Archive for Julio, 2022

Sueños rotos en la baja verde, una novela de Ana García-Ramos del Castillo

Martes, Julio 12th, 2022

Sueños rotos en la baja verde, de Ana García-Ramos del Castillo, forma con Tanto para nada y La vida en silencio una trilogía creo que involuntaria en la que la Historia, con H mayúscula, y la tragedia se dan la mano. Si Tanto para nada como La vida en silencio se basaban en experiencias familiares del pasado (ambas se desarrollan en las dos primeras décadas del siglo XX), Sueños rotos en la baja verde es una novela de ficción, de creación absoluta de personajes, que da un golpe de manivela al reloj del tiempo para centrar el relato en el naufragio de un barco de bandera francesa frente a las costa de Taganana, Tenerife. Será este dramático hundimiento el que condicione las distintas historia de los protagonistas que intervienen en el libro.

Como en los títulos anteriores, se trata de una novela de personajes, aunque el fondo histórico está notablemente descrito, lo que lo hace creíble. La escritora da consistencia al relato porque conoce la época de la que escribe, aunque es tanto el esfuerzo que en ocasiones lamento que la novela no duplique el número de páginas. Por una vez, me hubiera gustado seguir leyendo las vidas, alguna de ellas errantes, que recrea Ana García-Ramos en un libro que además de entretener, conmueve.

Tiene Sueños rotos en la baja verde el encanto de las obras de finales del XIX, un grupo de personajes, algunos con vidas dispersas, a bordo de un barco que los lleva a otro mundo en el que reconstruir sus vidas.
Estamos a finales del siglo XIX, y los ecos de la Historia retumban con la fuerza de un cañonazo que hace temblar Europa. En Tenerife, esperan otros que por los caprichos del destino, que no es otro que el que dicta su autora, conoceremos a personajes que cruzarán sus vidas con alguno de los pasajeros del barco.

La novela se lee en un momento, no llega a las 130 páginas, y en ella sucede todo tipo de cosas aunque me quede como lector con ganas de continuar para saber qué ocurrió con sus personajes. No sé si es intención de la escritora hacerlo, pero sugiero la posibilidad porque creo que en este libro hay mucho material que explotar.

Que Ana García-Ramos del Castillo ha crecido como autora lo pone de manifiesto a mi juicio el capítulo que dedica al hundimiento del vapor francés Flachat.

El retrato es vívido y sabe contaminar de angustia el ánimo del lector. Lo visualicé en mi cabeza y sentí la desesperación que transmiten las páginas que dedica al naufragio. La escena está planteada muy cinematográficamente. En cine se narraría en planos paralelos. El capítulo cuenta lo que pasa dentro del barco y en el otro cómo responden solidariamente los habitantes de Santa Cruz de Tenerife cuando se conoce el hundimiento y que algunos cadáveres están llegando a la costa. Más adelante sabremos que los cuerpos irreconocibles fueron enterrados bajo la arena de la playa.

Pero más allá de lo que sufrieron aquella espantosa tragedia, hubo también supervivientes entre los que se encuentran una de las protagonistas de la novela, la principal por encima de otros, y cuyo origen es armenio.

La novela está muy bien documentada, ese peso, el de reconstruir en nuestro imaginario escenarios conocidos, aguanta como un andamio su estructura aunque en los capítulos finales los hechos terminen por ahogar las alegrías y tristezas de sus protagonistas. Se tratan de momentos en los que el libro alcanza velocidades que sabe controlar la escritora, y en la que además de abundantes y excelentes descripciones, se detecta una enorme capacidad para reproducir los hechos narrados por los periódicos de la época.

Después de leer Sueños rotos en la bajada verde, me asalta un sueño, y es la esperanza de que esta línea que explora con tanto mimo Ana García-Ramos del Castillo se extienda a otros autores. Ayudan a comprender la historia de una isla y de sus habitantes que a veces sabe responder con la cabeza bien alta a los desafíos, vengan o no del mar.

Se trata en definitiva de una obra que llega al corazón, que sabe conmover y que se toma muy en serio no solo la terrible tragedia que cuenta, y que también describe en las páginas del libro, sino en consolidar el carácter de sus personajes, en dotarlos de psicología para que no se desvanezcan en el texto.

