Archive for Febrero, 2012

Desconocida Polonia, turbulento Aldrich…

Miércoles, Febrero 8th, 2012

UN CINE DESCONOCIDO

El cine polaco es una de las grandes y desconocidas cinematografías europeas. Y ello pese a contar con un puñado de títulos que estuvieron a la vanguardia de lo que se estaba rodando en el viejo continente. Polonia cuenta además con un sobresaliente pasado cinematográfico en el que se encuentran ambiciosas producciones de carácter histórico como Faraón (Jerzy Kawalerowicz, 1965); inteligentes adaptaciones de sus clásicos literarios, ver la reivindicable El manuscrito encontrado en Zaragoza (Wojciech Has, 1965), protagonizada por Zbigniew Cybulski según la formidable novela de Jan Potocki, o el entretenidísimo largometraje de aventuras Los caballeros teutónicos (Aleksander Ford, 1960), inspirada en el relato del mismo título de Henryk Sienkiewicz; así como películas de hondo calado social y compromiso con la historia como las rodadas por Andrzej Wajda y juguetones experimentos con algo como son los trabajos que marcan al primer Roman Polanski, entre otros realizadores nacidos o criado en este castigado país.

TEA Tenerife Espacio de las Artes acoge a partir de este jueves, 9 de febrero, un ciclo de cine que bajo el denominador de Festival de Cine Polaco, mostrará a los espectadores cuáles son los síntomas y constantes de una filmografía que aún continúa siendo poco conocida en España.

Celebremos pues esta iniciativa, organizada por el Instituto Polaco de Cultura y por la Asociación Polaco-Canaria ARKA en colaboración con TEA Tenerife Espacio de las Artes, que incluye siete largometrajes, una película infantil y un ciclo de cortometrajes infantiles de animación.

Los fuera de juego (Kasia Adamik, 2009) abrirá este jueves, a las 19 horas, el Festival. Título al que seguirá, a las 21.30, Madre Teresa de los gatos (Pawet Sala, 2005).

Las películas previstas para el viernes, 10 de febrero, son El árbol mágico (Andrzej Maleszka, 2008) y Amor reclutado (Tadeusz Król, 2010), que se proyectarán a las 19 y 21.30 horas, respectivamente.

El Festival continuará el sábado, 11 de febrero, a las 17 horas con una selección de cortometrajes infantiles de animación del Estudio de Películas de Animación de Bielsko Biala (1964-1983) y a las 19 y 21.30 horas Rosita (Jan Kidawa Blonski, 2010) y Mall Girls (Katarzyna Rpstaniec, 2009).

El domingo 12 de febrero se proyectará de nuevo El árbol mágico, a las 17 horas y a las 19 horas El pequeño Moscú (Waldemar Krzystek, 2008) y Reverso (Borys Lankosz, 2009) a las 21.30.

UN HOMBRE LLAMADO ROBERT ALDRICH

Hay un grupo de cineastas norteamericanos que algunos han etiquetado como menores –o artesanos, en el mejor de los casos– que, a mi juicio, están fuera de toda duda. Es decir, que la mayoría de los trabajos que firmaron gente como Richard Fleischer, Donald Siegel, John Sturgess o Robert Aldrich, entre otros tantos, ocupan un lugar muy destacado en mi memoria cinéfila.

La Filmoteca Canaria inicia el 14 de febrero en el Teatro Guiniguada, en Las Palmas de Gran Canaria; y el 16 del mismo mes en los Multicines Renoir-Price de Santa Cruz de Tenerife, un ciclo dedicado a uno de los grandes pese a que otros los reconozcan como menor o artesano.

Su nombre: Robert Aldrich.

La selección de películas del ciclo es excelente, aunque faltan títulos mayores en la filmografía de este bronco cineasta que cultivó prácticamente toda clase de géneros como sus excelentes cintas bélicas Doce del patíbulo, Attack y Comando en el Mar de China, aunque sí incluye, a mi juicio, uno de los mejores western de la historia del cine como es El último atardecer. Y eso hablando de un hombre como Aldrich, quien supo manejarse muy bien en este tipo de historias como acreditan las todavía poderosas Apache, Veracruz y La venganza de Ulzana, un filme, este último, que un amigo define como de ciencia ficción y razones no le faltan para hacerlo.

