Archive for Abril, 2022

Leamos o no leamos, vivamos

Sábado, Abril 23rd, 2022

Hoy es uno de esos días que son propicios para ponernos cursis. De hecho, ya he recibido algunos mensajitos celebrando el Día del Libro, que es ese objeto inanimado que solo se activa cuando se lee.

Además de celebrar los libros, les recomiendo también que feliciten a los Jorge o Jordi, o George que conozcan porque su santo cae también un 23 de abril

La leyenda dice que fue San Jorge quien venció al dragón, y el dragón puede ser visto o entendido como todo aquel que ataca a los libros aunque pienso en el caballero de la triste figura y recuerdo que fue precisamente la lectura de libros de caballería lo que hizo que se le fuera la pinza.

Un conocido insiste sobre ello, es decir, de lo peligroso que es pasarse la vida leyendo porque así no hay quien viva, ya que se vive la vida de personajes de ficción y no la suya propia.

Me consta que Pepe Carvalho, el detective creado por Manuel Vázquez Montalbán y que este año celebra su 50 aniversario, quemaba los libros de su biblioteca por eso mismo, como reacción a los días que había dedicado a la lectura y que le impidieron vivir la vida. Carvalho comienza primero por tirar a las llamas de su chimenea el Don Quijote precisamente. Un acto poético me dice ese conocido guionista y escritor que ya está un poco pasado de vuelta.

Pensemos en los primeros libros que nos secuestraron el corazón. En mi caso y ya lo he contado en este mismo su blog El Escobillón fue La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson y más tarde Guardián entre el centeno, de J.D. Salinger. Tuve mi racha de Ray Bradbury, Theodore Sturgueon y Alfred Bester, entre otros maestros de la ciencia ficción y cómo no, H.P. Lovecraft que es un escritor cuya obra hay que descubrir siendo adolescente. Antes, mucho antes, me había zampado las novelas de aventuras de Emilio Salgari y H.R, Haggard y mucho tiempo después vinieron Ramón J. Sender, Max Aub, Arturo Barea, Agustín de Foxá, Wenceslao Fernández Flórez… Iniciado en la literatura negra y criminal llegué a lo que escribían y después publicaban nacidos en Canarias y encontré en alguno de ellos referencia de los grandes clásicos del género.

Y me dejo a otros muchos en el tintero, cómo escritores/as españoles y canarios, italianos y británicos, norteamericanos y franceses… europeos que se medían en igualdad de condiciones con asiáticos, africanos, neozlandeses y australianos. La literatura es tan grande que me aterra pensar que me iré al otro mundo sin leer ni descubrir a viejos como nuevos escritores/as. Borges decía que se imaginaba el paraíso como una gran biblioteca y en cierto ocasión Juan Manuel de Prada me dijo que él más que escribir lo que le gustaba era leer. Lástima que no pagaran por pasar el tiempo que le quedaba sobre la tierra ocupándolo en lo que más le satisfacía.

En fin, que es verdad que los que leen pierden mucho tiempo leyendo, y que la vida se nos va como un suspiro pero igual nadie ha reparado que mientras leemos nos sentimos eternos. Sobre todo si el libro gusta. Si no gusta, tírenlo a la hoguera.

Hoy es un día para que los que leen se pongan cursis. También una oportunidad para comprar y regalar si procede un libro. Yo recuerdo algunas de mis lecturas y relecturas. Entre las relecturas no sé cuántas veces releí Diez negritos, de Agatha Christie y el Drácula de Bram Stoker que fue una de las pocas novelas con las que pasé miedo. Es decir, que necesitaba descansar la lectura de aquellas cartas y diarios porque sentía que algo maligno estaba destrás, observándome con intenciones aviesas. Guardián entre el centeno fue otro de los libros que mastiqué y digerí no recuerdo ya cuántas veces y así una lista no tan larga como pareciera. Es lo que tiene leer. Lees, te entusiasmas con lo que lees y una vez terminado el libro te olvidas automáticamente de lo leído. O lo recuerdas vagamente.

