Archive for Septiembre, 2022

El latido de Al-Magreb, una novela de Pablo Martín Carbajal

Miércoles, Septiembre 14th, 2022

“Canarias siempre fue saharaui, el Sahara era una extensión de las islas”.

El latido de Al-Magreb, Pablo Martín Carbajal, (M.A.R. Editor, 2022)

Hay dos novelas de Pablo Martín Carbajal por las que siento especial debilidad: La ciudad de las miradas y La felicidad amarga. Se tratan de dos libros aparentemente diferentes pero unidos por un nexo que los hace común: su intimismo. En sus otras obras, Tú eres azul cobalto y las dos primeras que ha publicado de lo que espera que sea una trilogía africana (Tal vez Dakar y ahora El latido de Al-Magreb), el intimismo está también presente solo que oculto por un relato que, en estos dos últimos casos, sobrepasa la historia que cuenta. Una historia, la que narra en El latido de Al-Magreb, en la que uno de los personajes de Tal vez Dakar repite como protagonista.

La novela propone un minucioso recorrido por el pasado de Marruecos y Mauritania, también de ese territorio olvidado por casi todos que el Sahara, geografía que ocupa varios interesantes capítulos de un libro en el que se mezcla también misticismo y se aboga por una alianza no sé yo si de civilizaciones pero sí que de religiones, en concreto las tres monoteístas que han marcado el devenir de occidente y gran parte de oriente y que no terminan de convivir unas con otras como se desearía: la cristiana, la judía y la musulmana.

La novela de Pablo Martín Carbajal repasa también otras cuestiones de actualidad que sacuden esta parte del planeta, como es el terrorismo y aproxima –ese es a mi juicio el mayor logro de este libro– a la realidad social y política de estos dos países norteafricanos. El libro trata también sobre el combate de los saharauis por tener su propio territorio y el debate de si es conveniente o no el protagonismo de Dios, de la fe, de la religión, en la administración de estas naciones.

En este aspecto, El latido de Al.Magreb quiere hacer honor a su nombre, es decir, que la lectura del texto explica porque aparece la palabra latido en el título de una novela que comienza siendo casi una de aventuras para irse transformando a medida que se avanza en su lectura en, efectivamente, una novela de aventuras solo que de aventura personal, de proceso de transformación, de reflejar los cambios que van sufriendo sus protagonistas, dos hermanos, Álvaro y Cárol, cuando el primero en Marruecos y la segunda en Mauritania comienzan a dejar atrás todos los prejuicios occidentales con los que aterrizaron en un mundo que, pese a sus notables diferencias con el europeo, cuenta con puntos de contacto que solo hay que ir desbrozando. Y eso es lo que hacen Álvaro y Cárol, personajes que están muy bien modelados y que por estarlo, explican el futuro que les espera y que no vamos a revelar.

El latido de Al-Magreb comienza con la investigación de una puerta que aparece en una mezquita de Qaraouiyine cerrada con un candado que tiene cuatro cerraduras. La búsqueda de las llaves llevarán a Álvaro, en compañía de un amigo musulmán y otro judío, a encontrarlas mientras recorren la geografía marroquí y, de paso, conoce el pasado de un país que están tan cerca y sin embargo tan lejos de España. Paralelamente, su hermana Cárol vivirá un proceso parecido en Mauritania, aunque ella no va en busca de esas llaves sino con el objetivo de cerrar un negocio millonario con el gobierno de ese país.

Por lo que se observa, por un lado se buscan llaves pare abrir una puerta y por otro cerrar, metafóricamente, un negocio en una tierra donde verdad y fantasía se mezclan. El escritor aprovecha además para narrar el origen y la lucha que los nacionalistas marroquíes y mauritanos iniciaron para sacudirse de encima el yugo colonial y uno, como lector, se adentra en un combate que, como todo combate que se precie, está trufado de amigos y enemigos. Héroes y cobardes..
.
La novela está sólidamente documentada y el autor ha procurado en todo momento que lo que se cuenta esté pegado a unos hechos que son contrastables.

Cuando repasa la historia reciente de estos dos países y reflexiona sobre el presente del Sahara se aprecia que estamos ante un libro que no ha dejado nada al azar y se percibe que es tanto el respeto que tiene el autor por el Islam que hace que como lector occidental mi mirada sobre mis vecinos continentales cambie, se haya convertido en otra cosa.

