Archive for Enero, 2012

La familia

Martes, Enero 10th, 2012

Cosas de la crisis, mis visitas al cine se han ido reduciendo en los últimos años a ocasionales escapadas porque casi siempre salgo de la sala oscura con la sensación de haber sido vilmente estafado. En la decena de películas que vi en pantalla grande el año pasado, recuerdo apenas tres o cuatro títulos españoles. Y todos ellos aburridos aunque técnicamente impecables.

Por razones objetivas, saqueé de mi ya de por sí saqueada cuenta corriente en 2011 el puñado de euros necesario para bostezar con Intruders, Seis puntos sobre Emma y Blackthorn, dirigidas por gente de aquí y alguno de los cuales creía conocer hasta el día de ayer…

Leo por eso y sin mucho interés la lista de nominadas y nominados a los Goya y me sorprende no encontrar entre las candidatas a mejor actriz a Verónica Echegui, probablemente lo mejor de Seis puntos sobre Emma, aunque sí que lo esté por la última de la Iciar Bollaín (Katmandú, un espejo en el cielo); ni más nominaciones a la fallida reflexión psicomágica Intruders (solo a mejor actriz de reparto, Pilar López de Ayala, y a efectos especiales) y, aunque era de esperar, las sonrojantes once nominaciones a ese truño que responde al nombre de Blackthorn, uno de los grandes fracasos en taquilla del cine español el año pasado.

La lista del resto de nominados pone de manifiesto una vez más que eso que llaman cine español me la resbala. Pero no solo a mí sino a la mayoría de espectadores de este desvertebrado país porque –ese mismo cine que se dice español– no termina por empatizar con su público natural, que somos los españoles de a pie, claro está.

Entiendo por ello que las nominaciones de Blackthorn y La voz dormida, dos películas que no contaron con el favor del público, se hace para repescar dos frustradas producciones con la esperanza de que tras el reparto de candidaturas (y por si cae alguna, que alguna caerá, no hace falta ser muy listo para entender la jugada) una o las dos regresen a las salas comerciales con el objetivo de recuperar lo que fue una inversión perdida.

Se castiga malamente al gamberro de Santiago Segura, que con su también mediocre Torrente IV fue el título español más visto en salas. Y se castiga a Intruders, que recuperó lo invertido la primera semana de estreno gracias sobre todo a una ejemplar campaña publicitaria, casi como si fuera pecado eso de hacer dinero…

La Academia, tan viva ella en su casposillo glamour, recupera a Pedro Almodóvar tras años de desencuentros y le regala dieciséis nominaciones por La piel que habito. Un gesto, el de estos Goya, que pone de manifiesto la sospecha de que el cine español es como una familia. Una familia que continúa aferrada a unos vicios y a unas formas que hace imposible que como industria prospere. Sobre todo en unos premios, los Goya que son de la casa, en lo que prima más la cercanía y el amiguismo y poco, muy poco, el talento.

Y puestas así las cosas, como que la cosa no funciona.

Y a los catastróficos resultados económicos de la mayoría de las películas nominadas me remito. También a los estrictamente creativos de un cine que parece que se realiza solo para ellos: familiares y amigos.

Entre las sorpresas: Eva, de Kike Maíllo. Otra película que pasó sin pena ni gloria en nuestras carteleras hambrientas de un cine con el que el espectador se sienta identificado.

Pero no hay manera.

Y no pido mucho, creo. Porque soy de esa clase de público –en claro retroceso– que aún va al cine y paga religiosamente su entrada.  

Claro que a la familia del cine español le debe de importar un pimiento que este espectador en crisis pague entrada.

Y puestas así las cosas, espero que entiendan porque dejaré de ir ocasionalmente al cine, y mucho menos si ese cine es español, en este apocalíptico 2012 que hace apenas unos días comenzó a dar sus primeros e inestables pasos.  

Saludos, game over, desde este lado del ordenador.

El hombre que amó a la reina del Technicolor

Lunes, Enero 9th, 2012

Me entero a destiempo y gracias a la lectura de un emocionado obituario que hoy publica el periodista Carmelo Rivero en Diario de Avisos.

