Archive for Enero, 2013

Las cosas del payaso: Si lo sabes, mucho mejor

Miércoles, Enero 16th, 2013

* El sábado 16 de marzo tendrá lugar en la Biblioteca la Bòbila el acto de entrega de la séptima edición del Premio Internacional de Novela Negra L’H Confidencial, que convocan el Ayuntamiento de L’Hospitalet y Roca Editorial, y que está dotado con 12.000 euros y su publicación en Roca Editorial. La novela ganadora fue El asesinato de los marqueses de Urbina, del escritor Mariano Sánchez Soler, y está inspirado en un doble crimen ocurrido en Madrid durante los primeros años de la Transición. Nuestras felicidades al escritor ganador por lo tanto, aunque hacemos extensivo este abrazo a otra novela que estuvo a punto de arrebatar el galardón a Soler escrita por el tinerfeño Javier Hernández Velázquez, autor, entre otras obras, de El fondo de los charcos y El sueño de Goslar. La novela finalista de Hernández Velázquez, Un camino a través del infierno, ha sido recomendada por el jurado del certamen “a que se tome en consideración” la posibilidad de publicarla. Un camino a través del infierno es un relato protagonizado por Matt Fernández, personaje que ya había aparecido en un relato corto del escritor, en el que se describe una historia negro criminal bajo la atmósfera violenta que vive una pequeña capital de provincias en tiempos de elecciones.

* Un total de sesenta  y dos autores han presentado sus trabajo al Premio de Novela Benito Pérez Armas, dotado con doce mil euros además de la publicación de la obra ganadora. Todas las narraciones son inéditas, con un tema de libre elección y elaboradas por autores que no han sido galardonados con este premio en ediciones anteriores. En cuanto al Premio de Poesía Pedro García Cabrera participan 58 autores y está dotado con un único premio de tres mil euros y la publicación de la obra ganadora. El tema del poemario es libre, con una extensión máxima de 700 versos y mínima de 350. En ambos casos, Novela y Poesía, el fallo del jurado se dará a conocer en junio.

* La Editorial Roca publica en su versión de bolsillo el thriller de misterio El círculo platónico, del autor canario Mariano Gambín, que saldrá a la venta el próximo lunes, 21 de enero. Se trata de la segunda entrega de la Trilogía de La Laguna, que se publica tras el éxito de Ira Dei. El círculo platónico fue publicado, inicialmente y solo para el mercado canario, por la editorial Oristán y Gociano en 2011, y en este tiempo se han vendido más de cinco mil copias de la novela, lo que la posiciona, junto con Ira Dei, como uno de los libros de ficción más vendidos en el Canarias. La salida al mercado nacional de El círculo platónico precede, en poco tiempo, a la publicación –tal y como avanzamos en este mismo blog– de la tercera parte de la trilogía, La Casa Lercaro, que estará en las librerías en marzo de este año.

* Día de fiesta inicia este jueves, 17 de enero, un ciclo dedicado al cineasta y actor francés Jacques Tati en la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural. La proyección, en versión original subtitulada, comenzará a las 19.30 horas. Otros títulos que componen este ciclo son Las vacaciones monsieur Hulot (24 de enero); Mi tío (31 de enero) y Playtime (7 de febrero).

* Al final no fue en enero, como anunció el Gobierno de Canarias  y todavía promociona la página web de Tenerife Espacio de las Artes (TEA), el estreno de La senda, del realizador tinerfeño Miguel Ángel Toledo, en cuyo guión colabora el también director Juan Carlos Fresnadillo. Al parecer, aunque los hados son caprichosos, el estreno de la película será en marzo. Les dejo dos comentarios sobre La senda firmados por Daniel León Lacave y María Jesús León para que hagan cábalas.

