Archive for Agosto, 2013

Estrellas de pop rock ¿estrellas de cine?

Domingo, Agosto 11th, 2013

Antes de tantear la interpretación lo conocerán por su música.

Es un aviso, un adelanto del rumbo que tomará este post.

Un repaso, como siempre corto, demasiado corto, de grandes estrellas de la música que en un momento y otro de su carrera probaron también con eso de ponerse delante de las cámaras.

Es decir ¡¡¡que no cantan sino que interpretan!!!

Alguno de ellos con sobresalientes resultados. Otros, la verdad, no tanto.

En este repaso y por cuestiones de espacio, no citaremos a los tres ilustres mosqueteros del Rat Pack, Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Junior. Tampoco hablaremos de Elvis Presley, Bobby Vinton ni de Barbra Streisand, que cuenta con una notable carrera como actriz y productora, también como directora.

Obviaremos, con gran dolor por nuestra parte, las cintas no musicales que protagonizaron dos leyendas del country western como Johnny Cash y Willy Nelson. Ni reseñaremos la experiencia como secundario de Bob Dylan, Keith Richards, Bon Jovi ni Steve Van Zandt, a quien reconocerán como el consigliere Silvio Dante en Los Sopranos.

Por negarnos a rompernos la cabeza, porque no están los tiempos para rompernos la testa, obviamos también las experiencias cinematográficas que jalonan la carrera del crooner Harry Coonick Jr. Y la de Chris Isaac, Sting, Justin Timberlake, Madonna, Iggy Pop, Will Smith, Meat Loaf, Debbie Harry, Cyndi Lauper y tantos, tantos otros artistas de la música que un momento dado de su carrera fueron tentados por el cine.

No, en este post solo vamos a hablar de los largometrajes que han protagonizado seis artistas anglosajones –es probable que repitamos la experiencia con europeos y americanos del sur en otra ocasión– como son Mick Jagger, David Bowie, Kris Kristofferson, John Lennon, Ringo Starr y Roger Daltrey porque tengo debilidad no ya por todos ellos sino también porque su música forma parte de eso tan cursi que llaman la banda sonora de tu vida.

Mick Jagger.- El señor morritos ha probado suerte en el cine sin hacer de cantante en títulos tan extravagantes como Perfomance (Donald Cammell y Nicolas Roeg, 1968), el western con acento australiano Ned Kelly (Tony Richardson, 1970) y el frustrante filme de ciencia ficción Freejack (Geoff Murphy, 1992) que está basado, al parecer, en una novela del notable escritor Robert Sheckley. Jagger interpreta también al jefe de una agencia de gigolós en The man from Elyssian fields (George Hickenlooper, 2001).

David Bowie.- De la lista que presentamos, probablemente sea el dandi camaleón el que más ha probado esto del cine junto a Kristofferson. Películas donde podemos ver a Bowie tanto como protagonista como secundario de lujo son y siempre sin dar la nota: El hombre que vino de las estrellas (Nicolas Roeg, 1976); Feliz Navidad Mr. Lawrence (Nagisa Oshima, 1983), donde comparte cartel con otro músico y compositor, el japonés Ryuichi Sakamoto; El ansia (Tony Scott, 1983), una película de vampiros ambiguos muy identificada con su época, los ochenta; Laberinto (Jim Henson, 1986); La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988), donde interpreta a un insólito Poncio Pilatos; Basquiat (Julian Schnabel, 1996), en la que se mete en la piel de Andy Warhol y El prestigio (Christopher Nolan, 2006), filme en el que asume el papel de Nikola Tesla, ese genio al que se acusó de científico loco, entre otras cintas.

Kris Kristofferson.- Para mi continúa siendo el mejor Billy the Kid. La culpa la tiene el hoy maltratado y ninguneado por crítica y cinéfilos de medio pelo, Sam Peckimpah. Pat Garret and Billy the Kid (1973), con todos sus defectos, que los tiene, si quieren ese exceso de lirismo que casi nadie le perdona actualmente al director de Grupo salvaje, no es que sea un western ejemplar, es que ha terminado por convertirse en un clásico que aún rompe y rasga dentro de tan ilustre género. A las órdenes de Peckimpah, Kristofferson trabajó también en Convoy (1980), otro western pero moderno, ya que los vaqueros conducen ahora camiones gigantes que atraviesan autopistas y carreteras comarcales; y haciendo de canalla en la que quizá es, a nuestro juicio, la mejor película del cineasta, la pequeña pero intensa Quiero la cabeza de Alfredo García (1974). A Kristofferson también lo vimos como protagonista en una nueva versión de Ha nacido una estrella (Frank Pierson, 1976) donde “descubría” a esa feúcha tan atractiva que es Barbra Streisand y en el western crepuscular –otro western– que es Las puertas del cielo (Michael Cimino, 1980). Kristofferson está también en el filme de ciencia ficción Millenium (Michael Anderson, 1989) y en el estupendo policiaco sureño Lone Star (John Sayles, 1996). Como secundario de lujo aparece en los tres Blade, Payback (Brian Helgeland, 1999), una nueva versión de A quemarropa, novela de Donald Westlake, escrita con el pseudónimo de Richard Stark, y con Mel Gibson en el papel de Parker, ahora Porter, y en El planeta de los simios (Tim Burton, 2001) entre otras tantas películas.