Pablo Martín Carbajal recoge y resume todos los grandes momentos que han marcado el devenir de estas dos naciones y escribe con contundente claridad el papel de España ante un territorio, como el saharaui, al que dejó solo ante Marruecos y Mauritania, que lo devoraron mientras el resto del mundo miraba hacia otro lado.

El latido de Al.Magreb toma el pulso también a las relaciones entre Canarias con Marruecos y Mauritania. Una relación que no es nueva sino que viene de atrás, muy atrás en el tiempo, cuando en el siglo XV se elevó una factoría denominada Santa Cruz de la Mar Pequeña próxima a Tarfaya y a finales del XIX se creó la compañía canaria de pesca en Dajla, entre otras aproximaciones entre las islas y esta parte del continente africano.

Se trata así la novela de un valioso documento que propone una profunda reflexión sobre lo que nos une a nosotros y a ellos como pueblos.

El objetivo es acercar, no poner distancias, entre vecinos geográficos que están condenados a entenderse. Su mensaje final, tremendamente humanista, es una apuesta por la paz y la reconciliación entre hombres y mujeres que pese a las diferencia de credo religioso y otras cuestiones sociales, culturales y políticas, no dejan de ser hermanos que una vez dejaron de serlo por razones que ahora cuesta mucho entender. Pablo Martín Carbajal ha tenido la generosidad de explicar esta ruptura con palabras sencillas y un sentido de la síntesis muy periodístico. Y logra, como hizo con Tal vez Dakar, el objetivo. Lástima que este acercamiento solo quede impreso en las páginas de la novela y no en la cruda realidad, esa que pasa todos los días.

Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador

Adieu Godard, adieu Tanner

Martes, Septiembre 13th, 2022

Cuando un amigo o mejor un conocido se va algo se muere en el alma y al mismo tiempo estimula la imaginación de los vivos. Leo en redes sociales comentarios escritos por gente que en su día se acercó a su cine, elogiando la obra de Jean-Luc Godard, uno de los tipos más odiados y también queridos del cine francés. Probablemente con Truffaut, sea el miembro que no miembra más conocido de lo que se llamó Nouvelle Vague, un cine muy moderno cuando asomó la cabeza y que dejó secuelas en otras cinematografías como la estadounidense y la británica, que creaba más o menos por aquellos mismos años, inicios de los 60, el Free Cinema

El problema con Godard es que salvo Al final de la escapada y Alphaville con muchos peros… el resto de su cinematografía es para “entendidos”, razón que explica también que su cine no es que haya envejecido, ya que no envejece, sino que fue siempre para marginales. O gente con ganas de romperse la sesera viendo sus películas. Y mira que dirigió películas el buen hombre.

Si hay algo que me interesa sin embargo de sus películas no son, precisamente, sus películas sino la capacidad que tuvo como intelectual de sumarse a los vientos revolucionarios que soplaron en mayo del 68. También su carácter cinéfilo, su amor por cineastas norteamericanos que poco o nada tenían que ver con su cine aunque… siempre hayan peros como Fritz Lang y Samuel Fuller y la capacidad que tuvo para descubrir actrices que al menos al que ahora les escribe le hicieron enamorarse platónicamente de todas ellas. De hecho, confieso señor juez que si vi más películas (no demasiadas, esa es la verdad) del señor Godard fue por volver a ver a Ana Karina, Macha Méril y cómo no, Jean Seberg, que nunca estuvo tan guapa como en Al final de la escapada, junto a Jean Paul Belmondo cuando Jean Paul gustaba a los intelectuales. Después, como diría alguno, se vendió al capital.

Es verdad, y esto no lo puede negar nadie aunque siempre haya gente que niegue hasta la existencia de los cangrejos de río, que Godard fue un cineasta al que le gustó la polémica desde el minuto uno. Recuerdo el estreno en Madrid de Yo te saludo, María (1984) si no me equivoco en los cines que llevaban el mismo nombre que una de sus películas, Alphaville, y como la extrema derecha organizó manifestaciones frente a la fachada de aquellos cines de (oh) arte y ensayo llamando de todo menos bonito a los que entraban a verla. Por ahí, animando a la gentuza a movilizarse, andaba Blas Piñar, entonces líder máximo de una cosa que se llamaba Fuerza Nueva.

La sangre, afortunadamente, no llegó al río. Y si uno ve la película no entiende porque la derecha extrema organizó todo aquel circo porque tampoco era para tanto la experiencia cinematográfica. No creo que el Vaticano excomulgara al director por un filme que, para que vamos a engañarnos, era puro Godard, solo que estrenado a destiempo, cuando la mayoría de sus defensores lo habían relegado al olvido.