* Les recomiendo la lectura del más que riguroso post titulado canariasmusica.com o medio millón tirados a la basura de la recomendable web Dirty Rock. Tras la lectura del artículo a uno se le clarifican las ideas y entiende lo que tenía más que entendido: así funcionaban las cosas en la hasta el día de ayer Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias. No se lo pierdan, dan ganas de salir a la calle con el cuchillo en la boca.

* Viendo los episodios de la primera temporada de Justified, serie basada en relatos del escritor Emore Leonard, su protagonista, el marshall Raylan Givens, protagonizado por el actor Timothy Oliphant menciona la isla de Tenerife cuando explica que entre aficiones raras, además de coleccionar pinturas de Adolf Hitler, está la de un conocido suyo que recrea en maquetas grandes accidentes de la historia de la aviación…

En fin.

Esto todavía no es el fin.

(*) En la imagen, cómo no, el gran Lon Chaney… ¿saben de qué película se trata?

Saludos, solo es un pequeño paso para la humanidad, desde este lado del ordenador.

Solo para iniciados: Clark Asthom Smith

Martes, Enero 15th, 2013

El pasado 13 de enero un grupo de encapuchados repartidos por diferentes geografías realizamos extraños rituales y ofrendas en terrenos montañosos semiocultos por la niebla. Cantábamos oraciones en una lengua que me está prohibida reproducir. Luego, alzando los brazos al cielo, muchos conseguimos visualizar una Puerta en el espacio y allí, desde el umbral, contemplar las maravillas de extraños continentes hoy perdidos en la memoria de la humanidad.

Sus nombres: Zothique e Hyperborea.

Los más atrevidos de esta Hermandad, que se propaga todos los años con la misma velocidad de la luz, incluso se atrevieron a cruzar la Puerta para desaparecer para siempre de este universo conocido.

Todos ellos se difuminaron en la eternidad acompañados del canto desentonado de los que aún, como iniciados, se nos está negado realizar. Pero estas cosas pasan al pertenecer a una Orden que los desaprensivos, por puro desconocimiento, desprecia porque sin ser secreta, tiene inquebrantable compromiso con la discreción que muchos no entienden.

¿Por qué celebramos este ritual un 13 de enero de 2013?

La razón es sencilla. Conmemorábamos el 120 aniversario del nacimiento de uno de los maestros fundadores del círculo: Clark Asthom Smith.

Desgraciadamente lo que cuento no fue exactamente así, aunque estoy seguro que al escritor norteamericano le hubiera encantado esa muestra arrebatadora de locura fan nacida y abrigada en mi más tierna adolescencia como lector de fantasías pulp.

Un género, el de la fantasía pulp, que pese a que ya no forme parte de mis lecturas sí que consumió parte de mi existencia en unos años que se conocen como la edad del pavo. O ese período inevitable de la vida en la que permaneces en tierra de nadie. A medio camino entre la niñez y la juventud.

Clark Asthom Smith forma junto a Robert E. Howard y Howard Philip Lovecraft el triángulo equilátero de lo que muchos aficionados denominan como Círculo Lovecraft. Un círculo que empapó de arcanos conocimientos a sus miembros, y que estuvo plagado de libros oscuros que, como El Necronomicon, escrito presuntamente por el árabe loco Abdul Alzahred, servía como guía para despertar a todos esos dioses que habitaron el planeta antes del nacimiento del hombre.

Las obras de Clark Asthom Smith, como otros miembros del Círculo, han sido relativamente bien publicadas en España, aunque hay dos obras de referencia –Zothique e Hyperborea– para quien les escribe, aparecidas en los ochenta en Edaf, que me entregaron a su causa pese a que fuera el poeta de aquel movimiento que revolucionó desde dentro y desde fuera la literatura fantástica.

La vida de Asthom Smith estuvo marcada por la miseria. Casi no salió de la pequeña localidad de Asburn, California, y sin apenas estudios secundarios, cuenta la leyenda que el amplio vocabulario que manejó a lo largo de su vida se debe a la decisión de leerse al completo todos los volúmenes de la Enciclopaedia Británica de su tiempo.