La novela tiene también el mérito de recrear con pulcritud y oficio una época, finales del siglo XIX e inicios del XX, con notable capacidad, luego hace creíble los distintos escenarios que por ella discurren, llamando la atención en los que como lector reconozco, como son cuando la acción se desarrolla en una capital tinerfeña que ya no tiene demasiado que ver con la que conocemos en la recién iniciada segunda década del XXI.

No sé si la intención de su autora fue la de cerrar con este título lo que podría ser una trilogía de carácter histórico en el que rendir homenaje a nuestro pasado pero si lo fuera o no es lo de menos porque estamos ante una escritora que sin entusiasmos experimentales (lo que se agradece) ni alardes estilísticos, maneja muy bien las herramientas literarias para que el lector que se acerque a su obra viaje en el tiempo a una realidad que no tiene ya mucho que ver con la nuestra pero que forma inevitablemente parte de una historia común y que como tal se hace necesario conocer.

Saludos, calor, desde este lado del ordenador

José Guirao, un técnico de Cultura

Lunes, Julio 11th, 2022

No es habitual encontrarse con profesionales de la cultura que, al margen de las lisonjas y parabienes que implica el cargo, conoce a fondo el sector y sabe cómo getionarlo. Uno de ellos fue José Guirao Cabrera (Pulpí, Almería, 9 de junio de 1959 – 11 de julio de 2022), ministro de Cultura (2018-2020) en uno de los períodos más difíciles y confusos que ha vivido este país en los últimos años.

José Guirao sin embargo fue cortesmente sustituido en uno de esos cambios de timón que tanto caracterizan al actual gobierno de España, y el técnico se retiró a sus cuarteles de invierno, que fue volver a su antiguo trabajo como gestor de la Casa Encendida, hoy todo un referente de cómo ha de hacerse las cosas en políticas culturales.

José Guirao estuvo el año pasado en Tenerife para impartir la primera charla inaugural de la Cátedra Cultural de Gestión y Políticas Culturales de la Universidad de La Laguna. El acto se desarrolló en el Paraninfo y contó con una notable asistencia de público entre los que se encontraban sobre todo funcionarios y técnicos en materias culturales de las islas.

El diálogo fue fluido aunque Guirao no pudo evitar su lado político, lo que significa que no respondió directamente a preguntas difíciles ya que se iba por las ramas y se liaba como una persiana. Cuando entendía que podía explayarse, era una gozada escuchar las palabras de un hombre que conocía tan bien al sector y la gente que lo mueve.

Al finalizar la conversación y cuando los policías nacionales que le servían de escolta dejaron que hablara con el público, recuerdo que alguien le preguntó qué opinaba de Federico Jiménez Losantos, el más que periodista, azote liberal de las derechas e izquierdas de este país, y que él respondió que era muy amigo de su hermana, y que conocía personalmente a Jiménez Losantos, un tipo, resaltó, “antisistema”, no dijo en ningún momento ni facha ni fascista que son expresiones que utiliza la gente tan gratuitamente como ahora lo de rojo y comunista.

José Guirao, más allá de las ideologías y de las exigencias del partido socialista, era un técnico, un tipo que hacía gestión y que tenía una idea muy clara de cómo hay que conducir a la cultura cuando se detenta algo de poder. El poder no está para vivir del cuento sino para presionar si la ocasión lo requiere por el bien de la comunidad. Lecciones, como observan, tan necesarias y mucho me temo que urgentes para que los que en la actualidad asumen responsabilidades de gestionar políticas culturales aprenden cómo deben de ejercerlas. Pero soy consciente que mis palabras caerán en el vacío ante un viceconsejero de Cultura como es Juan Márquez Fandiño que no pone orden en su Instituto Canario de (sub)Desarrollo Cultural y no responde a preguntas ni reacciona ante la lluvia de críticas que está erosionando su gestión (¿?) o en el Cabildo de Tenerife su director insular, Alejandro Krawietz, que empieza a ser conocido en el ambiente como el gorgorito, solo que su té, chocolate y café suele quedarse en casa. Respecto a los ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, lo mejor es mirar hacia otro lado porque su agonía comienza a ser putrefacta.