Lo que me molesta de toda la avalancha de óbitos, elogios al muerto y lo demás es que nadie se haya acordado por reivindicar a otro cineasta de la Nouvelle Vague que falleció el domingo pasado, Alain Tanner, director al menos de una película que marcó mi vida y cuyo cartel llegué a tener en el dormitorio de una de mis casas una buena temporada hasta que vino otra mudanza y, como pasa en todas las mudanzas, terminó por desaparecer entre traslado y traslado. La película a la que me refiero es En la ciudad blanca, que no solo es de los largometrajes que mejor han fotografiado a una de la ciudades europeas más hermosas, como es Lisboa, sino también por el retrato que hace de la soledad.

Sirvan estas líneas para recordarlo y sirvan también estas líneas para reivindicar el cine de un hombre que juega en la misma división que Jean-Luc Godard solo que no fue tan aficionado a los rompecabezas ni a polemizar y mucho menos a rodearse de actrices tan feroces y hermosas como con las que trabajó ese intelectual que parece un burgués de clase media que tira al progresismo mientras reflexiona a orillas del Sena en lo grande que fue y es cuando quiere esto del cine.

Saludos, descansen en paz, desde este lado del ordenador

Los Marías y yo, mismamente

Lunes, Septiembre 12th, 2022

Las redes se inundan de comentarios que lamentan la muerte del escritor español Javier Marías, que fallece, se nos va, demasiado pronto aunque uno tiene la sensaciòn que la muerte llega, nos llega, con prisas, sin que tengamos tiempo a meditar profundamente en qué consiste eso de volver a ser nada. Nada absoluta. En el caso de Marías nos quedan sus libros, un inmenso legado de páginas y páginas al que llegué hace ya unos años gracias al regalo de un amigo del alma, pero del alma, alma, que tuvo a bien regalarme Tu rostro mañana que, como saben algunos, se publicó originalmente en tres entregas (Fiebre y lanza, Baile y sueño y Veneno y sombra y adiós) entre 2002 a 2007.

El volumen que está en mis manos es generoso en páginas, supera las 1.300, y ocupa un lugar secreto en mi desordenada biblioteca. Pero no fue Javier sino Miguel el primer Marías que conocí en mi agitada existencia gracias a un programa de cine que se criticó mucho entonces y que ahora reivindican con nostalgia los cinéfilos de medio país: Qué grande es el cine, que dirigía y presentaba José Luis Garci y en la que tras la exhibición de un largometraje cuato o seis tertulianos hablaban de las grandezas de esa misma película.

Entre los habituales, se encontraba Miguel Marías, que era uno de los pocos que hablaba con seriedad de lo grande que a veces es el cine. Más tarde me enteré que eran familia por parte materna de una rama de ilustres e ilustardos cineastas como Jesús Franco, que fue un francotirador y al que tuve el honor de entrevistar sirviéndome de intermediaria quien fue su mujer: Lina Romay y con el que charlé de lo divino y de lo humano de, entre otros temas, sus innumerables pseudónimos, su afición a los desnudos, su capacidad para dirigir películas en tres días y, por último, cómo fue trabajar al lado de un monstruo. Un monstruo llamado Orson Welles. Marías era familia también de otro director de cine fundamental para comprender la historia del cine español como Ricardo Franco.

Pero digamos que mi gran encuentro con alguno de los Marías no fue ni con Javier ni con su hermano Miguel, sino con su padre, don Julián Marías, que escribía por aquel entonces unos interesantes artículos de opiniòn en la revista Blanco y negro que se vendía todos los domingos con el ABC.

Me encontraba por aquel tiempo en Madrid, y vivía por aquel tiempo también en una calle llamada de Isla de Oza, que se encontraba por Puerta de Hierro pero no en la zona noble sino en la pobre. Con todo, vivir tan alejado del centro y en un barrio donde todo el mundo trabajaba mucho para llevar el pan a su casa, hacía muy especial la convivencia porque allí, en aquella calle, nos conocíamos todos. De hecho, casi todos nos enciontrábamos de noche en un bar medio pub llamado El semáforo donde te preparaban, por cierto, unos bocadillos espectadulares de morcilla de Burgos y si no quiedaba de panceta con queso amarillo que devorabas en unos pocos segundos.