Como el mismo Lovecraft, como el mismo Howard, es más que probable que se pusiera a escribir sobre otros mundos, sobre otras realidades para huir de su penosa existencia. Y al igual que Lovecraft, que Robert E. Howard y otros tantos, tuviera la suerte de nacer en un momento en el que en su país vivía el fenómeno de las revistas literarias baratas. Publicaciones que se especializaron en toda clase de géneros.

Clark Asthom Smith, como H. P. Lovecraft, como Howard, encontró en una de ellas, la hoy legendaria Weird Tales, un espacio donde dar rienda suelta a una imaginación que solo puedo calificar de desbordante. Tremenda, que fue un paso más allá de las aventuras fantásticas iniciadas por Edgar Rice Burroughs y otros adelantados de unos tiempos curiosamente tan semejantes a los que vivimos.

Nadie pone en duda que Clark Asthom Smith fue un niño prodigio, un adelantado al que las circunstancias constriñeron por su resignada indigencia.

Gran parte de ello se vislumbra en la mayoría de los relatos que dejó escrito a lo largo de su vida. Una vida de solitario, escondida, casi huraña que materializó primero en su producción literaria bajo el signo de la poesía y más tarde en el relato corto. Relatos que malvendía a Weird Tales, entre otras revistas baratas.

Asthom Smith mantuvo durante quince años una larga e intensa correspondencia con el mentor de todo aquel movimiento, Lovecraft. Imagino así como se cruzaban sus correos de costa a costa y de cómo esperaban ambos leer con emoción las reflexiones que uno y otro se decían.

Nunca llegaron a conocerse, sin embargo, en persona. Pero quizá esto robusteciera una relación en la que uno y otro se reveló tantas cosas. Esas cosas que, probablemente, nunca se habrían atrevido a decirse mirándose a los ojos.

Muchos de los relatos de Smith forman así parte de Los mitos de Cthulhu, un feliz invento creado por uno de los iniciados lovecraftianos, August Derleth, a raíz de la muerte de H.P.L en marzo de 1937.

Aunque Asthom Smith, como Robert E. Howard, fue más allá del horror cósmico para recrear excelentes y poéticos relatos de fantasía épica, muchos de los cuales se reunieron en español en las dos compilaciones citadas por Edaf y, más tarde, en otras cuidadas y lujosas ediciones que, sin embargo, cometieron la blasfemia de estropear el espíritu de unos libros que, más allá de las Puertas que abren, no merecían entrar en el club de los exquisitos porque los miembros del círculo más que exquisitos fueron artesanos de la literatura como vehículo de evasión sin complejos.

Con todo, y de los tres mosqueteros de Weird Tales como llegó a definirlos el especialista Sprague de Camp, a mi Clark Asthom Smith me resultó siempre el más barroco y rebuscado del triángulo, aunque tiene historias deliciosas, de una tremenda imaginación que invito a que encuentren en las numerosas antologías en las que se reúne su trabajo.

La temprana muerte de Robert E. Howard en 1936 y un año después de Howard Phillip Lovecraft sumieron en una profunda depresión al escritor, quien fue abandonando paulatinamente su carrera literaria para abrazar la de la pintura, la escultura y la poesía, predominando en todas ellas un amor hacia lo grotesco, hacia lo desesperado que terminaría abruptamente un 14 de agosto de 1961.

Día en el que, cuenta la leyenda, por fin cruzó el umbral hacia aquellos territorios donde habitan dioses con nombre impronunciable.

Quiero por eso imaginar ahora que la noche del pasado 13 de enero me quedé en casa mirando el techo.

Y que en un rapto de delirio vi como en ese mismo techo se abría una espiral que parecía invitarme a que me levantara del colchón y, abriendo los brazos, me sumergiera dentro de ella.

Pero fui incapaz de entregarme, de dejar que me absorbiera.

