Aún queda resplandor

Lunes, Septiembre 15th, 2014

“La vida era una rueda, su único objetivo era girar, y siempre retornaba al lugar de donde había partido”.

(Doctor Sueño, Stephen King. Plaza & Janés Editores, S.A., 2013. Traductor: José Óscar Hernández Sendín)

Stephen King ha publicado medio centenar de libros entre novelas, antología y ensayos. De hecho, es raro el año en el que no aparece en el mercado y casi siempre en las listas de los  más vendidos algún título suyo, en especial los que cultivan un género como es el fantástico que tiene en King señas de identidad muy personales aunque su esquema literario exige un urgente volantazo para que regrese a la autopista que lo lleva a ese infierno donde machaca sus demonios más oscuros.

El año pasado se publicó con gran respaldo publicitario Doctor Sueño, una continuación de una de sus novelas de más éxito, El Resplandor. Es verdad que la adaptación cinematográfica que realizó Stanley Kubrick le robó resplandor al original literario, sobre todo si tenemos en cuenta que Kubrick apenas recurrió a la novela para contarnos su peculiar y helada historia de fantasmas, lo que parece que no le perdona todavía el escritor y que justifica en parte, y así lo señala King en el epílogo de su colosal (por las seiscientas páginas) nueva entrega sobre el devenir existencial de Danny Torrance, el niño que veía muertos en El Resplandor y que en Doctor Sueño ya adulto arrastra un serio problema con el alcohol.

Doctor Sueño, como casi todas las novelas que escribe Stephen King, se lee de un tirón aunque el lector que conoce meridianamente su obra aprecie un discreto mecanicismo que recuerda vagamente al autor de Carrie, La hora del vampiro (Salem Lot), Cementerio de animales y Duma Key.

Parece que Stephen King más que estar agotado con el género que lo hizo rico y famoso apuesta por el piloto automático o continuar explotando la fórmula de siempre –la marca King– solo que ésta comienza ahora hacer aguas, a no sorprender como antaño.

El lector tiene la sensación mientras lee la novela que eso ya lo sabe, pero de otra forma, por otras novelas del escritor, y lo mismo pasa con los personajes… Tipos para lo bueno y lo malo. Pero siempre algo más que clones.

No provoca Doctor Sueño demasiada inquietud, pero creo que esto era lo de menos cuando King escribió la novela. Una novela que narra la redención de Torrance, su combate final contra los miedos que arrastra tras la experiencia vivida en el Hotel Overlook y su sacrificio no ya solo para abandonar el alcohol sino por una adolescente que se encuentra en el ojo del huracán. O circunstancias parecidas a las que él vivió siendo un niño.

Doctor Sueño es el relato de su titánico intento de reconciliación con todo lo que dejó atrás y lo más importante, consigo mismo.

El Danny Torrance adulto debe regresar al paisaje donde se originó todo: el Hotel Overlook, en la novela convertido ahora en un hogar de caravanas de lujo y espacio en el que hacen escala los malos de la historia.

Porque Doctor Sueño es una novela de buenos y malos, aunque los malos sean unos “vampiros vacíos” como los denomina King y que se hacen llamar así mismos el Nudo Verdadero que se alimentan en comunión de la esencia de niños con el don del Resplandor a los que luego asesinan ritualmente.

Doctor Sueño es una meridiana continuación en clave fantástica de El Resplandor, solo que donde antes había espectros, un tema por el que navega cómodamente el escritor, ahora propone otra mirada, aunque en tono menor, sobre la maldad.

Lo mejor de la novela se encuentra, y debe ser cosa de la edad, en que tiene más sustancia el relato de cómo Torrance intenta salir de la cloaca que la trama sobrenatural en sí.

Resulta más interesante seguir los pasos de Danny Torrance cuando intenta olvidar su pasado bebiéndose todo lo que llega a su garganta que la aventura fantástica con la que intenta arroparla el escritor.

Imagino que debe de haber algo de King en los días sin huella de Torrance. Stephen King no se cansa de contar que tuvo una vida bastante desordenada antes de que publicara Carrie, la novela que lo descubrió cuando aún era un don nadie.