El ciclo exhibirá también dos thrillers góticos de Aldrich, ¿Qué fue de Baby Jane? y Canción de cuna para un cadáver, y el rabioso hard boiled El beso mortal, probablemente la mejor adaptación al cine de una novela protagonizada por Mike Hammer, esa especie de antecedente de Harry el sucio que cobró vida gracias al interesante y reaccionario escritor norteamericano Mike Spillane.

Considero, de todas formas, que las dos grandes películas de este ciclo dedicado a Aldrich es la ya mencionada El último atardecer y El emperador del norte, quizá porque esta última película fue, valga la redundancia, el último gran trabajo de un director que casi siempre apostó por contarnos historias fuertemente masculinas y cínicas.

Tras El emperador del Norte, Aldrich no volvió a ser el mismo aunque todavía le quedaría algún cartucho en la recámara cuando filmó Los chicos del coro, un retrato poco ortodoxo de la policía y que adapta una extraordinaria novela de Joseph Wambaugh.

Reproduzco a continuación el calendario de sesiones:

 TEATRO GUINIGUADA (20.30 horas)

Febrero

Día 14: El beso mortal

Día 21: El último atardecer

Día 28: ¿Qué fue de Baby Jane?

* Marzo

Día 6: Canción de cuna para un cadáver

Día 13: El emperador del Norte

MULTICINES RENOIR-PRICE (20.30 horas)

* Febrero

Día 16: El beso mortal

Día 23: El último atardecer

* Marzo

Día 1: ¿Qué fue de Baby Jane?

Día 8: Canción de cuna para un cadáver

Día 15: El emperador del Norte

Saludos, merece la pena, desde este lado del ordenador

Charles Dickens. Un (modestísimo) homenaje

Martes, Febrero 7th, 2012

Empezaba a oscurecer y cerré la ventana. Durante mucho rato había estado con la cabeza apoyada en los cristales, llorando, durmiendo, escuchando y mirando hacia fuera. De pronto oí el ruido de la llave y entró miss Murdstone con un poco de pan y carne y una taza de leche. Lo puso todo encima de la mesa, sin decir nada, y mirándome con ejemplar firmeza. Después se marchó, volviendo a cerrar la puerta tras de sí.

Era ya de noche, y yo continuaba sentado en el mismo sitio, con la esperanza de que viniera alguna otra persona. Cuando me convencí de que ya aquella noche no volvería nadie, me acosté, y en la cama empecé a meditar con temor en lo que sería de mí en lo sucesivo. ¿Lo que había hecho era un crimen? ¿Me meterían en la cárcel? ¿No habría peligro de que me ahorcasen?

(David Copperfield, Charles Dickens)

Antes de llamarlo Charles, lo conocía como Carlos.

Cosas de la castellanización que durante un tiempo se propagó como fiebre tifoidea por este país en el que habito.

A Charles (o Carlos) llegué primero gracias al cine y luego a los cómics. Más tarde me sumergí en su poderoso universo literario porque, seamos sinceros, estando un día sin nada que leer, la única cosa que tenía a mano en aquella remota playa de la costa de Almería era una novela: David Copperfield.

Así que tumbado y al sol, mientras observaba como los barcos entraban y salían del Mediterráneo Carlos dejó de ser Carlos y se convirtió a partir de aquel día en Charles Dickens.

Conservo aún el ejemplar de ese libro. Arrugado y probablemente con rastros de arena dorada entre sus páginas.

David Copperfield me inició en el fascinante y conmovedor mundo del señor Dickens. Después vino Oliver Twist, Grandes esperanzas, Historia de dos ciudades, Tiempos difíciles –de necesaria relectura en estos tiempos que vivimos–, algunos de sus cuentos –inevitable Canción de Navidad– y, recientemente, en el más que recomendable volumen Aguas negras. Antología del relato fantástico de Alberto Manguel, la fascinante y oscura historia de El guardavía.

Me queda aún mucho Dickens por leer, afortunadamente.

Un buen amigo me recomienda que no deje escapar Casa desolada –recuerdo la serie de televisión, vagamente–  o Papeles póstumos del Club Pickwick, pero no sé por qué, quizá sea el fantasma de don Charles, algo me tira a que me sumerja –si la encuentro, claro está–  en Nicholas Nickleby.

No recuerdo ninguna mala experiencia con este escritor. Incluso las versiones en cine, televisión y en colorines que leí de sus historias –siempre y cuando respeten su carácter victoriano– me han hecho feliz después de sufrir tanta tragedia.