Ya no tengo quince años, pensé.

No, ya no tengo quince años.

Saludos, solo para iniciados, desde este lado del ordenador.

El maestro

Lunes, Enero 14th, 2013

* Rodeado de jubilados pero muy bien acompañado veo, más bien me deslumbro con The Master, la última película de ese bicho raro que habita en Hollywood y que se llama Paul Thomas Anderson. Desgraciadamente, y como ya es norma en las salas Renoir, la versión que contemplo está doblada lo que, aquí entre nosotros, es un atentado al buen gusto porque hay escenas cuya intensidad dramática enflaquece con el puñetero doblaje. Gracias a los dioses, el trabajo de sus dos actores protagonista, que raya en la perfección, atenúa el efecto desolador de saber que quien está hablando, y cantando a veces, ni es Phillip Seymour Hoffam ni Joaquin Phoenix. Pero de no deja de empequeñecer esta obra que se inspira, muy tagencialmente, en la vida y el trabajo de L. Ron Hubbard, el padre de esa ya no neo sino religión –señalada por unos como secta–  que es la cienciología. Tanto es el impacto que siento ante El maestro (puestos a traducir, traduzcamos también el título) que buceo en la Red buscando críticas sobre la película. Las reflexiones que ofrecen algunos son realmente de juzgado de guardia, y otras, la verdad, no hay quien las entienda. El maestro es una película para ver con todos los sentidos alerta. El maestro es así una película que debes atrapar, no te atrapa. He aquí lo más revelador, lo más atractivo de un filme que no deberían dejar de escapar en estos tiempos atontados. En los que se impone, afirman los iluminados, eso del pensamiento único.

* Me cuesta levantarme el domingo del colchón, aunque abro los ojos escuchando los alaridos de la ministra de esa iglesia evangélica que está debajo de mi casa. Apenas escucho lo que dice entre gritos, pero me da un poco de miedo porque parece que más que estar animando a su congregación a abrazar la fe en lo que llama Dios, identifico sus chillidos con los de un cerdo en época de matanza. Una amiga extremeña me invitó una vez a que viera en directo una matanza de puercos, como se conocen en Cuba, y puedo asegurar que desde entonces estoy curado de espanto para observar cine de sangre y tripas, lo que los anglosajones denominan como gore. No he dejado de comer cerdo tampoco. Al levantarme del colchón, asearme y salir a la calle me dirijo al Rastro de la capital tinerfeña con muy poco dinero en el bolsillo. Craso error, porque el Rastro de esta ciudad en la que habito ofrece a veces deliciosos descubrimientos. En un puesto, encuentro títulos y títulos sobre la Cuba de Fidel Castro escritos por los que se fueron de la isla, y una joya muy especial, un texto escrito por la antropóloga y poeta Lydia Cabrera sobre la otra religión –The master, El maestro me acompaña– que vive en una Cuba no tan profunda: la santería.

* A punto de finalizar El fantasma de Harlot, de Norman Mailer, más de mil páginas en la que el periodista y escritor norteamericano intenta contarnos la historia de la CIA, descubro que su personaje protagonista se retrata como un pupilo en manos del agente que da título a esta impresionante, también algo cansina, novela. Harlot es El maestro.

* Me envía un WhatsApp un amigo para informarme que el próximo fin de semana se acercará a la capital tinerfeña para ver Lincoln y Django desencadenado, las últimas de Steven Spielberg y Quentin Tarantino. Pienso que Abraham sí que fue un maestro. No lo tengo tan claro con Tarantino.

* Termino este repaso animándoles a que entren en el blog que llevan no ya dos amigos sino dos maestros: Mario Domínguez Parra y José Aníbal Campos, Arte-Sanías. Desde hace unos días, su bitácora ha iniciado un programa de presentación de autores y traductores internacionales, españoles y canarios. Inaugura el ciclo Ati Solerti, traductora al griego de poesía en español.