Recuerdo que durante aquel rato con José Guirao salió a colación lo de la batalla cultural que en la actualidad, dicen, libran las derechas contra las izquierdas. Guirao se quejaba porque el discurso de su partido, el que está en el gobierno, fuera tan poco realista con la conquista de América y pensaba que ese asunto lo estaban ganando las derechas por goleada. Le respondí entonces que si así fuera, la causa de esta derrota se debía a los supuestos progresistas a los que no les gusta, aunque piensen lo contrario, hablar de temas que resultan tan incómodos cómo la América española y la herencia de España en aquella América que fue española.

Meditó un rato y acabó por darme la razón pero mucho me temo que todavía faltan años para que veamos a los socialistas reivindicar lo que significó con toda su grandeza y miseria la conquista de aquel territorio sin sonrojo alguno. Y mucho menos, sin la urgencia de pedir perdón.

Pero si hubo un tema del que le encandilaba hablar era sobre su pueblo natal, Pulpi, en Almería, tierra a la que regresaba durante las vacaciones. Es decir, que en estos calurosos días de julio debía de estar allí y no donde se encuentra ahora.

Me conmociona sin la gravedad de un terremoto la muerte de José Guirao, sobre todo porque todavía era muy joven y sobre todo también porque con él muere un técnico excepcional, un hombre que trabajó casi toda su vida por esto que llamamos cultura y no curtura que es lo que se hace en esta tierra en la que me tocó nacer.

José Guirao se nos fue con solo 63 años, recién cumplidos además, un hombre que supo lo que tenía que hacerse al frente de tal responsabilidad. Un profesional que tuvo muy claro que ocupar ese cargo no era para beneficiarse él ni sus colegas sino trabajar en beneficio de todos, al margen de querencias y maledicencias personales. Fue un técnico, un profesional. O el ideal de un funcionario al que le costaba decir lo de vuelva usted mañana porque prefería el vamos a arreglarlo hoy, hoy mismo.

Lo mismo, esto es ironía, que hacen nuestro viceconsejero, director general y responsables de curtura a este lado siempre sufrido del Atlántico.

La Laguna acoge del 13 al 16 de octubre la Feria Provincial del Libro de Santa Cruz de Tenerife

Sábado, Julio 9th, 2022

Por fin hay fechas para la celebración de la Feria Provincial del Libro de Santa Cruz de Tenerife, actividad que muchos esperamos nos quite el mal sabor de boca que nos dejó la que hace unos meses visitamos en la capital tinerfela.

Como recordarán, desde el año pasado la Feria dejó de celebrarse en Santa Cruz, La Laguna asumió el compromiso de acogerla y se desarrolló en diciembre en la plaza del Adelantado. Ahora y mediante su página en Facebook, nos enteramos que anuncia nueva Feria Provincial del Libro de Santa Cruz de Tenerife del 13 al 16 de octubre en tres escenarios diferentes:

Plaza de la Concepción, Plaza de la Junta Suprema y Plaza de La Catedral.

Hasta ese entonces, habrá que ver el número de casetas que consigue reunir (se notó y mucho, la ausencia de varias librerías de la isla en 2021m entre ellas la de Lemus, que no suele acudir desde hace unos años a este encuentro por razones que un día explicaremos); los escritores y escritoras a los que se invitarán para que hablen y sobre todo firmen ejemplares de sus obras y el público que genera este encuentro tan necesario para el libro, los autores y sobre todo los lectores, su destinatario final.

Saludos, nos vemos, desde este lado del ordenador

Mil doscientos pasos, una novela de Juan Cruz

Viernes, Julio 8th, 2022

“Mi padre había estado en la guerra, por Zaragoza, como el maestro, y tenían muchas cosas que parecían comunes, incluido el tipo de armas que lucieron, pero no el bando al que habían pertenecido. Aunque de eso no se hablaba en casa, luego trascendió que el maestro había estado de parte del gobierno republicano, mientras que mi padre fue llevado voluntario; era así: te mandaban como voluntario, a luchar a favor de los insurrectos, aunque él nunca hubiera tenido esa preferencia, puesto que era un anarquista cuya madre le había obligado a lucir un uniforme que le duró lo que un suspiro”.