Por eso, y a mi juicio, es un escritor que casi nunca termina por decepcionar. Es como si te reencontraras con un conocido del que estás harto pero también agradecido de que continúe siendo más o menos el mismo.

Saludos, el tiempo pasa…, desde este lado del ordenador.

Aviso a los navegantes: Robert McCammon

Martes, Junio 10th, 2014

El rey de la literatura contemporánea de terror, ya lo ven, así lo dice su apellido, es Stephen King, un escritor por el que confesamos bulliciosa devoción en este su blog pero es injusto y equivocado olvidar a los que conocí tras la estela de su éxito como Peter Straub, Dean R. Koontz, Robert R. McCammon y, ultimamente, Joe Hill.

El caso de Robert McCammon es una curiosidad dentro del género macabro norteamericano. Curiosidad porque lo han promocionado como un Stephen King para pobres. Es decir, un escritor mucho más liviano y truculento que el original. También más excéntrico en sus apuestas literarias, las mejores aquellas en las que combina elementos tan diferentes como son los de la novela de espías, de misterio y policíaca con el terror.

Primer aviso pues a los navegantes: hay que despiojarse de prejuicios para leer a McCammon. Entre sus novelas cuenta con La hora del lobo, mezcla de relato bélico y de comandos –la acción transcurre pocas semanas antes del desembarco de las tropas aliadas en las costas de Normandía– con el de hombres lobos y lobos hombres; Mary Terror, donde una ex terrorista norteamericana roba un bebé para entregárselo en ofrenda al líder de la banda y una historia  sobre vampiros que asaltan la ciudad de Los Ángeles, Sed de sangre, que comienza como un convencional policíaco para degenerar en un convencional relato de terror.

Segundo aviso a los navegantes: Con sus vicios y defectos, Robert McCammon ofrece entretenimiento. Es verdad que sin apenas atisbo de sutileza, pero sí entretenimiento grueso que puede despertar instintos adolescentes que ya creías dormidos.

Tercer aviso a los navegantes: Escribo sobre McCammon porque estos últimos días –días a ratos oscuros– he regresado a su universo con la lectura nerviosa y disparatada de La hora del lobo. Una novela que  lo ubica en la cima de la literatura barata y de ocasión.

Cuarto aviso a los navegantes:  McCammon, como otros tantos escritores industriales, cuenta con destellos que no termina de bordar porque lo suyo no deja de ser  ficción para leer durante un viaje aburrido de carretera.

Y quinto aviso a los navegantes: cualquiera de sus libros promete evasión sin dolor de cabeza.  Sos novelas perfectamente prescindibles y por ello tan necesarias para quemar la seriedad de algunas de tus neuronas.  

Saludos, fantasías animadas de ayer y hoy, desde este lado del ordenador.

El autor y sus pseudónimos

Martes, Marzo 4th, 2014

En términos generales, no creo que los escritores sepan quiénes son: es una incapacidad –y una ventaja– que comparten con los actores. Y probablemente es mejor así. El conocimiento de uno mismo puede conducir a la falta de naturalidad, y en un escritor la falta de naturalidad solo conduce a la parodia de uno mismo. O al silencio.”

(Donald Westlake en la Introducción de A quemarropa, colección BetsSellers Serie Negra, Editorial Planeta, 1985)

Escribían con su nombre y escribían también con pseudónimos. Uno de ellos, Donald Westlake, parecía de hecho desdoblarse en otra persona con la serie de novelas que dedicó a Parker. Camufla con oficio su identidad bajo la de Richard Stark.

Stephen King llegó a celebrar un falso funeral con Richard Bachman, el otro yo con el que firmó una serie de aventuras razonablemente populares.

Cuenta en la introducción de uno de sus libros como Bachman que al final terminó por quitarse la careta y mostrarse como King cuando se descubrió que Bachman no era real.

Escritor en ocasiones industrial, sacó tajada de todo este follón en una novela que sí que se publicó como de Stephen King: La mitad oscura, una original aunque extensa elucubración sobre su peculiar míster Hyde.

Cuenta King que fue Richard Bachman cuando su editor en los años setenta le aconsejó que firmara algunos de sus libros con otro nombre. La idea, dice, era no saturar el mercado con demasiados King aunque sospecho que también fue la de explotar el talento y el entusiasmo de un por aquel entonces desinquieto Stephen King.

