Archive for Julio, 2012

Malditos roedores

Miércoles, Julio 18th, 2012

Hay escritores cuya obra permanece inalterable con el paso del tiempo. Casi como si hubieran hecho un pacto con el mismísimo diablo porque apenas noto en ellas el arañazo del tiempo en su lectura y relecturas y sí nuevas claves e intenciones que no han perdido una gozosa actualidad, lo que hace que las descubra y redescubra con asombrada mirada…

Y no, no son vaguedades para justificar las razones de porqué me siguen atrayendo determinados libros por mucho que estuvieran escritos a finales del siglo XIX y principios del XX. Este es el caso, entre otros, de H. G. Wells, a quienes algunos consideran el padre de la ciencia ficción, aunque otros reclaman ese mismo derecho a Julio Verne.

Ya dediqué en cierta ocasión un post a Wells, autor al que llegué por fortuna siendo adolescente y desde entonces continúa acompañándome en el camino y emocionándome cuando me encuentro con algunos de sus libros. Por ello, quiero centrar mi atención en una adaptación cinematográfica dedicada a uno de sus títulos menos conocidos pero para quien les escribe uno de los más inquietantes y puntuales para entender su talento y agradecer el filme que me lo dio a conocer cuando solo había devorado La isla del doctor Moreau, La guerra de los mundos y El hombre invisible.

Me refiero a El alimento de los dioses, película de los años setenta dirigida por Bert I. Gordon, un cineasta fogueado en cintas de bajo presupuesto y con cierta querencia al gigantismo. Las iniciales del director son, de hecho, BIG, que en español se traduce como grande.

Gordon es responsable, entre otras cintas, de El increíble hombre creciente (The Amazing Colossal Man); Earth versus the Spider y The Empire of the Ants, entre otras, aunque la película por la que más lo recuerdo es por El alimento de los dioses (1976), basada en la novela de Wells y material literario que también inspiró una cinta precedente del director, Village of the Giants, estrenada en 1965.

Al cineasta y productor, también co-guionista de muchas de sus películas, no le interesaba demasiado lo actores como a otro grande del cine de serie B estadounidense, George Pal, pero sí se preocupaba por la historia y de dotarlas de efectos especiales que resultaran creíbles e impactantes al menos para su época.

Como otras tantas películas, entré a ver El alimento de los dioses en el cine Price de la capital tinerfeña atraído por su cartel, el mismo cartel que ilustra ahora este post sentimental y de espectador autodidacta curtido en cines de reestreno donde solían dejarme entrar pese a la edad y de los que no me cansaré nunca de repetir que en aquel entonces era lo más parecido a una aventura no ya por lo que contemplabas en pantalla sino por la gente que tenías sentada a tu alrededor.

Mi recuerdo de El alimento de los dioses de Gordon es algo así como un esplendoroso subidón de azúcar porque el filme reunía todos los elementos que me atraen del género: un grupo de personajes debe de enfrentarse en un entorno hostil a una amenaza misteriosa que parece que les supera en todas sus fuerzas…

Protagonizada por los veteranos Ralph Meeker (el mejor Mike Hammer en la mejor adaptación de una novela de Mike Spillane, El beso de la muerte) e Ida Lupino (El último refugio y Junior Bonner), Jon Cypher, Pamela Franklin, Marjoe Gortner y John McLiam, y coproducido por Samuel Z. Arkoff, El alimento de los dioses se desarrolla en una isla perdida de Canadá en la que una extraña sustancia química creada por el hombre hace crecer a los animales domésticos con el único propósito de resolver el problema del hambre en el mundo. Con lo que no cuenta el empresario que espera sacar tajada del invento, Ralph Meeker, es que también se alimentan de esta sustancia bichos tan repugnantes como avispas y ratas.