(Mil doscientos pasos, Juan Cruz Ruiz, Alfaguara, 2022)

Tengo la sensación cuando leo cualquier novela de Juan Cruz Ruiz que ya he leído ese libro. No sé si les pasará a otros lectores pero esto es lo primero que pienso cuando abro las tapas de Mil doscientos pasos, aunque más tarde, cuando la historia coge velocidad de crucero, me de cuenta al llegar a las páginas finales que estaba equivocado. No demasiado, seamos justos, pero sí que algo porque lo que sucede como una avalancha en su tramo último sí que no me hace evocar otras novelas del escritor y periodista.

Mil doscientos pasos es una novela que destila nostalgia por los cuatro costados. También de reconquista de la memoria. La literatura de Juan Cruz Ruiz es sobre todas las cosas una literatura que insiste casi siempre en el mismo asunto: la memoria reconquistada. Es decir, que estos libros adopten la forma que quieran, ahora una novela, están fuertemente atados al pasado que el escritor reconstruye. Un pasado muy subjetivo ya que no le hace ascos a la ficción.

Los protagonistas de esta historia resultan por eso mismo tan reconocibles e identificables para quien ya esté iniciado en los conflictos literarios de Juan Cruz. Que conozca, aunque sea meridianamente, las constantes de su literatura.

La novela retrotrae al pasado y al barrio en el que creció el escritor y periodista. Tuve hace unos años el privilegio de conocer aquella casa de la mano del propio Juan Cruz. Y sí, allí mismo comprobamos los que nos apuntamos a aquel singular viaje en busca del pasado del escritor que muchos de los elementos que circulan por sus novelas están basados en circunstancias reales. En situaciones que más tarde transformaría en literatura este hijo del Puerto de la Cruz. Con todo, y siguiéndole desde hace ya unos años, me pregunto como sería una novela, un cuento si quiera, salido de su imaginación sin explotar el formidable disco duro en el que deben de estar concentrados sus recuerdos.

Si algo me sorprende de la gente que conozco es su capacidad para recordar hechos del pasado, del pasado que han ido construyendo su historia. Y escribo que me sorprende porque me confieso absolutamente incapaz de evocar los acontecimientos menos graves que me sucedieron cuando tenía otra edad. Sí que están grabados los tristes y alguno alegre, pero no aquellos que no significaron nada en mi existencia. Leyendo a Juan Cruz como cuando hablo con un amigo que tiene esa misma capacidad de recordarlo todo con admirable precisión me pregunto hasta qué punto estimulan y hasta qué punto fabrican con ficción su inspiración. En el caso del amigo, tengo la respuesta: recrea su pasado como mejor le parece. No lo tengo tan claro cuando leo algún libro de Juan Cruz, libros que camufla como novelas, y mucho de novela tiene, claro, solo que como les decía al principio tengo siempre la sensación de que eso ya lo he leído en un libro anterior del mismo autor.

Curiosamente, el final de Mil doscientos pasos no me disgusta como sí me disgusta el de anteriores libros del autor. Creo, además, que lo mejor de esta novela se encuentra en sus páginas finales quizá porque tengo la sensación de que lo he leído en otra parte pero no en una novela de Juan Cruz. Reconozco también a un escritor más elástico con las expresiones que pronunciamos en esta tierra, y que repite varias veces pero sin abusar un insulto que en Canarias decimos de otra manera a cómo lo dicen en territorio peninsular. El sonoro pollaboba por el gillipollas mesetario. Hay otras palabras que compartimos aquí que ocupan su sitio en la novela, así que esta historia de un niño que está aprendiendo a crecer, su madre y el profesor republicano al que un falangista le perdona la vida entre otros personajes se convierte en un material literario diría incluso que inédito en la producción literaria de Cruz Ruiz.

La novela está dedicada, entre otros personajes, “A don Domingo Pérez Minik”, el crítico tinerfeño que nos enseñó hace años que Tenerife tuvo su propia facción surrealista y que para Juan Cruz es como un sabio venerable, rasgos que derrama sobre el maestro republicano que enseña pero tiene miedo, mucho miedo, de lo que puedan hacer con él los que han ganado la guerra. Al final… al final lo mejor es que se compren Mil doscientos pasos y descubran que cualquier tiempo pasado no tuvo que ser necesariamente mejor.