Afortunadamente tengo todavía la manía de subrayar párrafos, frases con las que me tropiezo cuando cojo alguno al azar en mi nutrida e inútil biblioteca (los libros una vez leídos solo sirven para alimentar el fuego, y mal, por cierto) y pasando las páginas me tropiezo con textos subrayados que me recuerdan lo emocionado que me sentí cuando cogí el lápiz y lo pasé por debajo de esas palabras.

Pero en fin, que hoy es un día especial, de esos que invitan a ser cursi, a celebrar la existencia de un objeto inanimado que solo despierta cuando lo lees.

Saludos, lean o no lean, vivamos, desde este lado del ordenador

Efraín Medina, el bardo

Jueves, Abril 21st, 2022

Si usted pasó el sábado pasado por el Teatro Guimerá y escuchó chillidos como si dentro estuvieran degollando a un cochino no tema, se trataba de Efraín Medina, consejero del Cabildo Insular, y ahora cantante.

Presentaba, con aura de estreno casposillo y provinciano, el espectáculo Mucho + amor, que integran canciones “que han estado desde hace muchos años con nosotros, que cantaban nuestros abuelos y nuestros padres, y que siempre estarán presentes, de una forma o de otra, en nuestras vidas”, dijo en una entrevista.

Por lo que me dice una espectadora del concierto, el talento musical de Efraín Medina está más cerca del bardo Asurancetúrix que de Los Panchos aunque la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Gladys de León, no es de la misma opinión, ya que como máxima responsable de la política cultural municipal y con un oído fino para la música (esto es una ironía) consideró que recibir a Efraín Medina “en un escenario como el del Teatro Guimerá es todo un privilegio”.

Con todas sus letras: “todo un privilegio”.

Lo que me hizo pensar en la mayoría de los grandes artistas que he visto desfilar por el Guimerá lo que me hace creer (la edad, supongo) que Gladys de León debe visitar con carácter de urgencia a un otorrinolaringólogo porque lo que se dice de oído, de oído está fatal.

Pero debe ser que soy un provinciano ya que me enseñaron desde pequeño a que mi teatro, el teatro Guimerá que es mi teatro, había que respetarlo porque era nuestro teatro. Y me refiero al espacio físico, un espacio que se encuentra además en una de las zonas más hermosas de la capital tinerfeña.

El equipo que gobierna el Ayuntamiento de esta ciudad sucia y fea, comprimida, de largas cuestas pero que cuenta, no obstante, con lugares ignorados, oasis en medio de la nada, tiene la insólita capacidad de pasar del notable al insuficiente.

No entiende, parece, que la cultura se enseña y no se castiga.

En fin, que Efraín Medina como cantante tiene todo el derecho del mundo a cantar canciones (yo también las canto, pero en la ducha) pero que sea todo un “privilegio” que actúe en el Teatro Guimerá como afirma la concejala de Cultura del Ayuntamiento de la capital tinerfeña me obliga a insistir en que se haga mirar el oído.

Al terminar el espectáculo musical –Medina actuó acompañado de nueve músicos y dos cantantes femeninas– mi amiga escandalizada reconoció que se levantó y coreó algunas de los temas que interpretaba “la nueva estrella de la canción canaria” sobre el escenario del Guimerá, teatro que tendrá que recuperarse de esta pesadilla hecha realidad en unos meses e incluso años.

Mi amiga dice que, literalmente, fue abducida más por las canciones que se oyeron que por su cantante ese sábado negro en la Historia de nuestro teatro. Que se puso en pie y que coreó alguna de ellas con la esperanza de apagar la voz de la “nueva estrella de la canción canaria” pero Efraín tenía el micro en las manos. Y no hay nadie capaz en esta tierra de quitárselo de las manos.

Mientras tanto, se preguntaba quién produjo el chou, cuánto costó, desde cuándo había solicitado el permiso para presentar este espectáculo en el Guimerá… Esas y otras preguntas de las que nunca obtendremos respuesta.

Y es que les da perfectamente igual.