Ha muerto Antonio Pérez Arnay, probablemente el especialista que más supo sobre la reina del Technicolor Maria Montez, una actriz de segunda de origen palmero que hizo carrera en las pequeñas producciones de aventuras de Hollywood. Junto al mítico Sabú.

A Antonio me lo tropezaba cada dos por tres en una de esas tiendas donde venden cd, video juegos y dvd a precios de saldo. La última vez que me lo encontré averigüé sin estrujarme demasiado el cerebro que la serie de películas de romanos (o peplum que dicen los iniciados) que habían puestas a la venta en uno de estos establecimientos procedían de su fantástica filmoteca. Sonrió pícaramente mientras acariciaba un perrito diminuto y bastante tranquilo que llevaba entre sus brazos.

Era inevitable, en esos encuentros que apenas duraban unos diez minutos, que le preguntara por sus viajes por tierras de Oriente Medio así como por su anunciado y ahora mucho me temo que frustrado libro sobre Las reinas de la serie B. Allí iban a estar todas. O casi todas las grandes actrices que hicieron grande pequeñas producciones de terror, ciencia ficción y policiaca entre otros géneros detestados por la crítica seria. Esa que solo explora las entrañas del cine si es de caza mayor…

En fin, ellos se lo pierden le comentaba a Antonio a quien esos casposillos intentaron triturar cuando la Filmoteca Canarias publicó su imprescindible volumen sobre la Montez. Sobre Maria Montez con prólogo de su buen amigo Terenci Moix con el título de Maria Montez, la reina del Technicolor.

Antonio Pérez Arnay más que un aficionado escrupuloso por el cine fue un enamorado del cine. Un mitómano que elevó altares a algunas de las rutilantes estrellas que configuran el universo del cine.

Voy a echar en falta esos encuentros, siempre casuales, por las calles y plazas de esta capital de provincias muerta así como tropezármelo en las tiendas de discos y dvd.

Mi amistad con Antonio surgió porque ambos sentíamos una rara fascinación por el cine. Yo cada día menos, también es verdad, y por una película, La Atlántida, atribuida a Gregg C. Tallas, e interpretada por Maria Montez y Jean-Pierre Aumont según la novela del hoy olvidado Pierre Benoit.

Por charlas que mantuvimos y que ahora me confirma un buen amigo de los dos, Antonio Pérez Arnay deja una novela sin publicar que, según anunciaba, iba a sacarle los colores a más de uno. Es probable que también desaparezcan los apuntes que tomó de, entre otras actrices por las que sintió endemoniada devoción, Patricia Medina, de padre canario y madre inglesa.

Nombres en definitiva de un cine que ya no existe. Nombres en definitiva que pueblan ese universo que mitómanos como Antonio contribuyeron con su desarmante cinefilia a mantener sobre nuestras cabezas.

Y eso, amigos y enemigos, no es cine de barrio.

En todo caso es profundo y reverencial amor por el cine.

Allá donde te encuentres, no te olvides de saludar a la Montez de mi parte…

Nos vemos…

Saludos, fundido a negro, desde este lado del ordenador.

Cuatro días de enero (Y yo que sé…)

Domingo, Enero 8th, 2012

DÍA 5 DE ENERO.- Las calles de la ciudad muerta en la que vivo están repletas de gente. Caminar por las aceras se convierte en una carrera de obstáculos. Me meto en un café donde no me hacen caso. En un periódico que cojo al azar de la barra leo que todo va bien. Por alguien a mi lado y rodeado de pequeños caimanes con forma de niños que solo saben ladrar me entero que esta noche vienen unos Reyes. Escucho en la calle los mensajes que registra el buzón de voz. Clara, claro, recita las órdenes con  su tono habitual. Ese que nada entre melodioso y amenazante. Me pregunto como será Clara. Por la voz me la imagino como un cruce entre Mercedes Milá y Belén Esteban. Solo le falta añadir cuando termina su mensaje el “Yo por lo que hago matoooo.” Trago saliva porque no sé por donde empezar.

DÍA 6 DE ENERO.- Me levanto temprano no por el despertador sino por el chillido de entusiasmo que da la niña del quinto. Algo así como “me han taido la bicleta”. Supongo que habrán sido los Reyes esos. Tras desayunar una taza de café –cargado, amargo, fuerte y espeso– salgo a la calle con mi camiseta de Homero Simpson y unos pantalones bermudas que tenía en la pila de ropa medio sucia.