Saludos, agrupémonos todos, desde este lado del ordenador

Laura Hojman: “La obra de Gregorio Martínez Sierra está escrita por María Lejárraga”

Jueves, Julio 7th, 2022

El documental de Laura Hojman (Sevilla, 1981) A las mujeres de España. María Lejárraga (2022) recupera a una mujer que llevaba sepultada en las losas de la historia hace ahora más de ochenta años. La vida de la protagonista, María de la O. Lejárraga García (San Millán de la Cogolla, La Rioja, 1874 – Buenos Aires, 1974), daría para muchas películas porque su vida parece de película.

Casi nadie, aunque ahora comienza a hacerse justicia, conocía a María Lejárraga hasta hace relativamente poco tiempo pero sí, probablemente, a su esposo Gregorio Martínez Sierra, un empresario y escritor teatral de éxito que nunca escribió ninguna de las obras que lo hicieron tan popular en su tiempo. Era ella y no él quien escribía las obras pero esto no se supo hasta hace unos pocos años.

A las mujeres de España. María Lejárraga (2022) se proyectó hace unas semanas en los Multicines Tenerife y al estreno acudió la propia cineasta, Laura Hojman, invitada por el colectivo Charlas de cine,

- ¿Dónde estaba este personaje?, ¿cómo la descubre?

“A mi me pasó lo que a la mayoría, llegué a María Lejárraga hace relativamente poco tiempo lo que aumenta la sensación de rabia pero también que me animara a rodar el documental.¿Cómo la descubrí?, la descubrí leyendo a Antonina Rodrigo, una mujer andaluza, de Granada, que ha hecho una labor muy importante de recuperación de mujeres que han tenido un papel relevante en nuestra historia con el fin de sacarlas del olvido. Y escribió una biografía muy interesante sobre María Lejárraga así que cuando leí ese libro quedé fascinada por el personaje, por su vida y su obra, por su historia pero al mismo tiempo sentí rabia porque no podía entender que una mujer con tanta relevancia histórica fuera prácticamente una desconocida y eso me animó a hacer el documental”.

- ¿Y cómo refleja esas sensaciones en el documental?

“Creo que se trata de un documental reivindicativo que no solo habla de María Lejárraga sino que reflexiona sobre la necesidad de revisar la historia, la historia oficial, y la necesidad de incorporar a ella a todas nuestras mujeres porque me parece increíble que hoy en día, en un país como España que es democrático y que quiere ser igualitario, que las mujeres todavía tengan una representación mínima en los programas educativos –creo que su presencia en los libros de textos ronda el 7 por ciento– hace que sea importante empezar a nombrar a estas mujeres y a profundizar en ellas. María Lejárraga es el hilo conductor de esta reflexión. Es un documental reivindicativo y, al mismo tiempo, narrado con una mirada amable, luminosa y bella porque María era así. Y quería que el tono de la película fuera muy fiel a ella”.

- Desconocía la historia de María Lejárraga pero no la de quien fue su esposo, Gregorio Martínez Sierra. ¿Cómo definiría esta relación?

“Lo que hicieron fue crear una marca llamada Gregorio Martínez Sierra en la que María escribía y Gregorio se encargaba de la parte comercial. Gregorio era un gran relaciones públicas y esa relación funcionó muy bien al principio porque a María no le interesaba la farándula y sabía que siendo mujer tenía muy difícil acceder a ella. La contrapartida es que esta situación se convirtió en una arma contra la misma María como contra otras muchas mujeres de su tiempo porque el suyo, por desgracia, no es un caso insólito en unos años donde resultaba muy difícil que como mujer pudieras dar salida a tu trabajo en condiciones de igualdad”.

- ¿La farándula conocía que era María Lejárraga quien escribía las obras y no Gregorio Martínez Sierra?

“El ambiente de la farándula lo conocía, sabía que era ella quien escribía las obras. María no trabajaba a escondidas. Cuando escribe con Falla el libreto para El amor brujo o bien cuando trabajaba para Turina, lo habitual era que viajaran juntos y trabajaran mano a mano. A veces había que detener los ensayos de las obras de Gregorio porque “la señora María tiene que enviar el segundo acto”.

– Pero tengo entendido que él también escribía, y que incluso si se leen estas obras es posible detectar qué escribió ella y que escribió él.