John Lennon.- Para unos sigue siendo el mejor Beatle, aunque para otros es Paul, George e incluso Ringo. Dejando de lado tan antipático debate, John Lennon también probó en el mundo del cine con la intención de desembarazarse de su carcasa de estrella de la música pop rock. Solo cuenta, en este sentido, con una película, un título menor en la filmografía de Richard Lester rodado en Almería y que se distribuyó en España con el título de Cómo gané la guerra. No deja de ser esta película una entretenida película con mensaje antibélico que aún se sostiene. Es verdad, en todo caso, que si algo desentona en la misma es el mismo Lennon, lo que pone de manifiesto lo difícil que le resultó desembarazarse, precisamente, de su carcasa de estrella de la música pop rock.

Ringo Starr.- Si lo comparamos con Lennon, Ringo tuvo más suerte cuando probó suerte en el cine asumiendo un papel que no tuviera nada que ver con la música. Cavernícola (Carl Gottlieb, 1981) fue, que recuerde, todo un éxito al menos en la isla en la que vivo. Tanto, tanto, tanto, que si no la habías visto no eras nadie. Pasado el tiempo, la verdad, es que el filme ha envejecido no tan bien como el ex batería de The Beatles. De esta comedia en clave de parodia sobre el hombre de las cavernas destaca, además, Barbara Bach, unida sentimentalmente a Starr y un jovencísimo Dennis Quaid.

Roger Daltrey.- Finalizo este repaso con la voz de The Who, un grupo que junto a The Beatles y The Rolling Stones ha marcado con su música mi paso inestable por este sendero que es la vida. Al margen de la ópera rock Tommy y la estrafalaria Lisztomanía, musicales ambos de Ken Russel, y de sus puntuales apariciones en series de televisión, Daltrey protagonizó la reivindicable McVicar, el enemigo público nº1 (Tom Clegg, 1980) donde interpreta a un delincuente legendario en las páginas de la historia criminal del Reino Unido. No he vuelto a ver de nuevo la película, así que no sé como la habrá tratado el paso del tiempo, pero la primera y hasta ahora única vez que la vi me dejó lo que se dice emocionado.

Tanto, que la mencionaremos en un post que, en este momento elaboramos sobre las que, a nuestro juicio, son las diez mejores películas de temática carcelaria del cine.

Hasta ese momento…

Saludos desde este lado del ordenador.

Eric Roberts y James Cosmo ruedan en Tenerife ‘Project 12. The Bunker’, de Jaime Falero

Viernes, Agosto 9th, 2013

Aún pendiente de estreno su primer largometraje, El clan, Jaime Falero y el actor y productor Joaquín Sánchez se han liado de nuevo la manta a la cabeza con Project 12. The Bunker, película cuyo rodaje se inició esta misma semana en Tenerife y que cuenta, entre sus actores protagonistas, con Eric Roberts, James Cosmo, Timothy Gibbs y Natasha Alam.

Muchos aficionados al cine de serie B reconocerán a Roberts, quien además de ser hermano de Julia, Julia Roberts, no acabó siendo el novio de América pero sí uno de esos secundarios inevitables e imprescindibles –sobre todo haciendo de malo– en filmes de segunda categoría, títulos de recomendable visionado para los que, como espectadores, nos hemos curtido el estómago y la mirada en ese cine descacharrante, carne de vídeo club, que tanto contribuyó al entretenimiento de una adolescencia de la que todavía conservo recuerdos.

Una nota informativa anuncia que Project 12. The Bunker se rueda en inglés, y que se trata de una película que se realiza “con altas dosis de esfuerzo y optimismo”. Es decir, como cualquier película de ese cine que se rueda en las islas sin contar apenas con apoyos oficiales.