Contemplar cómo se las apañan las dos parejas protagonistas, que están rodeados en una casa por estas criaturas, durante la mayor parte de la segunda mitad de la película es uno de los atractivos que todavía hacen que esta cinta esté grabada en el disco duro de mi memoria. Es probable porque mi yo como espectador se identificaba con su desesperada lucha por sobrevivir. Especialmente ante el ataque que sufren de las ratas, lideradas todas ellas por un ratón blanco de perversos ojos escarlatas.

Vista de nuevo, es verdad que el paso del tiempo ha sido digamos que implacable con El alimento de los dioses, pero aún conserva un festivo espíritu gore que no decepcionará al aficionado y al despistado que tenga la suerte de encontrarse con ella. No cuenta la cinta, sin embargo, con el irónico pero terrible mensaje final de la novela original, aunque el the end sugiere la misma e inteligente conclusión que el título original de Wells…

Otras adaptaciones cinematográficas dedicadas al escritor para cuya obra lo que el viento se llevó carece de sentido son la excelente El hombre invisible (James Whale, 1933), La isla de las almas perdidas (Erle C. Kenton, 1932), que ha dado origen a otras tantas adaptaciones donde el doctor fue interpretado por Burt Lancaster y Marlon Brando; La guerra de los mundos (que además de la célebre alocución radiofónica capitaneada por Orson Welles dio origen a los filmes dirigidos por Byron Haskin, 1952  y Steven Spielberg, 2005) así como una novela de las muchas de no anticipación que escribió Wells, como es el delicioso musical camp La mitad de seis peniques (George Sidney, 1967), interpretado, entre otros actores, por el cantante Tommy Steele.

Saludos, me está gustando del cine de barrio, desde este lado del ordenador.

Los premios de la XXV Semana Negra de Gijón

Lunes, Julio 16th, 2012

La XXV edición de la Semana Negra de Gijón finalizó el pasado domingo pues como finalizan todas las Semanas Negras de Gijón: éxito de público y esa extraña sensación de que no todo está perdido pese a la que nos está cayendo encima. Esta opinión la entresaco por experiencias pasadas y por lo que leo sobre todo en blogs que han cubierto con mimo y absoluta independencia un encuentro en el que gente como yo, atolondrada por los libros, sigue hoy desde la distancia.

El objeto de este post no es otro, sin embargo, que el de hacer público el nombre de los ganadores de los diversos premios que, anualmente, entrega la Semana Negra. Unos premios, cabe destacar, que no suponen beneficio económico alguno pero sí un significativo prestigio en las categorías donde participan los autores seleccionados.

Este año, el premio Hammett ha recaído en la escritora catalana Cristina Fallarás por su novela Las niñas perdidas. Fallarás es de las pocas mujeres escritoras de este país que se ha especializado en el género negro criminal, cuyas claves conoce a la perfección y con las que juega para contar historias durísimas y descarnadas y de paso sacarle los colores a la sociedad y el sistema en el que vivimos. Si como escritora es muy especial, como persona solo puedo decir que es estupenda. Tuve la oportunidad de entrevistarla en una de mis visitas a Gijón y puedo asegurar sin temor a equivocarme que fue de las experiencias más cómodas y agradables que he sentido en mi labor de someter a una persona al tercer grado.

El escritor argentino Enrique Ferrari ha resultado, por otro lado, el ganador del Memorial Silverio Cañadas a la mejor primera novela negra en español. Lleva por título Que de lejos parecen moscas.

En cuanto al Premio Celcius, que reconoce a la mejor novela de ciencia ficción en español, lo recibió Emilio Bueso por Diástole y el Rodolfo Walsh a la mejor obra de no ficción en español recayó ex aequo para La frontera del narco y Un maestro, de la mejicana Sanjuana Martínez y el argentino Guillermo Saccomanno, que es un tipo a quien también tuve la oportunidad de entrevistar y que parece estar de vuelta de todo. Curioso el Saccomano.

Por último, el premio Espartaco a la mejor novela histórica en español fue a parar a Ignacio Martínez de Pisón por su excelente El día de mañana. Aún no he entrevistado a Martínez de Pisón e ignoro si tendré algún día la oportunidad de hacerlo, solo puedo decir que se trata de uno de los escasos escritores españoles actuales a los que sigo con atenta devoción.

