al placer absoluto, a un caos que a mi se me antoja como una inquietante, salvaje por nihilista, proclama revolucionaria.

Cosas del Maligno.

La Hammer volvió a recurrir al diablo y a una novela de Wheatley en los años setenta intentando sacar provecho del impresionante éxito en taquilla obtenido por El exorcista (William Friedkin, 1973) y otras criaturas bastardas que se rodaron bajo su sombra como El anticristo (Alberto De Martino, 1974) con la interesante y mórbida La monja poseída (Peter Sykes, 1976).

Protagonizada por Richard Widmark, de nuevo Christopher Lee y una por aquel entonces jovencísima y en la plenitud de su belleza, Nastassja Kinski, el filme de Sykes insiste en las mismas constantes ocultista de Wheatley, solo que en esta ocasión la sociedad secreta ante la que debe combatir un escritor norteamericano especializado en estos temas (Widmark) es obra de un sacerdote excomulgado que se ha pasado al otro lado. ¡¡¡Al reverso tenebroso!!!

No cuenta desgraciadamente la película tras la cámara con el liderazgo de un poeta del horror como fue Fisher, pero aún así, por su falta notable de presupuesto que se suple con una rudeza sobresaliente, conserva un algo transgresor que la hace brillar como una insólita rareza en estos tiempos de pensamiento único que vivimos.

Que vivimos…

Ha sido recuperar estas dos cintas para darme cuenta que todavía estamos a tiempo para que el Señor de las Tinieblas ¿no campe a sus anchas en nuestro universo mundo?

Quiero pensar, como escribió ese contradictorio gran humanista que fue Arthur C. Clarke, “que nuestro papel en este planeta no sea alabar a Dios, sino crearlo.”

Saludos, lo que está arriba también está abajo, desde este lado del ordenador.