Project 12. The Bunker cuenta con localizaciones en el Hotel Mencey, en Santa Cruz de Tenerife; el puerto de la capital tinerfeña y distintas zonas costeras y del interior de la Isla, todo para dar verismo a una historia de acción que combina “elementos como las herencias de la Rusia soviética y de la Guerra Fría en un argumento en el que la ciencia es una de las formas de la guerra.”

Poco más se detalla de su historia, cuyo rodaje está previsto finalice el 31 de agosto y tras la fase de post-producción, y copia definitiva a mediados de diciembre, estrenarla antes de fin de año.

En el proyecto, canario “casi en un 90 por ciento”, señala Jaime Falero, participan, entre otros, Pedro Telechea Montes, ayudante de dirección; Patrick Bencomo Weber, segundo ayudante de dirección; Antonio González Rodríguez, jefe de producción; Juan Miguel Márquez, director de fotografía, y Christian Johansen Basualdo, sonidista.

Saludos, a la espera de disfrutarla y, quién sabe, volver a mi adolescencia, desde este lado del ordenador.

El puto oficio de escribir

Jueves, Agosto 8th, 2013

Francis Scott Fitgerald dijo en cierta ocasión que sus mejores ideas procedían de otros. Cogidas al vuelo en torno, tiendo a pensar, de una mesa abarrotada de ginebra de estraperlo. Me imagino así al escritor cuyo talento era como polvo en las alas de una mariposa, según Hemingway, beodo a las tantas de la mañana y eructando alcohol, anotando con letra ebria en un cuaderno una frase, un relato entrecortado, de uno de sus compañeros de juerga en aquellos años locos que jamás volverán.

Escribo todo esto porque en los últimos tiempos y cuando hablo con gente que se dedica a escribir la mayoría insiste en la disciplina con la que organiza su trabajo.

Unos afirman que se levantan a las cinco de la mañana, que se ponen a teclear en el ordenador, se detienen para desayunar, darse un paseo por la ciudad que muere en soledad y volver a casa para comenzar de nuevo antes de irse –los que pueden– al verdadero trabajo que les da de comer.

Pasan así lo días, las semanas, los meses e inclusos los años robándoles horas al sueño, a momentos de ocio, a aguantar con estoicismo las órdenes de su jefe en el verdadero trabajo que les da de comer y jefe que casi siempre está amenazando porque para él no existen razones creativas que valgan cuando el escritor pretende justificar con ellas el cada día más aterrador tamaño de sus ojeras y que bostece cada media hora mientras mira de reojo el reloj de pulsera.

Y es que es muy duro esto de ser escritor.

Más cuando se asume como trabajo no remunerado: el puto oficio de escribir.

La mayoría de los narradores consultados insiste así en la seriedad con la que se estructuran la existencia para continuar con su narrativa. Lo que es muy respetable, así que da lo mismo la hora en que se levante o se acueste para escribir.

Es decir, que abra los ojos cuando apenas ha salido el sol para trabajar la novela o que los cierre cuando ya luce ese mismo sol.

Sí me inquieta, sin embargo, esa obsesiva puntualización, la de remarcar la hora en que se levantan para ponerse a trabajar en su historia. Entiendo, en la mayoría de los casos, que con ello se intenta alejar la imagen que se tiene del escritor profesional como un bohemio.

O un maldito borracho tipo Fitzgerald, un escritor, por otro lado, bastante exigente y disciplinado cuando escribía sus obras. Tanto, que en cierta ocasión llegó a decir que sus mejores frases se las debía a la ginebra de estraperlo que bebía con sus amigos o a solas, en ese momento en el que estaba frente a la hoja de papel en blanco, colocada en el rodillo de una máquina de escribir quiero imaginar que Underwood.

Los horarios que organiza un escritor para trabajar en su obra no debe ser entendido así como baladí, más bien me atrevería a afirmar en todo caso que a la postre es determinante en el producto resultante que llegará a mano de los lectores.

Creo que fue Mario Vargas Llosa quien dijo que el éxito de un escritor, un escritor dentro del sistema, y que por lo tanto puede vivir con su literatura, está en la disciplina. Que la bohemia pasó de moda.

Añade del Premio Nobel: “ahora hay que dormir, comer, y trabajar bien para destacar en la literatura”.

Lo que me hace sospechar que lo tienen muy difícil los escritores del arroyo.

Que son malos tiempos para descubrir nuevas flores en el cieno.

Que ya no son tiempos para descubrir talentos cuya obra todavía continúa emanando esa rabia de vivir que tan bien describió Chezz Merrow en su autobiografía. La vida de un músico de jazz blanco y enganchando a la heroína que quiso tocar como Lois Armstrong.