Al margen de las versiones que rodó David Lean sobre Grandes Esperanzas (Cadenas rotas) y Oliver Twist, curiosamente si hay dos películas basadas en novelas de Dickens que me llegaron al alma son los musicales Oliver! (Carol Reed, 1968) y Muchas gracias, señor Scrooge (Scrooge, Ronald Neame, 1970).

El primero porque es una más que notable adaptación de Oliver Twist trufada de hermosas canciones, algunos de cuyos estribillos aún tarareo. También porque Ron Moody interpreta a un Fagin que hace empalidecer incluso al que interpretó Alec Guinness en la versión de Lean. El segundo más que por la película porque cuando la ví en uno de los mejores veranos de mi vida ¿fue en el Chimisay o en el Timanfaya del Puerto de la Cruz?, uno de mis primos no dejaba de esconderse bajo de la butaca cuando aparecía alguno de los tres espíritus (el de las Navidades pasadas, presentes y futuras) mientras el resto de la familia lo buscaba en la oscuridad de la sala a oscuras.

Son muchas, demasiadas las sensaciones que asocio a Charles Dickens. Y la mayoría de ellas están ligadas a mi entorno más cercano. También porque su fascinante galería de villanos (los ya citados Fagin y Scrooge, así como Uriah Heep, de David Copperfield) encarnan a la perfección lo peor que esconde el alma humana: la avaricia, el egoísmo, la codicia, la fría burocracia…

Charles Dickens fue un escritor de su tiempo que trascendió su tiempo.

Celebramos ahora el doscientos aniversario de su nacimiento…

Bueno sea para que unos lo recuperen y otros lo descubran.

El caso es que Dickens vive.

Vive a través de sus libros.

Vive a través de sus personajes.

¿Su nombre?

Yo al principio lo llamaba Carlos.

Ahora lo conozco como Charles Dickens.

Saludos, cri, cri, canta el grillo del hogar, desde este lado del ordenador.

De William Burroughs al universo de Digital 104

Lunes, Febrero 6th, 2012

CON LOS DIENTES LARGOS

William Burroghs es uno de los escritores más interesantes y oscuros de la Beat Generation y, a mi juicio, el mejor de entre todos ellos porque su obra, extravagante y muy personal, solo puede despertar odios y pasiones encendidas. No admite el término medio.

Por inclasificable, son bastante escasas las adaptaciones cinematográficas que el cine se ha atrevido a llevar a pantalla de novelas de este comedor de opio aunque para muchos de sus lectores –que los tiene como quien ahora les escribe–  sea una referencia no ya por su trabajo literario, poderoso y embriagador, sino también por su postura  honesta y reveladoramente radical sobre el consumo de sustancia narcotizantes.

Ediciones Escalera, una de las escasas editoriales españolas a las que merece la pena seguir el rastro porque se ha especializado en recuperar clásicos de la literatura underground, presenta ahora Blade Runner: una película, de William Burroughs, un libro que, como la mayoría de los libros de Burroughs plantea numerosas cuestiones: ¿Es un tratado de cine?, ¿una novela?, ¿acaso un guión cinematográfico?.

Blade Runner, una película sirvió también para que uno de los coguionistas del Blade Runner de Ridley Scott, Hampton Fancher, tomase el título prestado para una cinta que, por cierto, celebra en 2012 su treinta aniversario y que, como todo aficionado que se precie sabe, está inspirada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? del visionario escritor Philip K. Dick.

No he tenido oportunidad de leer Blade Runner, una película, de William Burroughs pero tras devorar en una de esas etapas invernales que caracterizan mi tránsito por esta vida novelas como Yonqui, El almuerzo desnudo –que David Cronemberg adaptó rigurosamente al cine en una película que aún no ha perdido su capacidad de fascinación–, Nova Express o Las últimas palabras de Duth Schultz, intuyó que en este texto que según su traductor, Daniel Ortiz Peñate, es un “collage aleatorio”, se darán todas las constantes que han hecho eterna la literatura de ese gigantesco escritor estadounidense.

En la nota promocional de Blade Runner, una película, se informa:

- ¿De qué trata?

Del colapso de la sociedad occidental por una gestión corrupta de la Sanidad y el florecimiento de una medicina underground capaz de puentear la burocracia y las farmacéuticas.

- ¿Qué es un Blade Runner para Burroughs?