Un Stephen King por aquellos años muy vitaminado y gamberro. Casi, casi como si su Richard Bachman quisiera ser el Richard Stark que significó para Donald Westlake…

Hay más escritores que han recurrido al pseudónimo para inundar el mercado con obras aparentemente menores.

Gore Vidal, esa especie de cronista norteamericano de la gran comedia humana, tanteó con oficio e ironía el género de misterio firmando sus historias como Edgar Box.

Las novelas policíacas de Edgar Box son tres divertidas entregas protagonizadas por el detective Peter Cutler Sergeant II, un encantador relaciones públicas graduado en Harvard, que están más próximas al universo de Agatha Christie que al del sabueso callejero de Dashiell Hammett.

Tres novelas que terminaron editándose en colecciones de bolsillo, destinadas a lectores que buscaban entretenimiento sin muchas complicaciones.

John Banbille es otra cosa. No solo por las novelas policíacas que plantea cuando escribe como Benjamin Black, sino porque se supo muy pronto que tras Black estaba Banbille.

El objetivo era dar sello de autenticidad a los relatos que protagoniza su Quique, un forense que trabaja en los años cincuenta en un apagado Dublín. La misma ciudad a la que años más tarde dará una violenta vuelta de calcetín Ken Bruen en sus amargas y nihilistas novelas negrocriminales.

Hay más escritores que han simultaneado la aparición de sus libros con su nombre o recurriendo a falsos. La lista resulta casi interminable. Basta con rastrear por la red y recoger peces que aún mueven la cola mientras te lo llevas a la boca… Pero ninguno de ellos y de ellas me marcó como estos cuatro. Es verdad, en todo caso, que menos el último de la relación.

Lo cierto es que llegué a todos ellos conociendo su verdadera identidad. Y que hubo casos en los que preferí al otro que al auténtico con toda su gloria y merecida gracia…

Así cuenta Donald Westlake como se le apareció un personaje como Parker: “el puente vibraba bajo mis pies, había tensión en toda la atmósfera.”

Pero ¿por qué firmar esa novela, la primera de Parker, como Richard Stark?

Westlake explica que por publicar en Gold Medal, una colección de novelas de evasión para lectores acostumbrados a tener las manos sucias.

Había firmado el manuscrito con un pseudónimo Gold Medal: Richard, por Richard Widmarck en El beso de la muerte (1947), y Stark, porque quería un nombre/palabra que significara desguarnecido, sin adornos.”

El resto es Historia .

(*) La imagen que ilustra este post corresponde a Yo, yo mismo e Irene (Me, Myself & Irene, Bobby y Peter Farrelly, 2000)

Saludos, seguimos en carnaval, desde este lado del ordenador.

Stephen King reflexiona sobre los Best Sellers

Jueves, Mayo 2nd, 2013

Dedicado a todos esos escritores y lectores que todavía se preguntan ¿por qué?

“Desde mi punto de vista inevitablemente tendencioso, los novelistas de éxito –incluso los que tiene un éxito modesto– son los más afortunados dentro de las artes creativas. Es verdad que la gente compra más discos compactos que libros, que va más al cine y ve mucho más la televisión de lo que lee. Pero el periodo de influencia de los novelistas es más largo, quizá porque los lectores son algo más listos que los aficionados a las artes no escritas, y por lo tanto tienen una memoria un poco más larga. Nadie sabe donde está ahora David Soul, de Starky y Hutch, ni qué ha sido de Vanilla Ice, ese peculiar grupo de rap blanco, pero en 1994 Herman Wuk, James Michener y Norman Mailer seguían en el candelero, por hablar de la época en que los dinosaurios poblaban la Tierra.

Arthur Hailer estaba escribiendo un libro nuevo (eso se rumoreaba al menos, y resultó cierto), Thomas Harris podía tomarse siete años entre un Lecter y otro y aún así producir éxitos de venta, y pese a que no se había sabido nada de él en casi cuarenta años, J. D. Salinger seguía siendo un tema de conversación en las clases de literatura inglesa y en las tertulias literarias de café. Los lectores tienen una lealtad sin parangón dentro de las artes creativas, lo que explica por qué tantos escritores que se han quedado sin gasolina pueden seguir en marcha, impulsados a las listas de libros más vendidos por las palabras mágicas AUTOR DE en la contraportada de sus libros.