Es decir, como un ángel.

Los escritores del arroyo.

A esa panda le dedicamos en su día un post que, bajo el título de Un puñado de escritores inmundos, mencionaba a bastardos borrachines y drogadictos, a bohemios con mono permanente por la escritura como Jim Thompson, John Fante, Jack Black, William S. Burroughs, Charles Bukowski, Iceberg Slim, Edward Bunker, Hurbert Selby Jr., y añado ahora Don Carpenter y W. L. Gresham, entre otros tantos que hay que descubrir y cuya matemática, empapada de turbiedad, sí que resulta una ciencia exacta. Tan exacta, que todos ellos cuentan más o menos la misma historia: la rabia de vivir. La aventura de luchar contra sí mismo.

Y ellos mismos somos nosotros mismos.

Lo irónico del asunto es que estos escritores, como otros ilustres borrachos como Dostoievski, Joyce, el ya citado Fitzgerald o William Faulkner, fueron tan disciplinados con su trabajo como escritores que, sin atender a horarios, escribían cuando podían.

Hicieron así de su literatura más que un exorcismo una forma de explotar a sus demonios.

Los puedo ver sentados, de pie –como Hemingway, otro ilustre beodo–, acostados, escribiendo y escribiendo…

El puto oficio de escribir.

Saludos, escribiendo, desde este lado del ordenador.

Narrativa con acento canario para leer en agosto

Miércoles, Agosto 7th, 2013

INTRO

Agosto es el mes por excelencia de las vacaciones veraniegas así que es un buen momento no solo para aprovechar los baños en el mar o pasear por la montaña sino también para disfrutar con la lectura. Este artículo propone solo un puñado de novelas y cuentos escritos recientemente en Canarias para acercar al lector a una realidad que, pese a la crisis y la objetiva inestabilidad del mercado editorial, son un excelente reclamo para evadirse en algunos casos de la realidad en la que nos movemos o, en otros, para acercarnos a ella en clave de rabiosa ficción.

Una advertencia necesaria nada más iniciar este periplo, no están todas las novedades que hay aunque sí todos los libros que, a nuestro juicio, deberían de estar.

En todo caso, cabe de destacar, que muchos de los títulos de los que nos hacemos eco han sido editados en Canarias y otros tanto en la Península, lo que pone de manifiesto el excelente momento que, literariamente, está viviendo la narrativa que se escribe con, podríamos decirlo así, acento canario.

Llama también la atención la variedad de estrategias empleadas por sus respectivos autores en sus creaciones literarias, utilizando para ello géneros que van desde la literatura de viaje, a la ciencia ficción, la negrocriminal y la histórica, entre otras y que a nuestro entender podría traducirse en que las letras con acento canario hablan por fin un lenguaje universal sin renunciar a su forma de ver el mundo desde la peculiaridad insular.

Resulta interesante observar como junto a escritores veteranos y con independencia de generaciones, movimiento y modas a los que se adscriben, se suma una nómina de nuevos narradores. Y que todos ellos, escritores con oficio y noveles, son los responsables de este fenómeno que merece ser visto ya con la atención que se merece.

De alguna manera, todos ellos han hecho historia al conseguir que la literatura con acento canario se lea.

Dentro y fuera de los límites que impone la isla.

AUTORES Y LIBROS

El escritor y periodista Juan Cruz Ruiz propone un sentimental y emocional retrato por el archipiélago en su Viaje a las Islas Canarias (colección El autor viajero, El País-Aguilar), un libro en el que Cruz Ruiz trata de hacer una “literatura de la memoria” basándose en la “experiencia de conocer y de haber vivido prácticamente en todas las islas; de amarlas y de necesitarlas”, señala en un despacho informativo de la agencia Europa Press.

Curiosamente, su compañero de la denominada Generación del 70, el profesor Juan Manuel García Ramos, coincide en estas mismas intenciones, un viaje sentimental y emocional, con El zahorí del Valbanera (colección Narrativa, Baile del Sol Ediciones), novela en la que el profesor y escritor rinde homenaje a través de la figura de su abuelo, José Aquilino Ramos, a los canarios que emigraron a América en busca de un futuro que era incapaz de ofrecerle su isla. Para su autor, El zahorí del Valbanera es “el más directo de mis libros”.

El periodista y escritor Luis León Barreto, integrante también de la Generación del 70, publica Carnaval de Indianos (NACE Nueva Asociación Canaria para la Edición), novela coral en la que explora las posibilidades literarias de una fiesta popular –por otro lado tan poco explotada en la literatura que se escribe en las islas– y homenajear “sentimental y emocionalmente” a su isla natal, La Palma. Carnaval de Indianos es, en definitiva y en palabras de su autor, una novela que camina entre el testimonio y la ficción.