“No, toda la obra que se le atribuye a Gregorio Martínez Sierra está escrita por María Lejárraga y es fácil de reconocer porque tiraba mucho de la autoficción. Su producción literaria está plagada de historias personales. Es el caso, por ejemplo, de Canción de cuna, en la que la crítica ensalzó como propio de Gregorio su retrato veraz de la vida en el interior de un convento cuando se sabe que esas impresiones las tomó María de cuando niña y acompañaba a su padre, médico, en sus visitas a las monjas del convento de Carabanchel. Está probado además que tras separarse de Gregorio, él marcha a Hollywood y a través de la correspondencia que mantiene con María (y que afortunadamente se conserva) éste le pide que le envié un guión para los americanos. Digamos que son pruebas contundentes pero todavía así, hay reticencia a admitir que la obra de Gregorio Martínez Sierra está escrita por María Lejárraga”.

- ¿La relación que mantienen los dos se destruye cuando llega la separación?

“Continuará hasta la muerte de Gregorio. Cuando se separan, los dos quedan atrapados por la marca que han creado. Gregorio, por un lado, necesita a María para seguir siendo el gran autor que todo la sociedad creía que era mientras que María lo necesita para seguir escribiendo. El nombre de su esposo fue para ella como un pseudónimo. A la muerte de Gregorio, sin embargo, pierde digamos que su nombre literario y si bien quiere escribir nadie le publica”.

- Al margen de su actividad literaria, María Lejárraga tuvo una vida política agitada y comprometida.

“Para mi esta parte es fundamental y el documental está estructurado en esas dos mitades que configuran su vida. Una es su actividad como escritora y la otra su lado más comprometido, político y social. María Lejárraga fue diputada durante la II República, también una de las primeras sufragistas e introductora de las teorías feministas en España. Es autora de varios de los mejores ensayos sobre feminismo que se han publicado en nuestro país como Carta a las mujeres de España, que se publicó doce años antes que Una habitación propia de Virginia Woolf. María se adelanta en muchos conceptos a lo que escribe Woolf. Tuvo, por otro lado, un papel muy activo en la sociedad. Estuvo detrás y junto a Clara Campoamor en la consecución del voto femenino y en todas estas luchas es ella misma, María Lejárraga y no la firma literaria Gregorio Martínez Sierra”.

- ¿Qué destacaría de su papel en defensa de los derechos de la mujer?

“Muchas cosas aunque me enamoró especialmente su tremenda modernidad. En su ensayo Carta a las mujeres de España trata asuntos en los que aún se trabaja como la necesidad de un espacio propio para las mujeres; el concepto del amor, en el sentido de que no se puede jugar todo a la carta del amor sino tener amigos, aficiones, estudios. María era muy consciente que el patriarcado quería a las mujeres encerradas en casa, solas y sin amigos. En su faceta política destaca su lucha por cosas que las mujeres todavía no hemos alcanzado. Creó junto a Clara Campoamor la Sociedad Española de Abolicionismo de la Prostitución que es un tema que ahora estamos empezando a debatir o defendió una Ley del aborto en la que también participó la anarquista Federica Montseny. Es tremendo que todo esto no se nos haya contado”.

- ¿Por qué cree que no se ha contado?

“Hay varias razones, una diría que forma parte de todo el olvido que cayó sobre la España pre y republicana. La dictadura quiso borrar de un plumazo toda esa historia, historia que las mujeres padecieron con una doble losa de olvido. Las mujeres que se implicaron en el proyecto de la II República padecieron el exilio, la guerra y las que se quedaron durante la dictadura el olvido que impuso el patriarcado. Los cronistas que escribieron la historia oficial decidieron que las mujeres no interesaban”.

- Hay una circunstancia que me llama mucho la atención de la faceta de María Lejárraga como guionista y es que denunciara que Walt Disney plagió un guión suyo. ¿Qué hay de cierto en ello?

“Uno de los aspectos maravillosos de María es que siendo una señora de setenta y tanto años que había pasado la guerra y el exilio, la muerte de Gregorio y sufrir hambre se vaya a las Américas y estando en Hollywood presente guiones a las productoras. Ya había trabajado en la ciudad del cine, solo que bajo la firma Gregorio Martínez Sierra. Uno de los guiones que se lleva es una película infantil que llama Merlín y Viviana que Disney rechaza aunque más tarde rueda La dama y el vagabundo que tiene el mismo argumento de Merlín y Viviana”.

- ¿Qué materiales utilizó para el documental?