La parada de guagua (autobuses) que te llevaba al centro –recuerdo que la parada en el otro extremo de la ciudad era detrás del cine Callao– estaba prácticamente al lado de casa, donde vivía con otros dos compañeros y que siempre llevaba un libo (lo sigo haciendo, es algo que no se me ha ido con la edad) en las manos que por aquellos días se trataba de México insurgente, escrito por el periodista John Reed que ha sido siempre una especie de faro, de guía, y del que leí también su famoso Diez días que conmovieron al mundo y una serie de sobresalientes reportajes en un volumen titulado La guerra en Europa oriental. Esa guerra es la primera y para los que gustan de estos temas como quien les escribe, es un frente no demasiado conocido de un conflicto que al finalizar hizo pensar a muchos que sería la última de las guerras.

El caso es que estaba en la parada, apoyado en un murito que servía de parterre de plantas decorativas esperando pacientemente la guagua cuando un señor mayor me preguntó que qué estaba leyendo. Le mostré la portada y tras consultarla me dio unas palmaditas en los hombros y exclamó que estaba muy bien que un joven leyera (en aquellos tiempos todavía era joven).

Me dijo también pero sin decir su nombre ni el medio en el que colaboraba que el también escribía… Y me recomendó que leyesa el Quijote si no lo había hecho y El buscón de Quevedo cuando llegó la guagia y puso final a aquella extraña conversaciòn. Extraña porque entonces como ahora resulta raro eso de hablar de libros. Y más si se trata con un desconocido.

Solía sentarma al final de la guagua y vi como aquel simpático viejito lo hacía delante mientras le daba vueltas a la cabeza porque, diablos, algo me decía que conocía a aquel caballero.

Lo supe el domingo de esa misma semana o quizá fue el de la siguiente o siguiente que lo mismo da. Estaba leyendo la revista Blanco y negro cuando de pronto vi la fotografía del autor de un artículo de opinión, una sección fija entonces en aquella publicación… y el viejito no era otro que don Julián Marías. Más tarde leería su autobiografía Una vida presente y adquirí en un rastro su voluminosa Historia de la filosofía, dos obras que son como dos islas en una nutrida bibliografía…

Muere Javier Marías, su hijo y el hermano de Miguel y familia de los Franco, no del dictador sino de los que se dedicadon al cine… Y pienso en aquella anécdota con el padre y no con el hijo a quien creo que vi una vez (a Javier me refiero) sentado en una terraza más o menos próxima a la Plaza Mayor de Madrid con otro escritor, Arturo Pérez Reverte. Luego lo demás se difumina, y siento, lo siento de veras, la ausencia de un Marías que a sun manera y aunque sea de forma tan marginal, forma parte de mi vida. Un chispazo, un momento, un eco si así lo quieren… perio un recuerdo, un recuerdo que es siempre algo más que nada más.

Saludos, mañana en la batalla piensa en mi, desde este lado del ordenador

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Viernes, Septiembre 9th, 2022

* Felicitamos a Víctor Conde que obtiene junto a Guillem Sánchez el XVII Premio Minotauro por la novela Horizonte de estrellas. Este premio lo otorga la editorial del Grupo Planeta y está dotado de 6.000 euros para ambos autores. Conde cuenta ya con un Minotauro, el correspondiente al de su VII edición, momento en el que lo recibió por Crónicas del multiverso. Otro canario, Elio Quiroga, también se hizo con este reconocimiento en el 2015 por Los que sueñan.

* Este mismo viernes, 9 de septiembre, se presenta en la ermita Nuestra Señora de la Virgen de Regla Un barrio, tres nombres, que firma el Colectivo21 y que ha sacado adelante la Asociación Salvemos la Historia. El acto comenzará a las 17,30 y se estima que finalice sobre las 19 horas. Está previsto que intervenga la directora general de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, María Antonia Perera Betancor y que tenga lugar una mesa coloquio con los vecinos del barrio. El libro recoge la historia, oral también, de El Cabo, Los Llanos y Cuatro Torres (Santa Cruz de Tenerife).

* El que antes se conocía como Festival Isla Calavera, dedicado al cine de terror y fantástico, pasa a denominarse a partir de esta semana Isla Calavera-Festival de Cine Fantástico de Canarias Ciudad de La Laguna.

Saludos, STOP, desde este lado del ordenador

Margara Russotto: “Nunca me convertí en poeta”

Miércoles, Septiembre 7th, 2022

Margara Russotto (Palerrmo, 1946) habla cuatro idiomas, portugués, inglés, italiano y español, aunque cuando escribe poesía solo utiliza una de estas lenguas: el español. Simultanea su creación con la de profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Massachusetts /Amherst, donde también enseña Escritura Creativa.