(*) En la imagen el hombre de las mil caras, Lon Chaney en La casa del terror (London After Midnight, Tod Browning, 1927).

Saludos, repite tu nombre, desde este lado del ordenador.

Jason Statham: Un trallazo de speed

Domingo, Enero 13th, 2013

Bajo el pseudónimo de Richard Stark, el escritor de novelas policiacas Donald Westlake escribió una serie de novelas violentas y duras –hard boiled, que dicen los aficionados– protagonizadas por un obstinado y frío como el hielo ladrón de carácter irascible llamado Parker.

Parker se aparta radicalmente de otras historias firmadas por Westlake, la mayoría de ellas teñidas con un inteligente manto de humor que no tienen nada que ver con otro personaje de su invención: John Dortmunder, también un ladrón profesional aunque sin suerte.

Las novelas de Parker, concisas y directas, han tenido varias adaptaciones al cine. La mejor de todas ellas, a mi juicio, continúa siendo A quemarropa, protagonizada por un Lee Marvin en estado de gracia y dirigida por el cineasta británico John Boorman. La misma novela, The hunter, aunque con el título de Payback, fue adaptada por Brian Helgeland a finales de los años noventa con Mel Gibson en el papel de Parker, papel que asumirá en 2013 Jason Statham en Parker, basada en la novela Flashfire de Westlake/Stark.

Desgraciadamente no es Westlake como Richard Stark un autor demasiado traducido en España. Conozco, de hecho, solos dos novelas sobre el personaje vertidas al idioma de Cervantes: A quemarropa y El hombre de las dos caras.

A quemarropa sí que ha sido publicada en España en varias ocasiones por sus adaptaciones cinematográficas, aunque El hombre de las dos caras permanece, que sepa, aún congelada en el tiempo tras formar parte de la hoy legendaria colección Etiqueta Negra de la desaparecida Ediciones Júcar.

No era mi objeto de todas maneras hablar del universo negro criminal que rodea a las novelas y películas que se han realizado sobre Parker, sino ofrecer una reflexión descacharrante sobre el actor Jason Statham, el mejor héroe de acción del cine actual y en cuyas películas se encarna las virtudes y defectos de un subgénero que vivió su edad de oro en los años ochenta generando su propio sistema de estrellas, esencialmente masculino, y a muchos de los cuales puede verse –las viejas y nuevas glorias– en las dos entregas de Los mercenarios, grupo salvaje y anabolizado al mando de Sylvester Stallone.

Si ayer hablábamos de cine que debe de entretener, emocionar y pensar. Hoy divagaremos sobre el cine que entretiene y emociona. O esas cintas que dejan de lado discretamente el uso de la razón porque solo ofrece circo.

Jason Statham, el nuevo Parker, cuenta con una trepidante y en ocasiones bochornosa filmografía aunque en él se reúne lo mejor y también lo peor de un cine que solo piensa en la taquilla y en dar al espectador lo que espera de una película de estas características. Es decir, acción, acción y más, si se puede, acción.

El cine de acción de finales de los noventa y principio del siglo XXI se caracteriza por un amor desatado hacia los automóviles que un psiquiatra enloquecido interpretaría como una desesperada metáfora sobre la prolongación del pene. Análisis no tan descabellado, ya que se tratan de filmes digamos que rabiosamente masculinos en los que se exalta el individualismo extremo. El protagonista, además, debe ser un canalla barriobajero con físico espartano y un especialista en desafiar a la muerte.

Estas claves son detectables en muchas de las películas protagonizadas por Statham, como son la trilogía Transporter y las dos entregas de Crank, y más matizada en la que probablemente sea la mejor película de actor, Blitz (Elliott Lester, 2011).

Basada en una novela del escritor irlandés Ken Bruen, Statham interpreta en Blitz a un encallecido y violento detective que busca a un psicópata asesino de policías. Solo que en esta ocasión no está solo, ya que lo acompaña otro agente de inclinaciones homosexuales que interpreta el fantástico Paddy Considine.