En cuanto a la iniciativa de Ediciones Aguere, que dirige el editor Ánghel Morales y dentro de la colección G21 Narrativa Canaria Actual, tres títulos publicados en lo que llevamos de 2013 avalan una de las apuestas editoriales más interesantes que se han producido en el archipiélago en los últimos años.

G21 cuenta ya con una decena de volúmenes publicados, más los que se editarán en otoño, pero reseñamos en este espacio los tres últimos editados como la intimista y personal Si hubieras estado aquí, de Cecilia Domínguez Luis; la salvajemente libertaria El centro del gran desconocido, de Eduardo Delgado Montelongo, y la insólita historia de fantasmas Julia y la guillotina, de Jonathan Allen.

El mismo Montelongo publicó este año su desarmante novela de piratas Johanna en la colección Sitio de Fuego de Baile del Sol Ediciones, misma editorial que en su Serie Negra nos reveló dos títulos de los que habrá que hablar –y mucho– en el futuro como son Pasa la tormenta, de Tomás Felipe, y Yo maté a Rajoy, de Juan Carlos Pérez. El primero, un título en el que su autor mezcla con ingenio elementos de la literatura policíaca con la de ciencia ficción y el segundo un ácido y crítico retrato de la España actual en clave negrocriminal.

Otro libro recomendable para pasar el verano es la introspectiva La felicidad amarga, de Pablo Martín Carbajal (colección de Narrativas de Ediciones Irreverentes), donde su autor continúa indagando en torno a sentimientos tan nuestros como la culpa y el miedo así como la curiosa colección de relatos … Y en el aire queda, de Damián H. Estéz (Ediciones Aguere(Idea) y  para evadirse, viajar a otros territorios, sentir el aliento de la aventura en la nuca, están La piel de la leffa, de Juan R. Tramunt; El envío turco, Pilar Escalona y el sorprendente Calibán, de Ángel Sánchez, todos publicados en Ediciones Aguere/Idea.

Literatura con otras claves es la que sugiere Daniel María con El hombre que ama a Gene Tierney (colección Synoros-Narrativa La Página), accésit de publicación del premio de novela Benito Pérez Armas 2011; posibilidades en las que también indaga Antonio Lorenzo Gómez Charlín con El hombre que se enamoró de Sasha Grey (CultivaLibros).

Quien desee reencontrarse con el mundo rural con señas de identidad mágicas, recomendamos la lectura de Sorimba (Puentepalo) de María Jesús Alvarado, una novela cuyos temas coinciden con los que propone María Gutiérrez en la colección de relatos Ellas tampoco saben por qué (colección Tid, Ediciones Idea) y Doris Martínez con La verdad que te desCuento (Ediciones Idea).

En cuanto a novela estrictamente de género destacan, por último, la nueva de Víctor Conde, He oído a los mares gritar mi nombre (colección Stoker de Dolmen Editorial), así como La estrategia del pequinés (Alrevés, Novela Negra) de Alexis Ravelo y Blue Christmas (colección Novela Negra de Alba Editorial) de José Luis Correa, última entrega hasta el momento de su peculiar detective privado Ricardo Blanco.

No podemos olvidar, para los amantes del thriller La casa Lercaro, volumen que cierra con broche de oro la trilogía que Mariano Gambín ha dedicado a una ciudad –La Laguna– que, gracias a él, muchos han descubierto repleta de apasionantes e inquietantes misterios y, finalmente, y antes de dar por terminado este repaso veloz por las letras que se escriben con acento canario a Mi Habana en el recuerdo, una ambiciosa y voluminosa novela en la que Agustín Ravina Pisaca cuenta la historia de dos emigrantes canarios desde los años treinta a finales de los cincuenta del siglo pasado en Cuba; y la original y feliz iniciativa de la escritora Elena Morales, Somos solidarios, de publicar los volúmenes de cuentos Minitextos de amor y lujuria, Minitextos comprometidos y Minitextos para sonreír, en el que participaron desinteresadamente numerosos escritores y escritoras de aquí y de allá, quienes cedieron generosamente sus derechos para que fueran invertidos en causas solidarias.

Hay más títulos, entre los que destacan reediciones que han recuperado novelas y antologías que parecían perdidas para siempre. Pero si hay algo en lo que coinciden con las novedades reseñadas es que fueron escritas con sentimiento y emoción.