Los ganadores del XXV Concurso Internacional de Relatos Policíacos fueron Lola Sanabria por Lucía (primer premio); Claudio Cerdán por La ley del narco (segundo premio) y Carmen Rendón por Tensión superficial (tercer premio).

Saludos, Bang, Bang, Bang, desde este lado del ordenador.

Fue bonito mientras duró…

Domingo, Julio 15th, 2012

El debate, hace un puñado de años atrás, giraba en torno a ¿vas al cine o prefieres ver las películas en tu hogar? Yo era de los que levantaban el dedo y apostaba por ir al cine. Aunque el cine ya no fuera el cine que conocí sino multisalas decoradas como un puticlub de carretera. Y de tamaño tan reducido como el salón de mi casa, aunque la pantalla fuera un poco mayor que la del televisor que en el salón permanecía encendido casi todos los días.

Con la irrupción del vídeo, modelo VHS frente al Betamax y el 2000 que tenían otros, reconozco que comencé a ir menos al cine y a ver más cine en casa aunque no fuera lo mismo ya que el cine, quiero entender, tiene que verse rodeado de desconocidos, todos con la mirada tonta en pantalla.

Si se sentaba –y aún se sienta– algún idiota devorador de cotufas y bebedor de refrescos, hoy termino por recordar la tortura como una anécdota más de la sala oscura.

Y es que en un cine, si lo ves en casa, insisto no es lo mismo, porque casi siempre sales de la función con una historieta que contar.

En las sesiones de a las cuatro de la tarde, las célebres matinés, la peña aplaudía cuando al final irrumpía la caballería para rescatar a los colonos blancos rodeados de feroces pieles rojas… A las seis y ocho de la tarde, con suerte te tocaba al lado una ñora que no paraba de preguntarte cuando aparecía un personaje sospechoso en pantalla: “¿y ese quién es?” o “esa mosquita muerta seguro que esconde algo…”

En el mejor de los casos, interrumpían tu concentración cuando se sentaba en la butaca de al lado para informarse con el ya clásico: “¿Hace mucho que empezó?”

Si resultabas amable, solía invitarte a que cogieras una pastilla de goma. Cosa curiosa, nunca te ofrecían las cotufas que llevaban en un cartucho. Porque en aquel entonces no existían las cajas de cartón de ahora… Asocio por eso ir al cine con el inconfundible aroma de las cotufas. Solo de pensarlo la barriga comienza a dar ronroneos…

Contaba antes que el debate giraba entonces en torno a ver o no cine en el cine.

En los últimos años –y es un lamento que por activa y por pasiva no he dejado de dar constancia en este blog– cada vez voy menos al cine.

Y no ya por la oferta que me ofrece la cartelera sino por el dineral que cuesta la entrada y la sensación de que me han estafado cada vez que decido gastarme los pocos euros que me quedan en mi cuenta bancaria.

Las últimas tonterías por las que pagué el dinero que no tengo fue por ver Los vengadores y Spiderman. La nueva versión de Spiderman.

La culpa, lo escribo para que se sepa, es que todavía me tira la afición a los súper héroes que me hicieron tan grata mi adolescencia. Y en concreto las aventuras del increíble hombre araña aunque al final terminé por malvender la colección por dos mil pesetas de la época y un póster del soldado simio. No sé donde acabó el póster del soldado simio. Las historietas en casa del tipo que me estafó como hoy me estafan los dueños de los cines. Dueños que han puesto el grito en el cielo ante el anuncio del Gobierno de aumentar el IVA del precio de las entradas del 8 por ciento actual a un 21 por ciento.

El IVA es un impuesto que en el territorio en el que vivo suena a chino pero mucho me temo que va a afectarnos de otra manera. Luego de esta tampoco escapamos. Así que me estoy viendo ir al cine solo cuando se proyecte uno de esos cortometrajes canarios en los que puedo echar una cabezada sin que me cueste un euro.