Compruebo tranquilo que la ciudad ha vuelto a su estado habitual: muerta. Si me cruzo con alguien es con cansados padres y madres llevando encima bolsas de churros. La grasa le ha estropeado a un concejal la camisa rosa que lleva. Su mujer mientras le da collejas lo llama Pedazooo de Betaaadine.

Subo una pendiente y otra y otra hasta llegar a la casa de uno que dice es cineasta para ver si me puede dar pistas sobre la persona que busco.

El que dice que es cineasta vive con su mujer y cuatro hijos. Aún con esas, sospecho que es un psicópata y sospecho que él también lo sabe.

Me invita a un zumo de naranja de bote mientras nos sentamos en el salón, cuyas paredes están decoradas con pistolas y revólveres, fusiles y escopetas. Cruza las piernas mientras se hace un porro.

- Usté dirá.- me dice dando una calada al cigarrito.

Saco la foto y se la muestro.

- ¿Dónde está?.-pregunto haciendo énfasis en el dónde y en el está.

- ¿Alberto Delgado?.- se encoge de hombros.- Y yo que sé

El cineasta se levanta dando unos traspiés.

Aprovecho entonces que estoy solo para investigar en su ordenador, que está encendido y leo lo que supongo debe ser una sinopsis para una de esas películas que si se ruedan solo veremos en las islas. Con suerte.

 “La cámara sigue una bolsa de papel que revolotea caprichosamente por el viento. La bolsa se detiene en los pies de Ana, que mira fijamente a la cámara.

ANA (fría): Estoy sola.

La bolsa de papel se levanta de sus pies por una corriente de aire y se traba en los zapatos de Mario.

MARIO (frío y mirando a cámara): Estoy solo.”

Dejo de leer cuando el cineasta regresa. Ahora lleva en las manos un vaso de cerveza. Me quedo mirándolo fijamente.

Del piso de arriba una voz femenina grita:

- ¡¡¡Inútil, haz el desayuno!!!

Me encojo de hombros y más que sonreír hago una mueca.

- Me ha sido de gran ayuda. Hasta la próxima.

- Hey.- exclama el tipo.- ¿No quiere leer mi guión?

Pero cierro la puerta y deambulo por la ciudad muerta.

Llego a casa del poeta.

Éste me abre en bata y con pinta de haber pasado mala noche.

- Pase, pase.- me dice eructando.

Se sirve un vaso de agua en la cocina y deja caer dentro de él una pastilla que se disuelve con un alarmante fssssss. Me siento en una silla y despejo de migas y cucarachas mañaneras la mesa para apoyar los brazos. Saco la foto y hago la pregunta de rigor.

- ¿Alberto?.- pregunta.- Y yo que sé.

El poeta se toma el agua. Eructa sonoramente y aprovecho para escabullirme antes de que me recite su última Oda a… Cierro la puerta cuando parece que concluye con el título de la jodida oda.

Cruzo las calles solitarias bajo un sol del carajo. Las manchas de sudor dibujan manchas bajo mis sobacos.

Toco el timbre en la casa del escultor. Del teatrero y del pintor. También del músico, que me recibe con un timple entre las manos.

Me habla de sus cosas. Del dinero que ha perdido este año y de la decencia. Allá él. Cuando le muestro la foto responde lo mismo que me han respondido todos: y yo que sé. Así que cuando llego a la casa del periodista las piezas comienzan a unirse.

Aunque oh, oh… el periodista no contesta. Me asomo a la ventana porque el tipo vive en un bajo y tras limpiar el cristal de polvo con un pañuelo de papel lo veo sentado mirando la televisión.

Sé que ha muerto porque en la pequeña pantalla parpadea lo que debe ser un partido de tenis.

Me encuentro en una hamburguesería. He pedido dos perritos calientes con todo y una hamburguesa. La que sirve es una chica guapa aunque antipática. Morena, con ojos negros y curvas peligrosas. Intento ser gracioso pero no me sale ninguna tontería de la boca salvo lo de “por favor, no me ponga mayonesa en los perritos y sí mucha cebolla.”

Cuando voy a hincarle el diente a la hamburguesa suena el móvil.

Es Clara.

- Estoy a punto de dar con él.- miento.