En su producción literaria destacan títulos como Sustentación del enigma; Cuatro ensayos sobre Clarice Lispector (Madrid, 2013) y Laboratorio lombrosiano - poemas sobre esculturas de Román Hernández (Firenze, 2012). A raíz de este último título, conoció al escultor tinerfeño Román Hernández, y fue en el Desván Blanco, el espacio cultural que dirige en la capital tinerfeña, donde Margara Russotto presentó algunos de sus libros.

La poeta nació en Italia pero su formación es latinoamericanista (egresada de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela y con PhD de la Universidad de São Paulo) y es traductora de poesía y ensayo de autores italianos, venezolanos y brasileños. Su poesía ha sido parcialmente traducida al inglés, italiano, portugués y francés.

- ¿Cuándo siente por primera vez el impulso por escribir poesía?

“Me imagino que desde niña, cuando iba a la escuela. En aquellos primeros años ya escribía poesía y relatos. Textos de composición. Desde el primer momento me interesó la poesía pero en general la literatura. Recuerdo mis primeros años completamente fascinada por la poesía de Leopardi que leíamos en la escuela. Leopardi es el gran clásico de la poesía italiana. La llamada de la poesía me enseñó a verla incluso en manifestaciones ajenas al texto y a apreciar el nivel estético y poético de otras expresiones artísticas”.

- ¿Y cuándo se convierte oficialmente en poeta?

“Creo que uno no se convierte en poeta porque se trata de un aprendizaje continuo cuyo entusiasmo y esfuerzo puede desaparecer en cualquier momento. No, nunca me convertí en poeta. Mi primer libro publicado es un libro nefasto y pésimo que he querido borrar de mi vida. Se tratan de restos de un viaje. La obra se publicó en Venezuela a finales de los años setenta y es un poemario muy circunstancial, vinculado a la insatisfacción de la vida. Es un libro que a mucha gente le gusta pero que yo eliminaría porque son poemas primerizos en todos los sentidos”.

- Y desde aquel libro que prefiere olvidar al último ¿observa una evolución en sus creaciones poéticas?

“No hay nada que garantice que esta respuesta es más lúcida que la que podrían proporcionar otros lectores y ejerciendo ahora como otra lectora diría que hay constantes como la de la emigración, que reflejé en Épica mínima, que obtuvo el Premio Internacional de Poesía José Antonio Ramos Sucre en Venezuela, en 1995 o 1996, ahora no recuerdo con exactitud el año pero fue por esas fechas. La emigración se bifurca luego en otros temas: cómo vive la vida el emigrante porque todos lo somos en cierto modo. Otra constante de mi poesía podría ser la propia escritura y qué es la poesía. Y la condición de la mujer, mi propia condición. Hay más, pero son como diálogos de las artes a través de la poesía”.

- Y escribe Laboratorio lombrosiano - poemas sobre esculturas de Román Hernández

“Fue un proceso muy lindo, casi un cuento. En ese entonces no conocía a Román Hernández pero sí la existencia de sus cabezas que descubrí en un catálogo y que me impresionaron. Esto fue en Florencia. Aquellas cabezas me sacudían, presionaban y me irritaban. Sentí que las piezas querían decir cosas y a partir de ahí escribí varios poemas como si las cabezas hablaran, me hablaran como si formaran parte de mi. Una amiga común me puso en contacto con Román y cuando nos conocimos nació la idea en común de hacer algo juntos. La idea es que sin cabeza no hay poesía y sin poesía las cabezas flotan. Se trata de poesía ecfrástica, observar el arte en el sentido de ir a un museo y ver cosas que impresionan y a partir de ahí dejar que surja el discurso poético. El mismo título del libro lo dice: Laboratorio lombrosiano - poemas sobre esculturas de Román Hernández. Se trata de una reflexión sobre los límites de la inteligencia. Creo que se trata de un trabajo muy valioso ya que es una especie de comunión entre dos personas que producen una cosa nueva”.

- Escribe poesía, ensayo. Hace traducciones pero, sin embargo, no toca la novela, los cuentos… ¿Por qué?

“Me atrae mucho la novela y los cuentos pero si no los cultivo es porque me falta tiempo y, a veces, porque tengo en mente trabajar otras cosas, como un híbrido entre la poesía y el ensayo y que en mi caso va paralelo por cuestiones profesionales ya que mi trabajo en la universidad a veces se necesita escribir un comentario, un texto crítico. Esta actividad forma parte de la profesión académica. El crítico uruguayo Ángel Rama decía que no sabía porque amando tanto la poesía la vida lo había llevado a escribir sobre la novela… En mi caso, amo todos los géneros pero me he dedicado más a la poesía y no sé por qué”.