Lo que el editor quiere a cambio, sobre todo de un autor que vende medio millón de ejemplares de cada novela en tapa dura y un millón más en rústica, es muy sencillo: un libro al año. Los agentes de Nueva York consideran que eso es lo óptimo. Trescientas ochenta páginas cosidas o pegadas al año, un comienzo, un nudo y un desenlace; un personaje principal que se repite, como Kinsey Milhone o Kay Scarpetta, optativo pero preferible. A los lectores les gustan los personajes que reaparecen; es como volver a reunirse con la familia.

Si escribes menos de un libro al año amenazas la inversión que el editor ha hecho en ti. Impides que tu contable continúe manteniendo a flote tus tarjetas de crédito y pones en peligro la capacidad de tu agente para seguir pagando a tu psicoanalista. Además, siempre está el riesgo de que tus lectores se enfríen un poco si tardas demasiado en publicar. Es inevitable. Lo mismo pasa si publicas demasiado; entonces habrá lectores que dirán: ya basta de ese tío por un tiempo, todo empieza a sonarme igual. Os digo todo esto para que comprendáis cómo pasé cuatro años usando mi ordenador como el juego de Scrable más caro del mundo y nadie sospechó nada. ¿Bloqueo del escritor? ¿Qué bloqueo del escritor? Aquí no hay nada por el estilo.”

(Fragmento de la novela Un saco de huesos, Stephen King, 1998)

(*) Portada de Joyland, la nueva novela del autor de Carrie y Salem Lot, cuyo próximo lanzamiento en junio será primero en rústica en los Estados Unidos de Norteamérica) 

Saludos, y yo que pienso que el señor King ha hecho un pacto con el diablo, desde este lado del ordenador.

El pasado es obstinado:‘22/11/63’

Domingo, Diciembre 16th, 2012

El pasado es obstinado por el mismo motivo por el que el caparazón de una tortuga es resistente: porque la carne viva de dentro es tierna y está indefensa.” (22/11/63, Stephen King)

Me gustan las historias sobre viajes en el tiempo.

Más que gustarme, me fascinan las historias sobre viajes en el tiempo.

Me pasó con Cuento de Navidad, de Charles Dickens, con La máquina del tiempo, de H. G. Wells, con Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain; con los numerosos relatos que Ray Bradbury y Fredric Brown dedicaron a este mismo asunto así como con las novelas en Algún lugar del tiempo, de Richard Matheson y Ahora y siempre, de Jack Finney, entre otras muchas en las que sus protagonistas viajaban indistintamente al pasado o al futuro.

La última historia de Stephen King explora también las posibilidades del viaje en el tiempo en su 22/11/63, una voluminosa aventura –consta de casi novecientas páginas– en la que el escritor propone un entretenido y ambicioso trabajo que, en líneas generales, podría resumirse como: el viaje en el tiempo que emprende su protagonista, Jacob Jake Epping, para impedir que Lee Harvey Oswald apriete el gatillo del fusil que acabó con la vida del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, en la calle Elm, Dallas.

Un aviso para los que gustan de teorías de la conspiración, Stephen King es de los que piensan que detrás del atentado no hubo maniobras oscuras. Que el único responsable de la tragedia fue Lee Harvey Oswald. La misma conclusión a la que llegó el escritor y periodista Norman Mailer, al que King cita en las primeras páginas de su 22/11/63: “A nuestra razón le es virtualmente imposible asimilar que un hombrecillo solitario derrumbara a un gigante en medio de sus limusinas, de sus legiones, de su muchedumbre, de su seguridad. Si una persona tan insignificante destruyó al líder de la nación más poderosa del planeta, entonces nos hallamos sumidos en un mundo de desproporciones, y el universo en que vivimos es absurdo.”