Clara suelta algo que no entiendo pero respondo que “seguro, seguro, todo bajo control.”

DÍA 7 DE ENERO.- No he tenido buena noche. Los culpables, razono, los puñeteros perritos y la hamburguesa. Me lavo la boca y me cepillo los dientes que hieden a mostaza dulce y salsa ketchup. Preparo la cafetera y mientras se hace el café me tumbo en la cama y miro la fotografía.

“Alberto sin bigote no parece el mismo”.- pienso.

Luego me pongo a tararear una canción y me visto. Camisa de pana pasada de moda Yves Saint Lauren, pantalones vaqueros Lois etiqueta roja y mis formidables zapatos de piel de cocodrilo. Me pongo la chaqueta y me bebo el café.

Como sé que me la voy a encontrar en el callejón hago que la veo sorprendido.

- Candelaria, mujer, tú por aquí.- digo falsete.

- Trabajo encima.- me responde Candelaria con su mirada de pocos amigos.

Sonrió y la invito a otro cortado. Yo pido un vasito de agua con gas.

Saco la fotografía y le hago la pregunta.

- Hace tiempo que no lo veo. ¿Por qué?.- Responde igual de amable que siempre.

- Vamos a decir que lo hecho de menos.

- ¿Por qué?.- insiste igual de amable que siempre.

- Digamos que, pese a todo, le tengo aprecio.

- Pues pregúntale a él.

- ¿A quién?

- A él.- Y señala con el dedo hacia arriba y luego hacia abajo.

Asiento en silencio y mientras me acaricio la barbilla ella se levanta. Por el rabillo del ojo veo que paga las consumiciones.

Igual de simpática que siempre”, reflexiono.

DÍA 8 DE ENERO.- Paseo por el Rastro hasta los cojones de la versión Titanic que tocan unos indios con sus flautas. Veo cosas interesantes aunque no compro nada. Mis pasos se detienen como por arte de magia frente al búnker de presidencia del Gobierno. Le pregunto al segurita si está Paulino.

- Estar debe de estar. Pero creo que está durmiendo.- me dice el tipo, que lleva un bigote de morsa como el del camarada Stalin.

- Pues levántalo que tengo que hacerle unas preguntas.

El segurita habla por un teléfono y al cabo del rato me dice que pase. Subo en ascensor hasta el piso del presidente, quien me recibe en bata color Burdeos. En la mano lleva una copa. Me pregunta si quiero lo mismo pero le pido un té.

Sentados en un cómodo sillón le muestro la foto y hago la pregunta.

- Ah, Alberto… Alberto…–susurra Paulino agitando la copa.– Qué pesado con la reunión.

- ¿Reunión? – pregunto lamentando no haber pedido lo mismo que toma Paulino.

- Sí hombre, la reunión con los culturetas esos. Ya sabe.

- Ya sé.

Doy un sorbo al té, que me sabe frío y amargo.

- ¿Dónde está?.- vuelvo a preguntar.

Paulino se limpia los cristales de las gafas.

- Y yo que sé.

- Como que yo que sé….- respondo cabreado no por lo que me dice sino por el puñetero té.

- Se fue el muy gañán. Ya no trabaja para la Organización.

- ¿Eh?

Paulino termina la copa y se levanta para servirse otra. Estoy tentado en pedirle que me ponga una a a mí.

- Se fue. Fin de la historia.

Fin de la historia. Fin de la historia me repite la cabeza mientras camino por el Rastro con las flautas de los indios interpretando ahora –es un decir– el tema central de La Misión.

Llamo a Clara para dejar las cuentas claras.

Y cuelgo antes de que me ordene averiguar quién sustituirá a Alberto.

Compro un ramo de margaritas en la entrada del Mercado Nuestra Señora de África y llamo a un taxi.

- ¿A dónde, caballero?

- No se confunda usté y enfile directo a Santa Lastenia.

Saludos, pálido negro criminal, desde este lado del ordenador.

Hollywood ¿es un tigre de papel?

Miércoles, Enero 4th, 2012

Novelas sobre el mundo del cine se han escrito muchas. Probablemente demasiadas. Algunas de ellas, sin embargo, me enseñaron a conocer desde lejos las amargas entrañas de una industria basada en el entretenimiento que, como cualquier novela que se precie, trasciende la página escrita para tocarte ese pedazo de alma que debes de tener en alguna parte.