Un distribuidor clandestino de fármacos, drogas y equipamientos médicos. El mayor garante del nuevo orden.

- ¿En qué época transcurre la acción?

El libro propone un viaje fragmentario por el tiempo entre 1914 y 2014.

- ¿Y la ambientación?

Nueva York en ruinas, túneles convertidos en canales, perros salvajes, yonquis, el nacimiento de una nueva era.

-¿El estilo?

Cut-up en su máxima expresión.

¿Alguien da más?

CINE CANARIO EN EL AGUERE ESPACIO CULTURAL

Con la que está cayendo que una iniciativa independiente y ambiciosa como el Aguere Espacio Cultural esté dando la vara en La Laguna solo merece nuestro mayor reconocimiento.

Y más cuando su abanico de ofertas se está abriendo a todo tipo de expresiones culturales, entre otras el cine con un ciclo que se inicia este martes, 7 de febrero, y que bajo el título de Noche de realizadores canarios, se inaugura con varias producciones de Digital 104, a las 20.30 horas siempre y cuando –cosa insólita pero loado sean los dioses reivindicable– se abone tres euros por entrada.

La sesión incluye cinco trabajos de Digital 104, los cortometrajes Amanece, dirigido por Jairo López y protagonizado por los actores José Luis de Madariaga, Fátima Hernández y Natalia Ruiz Zelmanovitch; Off (Domingo J. González, 2006), una historia claustrofóbica y de suspense con Javier Martos, Miguel Ángel Granados y Miguel Ángel Rábade como intérpretes; Acto primero (Jonay García, 2007) con José Hervás, Javier Martos y Soraya González del Rosario como protagonistas; Algo que aprender (Eugenia Arteaga, 2009); película que obtuvo, entre otros premios, el de Mejor Cortometraje Internacional en el Sexy Paris Film Festival (Francia) y el Eroticorto al Mejor Corto Erótico en el XIII Festival Internacional de Cortometrajes La Boca del Lobo (Madrid); e Insecto (2007), una obra colectiva hecha a cuatro manos en donde los componentes de Digital 104 adaptaron el poema homónimo del palmero Leocadio Ortega.

Por otro lado, Aguere Espacio Cultural acogerá el 9 de febrero la presentación de El jardín barroco, la última y más reciente producción de Digital 104.

Se trata de un trabajo grabado por Jairo López como reflejo de una intervención en el espacio Museo Conca (Sala Conca), que llevó a cabo el polifacético artista Roberto García de Mesa durante varias sesiones y a lo largo de dos semanas de noviembre de 2011.

El jardín barroco es una versión de 48 minutos que se exhibe en el marco del II Festival de Creación Escénica Contemporánea EALC – Pasan Cosas 2012.

Saludos, hermanos y hermanas, desde este lado del ordenador.

‘J. Edgar’

Domingo, Febrero 5th, 2012

Uno de los personajes más siniestros y quizá por ello atractivos del pasado siglo XX en los Estados Unidos es John Edgar Hoover, director desde su creación del FBI, un extraordinario aparato policial que controló bajo la administración de siete presidentes de distinto color político incapaces de quitárselo de encima por el coste que podría suponer para sus carreras.

Personaje incómodo, y cuya secuela de miedo parece que incluso llega a  nuestros días, Clint Eastwood presenta ahora una interesante y no creo que para nada aburrida película para iniciados en la historia de este gran país y en la que muestra, con todas sus luces y sombras, las contradicciones de este magnífico titiritero que basó su poder en la información. En la información de y sobre otros.

Al margen del acierto o no de los actores protagonistas, aunque a mi juicio Leonardo DiCaprio está demostrando con creces ser uno de los mejores intérpretes de su generación; del pobretón maquillaje con el que se cubre su rostro y el de otros actores para escenificar el paso de los años, y omitir momentos digamos que delicados en la vida de Hoover por su soterrado enfrentamiento con presidentes ante cuya gestión fue claramente hostil, J. Edgar me parece una estupenda película y un estupendo retrato no ya de este maestro de la manipulación y el chantaje sino de un hombre al que según la película de Eastwood, y según el eficaz guión de Dustin Lance Black, no supo vivir con sus contradicciones.

J. Edgar, según Eastwood, resulta así un más que interesante trabajo de instropección de un hombre devorado por sus convicciones, fuertemente anticomunistas y con un sentido del americanismo digamos que enfermizo, así como por no reconocerse como persona. Casi como si su compromiso con su país y con sus ideas fuera más un camuflaje con el que protegerse de sus presuntas debilidades y ocultar su hoy más que discutida ambigüedad sexual.