Stephen King va un poco más lejos en el Epílogo de su novela al explicar: “Al principio de la novela, el amigo de Jack Epping, Al, plantea la probabilidad de que Oswald fuera el único tirador en un noventa y cinco por ciento. Después de leer una pila de libros y artículos sobre el tema casi tan alta como yo, la situaría en un noventa y ocho por ciento, quizá incluso en un noventa y nueve. Porque todas las crónicas, incluidas las escritas por teóricos de la conspiración, cuentan la misma historia americana básica: he aquí a un peligroso canijo sediento de fama que se encontró en el lugar adecuado para tener suerte. ¿Que había muy pocas probabilidades de que pasara tal y como sucedió?  Sí. También las hay de ganar la lotería, pero alguien la gana todos los días.”

Sin embargo, y con independencia de si fuera o no Oswald el único autor del magnicidio, 22/11/63 es un libro que va más allá de su carácter histórico, o de su pretensión por cambiar la Historia. También, un título que pone de manifiesto la asombrosa capacidad de entretenimiento del escritor, un escritor que ha terminado por convertir su nombre en una marca dentro del océano de la literatura best seller permaneciendo honesto consigo mismo. Es decir, que no se ha dejado seducir por el mercado porque lo que escribe vende.

Cualquier libro de King tiene la firma de Stephen King porque su escritura tiene sello. Sus temas, además, suelen ser constantes aunque observados bajo otro punto de vista. En cuanto a sus personajes son algo así como versiones –en algunos casos mejorados– de otras novelas del mismo autor.

En 22/11/63 se permite, no obstante, un cambio fundamental en lo que son sus novelas largas. El escritor de títulos como Carrie, La hora del vampiro, Duma Key o La cúpula, deja la tercera persona y recurre en su lugar a la primera para contarnos su relato.

Este recurso narrativo deja las manos libres al escritor para narrar la historia a través de los ojos de su protagonista. Un buen hombre al que el destino le da la oportunidad de cambiar el pasado aunque el pasado, reitera King a lo largo de sus casi novecientas páginas, siempre es obstinado.

22/11/63 son muchas novelas dentro de una sola novela. Y está estructurada en tres grandes actos: Jacob Jake Epping viaja al pasado/Epping, que cambia su nombre por el de George Amberson, resuelve una serie de subtramas violentas que acontecen entre 1958 a 1962 y, finalmente, concluir en la histórica fecha que da título a la novela.

Hay un cuarto acto más, clave para entender lo que King ha querido contarnos, pero la discreción me invita a que no dé más información sobre el mismo.

Más allá del evitar el asesinato del presidente Kennedy, y del documentadísimo seguimiento que King hace a través de Epping/Amberson de Lee Harvey Oswald los meses antes del atentado, 22/11/63 es también una novela romántica en el sentido más acusado de la palabra. Más en la línea de Algún lugar en el tiempo, de Matheson, que del Ahora y siempre, de Finney, autor éste a quien confiesa iba a dedicarle este volumen que nos presenta a un escritor que continuamente sabe renovarse y que no ha perdido la capacidad para captar la atención del lector.

En este aspecto, créanme si les digo que sus casi novecientas páginas se leen como si nada. Que cada nuevo capítulo invita a continuar con el siguiente. Que te emociona y que te hace reflexionar.

Su galería de secundarios, amplísima, está formada por buena y mala gente. Gente a la que pareces que reconoces por algunos de sus rasgos y con los que sueles tropezarte en la calle.

Construida, ya dijimos, como un relato en primera persona, se podrá estar en ocasiones del lado de su protagonista pero también, en otros, en su contra. Y ese latido, permítanme que lo califique de humano, es lo que dota de más sustancia a esta larga y ambiciosa novela.

Resuelto la mayoría de los cabos, algunos bien es verdad que con nudos muy ligeros, 22/11/63 termina como solo una novela con las dimensiones épicas como ésta merece terminar.

Es un final que resulta agridulce, sí, pero también hermoso. De una insólita belleza porque, ya saben, el pasado es obstinado. Tan obstinado que se rebela cuando algo o alguien quiere alterar su dibujo.

He dejado para el final uno de los elementos fundamentales en toda novela sobre viajes en el tiempo que se precie: la máquina, el artilugio que transporta al protagonista al pasado o al futuro.

Stephen King resuelve este asunto con imaginativa sencillez. En la despensa del bar que dirige su amigo Al hay una puerta invisible que te conduce a un pasado que siempre se reinicia con cada nuevo trayecto.

Jake Epping lo conoce como la madriguera del conejo.