En contra de lo que podría parecer, la película bromea sobre el machismo recalcitrante de Statham, lo que proporciona una lectura interesante sobre la normalización gay en un tipo de películas hasta ese momento tan maaacho.

Cine macarra con todas sus letras, y con un ritmo trepidante en lo que solo importa la coreografía de la violencia –como solo importa el acto sexual en el porno, género con el que se interrelaciona el cine macarra–, la aportación del cine de acción en estos tiempos desgraciados que vivimos al original cine de barrio es su sano espíritu nihilista, y su capacidad –no creo que inconsciente–  por subvertir las reglas. Por provocar reacción, por desmedida y rabiosa que resulte.

Es cuanto menos curioso, además, comprobar como el actor se convierte en vistoso reclamo en remakes de películas que, para una panda de golfos aficionados al cine, se han convertido en títulos de referencia como La carrera de la muerte del año 2000, Italian Job o El mecánico.

La primera se trata de una frenética y tremenda puesta al día de la gamberra distopía dirigida por Paul Bartel; la segunda una mejorada revisión del cool largometraje firmado por Peter Collinson a finales de los sesenta y la tercera de la actualización de un clásico protagonizado por el gran Charles Bronson en los setenta.

Hay más películas en su filmografía, algunas de ellas perfectamente olvidables. En especial Revólver, un fatal intento por intelectualizar el nuevo género de acción dirigida por Guy Ritchie, el msmo cineasta que lanzó la carrera de Statham en filmes como Lock, Stock and Two Smoking Barrels y Cerdos y diamantes, cintas que han elevado a los altares un grupo de aficionados con los que mantengo vibrantes y entretenidísimas discusiones. 

Lo que sí quiero dejar claro es que con sus luces y sombras, Jason Statham encarna un tipo de cine de consumo fácil y digestión explosiva. También, que el actor ha ido aportando registros –escasos, es verdad, pero se agradece el esfuerzo– a los papeles que lo han hecho popular entre los espectadores. 

Statham disfrutra con lo que hace y no sueña con interpretar a Shakespeare.  Claro que el público que suele ver y disfrutar con sus películas tampoco se lo exige.

Se queda con el Statham macarra y políticamente incorrecto. Con el tipo que pisa el acelerador y termina fusionándose con la máquina, casi como si cumpliera el sueño loco de un futurista venido a menos.

Otros clásicos de su espídica filmografía que no debería de dejar de ver cualquier aficionado que se precie a esto del cine de consumo rápido con argo son Asesinos de élite y Safe, dos apuestas en las que el actor sin cambiar nunca de estilo, sí que abre nuevas vías dentro de un género en continua y agradecida involución.

Saludos, a toda pastilla por la autopista del infierno, desde este lado del ordenador.

¡Viva el Rey!

Sábado, Enero 12th, 2013

La primera película que me abrió los ojos, que me sacudió por dentro y por fuera estuvo protagonizada por un monstruo.

Era pequeño, es probable que tuviera unos diez años, y descubrirla en la pantalla de aquel televisor en blanco y negro de la marca Pradoni fue, ya digo, como una especie de revelación.

De pronto, me percaté que además de la historia que me contaban había algo que latía por dentro.

Desde ese día King Kong (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933)  ocupa orgullosa el primer puesto de esa hipotética lista de diez películas con las que podría irme feliz al otro mundo.

La razón que lo explica es que no he vuelto a sentir esa misma magia, ese mismo sobrecogimiento, esa misma sensación de aprendizaje, de estar con unos para al final estar del lado del agresor primitivo que se convierte en víctima, con otra película.

Es decir, que me pusiera del lado del monstruo.

De la bestia.

Del rey de la isla de La Calavera.

Eso justifica mi fascinación por King Kong.

Y que no me canse de verla una y otra vez.