El filme de Eastwood explota muy bien este tema, así como explota muy bien las relaciones que mantuvo Hoover con las mujeres –en la película protagonizadas por una estricta madre y una devota, leal y profesional secretaria–  así como la estrecha amistad que lo unió a Clyde Tolson (Armie Hammer), su mano derecha.

J. Edgar toca, sin embargo, de refilón los archivos secretos que, presuntamente, guardaba este bulldog de amigos y enemigos y a los que, cuenta la leyenda, recurría cuando su carrera estaba en peligro. No obstante, se incluye una escena en la que el viejo director del FBI se esconde en su despacho para escuchar una grabación de John Fitgerald Kennedy con una de sus amantes y que Hoover/DiCaprio debe de interrumpir cuando le anuncian que el presidente ha sido asesinado en Dallas.

Puede resultar para algunos un inconveniente que Leonardo DiCaprio no se parezca en nada a J. Edgar Hoover pero quizá sea por eso, en que DiCaprio no se parece en nada a Hoover, lo que ha hecho que me parezca creíble su trabajo. Tanto como me pareció creíble Joaquin Phoenix como Johnny Cash en Walk the Line.

Personajes como Hoover han habido a lo largo de la historia y, desgraciadamente, continuarán habiéndolos.

Mientras veía J. Edgar no dejaba de pensar en Fouché o en Beria, aunque son más las diferencias que las semejanzas los que unen a unos con otros.

El más inquietante sigue siendo, a mi juicio, Fouché. El más terrorífico, por monstruoso, Beria. Entre medio, ubicaría a Hoover, un extraordinario propagandista del FBI y de sí mismo como azote contra el mundo del crimen.

Clint Eastwood es en la actualidad uno de los pocos cineastas que le queda al cine norteamericano. Un cine que ha terminado por evitar mirarse así mismo.

Con autores como Eastwood, afortunadamente, aún nos quedan voces críticas que invitan al debate y que es capaz, en este confuso y desinformado siglo XXI, de mostrarnos la humanidad que tuvo que haber detrás de ese gran pedazo de hijo de puta –como lo llegó a calificar otro gran pedazo de hijo de puta como fue Richard Nixon– llamado J. Edgar Hoover.

Saludos, yo también jugué a ser un G-Man, desde este lado del ordenador.

‘Big Ben’

Sábado, Febrero 4th, 2012

Ben Gazzara entró en el salón del Hotel San Felipe, sede por aquel entonces de la X edición del Festival de Cine Ecológico del Puerto de la Cruz, y me di cuenta que un actor al que ese entonces solo conocía como de celuloide era también de carne y hueso.

Cuando se sentó, bastante cansado, para responder a la ronda de preguntas de los periodistas Gazzara ya no era Gazzara sino Capone y Saint Jack. También el mujeriego detective John Russo en esa espléndida comedia sentimental que sigue siendo Todos rieron, de Peter Bogdanovich, y en la que compartió enredos sentimentales con una madura Audrey Hepburn. Aventura que, parece ser, trascendió lo que había comenzado siendo como una simple y convencional relación laboral.

Recuerdo que en aquella rueda de prensa Gazzara no dejaba de frotarse los ojos porque estaba muy cansado.

Al parecer había llegado el día anterior a Tenerife y esa misma mañana se lo llevaron de excursión a las Cañadas para que conociera el Teide.

“El Teide me ha conmovido”, dijo quien fue Henry Chinasky –el álter ego de Charles Bukowski–  en Ordinaria Locura. “Me ha hecho preguntar ¿quién soy?”, añadió con una sonrisa quiero recordar que irónica dibujada en sus labios.

El actor neoyorquino de origen italiano quiso entonces hablar de la película que lo había traído a esa isla que, probablemente, hasta aquel día desconocía que existía en el mapa.

El filme se trataba de Beyond the Ocean (1990), su primera trabajo como director. Una cinta, apuntó, que “mi amigo John Cassavetes hubiera hecho.”

Cassavetes había fallecido apenas dos años antes.

Y yo hasta ese momento solo conocía a Cassavetes como el malvado Ben Childress en la reivindicable La furia (Brian de Palma, 1978).