Novela que no renuncia a los elementos fantásticos como el ya expuesto, esa madriguera de conejo, 22/11/63 cuenta también con misteriosos hombres que llevan tarjetas cuyos colores varían en la cinta de su sombrero así como guiños con otras historias firmadas por Stephen King como It.

Durante su estancia en el pueblo ficticio de Derry a finales de los años cincuenta, un asesino vestido de payaso está asesinando a adolescentes… Este es un recurso que el escritor de Maine emplea con bastante frecuencia en la mayoría de sus libros, y resulta digámoslo así, una grata sorpresa para quienes nos confesamos –y es que el pasado es muy obstinado– en ser sus lectores.

Saludos, el baile es vida, desde este lado del ordenador.

Stephen King sigue siendo el Rey

Miércoles, Noviembre 21st, 2012

Stephen King es un escritor al que suelo recurrir de tanto en tanto. Y su lectura me resulta casi siempre terapéutica porque sabe lavarme los miedos y triturarlos como se merecen. Digamos así que cuando me topo con un nuevo libro de King, éste casi nunca falla.

Me acerqué a su obra cuando su nombre aún resultaba prácticamente desconocido en Expaña a través de una editorial sudamericana, Pomaire, que fue la primera en publicar en español novelas como Carrie, La hora del vampiro (Salem Lot), Insólito Esplendor (El resplandor), El umbral de la noche (relatos) y La danza de la muerte (Apocalipsis), entre otros, que a un atrevido y adolescente lector de provincias le robaron literalmente el alma.

Desde ese entonces, y con la suerte o la desgracia, según se mire, de iniciarme en sus espantos con esa feroz historia de vampiros que ya circula en las librerías y en sus dos adaptaciones cinematográficas (1) como Salem Lot, devoro cada cierto tiempo alguna novela o conjunto de relatos de tan prolífico como reiterativo escritor, no ya con la esperanza de recuperar el chispazo que me produjo la primera vez sino gratamente asombrado por la capacidad que aún tiene para llevarme literalmente al huerto. Lo de llevarme al huerto es una manera poco elegante de describir que casi siempre me convence. O me abduce.

No creo que haga falta decir a estas alturas que Stepehen King fue uno de los primeros escritores norteamericanos que colocó a la novela de terror en las listas de libros más vendidos. Lista a la que añadiría además de vendidos de los más leídos por todos esos lectores de aeropuerto o fanáticos del género que, conocedores hoy de muchas de las claves con las que insiste en cada uno de sus libros, ha terminado por digerirlas como señas de identidad de un autor que, en contra de lo que algunos piensen, no trabaja con negros porque sencillamente le gusta lo que hace. Y eso que le hace le gusta tanto que incluso lo ha convertido en un escritor multimillonario, amado por muchos y detestados por otros que no entienden, o no quieren asumir, que detrás de esa máquina de hacer dinero se encuentra un escritor con todas sus letras que sabe filtrar sus influencias para hacérnosla pasar como suyas.

Y a mi esto me parece uno de los atractivos más sobresalientes de su producción literaria. Producción en cadena que, como pasa en toda producción en cadena, cuenta con excelentes trabajos y otros que dan pena. Y no, no soy seguidor de la serie La torre oscura (2).

Stephen King es un escritor que se mueve muy bien en los territorios de la novela, aunque presionado por el mercado termina por sacrificar lo que prometían excelentes ideas y eficaces revisiones de los clásicos en decepcionantes y colosales volúmenes que, como La cúpula, auguraba mucho más de lo que al final ofrece; o sorprende gratamente al lector alterando los elementos tradicionales del relato de fantasmas como sí sucede en su excelente Duma Key, títulos que en su momento ya comentamos en este mismo su blog.

Sin embargo, una geografía en la que todavía cojea es la del cuento,  aunque tiene algunos realmente notables; así como en el ensayo, donde King, más que defender una posición termina hablando casi siempre de sí mismo. La lectura de Mientras escribo y La danza de la muerte (un canto de amor al género) de alguna manera avala esto último que acabo de anotar…

Pendiente aún de leer 11/22/63, cae en mis manos por endemoniada casualidad la edición en bolsillo de Todo oscuro, sin estrellas, un libro que compila tres historias largas y una corta del escritor nacido en Maine. Y compruebo, una vez más, que Stephen King se mueve como pez en el agua en las historias largas y no tanto en las cortas aunque la que incluye este libro quizá sea una de las más perversas e inquietantes salidas de la tenebrosa imaginación del escritor.