Una libros, en definitiva, no solo para leer en verano.

(*) La ilustración es de Daniel Clowes.

Saludos, se hace camino al andar, desde este lado del ordenador.

Granujas de medio pelo

Martes, Agosto 6th, 2013

INTRO

La naturaleza humana es así.

Por muchas reglas que imponga, siempre intentaremos saltárnosla.

El cine se ha preocupado por mostrar estas dobleces en ocasiones con elogiable fortuna. La lista –¡otra lista!– que presentamos a continuación solo escoge doce títulos que, a nuestro juicio, exploran bajo un punto de vista francamente divertido nuestra naturaleza como monos sin pelo cuando codiciamos lo ajeno.

Lo ajeno.

Por necesidad, para sobrevivir.

Por codicia.

O por demostrar soy más chulo que nadie.

Estas doce más una películas regalan además una visión cómica, pero también demoledoramente crítica, de la condición humana.

Hemos de destacar que en la mayoría de los títulos escogidos sus protagonistas son víctimas involuntarias, más que delincuentes profesionales, que se han visto forzados por las circunstancias a romper con el Séptimo Mandamiento.

En la mayoría de los filmes reseñados se trata de presentar a grupos humanos que, a nuestro juicio, y a las películas nos remitimos, forman parte importante de nuestra peculiar memoria.

Por lo que debe quedar claro que, sin ánimo de quebrar el Séptimo Mandamiento, nunca tantos le debimos tanto a tan pocos.

LAS PELÍCULAS

Oro en barras (Charles Crichton, 1951).- Un clásico de la comedia producida en los ya legendarios estudios Ealing. ¿Su protagonista? Un grisáceo cajero de banco que ha planificado financiarse un lujoso retiro y a quien da vida el que probablemente sea uno de los más grandes actores de la historia del cine: Alec Guinness. Para ello, no se le ocurre mejor idea que reunir a un equipo de estrafalarios “ladrones profesionales” para dar el golpe. El cine Británico a veces hay que escribirlo con respetuosas mayúsculas.

El quinteto de la muerte (Alexander MacKendrick, 1955).- Otra de los Estudios Ealing, fábrica de sueños de donde solo podía salir una película como ésta. Cinco criminales, liderados por Alec Guinness, se reúnen en una habitación que han alquilado a una vieja dama para planificar su próximo atraco. Para despistar a la señora se hacen pasar por un quinteto de músicos. Claro que con Peter Sellers y Herbet Lom, pareja de hecho que volvería a repetir en la serie La pantera rosa de Edwards el delirio está a la orden del día. Los hermanos Coen rodaron un olvidable remake con el título The Ladykillers.

Rufufú (Mario Monicelli, 1958).- Para los que sienten debilidad por el cine italiano de los años cincuenta Mario Monicelli es un director de referencia. Rufufú, la réplica si quieren paródica de la extraordinaria Rififí (Jules Dassin, 1955) reúne a un grupo de ladrones de poca monta para robar las oficinas romanas del Monte de Piedad. Claro que con gente así… Vittorio Gassman, Marcello Mastroiani, Totó, todo es posible menos el golpe perfecto.

La cuadrilla de los 11 (Lewis Milestone, 1960).- La incluimos en esta lista porque está protagonizada por el Rat Pack al completo. Esto incluye a sus tres mosqueteros: Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr. Nunca estuvieron mejor, y mira que rodaron y se divirtieron a lo grande en sus películas. Y es que solo ellos, solo ellos, podían robar los casinos de Las Vegas. Yes, tiene remake, pero es otra cosa. Otra cosa.

Atraco a las tres (José María Forqué, 1962).- La inteligente y aún delirante respuesta española a Rufufú la firma un cineasta que pide a gritos una urgente reivindicación siempre y cuando dejemos al lado molestes criterios políticos. Atraco a las tres es, vista así, sin ataduras ideológicas, un clásico de la comedia con acento español en la que intervienen lo mejor de los actores, comediantes insistía el maestro Luis García Berlanga, que jamás han rodado en este país. Ahí están, en estado de gracia José Luis López Vázquez, Cassen, Gracita Morales, Manuel Alexandre para hacer creíble a esa panda de perdedores empleados de banca que planifica el atraco a la entidad en la que trabajan para resarcirse de sus precarias condiciones laborales. La historia me suena ¿a ustedes no?