- Habla italiano, español, inglés y portugués. ¿En qué idioma escribe poesía?

“En español. Elegí conscientemente el español. Y sí, puedo traducirme a mí misma al italiano pero prefiero no hacerlo aunque, obviamente, reviso esas traducciones. Elegí escribir poesía en español porque amo esta lengua y es la lengua de mis padres”.

– ¿Y qué siente cuando lee uno de sus libros traducido por otro?

“No me traduzco a mi mismo pero procuro controlar las traducciones siempre y cuando se traten de lenguas que conozco o que conozco más o menos. Esto significa que respeto lo que hace el otro, el traductor, porque es resultado de un trabajo conjunto. Lo hice recientemente con mi último libro, en el que trabajé con la traductora su versión al portugués y prácticamente hemos construido juntas el libro. En las traducciones no obstante el centro es otro, el traductor, y la otra lengua un estímulo al que inspira un texto original firmado por mi. La traducción es un proceso muy complejo que lo determina el hecho de cómo te manejes en esa lengua y la relación que mantienes con quien te traduce”.

- En su caso, usted traduce poesía, narrativa…

“Todos los géneros. He traducido a los italianos Giuseppe Ungaretti y Claudio Magris y del portugués al escritor brasieño Oswald de Andrade, un vanguardista y del español al italiano a la poeta venezolana Antonia Palacios y Enrique Bernardo Núñez. El proceso a la inversa. En fin, que es una agonía traducir”.

- Imparte clases como profesora titular de Literatura y Cultura Latinoamericana en la Universidad de Massachusetts/Amherst. ¿Cómo reciben los alumnos las literaturas del sur?

“Mi alumnos vienen de todas partes del mundo y muestran un interés muy grande por América latina porque ahora se tiene más conciencia y se implican mucho en los social. Es un colectivo además que se encuentra entre dos culturas, la latina y la norteamericana que a veces logra fundirse pese a que sean dos realidades distintas que, eso sí, están entrelazadas. La literatura de los latinos en inglés es muy distinta a pesar de que exista ese puente que relaciona pasado y presente porque Estados Unidos es un país bilingüe, ya casi lo es, y diverso donde lo latino está completamente integrado”.

- Pero parece que la anterior administración intentó reducir el impacto del español en los Estados Unidos.

“Es una realidad que no pudo contrarrestar ni se podrá contrarrestar en el futuro porque está ahí, profundamente imbricada en ambas culturas. Esa es la gran fuerza los Estados Unidos”.

-¿Qué escritores latinos que escriben en inglés destacaría?

”Junot Díaz aunque las mujeres son muy importantes en esta literatura. Cuando empiezas a estudiar a este grupo, grupo por llamarlo de alguna manera, te das cuenta de cuán antigua es la conexión latina con la estadounidense”.

- Parece cosa del sueño americano.

- El sueño pero también la pesadilla”.

- Comenta que en esta literatura destacan las escritoras latinas.

“Se percibe el cambio, la mujer está en todo. Hay obras escritas por ellas que hablan de una realidad que hay que cambiar”.

- ¿Qué primeras lecturas la animaron a escribir?

“Hay varios primeros libros, son etapas de la vida. Uno es Gran Sertón Veredas del escritor brasileño João Guimarães Rosa Es su gran novela un libro intraducible aunque esté traducido a muchas lenguas. Gran Sertón Veredas es como el Ulises de la cultura del Brasil y leerlo es entender las raíces de ese país. En poesía Emily Dickinson fue una revelación. Es una poesía deshilachada por intervenciones en la realidad. Una poesía única. En mis primeras lectura aparece también Hölderlin y Leopardi. Los libros, de todas formas, te marcan de manera distinta, Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez, es una novela lírica que a mi me acompaña siempre y que cuenta la historia de la destrucción de una pequeña isla que fue saqueada por sus perlas. Está escrita por un historiador al que los intelectuales criticaron mucho pero es un libro que a mi me marcó”.

- ¿Y ahora?

“Ahora estoy trabajando en cosas nuevas, en muchos proyectos. Me gustaría, más adelante, dedicarme a otros géneros. Tengo en prensa una selección de poemas en edición bilingüe, español e inglés y por mi trabajo como profesora escribo bastantes ensayos y artículos. Entre otros proyectos tengo el objetivo de traducir la poesía de Ana Marques Gastão, una escritora y poeta portuguesa” .