Me la sé de memoria. De hecho, puedo narrarla e interpretarla porque me la sé de memoria. De cabo a rabo. De rabo a cabo.

Cierro los ojos y la recreo en mi cabeza con absoluta fidelidad.

Cada secuencia fantástica.

Cada fantástica secuencia de esta obra maestra de eso que se llama cine.

Y es que solo hay un Kong.

Y ese King Kong, que a partir del día de la revelación quise que representara mi presunto lado salvaje, aún gruñe dentro de mi. Está cansado de su encierro. Harto de que intente domesticarlo.

Me pregunto qué razones explican que todavía me acuerde de la primera vez que me encontré por casualidad con esta película. Y que razones mastico para entender que no recuerde otros pedazos de una infancia de la que apenas guardo memoria.

Conservo muy fresco, sin embargo, la primera vez que me encontré con Kong.

El latigazo de deseo al que en ese momento fue incapaz de ponerle nombre y apellidos cuando vi a Fay Wray ligera de ropa y el miedo que me envolvió cuando la aspirante a actriz es secuestrada por la tribu de indígenas para que sirva de ofrenda a Kong.

Y el tam tam de los tambores, y el Kong, Kong, Kong que cantan los nativos mientras Wray intenta desembarazarse de las cuerdas…

Y cómo me congelé con la primera aparición del indiscutible Rey de esa selva, jungla delirante y primigenia recreada con mucha clase en estudio.

Aún resuena en mis odios el chillido de pánico de Wray cuando el gorila gigante se la lleva entre sus manos para conducirla hasta su guarida, seguido por los hombres que capitanea Carl Denham (Robert Armstrong), el director de cine sin escrúpulos, y el primer oficial del barco (Bruce Cabot), quien cae seducido, como cae seducido Kong, ante los encantos de Fay Wray, la aspirante a actriz.

Pero es que la misma emoción que sentí entonces se repite ahora cuando la vuelvo a ver.

La escena del tronco del árbol. Los disparos que hacen cosquillas al gorila que ha recibido el primer flechazo de eso que llaman amor.

A Kong abriéndole las mandíbulas a una criatura antidiluviana que solo piensa en tomarse el aperitivo con la chica que lleva entre sus manos.

A Kong explorando esa muñequita mientras descubre el cuerpo de una mujer tan atractiva como fue Fay Wray…

Recuerdo, como si fuera ayer, como tras dormirlo y trasladarlo a Nueva York me puse del lado de Kong.

Hijos de la grandísima puta, pìenso todavía.

Pero comprendan que es aquí, en que me pusiera del lado de Kong, el rey destronado al que denominan ahora como la octava maravilla del mundo en la ciudad de los rascacielos, que entienda que aún permanezca esa pesada cadena hecha hechizo cuando el cine lo que propone es solo buenas historias.

Por disparatadas que resulte al puñetero sistema.

El final, apoteósico incluso hoy, cuando la vuelvo a ver y me quedo clavado en el sofá de mi cueva, da rienda suelta a numerosas interpretaciones.

Pero las explicaciones no valen nada cuando argo que te gusta no sabes exactamente ¿por qué te gusta?

¿Por abrirme los ojos siendo apenas un infante?

¿Un niño que jugaba a los soldaditos, que recreaba con aquellas figuras batallas que calmaban al Kong que llevaba dentro?

¿Ese mismo chaval con el que me identifico y que continúa pidiendo clemencia cuando el gorila cae abatido por los disparos de los biplanos mientras Kong está en la cima del Empire Sate Building?

Solo sé que me asaltan las lágrimas cuando contemplo en la película el cadáver aún caliente de Kong sobre el asfalto.

Y la sentencia de Denham:

 “No, no fueron los aviones. La belleza mató a la bestia.”

Así que anoche no vi King Kong.

Fue otra cosa.

Anoche volví a soñar con King Kong

Saludos, el Rey cumple ochenta años, desde este lado del ordenador.