La pantera rosa (Blake Edwards, 1963).- Fue la primera de una serie que marcó un capítulo aparte en el género. En el género de la comedia. Es probable que, vista hoy, no resulte la más excéntrica de las que realizó Edwards bajo el mismo título pero sí que sentó la fórmula pink panther. Algo así como un alucinógeno. Si no me creen, que se lo pregunten a Peter Sellers, quien acabó jarto del atontado inspector Closeau. El público, sin embargo, quiso más. Más Pink Panther.

Topkapi (Jules Dassin, 1964).- A nuestro juicio es la comedia perfecta sobre robo. Y no porque esté basada en una excelente novela de Eric Ambler, La luz del día, sino porque fue la respuesta cómica del mismo Dassin a su Rififí. El esquema se repite con el de otros filmes que reseñamos en este post: ladrones de poca monta y perezosos que se unen para robar, en esta ocasión, una pieza valiosa del tesoro imperial en el palacio Topkapi, en Estambul, Turquía. Inolvidable. Redonda. No tan simple como muchos sostienen.

Como robar un millón y… (William Wyler, 1966).- A los wylerimaníacos no termina de convencerle esta comedia de guante blanco protagonizada por Peter O’Tooler y Audrey Hepburn. Ellos se lo pierden. Porque vista con perspectiva, con ojos cansados pero prestos al asombro, Como robar un millón y… es una deliciosa comedia romántica que aún aguanta la prueba del algodón.

El caso de Thomas Crown (Norman Jewinson, 1968).- ¿Una comedia? Pues sí y no. Aparece en esta lista porque está protagonizada por Steve McQueen y Faye Dunaway y porque respira ese aire cool que aún respiran todas las películas en las que intervino el que, probablemente, sea el actor más cool de la historia del cine.

The Italian Job (Peter Collinson, 1969).- Pese a que cuenta con un excelente remake dirigido por F. Gary Gray, es normal que nuestro corazón se decante por la primera entrega gracias a su aire… pop. También porque capitanea a ese equipo de ladrones de medio pelo Michael Caine. Benny Hill compone un personaje que tiene mucho, demasiado que ver con el que más tarde le dio fama en la pequeña pantalla. No olvidar, además, la escena con los Mini Austin. Siempre pensé que la versión española los sustituiría por el Seiscientos.

Toma el dinero y corre (Woody Allen, 1969).- Antes de que se pusiera intelectual, Woody Allen comenzó con comedias tan estrafalarias y tontorronas como Toma el dinero y corre. Un filme al que el paso del tiempo ha envejecido salvajemente pero que aún conserva algunos momentos irrepetibles. De los que te hacen reír hasta desencajar la mandíbula. Humor grueso, aunque sea con sello del más tarde intelectual Allen.

Un diamante al rojo vivo (Peter Yates, 1972).- Basada en una estupenda novela de la serie Dortmunder de Donald Westelake, escritor a quien esperamos dedicarle pronto un post, y escrita para la pantalla por William Goldman, Un diamante al rojo vivo es una divertidísima comedia con robo incluido que protagoniza Robert Redford, como Dortmunder, que aún sorprende y, lo que es mejor, divierte.

Un pez llamado Wanda (Charles Crichton, 1988).- Y cerramos este repaso de películas con ladrones en clave de comedia con una cinta que dirige, curiosamente, el mismo director con el que iniciamos esta lista. Si no han visto Un pez llamado Wanda hacen mal leyendo estas improvisadas líneas ya que deberían de correr y contaminarse con ella. Me lo agradecerán. Y si no me lo agradecen, allá ustedes. Bastante esfuerzo hago por enriquecer sus apagadas, grisáceas existencias.

Saludos, anda ya, desde este lado del ordenador.

Big Jim Brown

Domingo, Agosto 4th, 2013

Ahí está la pibada gritando en el patio de butacas ¡¡¡Jim Brown!!!, ¡¡¡Jim Brown!!! Jim Brown mientras tanto cabalga por un escenario desértico, vestido de vaquero, la piel negra contrastando entre el marrón apagado de las montañas. Detrás, Lee Van Cleef y al fondo, la silueta del Teide.

Por la senda más dura es un espagueti western atípico, extraño, marciano. Y no porque dirija la cinta el casi siempre solvente Antonio Margheriti, más conocido como Anthony M. Dawson tras su paso por el cine de explotación, no, sino porque este western no se rodó en Almería sino en Canarias, territorio que ya es un western en sí mismo.

Esta cinta, además, es un curioso western al dente. Escribo curioso porque junto al gran Jim trabajan otras grandes estrellas de la blaxploitation como Fred Williamson y Jim Kelly, experto en artes marciales recientemente fallecido, que se miran a la cara, se dan de golpes mientras cabalgan por el valle de Ucanca…

Pero, francamente, el más grande, el más de lo más, el negro que convenció al público blanco a ponerse en la piel de un negro fue Jim.