Lo que es de agradecer.

Y para crear precedente: Viva el cine canario.

Con la que nos está cayendo auguro el final de un tiempo en el que no sé si fui más feliz pero sí más persona. Y fui más persona porque el entretenimiento estaba al alcance de cualquiera. Mataron aquel tiempo con la política del todo gratis, eso también es verdad, pero es otra historia en la que no quiero entrar. De hecho, me duele la cabeza tener que escribir sobre estas cosas… Adelantarme a mi renuncia a ir al cine. A perder el tiempo en un cine. A dejar pasar las horas viendo la historia de otros.

Un amigo me comentaba el otro día que el cine que conocimos ha muerto. Que me preparase para una nueva forma de hacer películas en las que el espectador será el protagonista del filme. Una especie de Desafío total –en breve se estrena un remake que no iré a ver al cine pero sí en casa imagino, ¡policía!, pirateada–  en las que estarás ahí…

Mi amigo, que es un visionario y mucho más joven que yo, estaba entusiasmado con esta idea pero no me convenció.

- Será como Avatar pero de verdad.- me dijo.

- No me gusta el 3D.- respondí.

- Es que no será 3D sino otra cosa.- insistió.

- El problema es que a mi me gustan que me cuenten historias. Bastante tengo con mi aventura diaria, esa en la que parece que tengo que hacer oposiciones todos los putos días.

- Bueno… ¡Será otra cosa!

No.

No me convenció. ¿Resulta tan difícil explicar que prefiero sentirme como Steve McQueen en La gran evasión y no ser Steve McQueen?

¿Que para realidades virtuales me quedo con la imagen que me devuelve el espejo todas las mañanas porque me recuerda que todavía estoy vivo?

Dentro de este debate colosal solo saco una idea clara.

Dejaré de ir al cine por una cuestión apestosamente material.

Aunque seguiré viendo cine en la soledad de mi mansión.

Solo me falta el loro y el parche en un ojo para entonar “ron, ron, la botella de ron”.

Así que echo un vistazo a mi vida como espectador de salas cinematográficas para terminar encogiéndome de hombros y susurrar con el aguardentoso vozarrón de Bogart: “Fue bonito mientras duró.”

 Saludos, ende, desde este lado del ordenador.

“Es peligroso; cuando le atacan, se defiende”

Sábado, Julio 14th, 2012

La aparición el año pasado de la antología Generación  21: nuevos narradores canarios supuso como un pequeño temblor en el hasta ese momento apacible territorio de lo que podemos llamar literatura canaria.

El volumen nacía a raíz de una iniciativa del editor Ánghel Morales, que recién había fusionado su sello Aguere con Idea, y reunía doce historias escritas por doce escritores canarios a los que hasta ese entonces pocas cosas les unían salvo la de haber nacido en Canarias y en la misma década.

Por aquel entonces, poco hacía sospechar que lo comenzó siendo una apuesta cuente hoy con una colección de novelas que ya lleva siete títulos publicados, dando voz no solo a algunos de los autores que participaron en la antología sino también a otras voces narrativas nacidas en estas islas desesperadas.

En este aspecto, la mayor virtud de la iniciativa G21 –que la tiene pese a quien le pese– es que transcurrido algo más de un año de su irrupción en el hasta ese momento escasamente atractivo universo narrativo canario, el proyecto continúa. Sigue adelante con regular estado de salud, lo que no es baladí para los aciagos tiempos que corren.

G21 ha permitido además dar a conocer escritores emergentes, y un reencuentro por parte de algunos lectores entre los que me encuentro, con lo que se escribe aquí.

Ya serán otros –espero– los que se preocupen por detectar elementos comunes; los que destaquen que este movimiento, más que generación, nace por una vez con espíritu regionalista y divaguen, si así les apetece, sobre la variedad de géneros con el que tontean y tantean muchos de sus autores así como que publiquen fuera de la desestructurada geografía insular y cuenten con premios que de alguna manera consolidan una carrera que, pese a todo, no termina por definirse.