Gente, a partir de hoy no me la llamen Viceconsejería sino Dirección General de Cultura

Viernes, Enero 11th, 2013

Si la resignada inquietud ya era norma de la casa, algo parecido al vértigo reina ahora  ante el anuncio de los nuevos y chiripitifláuticos cambios del Gobierno de Canarias. Gobierno que prescinde de tres viceconsejerías, una de ellas Cultura, y cinco direcciones generales.

El área de Cultura, dirigida hasta ayer por Alberto Delgado (1) se le quita medalla y galón para convertirse en Dirección General de Cultura, departamento que a partir de ahora estará a las órdenes del técnico de Canarias Cultura en Red Xerach Gutiérrez Ortega.

Pasa la criba la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural, que dirige –es un decir– Aurelio González, quien hace que gestiona un departamento con presupuesto de risa.

Esto me hace preguntar, si ustedes permiten, ¿cuál es la eficacia operativa de esta Dirección General?

También, si ustedes permiten, por qué no se tomó la decisión de que fuera absorbida por la recién creada Dirección General de Cultura, que se enfrenta a un panorama que no le desearía ni a mi peor enemigo.

Fuentes consultadas informan que Cooperación y Patrimonio Cultural se mantiene por razones estrictamente de partido.

O lo que es lo mismo: ¿qué hacemos con Aurelio?

Aurelio González.

O lo que es lo mismo:  ¿cómo se lo habría tomado Juan Manuel García RamosEl guanche en Venecia–, quien no es otro que el presidente del mismo partido en el que milita González?

En fin…

Con la desaparición de las tres viceconsejerías –junto a Cultura se evapora Industria y Energía, Políticas Sociales e Inmigración– también desaparece del lodo de la Historia que ha generado este surreal y esquizofrénico pacto de gobierno entre nacionalistas y socialistas caaanaaarios cinco direcciones generales y cuatro empresas públicas: Saturno, Proyecto Tindaya, Congress Bureau Maspalomas y Tenerife Sur.

El Ejecutivo autonómico calcula que con esta decisión se ahorrará un millón de euros en una época de drásticos recortes. De tiempos cubiertos por nubes oscuras nos impiiiiiden ver.

El nombramiento de Xerach Gutiérrez Ortega, que no tiene ningún tipo de parentesco con Dulce Xerach Pérez López (2) salvo el nombre, responde “en todo caso –informa una fuente consultada– más a una cuestión de afinidad que a una decisión basada en la efectividad y un perfil necesario para ocupar el cargo.”

O como repetía el babas de James Blunt: You’re beautiful, you’re beautiful

En su trayectoria profesional, Xerach Gutiérrez destaca además de ser técnico de Canarias Cultura en Red, en haber sido gerente de las Fiestas Lustrales 2010 de la Bajada de la Virgen (La Palma).

Por Intenert me entero que es abogado y técnico superior en gestión comercial y marketing.

Políticamente, Gutiérrez Ortega militó primero en el Partido Nacionalista Canario (PNC) y hoy en Coalición Canaria (CC).

(1) Desde El Escobillón, al menos, vamos a echar mucho de menos a Alberto Delgado. ¡Gracias Alberto por el juego que nos has dado a lo largo de estos años de sangre, sudor y lágrimas!

(2) Recordamos, paradojas de la vida, que fue precisamente Dulce Xerach Pérez López –siempre que la menciono pienso con la piel de gallina en el cuadro El grito de Edvard Munch– quien se cargó en 2005 la Dirección General de Cultura. Disolviendo también durante sus años como Consejera de Cultura la Sociedad Canaria de las Artes Escénicas y de la Música (Socaem) por Canarias Cultura en Red.

(*) En la foto dos grandes: Oliver Hardy y Stan Laurel. Yo conocí al primero como el Gordo y al segundo como el Flaco.

Saludos, seguiremos informando, desde este lado del ordenador.