“Tiene datos ficcionados que no me atrevo a llamar recreaciones porque son piezas oníricas que pretenden transmitir sensaciones porque quería ese tono luminoso que para mí significa María, que estuviera presente en el documental contrarrestando la historia que es muy dura y triste. Mi idea era contar el documento desde su alegría, la luz y la vitalidad que emanaba con el fin de que esas piezas ficcionadas transmitieran la sensación y a veces incluso mostraran a una María Lejárraga divertida. Quería enseñar su risa, que fue tan característica y de la que todos sus amigos hablan. Gracias a su familia, tuve acceso a su archivo personal, que cuenta entre otros objetos con su máquina de escribir. Pudimos, además, rodar en la casa donde están depositados”.

- ¿Por qué rueda documentales?

“Es un género que me encantan pero procedo del mundo del guión. Un día me decidí a probar y rodé un documental. Primero fue Tierras solares y luego Antonio Machado. Los días azules, entre otros. El documental es un género que me permite abordar temas que me interesan. Al mismo tiempo, me expongo en ellos. Ahora estoy en la fase de desarrollo de mi primera película de ficción pero seguiré haciendo documentales porque me siento cómoda y ofrece muchas posibilidades creativas. El documental no es un género menor”.

- ¿Y qué diferencia cree que hay entre el documental y el reportaje?

“El documental tiene un componente artístico y personal mientras el reportaje es periodismo, tiende a ser objetivo. Entiendo el documental como un espacio de reflexión, de plantear preguntas que permitan al espectador participar de manera activa en el filme. Tiene también un componente artístico subjetivo que no encuentras en el reportaje”.

- Y ahora prepara su primer largometraje de ficción.

“Está muy verde todavía, se encuentra en la fase de escritura de guión. Preparo también mi próximo documental que será sobre otro escritor, Agustín Gómez Arcos, que es muy desconocido en España pero muy reivindicado en Francia y que cuenta con una obra muy interesante. Como en todos mis documentales, el personaje será un hilo conductor para hablar de otras cosas”.

- Ha rodado películas sobre Machado, Rubén Darío, María Lejárraga… Todos personajes de la primera y segunda década del siglo XX en España.

“Es una época fascinante y por algo inconsciente acabé rodando sobre ella. Estos tres documentales tienen discursos diferentes pero transcurren en unos tiempos muy interesantes por la riqueza de historias y personajes que existían en una España vibrante y de la que no se ha hablado mucho en el cine”.

Saludos, agitamos la mano, desde este lado del ordenador

Masones, ni tan secretos ni tan discretos

Miércoles, Julio 6th, 2022

La historia de la masonería forma parte indivisible de la historia de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica desde que se constituyó como sociedad secreta, aunque los masones prefieran decir discreta, en la primera mitad del siglo XVIII. Inspirada en el antiguo gremio de los albañiles y constructores de catedrales, entre las herramientas que se emplean en sus ritos se encuentran los útiles habituales de estos trabajadores, de quienes imitaron también su señas y toques para reconocerse.

Más de trescientos años forman parte del relato histórico de la masonería, y todavía resulta extremadamente difícil que quien investiga sobre ella no termine abducido ante las buenas acciones que marcan el camino de los miembros de estas organizaciones, organizaciones en la que la verdad y la leyenda se confunden. Quizá sea su carácter “secreto” la causa de que sus miembros hayan sido perseguidos a lo largo de todos estos años de singladura pero también, y así lo remarca John Dickie, autor de La Orden. Una historia global del poder de los masones (Debate, 2022), la causa de que aún sigan despertando tantas pasiones.

Tal y como indica su título, John Dickie no ha pretendido contar una historia de la masonería, que historias sobre su origen y desarrollo hay muchas, sino describir con sobresaliente pulso narrativo, los momentos más significativos de lo que llama La Orden. Para los especialistas en los estudios de la masonería es probable, sin embargo, que los contenidos que estructuran el libro no terminen de convencerlo, pero harían mal en rechazar una obra que lo que pretende es estudiar con cierto detenimiento aquellos episodios en los que la aparente discreción de la masonería y de los masones trascendió a lo público.