Con todo, G21 ha conseguido que los que forman parte de un círculo que afortunadamente no se cerrará hasta cuando alcance el medio centenar de obras publicadas según Morales, se crean que son escritores. 

Como lector de las siete novelas que hasta hoy forman la colección G21 Narrativa Canaria Actual ese al menos es mi parecer.

Salvo un título de los siete editados, no he encontrado en el resto un libro clave, que me desarme, que me llegue tan adentro como sí lo consiguió en su día las Cucarachas con Chanel de Dr R (JRamallo), aunque he visto destellos en No en la noche, de Carlos Cruz y quiero entender ganas gamberras y de pasárselo bien en El sueño de Goslar, de Javier Hernández Velázquez.

Los demás títulos, Murmullo de hojarasca, Biografía reciclada de Manolito el Camborio, Malpaís y Merodeadores de orilla, de José Luis Correa, Cristo Hernández, Víctor Conde y María Teresa de Vega, respectivamente, continúan resultándome ejercicios literarios que da la sensación permanecían olvidados en algún rincón remoto de la memoria de sus respectivos ordenadores.

Historias, para que nos entendamos, que dormían un plácido e indiferente sueño en el cajón de las novelas sin publicar hasta que encontraron donde ser publicadas: la colección G21 Narrativa Canaria Actual.

Pero es que pese a sus defectos y a los desafectos que ha generado en ese diminuto zoológico de envidias ombliguistas que es la literatura canaria, es de justicia reconocer que G21 ha logrado salir adelante porque pese a todo y como rezaba aquel mítico cartel colgado en un parque parisino, espero encontrar en esta colección algo así como “este animal es peligroso; cuando le atacan, se defiende.”

En este sentido, sólo he apreciado este notable comportamiento en el ya citado Dr R (JRamallo), el más feroz de los escritores de la colección y el más cercano en sus inquietudes por sacudirte por y desde dentro junto a Nicolás Melini, Santiago Gil y Anelio Rodríguez Concepción, todos ellos colaboradores de la antología que dio origen a esa ecuación, G21, a la que le falta todavía mucha literatura y menos matemática en sus intenciones.

Con todo, y tal como se presenta la situación, con esas nubes oscuras que nos impiden ver y que tiene el siniestro nombre de recesión, entendamos que la existencia de esta colección es un pequeño milagro que intenta corregir los errores con el que fue atacada en el pasado, cuando se presentó la antología y se barajaba en aquel entonces la posibilidad de convertirlo en colección.

Entre otras, la nula representación de narradoras que suple ahora María Teresa de Vega y su, a mi juicio, irregular, Merodeadores de orilla.

El caso es que lo que nació como proyecto es hoy una realidad. Una realidad de la que espero francamente ofrezca en nuevos títulos no solo un perfil de lo que están haciendo los escritores/as que participan en ella sino también una mirada audaz y valiente del entorno en el que les ha tocado vivir.

Y hasta la fecha, salvo los títulos anteriormente reseñados, no he encontrado en ninguna de estas experiencias literarias esa radiografía de un territorio tan necesitado de una narrativa que les cuente las cosas con mirada sincera y, a mi juicio, rabiosa.

Una literatura que cuente la que nos está cayendo encima. Y como eso que nos está cayendo encima nos está transformando en otros sujetos. En otras personas.

Una literatura, en definitiva, peligrosa porque cuando la atacan solo está defendiéndose.

Saludos, ¡vamos cantemos juntos Yo nací en el bloque 2013 / Fui educado en la violencia y en la muerte…!, desde este lado del ordenador.

