Sobre héroes y tumbas
Sábado, Abril 30th, 2011Leí demasiado pronto y probablemente muy mal a Ernesto Sábato.
En aquellos tiempos donde me formaba como lector todo lo que venía de Latinoamérica tenía que ser leído. De hecho, hay un puñado de novelas de aquella moda que un editor inteligente español acuñó con la sonora onomatopeya de boom.
Tenías que haber leído Cien años de soledad y Rayuela, entre otros títulos para que te dieran el carnet de miembro de un club al que nunca quise pertenecer si era capaz de aceptar a gente como yo.
Fui víctima así, como tantos otros, de aquel tsunami intelectual que pasado el tiempo no supo superar aquel frenético, casi impuesto y obligatorio fenómeno.
A mi siempre me atrajo más la sencillez compleja de otros lationamericanos como Rulfo. La maestría para contar todo en apenas cinco o seis páginas de Jorge Luis Borges. El jazz que latía en los relatos de mi admirado Cortázar, la Argentina contradictoria de Osvaldo Soriano.
Con Sábato –y me pasa lo mismo con Gabriel García Márquez, con Mario Vargas Llosa, con Carlos Fuentes, con Benedetti y con otros tantos– no llegué a sentir empatía pero puede deberse, intento razonar ahora, a que probablemente no me había llegado la hora del encuentro.
Y que quizá sea en estos días extraños que vivo, vivimos, el momento propicio para adentrarme en su mundo y descubrir las claves que muchos amigos me animabany me animan a descubrir.
Curiosamente, Sábato ocupaba un pedestal en mi memoria más que por sus libros por su actividad política. Y en concreto por presidir la CONADEP, una comisión encargada de investigar las violaciones a los derechos humanos ocurridos en la Argentina entre 1976 y 1983.
Pasados los años y encontrándome en Gijón, me llamó mucho la atención que un excelente escritor argentino (ex militante de la extrema izquierda, un tipo que además de escribir empuñó durante un tiempo la ametralladora para combatir la dictadura) echara pestes de Sábato.
No le perdonaba la fotografía donde aparece junto a Jorge Luis Borges con el general Videla. También cuestionaba el informe de la CONADEP, ya que le sabía a muy poco pese al impresionante número de páginas con que cuenta este documento.
El escritor se mostraba muy violento hablando de Sábato. No cuestionaba, sin embargo, sus libros, aunque sí al hombre que los había escrito.
Noté, y es algo que sigo notando a veces a lo largo de mi vida, que el desprecio se incuba en el odio y que la llama que mantiene vivo al odio si tiene un nombre es el de no ceder a la reconciliación.
Ha muerto Sábato, y no puedo quitarme de la cabeza aquella conversación mantenida en Gijón con ese escritor que aprendió a escribir mientras apretaba el gatillo de una ametralladora…
Esto me hace pensar, sin embargo, que igual es ahora el momento en que debo de recuperar las dos únicas novelas que tengo de Sábato en mi caótica biblioteca.
El túnel y Sobre héroes y tumbas.
Alguien me escribe un comentario afirmando que quien no entiende a Sábato no sabe lo que es el alma humana.
No sé. Creo que eso que él llama alma humana lo vi con nombre y apellidos en aquel escritor argentino que con tanto desprecio me hablaba de Sábato.
El alma, si hay alma, se alimenta de contradicciones aunque el problema es que la mayoría de nosotros somos incapaces de darnos cuenta.
Y así nos va.
Despreciamos por inercia.
Y lo que es peor, también amamos por inercia.
Saludos, sobre héroes y tumbas, desde este lado del ordenador.