Ignoraba que Cassavetes había sido uno de los pioneros del cine independiente norteamericano con películas como Maridos (1970); El asesinato de un corredor de apuestas chino (1976) y Noche de estreno (1977). Las tres protagonizadas por Gazzara, entre otras tantas cintas indies.

Y es que solo conocía entonces a Big Ben por ser uno de esos secundarios con alma del cine norteamericano en la extraordinaria Anatomía de un asesinato, El puente de Remagen, El viaje de los malditos y por ser el protagonista de una miniserie, QB VII, inspirada en una novela de mi apreciado e injustamente poco reconocido escritor de best sellers Leon Uris.

El caso es que Gazzara hablaba y hablaba en aquella rueda de prensa como si se encontrara en el planeta Marte lo que hizo que levantara la mano para formularle una pregunta.

El actor, sorprendido y algo extrañado porque le interrumpiera el monólogo, puso cara de interés cuando le tradujeron mi tópica cuestión.

- ¿Con qué películas me siento más satisfecho?.- masticó mirando al techo.- Pues con las tres que realicé con John Cassavetes, pero también con Saint Jack y Todos rieron de Bogdanovich.

- ¿Por qué?- me atreví insolente a preguntar.

- ¿Por qué?- sacudió la cabeza y dibujó entonces la célebre sonrisa Gazzara.- porque en todas ellas hay una gran parte de mi mismo.

¿Más preguntas?

Otro compañero le planteó qué opinaba sobre la posibilidad de que los actores españoles fueran a la huelga por la escasez de trabajo que estaban viviendo por aquel entonces (1).

“En Estados Unidos los actores nunca se pondrían en huelga por motivos laborales. En todo caso –añadió–  sí que lo harían para pedir más dinero.”

Y lanzó una formidable carcajada.

Una carcajada Gazzara.

Pero se puso serio de pronto cuando se dio cuenta que ninguno de los presentes nos contagiábamos con su risa.

- El futuro está en la televisión.- soltó como un ladrido.- Talentos como David Lynch están haciendo que las cosas cambien dentro de la televisión. Las películas que se realizan para este medio ya no son las mismas. Ya no resultan convencionales.”

- ¿Más preguntas?- propuso el director por aquellas fechas del Festival de Cine Ecológico del Puerto de la Cruz, Alfonso Eduardo Pérez Orozco, dando a entender que ahí se acababan las preguntas.

No, no hubo más preguntas.

Ben Gazzara se levantó y abrió los brazos como si pretendiera con ellos abrazar a todos los que estábamos en aquel salón del Hotel San Felipe.

- El Teide me ha conmovido.- insistió.- Y me ha hecho preguntar ¿quién soy?

Y se fue.

Mientras recogía las cosas pensé en algo que había dicho durante esa rueda de prensa que, ahora que nadie me lee, para mi fue una de las más interesantes de mi vida:

“Un actor sin método no es un actor.”

Lo dicho.

Ben Gazzara.

Big Ben.

(1) Todas las declaraciones de Ben Gazzara están recogidas de un artículo publicado en La Gaceta de Canarias el 23-XI-1991.

(*) En la imagen que ilustra este post Ben Gazzara junto a Charles Bukowski.

Saludos, la nostalgia a veces no es un error, desde este lado del ordenador.

Érase una vez… En Santa Cruz de Tenerife

Viernes, Febrero 3rd, 2012

Estamos en 1932 y una pareja de cineastas franceses toman vistas con una cámara de una isla perdida del Atlántico llamada Tenerife.

- Oh lá, lá, lá.- exclama el señor Yves Allégret.

Oh lá, lá, lá.- repite el cámara, el señor Éli Lotar, mientras rueda la vida diaria de una pequeña ciudad de provincias conocida como Santa Cruz de Tenerife.

Los franceses, con claros síntomas de ardor de estómago por el fuerte vino de Tacoronte y las generosas raciones de puchero canario que tragan mientras pierden el tiempo paseando por una pequeña capital de provincias que parece que despierta de la Edad de Media,  prosiguen su aventura de rodar un documental sobre una isla donde unos pocos de sus habitantes trabajan en algo que se llama Gaceta de Arte y el resto de sus pobladores, resignados y encadenados, en una sociedad fuertemente –qué escribo fuertemente– virilmente aferrada a un sistema de castas que hace bullir inquietantes contradicciones en sus cabezas franchutes. Cabezas en las que se agitan revoltosas y acomodadas ideas de una izquierda estéticamente radical.