LIBROS

Margara Russotto presentó en el Desván blanco, en la capital tinerfeña, algunos de sus libros además de ofrecer una lectura poética. Una de estas obras fue Las cuatro estaciones de la poesía, que data de 2019 y que se trata de una antología que su autora estructura en cuatro partes que en el libro alegoriza con las cuatro estaciones. Es una edición bilingüe, español/portugués. Ahora trabaja en una obra en la que vuelve a proponer un diálogo con el arte, “una experiencia muy satisfactoria”, concluye, sobre todo porque desde el principio trabajó codo con codo con la traductora y sintió por parte de la editorial “un deseo firme de sacar el libro adelante”.

Saludos, miro al horizonte y…, desde este lado del ordenador

Ay, Santa Cruz de Tenerife, ay

Martes, Septiembre 6th, 2022

“En aquellos años cincuenta, la sociedad canaria era muy clasista en sus dos capitales, pero así como en Santa Cruz de Tenerife los más acomodados contaban con el Club Náutico para el baño, y no se encontraban con los pobres, que tenían que bañarse en las incómodas playas de piedra de Valleseco o María Jiménez, sorteando la grasa de los buques del Muelle, o en el Balneario de Educación y Descanso al que iban las clases populares, en Las Palmas, todos, pobres y ricos, se encontraban en Las Canteras, un espacio democrático en el que la gente hacía amigos”.

De la radio a las letras (Memorias de infancia y juventud)
, Fernando Delgado, Nectarina Editorial, 2022.

La publicación de De la radio a las letras (Memorias de infancia y juventud), escrito por Fernando Delgado y editado por Nectarina este mismo año es uno de esos felices descubrimientos que de tanto en tanto, más de tarde en tarde de lo que uno quisiera, se producen en el universo editorial de las islas por varias razones.

La primera y es la que más me ha llamado la atención, descubrir mi ciudad, Santa Cruz de Tenerife, en un tiempo en el que si no estaba, sí que era pequeño para guardar cualquier tipo de evocación del lugar en el que nací y resido. Y todo pese a que Fernando Delgado revele “Me da cierto pudor hablar de mi al hablar de Santa Cruz de Tenerife, pero lo hago con la convicción de que al hacerlo así hablo de todos aquellos”.

La segunda, tener la oportunidad de leer las impresiones de un escritor y periodista nacido en la isla, las islas, aunque desarrollara gran parte su labor profesional fuera de Canarias, sobre algunas de las razones que motivaron la escritura de muchas de las novelas que forman parte de su ya más que generosa bibliografía como escritor.

Estos hechos, unidos a otros muchos, refuerzan el atractivo que, a mi juicio, reúne un libro que añade como complemento una serie de retratos de amigos muy cercanos (Martín Chirino, Millares y Elvireta, Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez, entre otros) así como anima a una reflexión con perspectiva de la capital tinerfeña que conoció.

Pero su principal atractivo, al menos para un lector como quien ahora les escribe, es conocer cómo se entiende la ciudad en la que nació y vivió algunos años el escritor, un Santa Cruz de Tenerife marcado férreamente por una diferencia de clase que divide a la sociedad que habita la capital en dos zonas que no es que sean irreconciliables, sino que viven por separado, como si no existiera la una para la otra.

A lo largo del libro, Fernando Delgado insiste en esta diferencia, acentuada según dice, en una ciudad que gusta de mantener esta distorsión que alcanza al mapa de una urbe con playas para pobres y piscinas para los que viven con holgura. También colegios donde los humildes tienen que entrar por la puerta de atrás. En este aspecto, reconoce que las primeras lecturas y las películas que vio en los por aquel entonces numerosos cines de la ciudad le sirvieron de válvula de escape y que fue material, sustancia, que lo forjó como persona.

En el libro repasa también, aunque mucho menos, sus primeros pasos en el mundo radiofónico y también audiovisual español ya que se trata de una obra, fundamentalmente, que recoge sus recuerdos de niñez y adolescencia.

También el de una juventud en la que jóvenes como él contaron con el magisterio de un intelectual que nunca adoptó esa pose. La de un sabio que los orientó en el sendero de la literatura: Domingo Pérez Minik, a quien por cierto, Fernando Delgado dedica este libro como “padre y maestro” así como a su “todo un hermano” Jerónimo Saavedra y a José Luis Yoribio, Juan Cruz, Alberto Omar y Julio Pérez “desde mi juventud”.