Abre este volumen 1922, una novela corta ambientada en un pueblo perdido del medio oeste norteamericano en la que King describe con instinto gore el brutal asesinato de una mujer a manos de su padre y de su hijo.

Pero es que más allá de la gratuita violencia que describe, me parece un relato de lo mejor que ha salido de su cabeza porque, además de insistir en el tema de la culpa, también explora con frialdad quirúrgica la descomposición familiar.

Narrada en primera persona, 1922 es además una corta novela corta en la que el escritor da pinceladas sobresalientes sobre un periodo de la historia de su país muy logradas, por lo que se tolera incluso el aire macabro con el que la disfraza porque nunca deja claro si lo que está viendo y soportando su protagonista es real o fruto de su torturada imaginación.

Camionero grande, la segunda corta novela corta que incluye Todo oscuro, sin estrellas, es una curiosa pero también anodina revisión sobre los justicieros. Figura que en esta ocasión encarna una atractiva escritora que resulta violada brutalmente en una apartada carretera.

Lo mejor de la historia, a mi juicio, es la irónica descripción que hace el escritor de los quehaceres de esta mujer viajando por todo el país para impartir conferencias y, de paso, vender sus novelas de suspense, pero se nota que la trama se le va al  no querer Stephen King caer en lo políticamente incorrecto, aunque plantea un final que podría dar paso a numerosos debates en torno a tomarse la ley por la mano.

Con todos sus defectos, que los tiene y de bulto además, Camionero grande se lee como quien devora una hamburgesa. Es decir, tan rápidamente que apenas aprecias su sabor.

Una extensión justa es el único relato corto de Todo oscuro, sin estrellas, y a mi juicio quizá se trate del mejor del libro junto a Un buen matrimonio.

El escritor propone en Una extensión justa una reinterpretación bastante canalla del pacto con el diablo, al tiempo que saca los colores a una clase media norteamericana que podría ser la de cualquier país de ese mundo que dicen es desarrollado.

Sin embargo, el tema central de este cuento –más que cerrar el compromiso con en el lado oscuro que todos llevamos dentro– es el de la envidia. Y la envidia, como todo el mundo sabe, solo se cura con la venganza.

No voy a resumir en qué consiste esta historia porque, realmente, merece la pena leerla y disfrutarla con todas las preguntas morales que va suscitando… Aunque el mal, viene a decirnos King, no es el diablo sino toda esa oscuridad que incuban como un enfermizo veneno los seres humanos.

Cierra el volumen Un buen matrimonio. Y a mi, personalmente, me parece una de las mejores novelas cortas que he leído del escritor, y todo eso pese a su estropeado aroma a película de sobremesa de los sábados por la tarde.

Stepehen King sitúa al lector ante un matrimonio felizmente casado, cuyos hijos ya han se han ido del nido familiar, hasta que su mujer descubre que el hombre de su vida no es quién realmente imaginó.

Cometería un sacrilegio si les revelara algo más de esta inquietante historia, así que tendré la decencia de no escribir nada más con la esperanza de que alguno de ustedes se acerque al mismo con la mente despejada.

Así que volver a leer a este escritor al que han crucificado por súper ventas ha resultado como beber agua en el desierto, y redescrubir que cuando Stephen King se lo propone es uno de esos autores que además de enganchar, proponer ideas, debates con los que alterar nuestras no tan sólidas conciencias.

Es más, el hecho de que me preguntara durante su lectura en varias ocasiones ¿cómo puede ser capaz de…? es un valor añadido que empuja a reivindicarlo como uno de esos escritores de cabecera a los que casi siempre recurro cuando el fantasma de la rutina amenaza con ser eterno.

(1) Hay dos adaptaciones de Salem Lot, la primera dirigida por Tobe Hopper en 1979 y la segunda por Mikael Salomon en 2004.

(2) Esto es solo un aviso para los kingmaníacos.

Saludos, pásenlo mal, desde este lado del ordenador.