- ¡Mira a esa cordera que lleva bananas! ¡Fílmala, fílmala!- exclama Allégret a Lotar con los ojos desencajados mientras una moza bien moza camina a su lado cimbreando la cintura y portando encima de su cabeza una piña de dorados plátanos canarios.

- Fas-ci-nan-te.- responde Lotar sin sacar el ojo del visor de la cámara.

- Esto es oro puro… Puro oro puro.- murmura Allégret sorprendido.

En el ambiente huele a pescado salado. Los gabachos asocian el olor del pescado salado al poderoso Atlántico que lame las costas de esa isla que parece haber sido olvidada por el tiempo.

- Toma notas, Yves.- le grita Lotar a Allégret algo molesto porque Allégret está más pendiente de la buena moza que lleva encima las bananas que en registrar por escrito lo que la cámara toma en directo y en blanco y negro.

- Estoy en eso, estoy en eso.- repite Allégret con sospechoso aliento de vino tacorontero.

- ¡Fiiiirmes!- exclama la mujer de Allégret abrazando de pronto a Yves por la espalda.

- Mon Dieu!.- responde asustado Allégret que hace que toma notas mientras por el rabillo del ojo observa como la bella moza con el manojo de plátanos encima de la cabeza desaparece por una esquina.

Los ahora tres franchutes, demócratas y repúblicanos, continúan caminando por las callejuelas de esa pequeña capital de provincias en la que cae un sol de justicia.

Allégret, a la altura de Iglesia de La Concepción, se pone de rodillas.

- He visto la luz, he visto la luz…

- ¿Y cómo es la luz, Yves?

- Pues que el Jacques… el Jacques…

- ¿Qué Jacques?

- El Prévert, merde!

- ¿Qué pasa con el Jacques Prévert?.- pregunta Lotar dejando de filmar.

- Que sea él quien escriba lo que estamos viendo.

- Pero Yves…

Allégret, deteniéndose en medio de la calzada y alzando los brazos.

- Ya veo los títulos de crédito…. ¿Ven los mismos títulos de crédito que estoy viendo yo ahora mismo?

- Pues… como que no.- responde la mujer y Lotar a la vez.

- Merde!  Imaginad, imaginad pedazos de Camembert con patas.

El sol de justicia parece que está derritiendo a los tres franchutes.

- Mi marido delira.- concluye la esposa.

- ¡¡¡Lo veo, lo veo..!!!- repite Alégret.- ¡¡¡Lo veo, lo veo..!!!

- ¿Qué ves?- pregunta Lotar.

- Una pantalla de cine.

- ¿Y?

- Una pantalla de cine donde aparece el título: Tenerife. Y después: por Yves Allégret y con textos de Jacques Prévert.

- ¿Y onde está Lotar?

- Eso viene más tarde…

- Me apetece comer.- dice la mujer de Allégret.- Algo ligero. ¿Qué tal una tortilla francesa a las finas hierbas?

- TenerifeTenerife….- canta Yves Allégret bailando como un derviche por la zona de la hoy conocida como calle La Noria.

-Yves, Yves….- le dice Lotar aprovechando que la mujer de Allégret se mete en una casa de comidas.- La de los plátanos, la de los plátanos…

- ¡¡¡Tenerife!!!.- Grita Allégret.

- Cuando se lo cuente a Buñuel.- piensa Lotar.

- Enfants…- anuncia la mujer de Allégret desde la puerta de la casa de comidas El brazo de Nelson.- En este sitio solo dan de comer puchero… O pescado salado.

- Yves.- susurra Lotar.- la moza de los plátanos… A tu lado, Yves… La moza de…

Allégret que se postra de rodillas ante la amazona canaria. Ahora sin plátanos…

- ¡Tenerife!

La moza, descolocada, pone los brazos en jarras.

- ¡Tenerife!.- repite alegre Allégret.

- Vétete por ahí.- dice la moza en grueso castellano con acento canario.

- No entiendo… No entiendo…

- Enfants….- chilla la mujer de Allégret.- ¡¡¡A comer!!!

- Puchero.- responde resignado Lotar.

- ¡Tenerife!, ¡Tenerife!.- repite Yves Allégret idiotizado mientras baila como un derviche por las calles de Santa Cruz.

- ¡Tenerife

Saludos, merci beaucoup por mostrarme ese Tenerife ochenta años después, desde este lado del ordenador.