Una estrella del fútbol americano y un tipo al que todavía le rinden los homenajes que se merece. Si les interesa, aparece en la paródica Mars Attacks! de Tim Burton, entre otras producciones más o menos recientes.

En estas cintas Brown está envejecido pero aún aguanta. O se aguanta en los músculos que fabricó en gimnasio, o corriendo detrás de ese balón con forma de melón.

El gran Jim debutó en el cine con una obra maestra del cine western, Río Conchos, un filme delirante, violento, despiadado, cínico que firma Gordon Douglas. Más tarde, lo vemos en Doce del patíbulo, ese clásico del cine bélico que dirige el reivindicado Robert Aldrich y todavía como secundario, aunque primer secundario, en El último tren a Katanga, de Jack Cardiff, un filme, este tren a Katanga que no me canso de ver. Tiene ritmo trepidante, un discurso tan políticamente incorrecto que todavía desarma y, encima, su amigo, su compañero, su camarada mercenario es Rod Taylor. Otro duro del cine que mamé en mi adolescencia y primera y jubilosa juventud.

Hay más Jim Brown, pero siempre como segunda estrella.

Habría que esperar al renacer del western, con acento latino o al menos influencia latina, para verlo con todo su esplendor.

Recuerdo Los 100 rifles, de Tom Gries, donde big Jim es la estrella. Burt Reynolds y Raquel Welch secundarios de la estrella.

Es probable que 100 rifles no pase la prueba del algodón, que su entusiasmo friqui haya envejecido, pero aún respira fuerza.

Una fuerza que nace de Jim, quien se acuesta con Welch en la que es, dicen unos, la primera escena de amor interracial de la historia del cine.

Jim hace historia.

Raquel hace historia.

El tuve un sueño del doctor King probablemente también.

Negro y blanco.

Blanco y negro.

El sueño del doctor King hecho realidad.

La escena, sin embargo, desata envidia entre radicales blancos y negros, amarillos y pieles rojas.

Raquel Welch…

Dioses…

Un año más tarde, 1970, Jim Brown protagoniza el que considero su mejor papel en su larga, interesante, entretenida filmografía: El cóndor (John Guillermin).

Una película, El Cóndor, cuyo guión bebe de fuentes diversas. Entre otras, El desierto de los tártaros, la obra maestra de Dino Buzzati.

Tiene subtextos este largometraje que nació solo –aparentemente– para entretener.

Laten dentro de ella muchos mensajes. Y sexo, sudor y lágrimas. Acompaña en esta aventura un Lee Van Cleef en estado de gracia. También el ambiguo Patrick O’Neal y la turbadora Marianna Hill. No olvidemos a Gustavo Rojo.

¿Quién es Gustavo Rojo?

Un actor. Hijo de la escritora canaria Mercedes Pinto. A ella le debemos Él, novela que Él, Luis Buñuel, convertiría en una de sus películas mejicanas más recordadas. Más intensas, más auténticas… Rojo hace de Bentejuí en ese western sobre la conquista de Canaria que es Tirma (Paolo Moffa y Carlos Serrano de Osma, 1954) mientras lucha con el gallardo Marcello Mastroianni por el amor de una misma mujer: Silvana/Tirma/Pampanini.

La pibada de mi generación continuó así gritando ¡¡¡Jim Brown!!!, ¡¡¡Jim Brown!!! en las salas de cine con independencia de cual fuera su título.

Me encantaría volver a recuperar las dos película que protagonizó como Slaughter, un ex boina verde que no está para reírse de las gracias de los blancos. Y de los negros, amarillos y pieles rojas también.

Después se pasó a la televisión.

Lo podías descubrir como secundario en cualquier serie de aquellas locas que hoy son como clásicos descacharrantes antes de que emergiera la HBO. En todas ellas, Jim llenaba pantalla sin apenas explotar registros.

Registros limitados, de acuerdo, pero suficientes para big Jim.

Su público, vamos, tampoco le exigía más.

Fue el primer actor negro, o afroamericano, como deseen, que hizo el milagro.

Ya dije…

Que los blancos que no lo habíamos visto correr como jugador de fútbol americano coreáramos su nombre cuando lo veíamos en pantalla. Que fuéramos a ver la película y que gastásemos el dinero de la entrada porque en ella estaba el gran Jim.

El único, el irrepetible Jim Brown.

Saludos, la nostalgia no es un error, desde este lado del ordenador.