Dividido en diecisiete capítulos, Dickie repasa los “momentos estelares” de la masonería comenzando, no iba a ser menos, por su origen la primera mitad del siglo XVIII en algún lugar de Inglaterra. El lugar escogido para el parto fue una taberna, The Goosean and Gridiron, y allí se encontraban entre otros, algún pastor protestante que más tarde haría oficial aquella reunión con la redacción de unos preceptos que los masones reconocen desde ese entonces como su Constitución.

El autor del libro, que además de historiador es periodista, propone primero una reflexión sobre los misterios que “protegen” los miembros que pertenecen a La Orden para pasar en capítulos siguientes a su expansión por el planeta con el fin de promover la hermandad entre todos los seres humanos solo que, como cualquier sociedad que se precie, cuenta también con profundas contradicciones.

Escribe John Dickie que “el secretismo está triplemente encerrado en los grados que marcan el acceso de un hombre a una logia masónica: la existencia de los rituales es secreta; durante dichos rituales, se hacen varios aterradores juramentos de secretismo, y los propios secretos se esconden detrás de símbolos. La ceremonia del grado de maestro culmina cuando sale a la luz el secreto más profundo y terrible. Y el secreto último de la francmasonería es… que la muerte es algo muy serio y pone las cosas en perspectiva”.

Y eso es todo, en realidad, escribe John Dickie, quien intenta a lo largo del libro restar trascendencia a la masonería y a los masones, recordando que tal y como se revela cuando se asciende al ritual del segundo grado, la masonería es “nada más y nada menos que un sistema peculiar de moralidad envuelto en alegorías e ilustrado con símbolos”.

Me han parecido especialmente atractivos en el libro los capítulos que dedica a la masonería en los Estados Unidos de Norteamérica (Washington. Una logia para las virtudes), país en el que recuerda más adelante que estas sociedades están tan instaladas que han dado origen a todo tipo de grupos más o menos “secretos” y en otros casos a inspirar ritos a familias radicalmente diferentes como puede ser la iglesia mormona; así como el que estudia las sociedades secretas que se expandieron por toda Italia cuando intentaba nacer como nación.

Pero si tuviera que destacar solo un capítulo, recomendaría la lectura que se ocupa de la masonería de los hombres de raza negra, asunto que trata en Charleston. Los africanos fueron los creadores de esta misteriosa y bella orden. La realidad, dice Dickie, es que a los afroamericanos les costó ser aceptados en “la hermandad” y que cuando consiguieron constituirse en logias, tuvieron que hacerlo por separado porque no podían acceder a la de sus “hermanos” blancos por cuestiones raciales.

Como se decía, la historia de la masonería como la historia de cualquier grupo que se precie está trufada de divisiones que alejan más que aproximan círculos que aparentemente trabajan para lo mismo: la perfección del ser humano.

La Orden también estudia la persecución a la que fueron sometidos los masones en países como la Italia fascista, la Alemania nazi y la España de Franco. En el caso de la España franquista, bien informado, el autor cae no obstante en un error que, mucho me temo, siguen alimentando los propios masones como que Franco les declaró la guerra por resentimiento ya que no fue admitido a entrar en una de sus logias cuando servía como militar en Marruecos. La historia ha demostrado que esto es rotundamente falso, aunque su hermano Ramón sí que fue “hermano” hasta su muerte durante la Guerra Civil española.

En el libro, John Dickie habla también de otros garbanzos negros que salpican la historia global de la masonería cómo fue escándalo de la logia P2, vinculada a la extrema derecha italiana y también de las contradicciones que padece la masonería que se instaló en India, durante el imperio colonial británico, y que tuvo como miembro entre otros ilustres, al escritor Rudyard Kipling, autor de un emotivo poema dedicado a su logia. Esta masonería británica instalada en la joya de la corona si se caracterizó por algo fue por su racismo y, una vez superado, que persistiera su reticencia a admitir a indios entre sus miembros.

No se trata, como he leído por ahí, La Orden. Una historia global del poder de los masones, de una obra clave para entender y asumir su influencia, pero sí que aclara muchos de los méritos que, pese a su trayectoria irregular, conserva. No es, de todas formas, un libro sobre la masonería pero sí que es una obra que analiza la influencia que ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos sobre todo en occidente.

La masonería cuenta en la actualidad con más de seis millones de miembros en todo el mundo, una cantidad significativa de hombres y también de mujeres que en su mayoría aspiran a convertirse en “mejores personas”.

Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador