“Pero una vez que has superado la crisis, lo ves todo tan claro, lo ves todo tan claro, digo, que es cuando rompes la baraja y dices: “Ahora veréis.” No quisiera pasarme de listo y empezar a adoctrinarles como si esto fuera un púlpito –si hay algo que me repatea en esta vida son los púlpitos; habría que convertir todas las iglesias, pero todas, ¿eh?, las católicas, las budistas y las madre que las parió a todas, en sitios útiles de verdad; no sé, guarderías infantiles, burdeles, zonas verdes…, qué sé yo, todo menos recintos sagrados, me cago en la leche–, pero les diré una cosa, la única cosa en la que creo: uno va a estar aquí cincuenta, sesenta, setenta años o lo que sean, y hay que procurar pasarlos lo mejor posible. Y no hay más realidades, machos, que el sexo y el dinero.”
(Días de guardar, Carlos Pérez Merinero, colección: Novela Negra, Editorial Bruguera, 1981)
Entre los grandes escritores clásicos de la novela negra escrita en España se encuentra Carlos Pérez Merinero, un autor que no ha terminado por reivindicarse con la justicia que se merece y que aún permanece prácticamente desconocido entre los aficionados al género por razones que no termino de explicarme ya que acercarse a su obra en estos tiempos que vivimos clarifica ideas y hace entender que la literatura policíaca en su clave extrema y con señas de identidad propias cuenta con antecedentes que piden a gritos revisión por su libertad y desparpajo narrativo.
El nombre de Carlos Pérez Merinero quizá sea más conocido entre los iniciados por los guiones en los que intervino antes de que la muerte se lo llevara en enero de 2012. Su firma se puede encontrar en los créditos de algunos de los episodios de las series La huella del crimen y Crónicas del mal, así como en el largometraje Amantes (Vicente Aranda, 1991), aunque donde destaca con todo su esplendor, un esplendor cavernoso y retorcido, de algo grado sexual, es en la serie de novelas negras que escribió y, en concreto, con la que debutó en esa extraña república como es Días de guardar, publicada en la ya legendaria colección de Novela Negra de editorial Bruguera a finales de los años setenta y principio de los ochenta.
Un título, Días guardar, que para quien ahora les escribe es un referente en el género y una novela que ya anunciaba por donde irían las constantes de un escritor que exploró y adaptó la literatura negra con ingenioso acento español.
Fue Carlos Pérez Merinero además uno de los primeros escritores en España que se preocupó por reflejar en sus historias a los que forman parte del otro lado de la ley con mirada muy nuestra. Muy nuestra porque Días de guardar a su manera indaga y actualiza la tradición de la novela picaresca, aunque esta reinterpretación resulte radical y gozosamente incorrecta para los tiempos que corren.
A Pérez Merinero se le ha comparado con Jim Thompson pero pienso que es un flaco favor al trabajo de un escritor que si bien podría haberse inspirado en el estilo duro y directo de quien firmó El asesino dentro de mi, tuvo la inteligencia de digerirlos para traducir la voz del protagonista de su excelente Días de guardar con una autonomía que disuelve la sensación de estar leyendo a otro imitador de ese clásico de la novela criminal norteamericana.
Narrada en primera persona por Antonio Domínguez, ladrón y canalla, machista redomado y profundo y existencialista individualista, Días de guardar relata las andanzas profesionales y sexuales de su protagonista de lunes a sábado de una semana en la que regará de cadáveres Madrid para forrase los bolsillos de dinero.
La clave de este indeseable, de este perfecto hijo de puta al que las circunstancias han hecho así, es que se trata de un psicópata que nos cuenta desde dentro su historia. Una historia en la que no se asoma ningún sentimiento moral sino un despiadado sentido de vivir una vida que requiere de dinero fácil para, según Domínguez, disfrutar de los placeres que ofrece.
Es un tipo que actúa, además, por instinto, aunque hace caso a su cabeza cuando planifica sus atracos a entidades bancarias y a una joyería, y de su juguete cuando se enfrenta a una serie de mujeres que, para su desgracia, se le cruzan en este itinerario que su protagonista narra con un desarmante sentido del humor, lo que hace que en ocasiones el lector sonría o suelte una seca carcajada –más cerca del ladrido que otra cosa– cuando describe algunas de las situaciones que desencadena, porque la mayoría de las situaciones las desencadena, que no tienen puñetera gracia. Aunque contadas por él y su enfermizo sentido del humor, resulten tan trágicamente cómicas.
Días guardar es por esto y por mucho más un clásico de la literatura negra y criminal escrita en España. Y un caso único en el género, según se refleja en este país que se nos pierde por la franqueza con la que está contada su historia. Una historia muy negra, salpicada de violencia, en la que por fin el villano ofrece su visión de las cosas.
Hacen falta escritores como Carlos Pérez Merinero y novelas como Días de guardar para entender la grandeza que encierra este tipo de novelas. Un relato en el que un hijo de puta, un tipo antipático y demasiado creído de sí mismo, narra sin pelos en la lengua. Y es tanta su fuerza, que el eco que emana de Días de guardar aún escandaliza y provoca probablemente más que el año en que aterrizó en las librerías.
El camino que abrió con esta novela el escritor no había sido explotado hasta ese entonces por otros compañeros de generación ni, me temo, por los que han ido sumándose de un tiempo a esta parte, aunque siempre hay algún francotirador que apuesta por este tipo de literatura para contar cómo ve la realidad quienes apostaron por estar al otro lado de la ley. En el caso de Días guardar, más cerca del polar francés y en concreto del siempre reivindicable Jean Patrick Manchette aunque sin el compromiso social e ideológico de éste, para mostrar las vergüenzas de una sociedad que no es tan bien pensante como supone.
Antonio Domínguez se convierte así en un personaje pionero en la literatura negra y criminal escrita en España. En un referente para entender que lo negro también es un vehículo eficaz con el que recuperar la tradición de la novela picaresca y en ocasiones la que bordea el esperpento, solo que actualiza su visión de la comedia humana embozado por el peculiar y siniestro sentido del humor negro que caracteriza a este país de paletos con causa.
Saludos, salud, dinero y amor, desde este lado del ordenador.