La mayoría de los títulos que comento a continuación han sido recopilados consultando mi librería, así que estoy seguro que se me escapan un montón de extraordinarias obras que, por una u otra razón, no encontré en mis atestadas y polvorientas estanterías.

Así que como cualquier tipo de lista que quiere ir de lista no es para nada fiable y mucho menos objetiva.

Dejo, entre otros títulos, Traficantes de sueños, de Harold Robbins porque no fue de las que me marcó en su momento aunque no se trate de una mala novela sobre el mundo del cine.

Omito también la serie que Stuart Kaminsky dedicó a su divertido y hollywoodiense investigador privado Toby Peters y los extraordinarios recuerdos de guionistas como Ring Ladner Jr. (Me odiaría cada mañana); William Goldman (Aventuras de un guionista en Hollywood) y Budd Schulberg (Memorias de un príncipe de Hollywood), entre otros tantos, porque, entre otros, se merecen un post aparte.

Una advertencia:

Las novelas que se citan no llevan orden ni concierto de ningún tipo.

Me han salido, sencillamente, ansí.

EL ÚLTIMO MAGNATE.- Fue la última novela (incompleta) de Francis Scott Key Fitzgerald. Fitzgerald, que mantuvo una relación tormentosa con Hollywood y que desgranó con un notable sentido del humor trágico en Las historias de Pat Hobby, rinde su particular homenaje al cine en esta magistral historia de amor entre un productor inspirado en Irving Talberg, y de nombre Monroe Stahr, con una aspirante a actriz. Lo mejor de la novela, además del inevitable y agridulce romance, es la relación que un hombre de cine como Sthar mantiene con sus escritores. He aquí un ejemplo:

- Se trata de buenos escritores –explicó Sthar al príncipe Agge–, y aquí no tenemos buenos escritores.

- ¡Pero si usted puede contratar a quien desee!- exclamó, sorprendido, el visitante.

- Lo hacemos; solo que cuando llegan aquí dejan de ser buenos escritores y entonces trabajamos con los que tenemos.

- ¿Y cuáles con ésos?

- Los que aceptan el sistema y consiguen mantenerse más o menos sobrios. Tenemos toda clase de gente: poetas frustrados, dramaturgos de un solo éxito, chicas universitarias… Los ponemos a trabajar en una idea; si no funcionan, ponemos a otra pareja a trabajar en lo mismo. He llegado a tener tres parejas trabajando de forma independiente en una misma idea.

- ¿Y eso les gusta?

- Cuando se enteran, no. No son genios…  ninguno podría rendir más trabajando con otro método.

 (*) El último magnate cuenta con una adaptación cinematográfica dirigida por Elia Kazan.

 COMO PLAGA DE LANGOSTA.- Nathaniel West es uno de los escritores menos conocidos de lo que se conoce como generación perdida. Generación en la que se encentran, entre otros, el ya citado Fitzgerald y Ernest Hemingway. Entre otras novelas, West es autor de la deliciosa Miss Loneyhearts y de Como plaga de langosta, un crudísimo retrato de una pareja de extras en la Meca del Cine.

 (*) Como plaga de langosta cuenta una adaptación cinematográfica dirigida por John Schlesinger.

UN ESTILO DE VIDA COMO CUALQUIER OTRO.- Escrita Por Darcy O`Brien, hijo del actor George O’Brien y la actriz Marguerite Churchill, estrellas del cine silente, en esta novela el escritor ofrece una deliciosa sátira sobre Hollywood desde dentro. Un estilo de vida como cualquier otro es además una ácida historia sobre el éxito y el fracaso, así como una descarnada radiografía sobre la descomposición de la familia y del matrimonio. Un párrafo entre otros muchos: “Ella quería ser rica para ir a las discotecas y a cualquier sitio que se le antojase en cualquier momento. Le dije que mi padre había sido una estrella de cine y que mi madre había hecho películas y obras de teatro y que había trabajado con John Wayne antes de que nadie hubiera oído hablar de él. Ella no había oído hablar de mis padres y no me creyó, pero luego sí lo hizo.”