Estas memorias están escritas con entusiasmo meridiano, no hay en ellas estridencias. Así, la visión que absorbo sobre lo que retrata bajo el prisma de su niñez adquiere otra dimensión y me hace pensar que no han cambiado tanto las cosas desde entonces. Que Santa Cruz de Tenerife a veces es más una santa cruz cuando empuja a sus habitantes a superar tantos límites, fronteras, algunas de ellas parecen que infranqueables entonces y ahora.

En cuanto a memoria, y como toda memoria que se precie, se le puede criticar al libro que resulte algo reiterativo y disperso pero no es una razón suficiente que le reste interés a lo que cuenta.

Es verdad que capítulo va y capítulo viene el escritor y periodista insiste en ocasiones en la mismas historias, lo que casi parece que más que un libro de memorias con sentido cronológico se trate de una recopilación de momentos en los que el autor quiso recuperar capítulos de su infancia y de su juventud chicharrera que, a mi juicio, son menores en un libro que si destaca por algo es por su aplastante sencillez y el esfuerzo por evocar un pasado que pudo ser distinto.

El libro cuenta además con otro valor añadido y que interesará a los aficionados a esas obras en los que un escritor que publica y es reconocido por lo que publica escribe sobre su vida y también sobre su literatura, y pienso en dos obras fundamentales para aprendices a escritores como los que no lo son: Mientras escribo y Suspense, de Stephen King y Patricia Highsmith, respectivamente. Sumaría ahora a este dueto De la radio a las letras.

Estas memorias que no pretenden ser una autobiografía sino solo memorias dibuja un retrato muy personal de una ciudad, de una capital de provincias que aisló a una calle, la de Miraflores, vecina a la que nació el escritor, porque aquello era otro mundo. En conjunto son recuerdos que me han atrapado como vecino de esta ciudad, también el hecho de reconocer muchos de los escenarios que retrata aunque la mayoría no existan o han sido transformado en la actualidad.

“Era mi calle una calle céntrica y principal de la ciudad, pero muy vecina a un barrio de mujeres de la vida, –jamás nos dejaban decir putas, naturalmente– y los niños de la zona éramos advertidos de continuo sobre la prohibición de cruzar la frontera apenas perceptible entre nuestras supuestas calles decentes y aquellas otras tan supuestamente peligrosas”.
Y en cuanto a su trabajo como escritor:

“Y si me preguntan, como me han preguntado, con que disposición abordo una nueva novela cuento que cuando eso pasa uno trata de estar dotado de la capacidad de aventura y de riesgo que posee un niño para dar un salto hacia lo desconocido y llegar a un lugar insospechado por el autor en el momento de ponerse a escribirla”.

Estos recuerdo abarcan historias sobre dos mundos, la literatura y el periodismo que se diferencian, escribe Fernando Delgado, porque “el periodista ha de contar y certificar que es verdadero cuanto cuenta y el novelista es mejor que dude de si realmente ha visto lo que cuenta”.

Como escenario el paisaje de una ciudad tan cambiante y sufrida como es la capital tinerfeña, aunque esta metamorfosis haya sido en mucho de los casos para mejor. No es un escritor Fernando Delgado que se incline hacia la nostalgia sino a sentir lo que recuerda. Y es ese sentimiento el que prevalece a lo largo de toda la obra.

“La ciudad, por entonces, una ciudad sin coches, permitía que los niños hiciéramos de la calle un parque de juego. Y era habitual que nuestro juego fuera interrumpido para que pasara entre nosotros el cortejo fúnebre con un niño muerto, blanco el pequeño ataúd, blanco el coche fúnebre con sus plumachos blancos. A aquellas procesiones mortuorias se les llamaba en Canarias por lo general entierro y, a la de los niños, entierrito”.

Se trata, en conclusión, de un libro notable, muy atractivo no solo para los que conocen la obra literaria del escritor y periodista tinerfeño –entre otros libros destacaría su demoledora novela chicharrera Ciertas personas, su tercer libro publicado y uno de los que más menciona en estas memorias con importancia– sino también para aquellos lectores (y ese es nuestro caso) que desde hace años buscan la reconciliación con la geografía física y sentimental de una ciudad muy anclada a un pasado turbio que la envenena. Una capital de provincias que uno nunca terminó ni termina de considerar como suya.

Saludos, gracias, señor Delgado, desde este lado del ordenador