Historias de un barrio

Jueves, Julio 12th, 2012

“Le pido a mi hermano mayor algún libro sobre la Guerra Civil y me entrega Zalacaín el aventurero. “Se lo prometí a papá”, se disculpa. A Alberto, Ernesto y Rafa sus hermanos también han debido de prometerlo, pues les entregan El principito, Viaje al centro de la tierra y Los cinco en la caravana. Subo a la azotea y limpio las casetas, cambio el agua, pongo ración en los comederos y leo un rato mientras mi buchón azul  compite en bajar del cielo el mayor número de mensajeras de Gran Canaria que no encontraron el camino de vuelta a su palomar. Desde mi azotea los veo; ellos también leen.” (Extraído del relato La banda de los cuatro, del volumen Pequeños homenajes, Gregorio Duque).

El paisaje urbano comienza a ser territorio habitual en las novelas y cuentos que se están escribiendo en Canarias. Gracias a estos textos, se está sugiriendo al lector una interesante mirada sobre la ciudad cuya multiplicidad de discursos engrandece de alguna manera las calles y plazas que en ellas se describen. Las dotan de historias posibles, las convierten en geografías necesitadas de identidad.

Podría apuntarse, en este sentido, que hay un gusto por recuperar sus espacios y una intención, también, por recrearlas como escenario de relatos negro criminales (Alexis Ravelo, José Luis Correa, Javier Hernández Velázquez); como geografía de encuentros y desencuentros (Pablo Martín Carbajal) o desde la vida en el barrio, microcosmos de una ciudad y testigo mudo de una infancia y adolescencia cuyas raíces reivindica Ezequiel Pérez Plasencia y ahora Gregorio Duque con su libro de relatos Pequeños homenajes (Ediciones Aguere/Idea).

Estos cuentos, postales, retratos, se desarrollan en uno de los barrios con más solera de la capital tinerfeña, El Toscal, y recogen con una mirada que afortunadamente no cae en la nostalgia sino desde una irónica distancia una serie de momentos que el autor describe con pulso regular y en ocasiones sorprendentemente ejemplar.

Pequeños homenajes compila así piezas que forman parte de un mismo órgano, aunque recomiendo su lectura sin comenzar por un principio que no es principio sino saltando sin orden ni concierto de un relato a otro. No es mala idea en este sentido, comenzar por los que se encuentran en medio para continuar con los que están colocados al final y terminar con los de su inicio.

El orden de lectura no alterará el contenido de un libro que apenas llega al centenar de páginas. Páginas algunas de ellas de gratísima lectura.

Citaría, en este sentido, los relatos que llevan por título Visita guiada, Tiempo al tiempo y Revenge.

El primero porque propone un imaginario y divertidísimo encuentro histórico que pudo haber sido real entre un chicharrero y un viajero británico empeñado en ver las banderas de Nelson en un Santa Cruz de Tenerife de 1840.

El segundo porque explora con feroz ironía el seguimiento policial que se emprende contra el arquitecto Alberto Sartoris y el grupo de sospechosos habituales (Eduardo Westerdhal, Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera) que le sirvieron de guía durante su estancia en la isla para comenzar unos trabajos en torno a una Residencia de Cultura Internacional que nunca llegó a hacerse realidad y, finalmente, Revenge, porque sin perder ese extraño sentido del humor que salpica todas estas historias –nueve en total, como nueve fueron los relatos que en su día publicó J. D. Salinger– resulta el más crudo de todos ellos. Un cuento que, tal y como ya anuncia el título, es una venganza con tintes más que de El conde de Montecristo con ecos a un género policíaco en el que nadie, en absoluto nadie, es inocente.

Pequeños homenajes es un librito que se lee con agrado e interés. Y si bien se trata de un volumen con cierto hermetismo para no iniciados, entre los que me encuentro, pasando por alto esos guiños es un excelente y pequeño fresco sobre un barrio de Santa Cruz de Tenerife que, como avisa Duque en las palabras preliminares al texto, es “un territorio literario, una zona donde el común de la gente profesa el hábito y el amor a la aventura y a la palabra hablada.”

Estamos pues frente a un libro cuya mayor virtud es que está escrito sin acento nostálgico sino como tributo a la vida en el barrio. A esa extraña hermandad, con todo lo bueno y malo que tiene esa hermandad, que une los que se han hecho persona viviendo en barrios.