LUCES DE HOLLYWOOD.- Escrita por uno de los más grandes escritores de novela negra de todos los tiempos, Horace McCoy, Luces de Hollywood es el descarnado retrato de unos extras que intentan por todos los medios hacer que sus sueños se hagan realidad. McCoy, autor también de la magistral ¿Acaso no matan a los caballos?, fue un escritor que trascendió fronteras genéricas y probablemente uno de los mejores que supo retratar el desánimo que empapó a los Estados Unidos durante la Depresión. Quizá por eso, las miserias y humillaciones que sufren sus personajes no resulten tan ajenas en estos tiempos que vivimos. McCoy es un maestro en mostrarnos a perdedores y sus sueños rotos. Pero aún con esas, parece querer decirnos que siempre habrá un espacio para su redención. ¡Comunista!

EN UN LUGAR SOLITARIO.- Es una novela de Dorothy B. Hughes, una escritora de novelas policíacas por encima del bien y del mal. Cuenta la historia de un guionista con mal carácter al que acusan de asesinato. Pero lo mejor no es el misterio en sí, que el lector averigüe si, efectivamente, el protagonista cometió el crimen por el que cae bajo sospecha, sino como sus amigos de toda la vida y en especial la mujer de sus sueños se van alejando de él porque dudan, precisamente, de su inocencia. Nicholas Ray dirigió la adaptación de esta novela al cine. Un clásico, desde ese entonces, de lo que se conoce como séptimo arte. Entre sus protagonistas: Humphrey Bogart y Gloria Grahame en estado, lo que se dice, de gracia.

¿POR QUÉ CORRE SAMMY?- Budd Schulberg cuenta la vida de Sammy Glick, un tipo que tiene un solo objetivo en su vida: ser un ganador. Agresivo, despiadado, extraordinariamente egocéntrico, Sammy no tiene principios. De chico de los recados termina por convertirse en magnate del Hollywood de los años treinta. ¿Por qué corre Sammy? Es la historia de un arribista. De un mierdecilla que consigue su objetivo aplastando cabezas. A mi juicio es un título revelador. No ya por la descripción que ofrece de Hollywood como territorio de tiburones sino porque a lo largo de mi vida me he encontrado con sujetos como éste sin necesidad de trasladarme a la Meca del cine. Schulberg es autor de otra gran novela sobre esta ciudad donde casi todo lo que reluce es oro falso: El desencantado.

YO, FATTY.- El obeso Fatty Arbuckle fue una de las primeras estrellas del cine silente en Hollywood. Un actor adorado por el público que tuvo la generosidad de respaldar a un por aquel entonces desconocido Buster Keaton cuando éste se iniciaba en el mundo del cine. La carrera de Arbuckle quedó trucada, sin embargo, al ser acusado de la violación de una aspirante a actriz en una fiesta loooca regada de alcohol. El escritor Jerry Sthal dio voz a Fatty en esta novela en la que pretendió redimir a un gordito que se creyó algo así como Dios. Yo, Fatty es así un relato vertiginoso, intenso, poblado de claros y oscuros…

MOVIOLA.- Estamos ante una novela sobre el comienzo, esplendor y decadencia de Hollywood. Escrita por el guionista Garson Kanin (La costilla de Adán), Moviola resulta interesante sobre todo en su primera parte, cuando narra como dos muertos de hambre se asocian en un negocio que llaman cine. Kanin nos cuenta la vida de estos dos hombres sin caer en excesos, y ofrece un interesante retrato sobre los inicios del cine como industria.

HOLLYWOOD.- Charles Bukowski nos da su visión de Hollywood. Su álter ego, Henry Chinaski, cuenta la descacharrante historia del rodaje de una película basada en sus relatos de juventud. Hollywood es la versión de Bukowski del rodaje de Barfly, filme dirigido por Barbet Schoerder e interpretado por Mickey Rourke que, hoy por hoy, sigue siendo una de las mejores películas sobre el universo borracho del escritor que hizo del alcohol su delirante musa.  

Saludos, ¿esto es todo?, desde este lado del ordenador.

¡Viva el ‘western’, malditos bastardos!

Lunes, Enero 2nd, 2012

Como bien apunta Alfredo Lara –que fue faneditor de una de las mejores revistas dedicada a la novela de aventura en España, Opar–  en la presentación del primer volumen de la colección Frontera que inicia Valdemar, las novelas sobre el lejano oeste no han disfrutado en este país de buena prensa. Por un lado, porque este género literariamente hablando se asocia con las dignísimas novelitas de a duro. Por otro, porque las adaptaciones al cine terminaron por difuminar el interés que sus historias escritas reclamaban con justicia en este país de borregos intelectuales que es España.

La colección Frontera se inicia con el volumen de relatos Indian Country, de la escritora norteamericana Dorotyh M. Johnson, autora, entre otros cuentos, de La muerte de Liberty Valance, Un hombre llamado caballo –que recoge este volumen– y El árbol del ahorcado, material literario que inspiró una de las obras maestras de John Ford, la antropológica y violenta cinta de Elliot Silverstein y la también obra maestra de Delmer Daves, respectivamente.

Indian Country recopila más relatos de Johnson, algunos magistrales como La camisa de guerra y Viaje al fuerte, en los que su autora además de una sobresaliente capacidad para describir caracteres y visualizar escenarios, se caracteriza por una extraordinaria capacidad de elipsis a través de las cuales redondea todas sus historias. Historias que, como en los mejores western cinematográficos, cuentan la historia de hombres y mujeres en continúa lucha contra un paisaje y paisanaje que les es hostil.

Los cuentos que integran este volumen, al que probablemente se añadirá un segundo con otras historias de esta prodigiosa y hasta el día de hoy desconocida escritora para quien firma estas líneas, destacan también por su crudo y violento realismo.

En Viaje al fuerte, por ejemplo, se narra el rescate de una mujer blanca en manos de los Sioux que prefirió sacrificar a su hija de siete años antes de que cayera en mano de la que probablemente –junto a los Apaches– sea la tribu de los primeros pobladores de los Estados Unidos más conocidas por el gran público.

Pero que no se alerten los lectores, porque en los relatos de Dorotyh M. Johnson sobre el salvaje oeste los indios no son salvajes sino pueblos complejos que han sabido construir una cultura en perfecta sintonía con la tierra que habitan.

En Camisa de guerra, a mi juicio el mejor relato de esta afortunada antología, un hombre blanco busca en territorio indio a su hermano desaparecido, un aventurero expulsado de la casa paterna y cuyo rostro lleva la marca de Caín.

Un encuentro entre un jefe indio de la tribu Cheyenne y el hombre blanco resuelve el conflicto. Caín ha encontrado su lugar en el mundo en un pueblo acosado por los representantes de una civilización cuya maquinaria solo piensa en avanzar y aplastar a sus habitantes originales.

Escritos sin barroquismos estilístico sino con una abrumadora y aparente sencillez a la que contribuye la excelente traducción de José Menéndez-Manjón, Indian Country es un volumen absolutamente recomendable para no solo aficionados al género que por excelencia hizo grande al cine norteamericano sino también para los que disfrutaron con la lectura de una literatura como es la de la aventura que, cuando está bien escrita, trasciende cualquier tipo de fronteras.

Los once relatos que contiene este libro son piezas que respiran lirismo, épica y honestidad. Historias que conmueven, y que hacen evocar en el lector esas lecciones de vida que todavía siguen transpirando las obras maestras que Ford, Hawks, Mann, Daves, nos legaron en lo que llaman como séptimo arte.

La aparición de un libro como Indian Country pone de manifiesto, además, que el western literario fue una de las vetas que explotaron muchos de estos cineastas para construir sus inmortales historias en imágenes.

Un género que va más allá de la novela western que tanto me distrajo en mi adolescencia y primera juventud con la firma de Zane Grey, Jack London, Oliver Curwood y, demonios, el alemán Karl May. Sino un género en el que también exploraron escritores como Ambrose Bierce, Charles Dickens (lean su magnífico relato Historia de un correo a caballo); Walt CoburnO’Henry, Stephen Crane o Francis Bret Harte, por citar solo algunos.

Sin olvidar, claro, está, las titánicas Jubal, de Paul Wellman, Warlock, de Oakley Hall, y Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy…

Nombres, en definitiva,  de los gigantes que me han permitido descubrir desde la cómoda soledad de mi casa cuanta sangre, sudor y lágrimas cuesta conquistar la tierra prometida.

Saludos, ¡viva el western, malditos bastardos!, desde este lado del ordenador.

Pero nada es verdad

Domingo, Enero 1st, 2012

Si una novela comienza con una cita de Jim Thompson hay muchas probabilidades para que esa novela no sea mala. Si esa misma novela está escrita como un extraño cruce entre la literatura rabiosa de Thompson y la empapada de alcohol de Charles Bukowski, para los que somos seguidores de ambos escritores –más del primero que del segundo– esa novela se irá transformando a medida que la lees en una rareza que logra mosquearte.

Y escribo moquearte porque aún preguntándote donde demonios está el relato que su autor quiere contarnos, mantienes los ojos apuntando fijamente a las páginas del libro. Luego entiendo que has encontrado en esa novela algo que late pero sospechas que al final el escritor optó por meterse en el camino fácil. O el callejón sin salida.

Estas y otras sensaciones son las que recojo de Libro del cuervo, de Jesús R. Castellano, un relato que comienza muy bien. Y digo muy bien porque el escritor presenta a su personaje (¿álter ego?, lo mismo da) como una especie de Lou Ford perdido en una ciudad –Gijón–  que a través de su mirada se convierte en algo parecido al infierno de la mediocridad y de la desesperación.

Libro del cuervo son sensaciones que recoge su protagonista, un hombre gris que desarrolla un trabajo gris sobre un puñado de personajes igual de grises.

Lo mejor de esta novela que, a mi juicio, se desparrama en sus capítulos finales, es precisamente las asombradas pero crudas reflexiones que hace el narrador en primera persona sobre esa esa fauna con la que tiene que lidiar todos los días.

Un zoológico poblado de bestias con apariencia humana por lo que el personaje y obviamente el lector no sentirá simpatía alguna.

Jesús R. Castellano va desgranando a sus secundarios con un lenguaje que nada entre lo divertido y lo trágico, pero no sabe –o no quiso– que estos contribuyeran a dar ritmo una acción que, leídas las primeras cien páginas, comienza entonces a resultar reiterativa.

En mi caso, porque supuse que al autor no le interesaba contar una historia sino describir una serie de situaciones que, francamente, ya no resultaban tan sorprendentes porque las había contado antes de otra manera.

Lo mejor de este libro, que tiene su puntito cínico, es el frío distanciamiento del personaje protagonista, quien narra a modo de monólogo el calvario de no ser nada.

Lo peor es que la novela la cierra de manera apresurada, dando la sensación que Castellano pone el punto y final porque no supo como cerrarla.

Con todo, se trata Libro del cuervo de un a ratos interesante relato que se lee bien, reitero, en su primera parte. Hace sonreír con amargura, y sientes el desprecio que alimenta el corazón de su antihéroe.

Un antihéroe para el que no cabe ningún tipo de redención porque no sabe, o quizá sea consciente, de que está irremisiblemente hundido en el barro.

Libro del cuervo es una novela escrita con una sencillez (y por lo tanto con una brillante complejidad) que recuerda al mejor Thompson y al mejor Bukowski entre otros grandes que se hicieron grandes haciendo literatura en y desde el arrollo.

Así que si Castellano asumiera el riesgo de contarnos una historia o bien tener claro lo que quiere narrar, estoy prácticamente seguro que encontraríamos en su trabajo al escritor que, a mi juicio, desearía leer.

Y lo pienso porque en las páginas de Libro del cuervo he descubierto una honestidad que no suelo descubrir en las literaturas de nuestros confusos tiempos. Pero sobre todo porque ha dado vida a un personaje que a mí me ha recordado a los que te golpean y trituran el alma como son los de Jim Thompson.

Ya saben los iniciados del Asesino dentro de mí a lo que me refiero.

A un tipo gris y sin aparentes ambiciones que esconde, sin embargo, a un despiadado depredador.

Claro que como dice la cita del maestro Thompson que emplea Castellano en su novela:

“Pero nada es verdad.”

Así que todo resulta una mentira.

(*) Libro del Cuervo (Ediciones Aguere/Ediciones Idea) cuenta con un prólogo de José María Lizundia y un epílogo firmado por J. Ramallo.

Saludos, madre del amor hermoso ya es 2012, desde este lado del ordenador.