Quizá sea éste el motivo que explique el extraño sabor de boca que me ha dejado la lectura de este libro singular.

Un texto escrito con estilo y mirada. En la que el autor da un discreto paso atrás.

Y es aquí, en los relatos donde el protagonista forma parte del paisaje, en los que se encuentra una de las claves de que estas historias se lean sin adornos mitificadotes y se entiendan y asuman por su aplastante y desarmante sinceridad.

La sinceridad de un escritor que  rinde pequeños homenajes a una isla, una ciudad, un barrio con una agradecida e insólita vocación universalista.

Claro que las grandes historias se encuentran en las pequeñas grandes historias cotidianas con independencia del acento con que se hablen y se escriban.

Pequeños homenajes se convierte así en una de las más deliciosas sorpresas que he leído en los últimos tiempos de cuanto se está escribiendo en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

Saludos, gracias Javier por insistir en: ¡vuelve a leerlo!, desde este lado del ordenador.

Damos las notas…

Miércoles, Julio 11th, 2012

* La obra del escritor Víctor Álamo de la Rosa es actualmente objeto de tres tesis, dos en universidades italianas y una en una universidad brasileña. Hace un año Ediciones Aguere/Idea publicaba El Hierro literario, exploración de la obra de Víctor Álamo de la Rosa, un libro que traducía y resumía parte de la tesis leída por el investigador italiano Martin Beux en la Facultad de Literatura Extranjera de la Universidad de Génova. La tesis de Martin Beux se centraba en el universo literario de la Isla Menor, trasunto literario de la isla canaria de El Hierro, visible en las cinco novelas y en los relatos publicados por el escritor canario. A esta tesis presentada en la Universidad de Génova se unirá la que prepara Isotta Luca, investigadora de la Universidad de Venecia, que ha elegido para su tesis el libro Mareas y marmullos, el volumen que en España ha editado Tropo Editores y que reúne todos los relatos del autor de El año de la seca. Isotta Luca presentará a finales de este año, en la Facultad de Filología de la Universidad de Venecia, su trabajo de traducción del libro de Víctor Álamo de la Rosa, trabajo que esta vez se ha enfocado desde el estudio propiamente lingüístico del particular estilo del escritor canario y su singularidad idiomática. Finalmente, la tercera tesis en curso sobre la obra del escritor es la que está llevando a cabo la investigadora brasileña Sarah Munck Vieira en la Universidad Federal de Juiz de Fora, del estado brasileño de Minas Gerais. El trabajo de la estudiosa brasileña abordará toda la obra de Víctor Álamo de la Rosa, narrativa y poesía, y, aunque la tesis se presentará a finales de 2013 en Brasil, ya puede leerse un adelanto en la revista brasileña Darandina  donde Sarah Munck analiza la novela El año de la seca, publicada por vez primera en 1997 en Río de Janeiro. Este estudio sobre El año de la seca se presentó en el VI Simposio en Literatura, Crítica y Cultura del programa de posgraduado de la Facultad de Letras de la Universidad Federal Juiz de Fora, celebrado del 28 al 31 de mayo de este año.

* El último número de la revista Letras Libres edita una entrevista con el escritor Peter Stamm firmada por el traductor José Aníbal Campos y Eduardo García Rojas. Se trata de la misma entrevista que se publicó en el número correspondiente al 18 de abril de este año de El Perseguidor, suplemento de carácter cultural que aparece en la edición de los miércoles del periódico tinerfeño Diario de Avisos. Felicitamos además a José Aníbal Campos porque es uno de los cuatro finalistas al premio de Traducción Esther Benítez que otorga la Asociación de Traductores de España por su impecable e implacable trabajo con Edipo en Stalingrado, de Gregor von Rezzori, un texto dificilísimo de traducir y una novela, esta su versión en castellano, recomendable para quienes todavía confían en el poder seductor de las palabras.

Saludos, al final bebí el agua del pozo, desde este lado del ordenador.