El Ayuntamiento de la capital tinerfeña acoge en nuestro teatro un espectáculo que hubiera quedado bien en un karaoke y aquí no pasa nada. Como tampoco pasa nada cuando uno presta atención al Cabildo de Tenerife y su habilidad para no hacer demasiado afirmando que hace… demasiado (¡!) aunque próximamente hablaremos de esta casa que dejó de ser santa hace mucho tiempo.

El caso es que estas actitudes por ignorar a la ciudadanía se limitan a mimetizar la que emana de la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias, órgano que a través de su Instituto Canario de (sub)Desarrollo Cultural convierte en éxito lo que solo son fracasos y como los tres chimpancés (los que se tapan la boca, los oídos y los ojos) continúa adelante con toda la cara de mundo evitando dar explicaciones a las preguntas que se les están multiplicando al viceconsejero sobre su gestión (cine, artes escénicas y ahora también las musicales).

Así que tal y como están las cosas, y reinterpretando un bolero que no sé si cantó (vamos a dejarlo así) Efraín Medina el sábado pasado: reloj, por favor, marca las horas, que todo esto sea un mal sueño… ¡¡¡Quiero despertar!!!

Pero na de na. De momento solo Ansiedad con sus dosis de Perfidia.

Y que viva el cha, cha, cha.

Saludos, dos gardenias…., desde este lado del ordenador

El crimen de los Alexander

Miércoles, Abril 20th, 2022

Félix Ríos y Román Morales acaban de publicar un extenso y pormenorizado estudio que con el título de La matanza de los Alexander. El crimen del siglo, arroja luz en torno a un asesinato que se produjo en la calle Jesús Nazareno de la capital tinerfeña en diciembre de 1970 y que a mí, al menos, me marcó cuando era un renacuajo. El libro se puede conseguir escribiendo a losalexanderlibro@gmail.com.

Tuve la obra en mis manos y puedo asegurar a los interesados en estas cosas que da un retrato bastante fidedigno de la matanza ya que reconstruye lo qué pasó utilizando documentos policiales, jurídicos y forenses del caso. Un caso, ya dije, que todavía me conmociona.

El crimen forma parte de una de las zonas oscuras de esta capital de provincias a la que tanto le gusta vivir de puertas adentro y que solo sale a la calle cuando llegan los carnavales. Ahora en junio, no les digo nada.

Aún vistiendo pantalones cortos pero sin tener la chupa en la boce, me daba escalofríos pasar por delante de la casa, intentando desde entonces comprender cómo se pudo cometer tanto salvajismo. El caso es que con aquella edad y probablemente cuando salía uno de una función del cine Rex, los amigos nos dirigíamos a un establecimiento de perritos calientes que estaba situado justo en frente de la casa del crimen.

Aquel sitio era el único de la ciudad que por aquel entonces le ponía mayonesa, además de ketchup y mostaza, al bocadillo de pan blando y salchicha hervida y aunque nunca fui un entusiasta en echarle mayonesa al perrito, la gente con la que estaba consideraba aquello como una exquisitez de la comida basura.

No me iba ni me sigue yendo que un perrito caliente lleve mayonesa. Pero que el puñetero perrito donde se la ponían en la noche de los tiempos estuviera justo delante de la casa donde sucedió el espantoso crimen dio pleno al 15 para que me gustaran menos. Y que no me hiciera demasiada gracia cuando uno salía del cine, que también podría ser el Teatro San Martín, para refugiarnos allí con el objetivo de comer aquello que decían que era tan delicioso.

Recuerdo que salía a la calle con el perrito con mayonesa entre las manos y que me apoyaba en el muro y me quedaba contemplando el edificio donde sucedió el triple asesinato. Miraba el segundo piso, ahora sé que no fue en el segundo sino en el primero, y allí estaba esforzándome en imaginar el horror mientras la mezcla de mayonesa, ketchup y mostaza llegaba hasta mi nariz provocándome arcadas. Entraba entonces en el local y le pedía a la señora que me pusiera más cebolla.

La idea era que la cebolla le quitara el gusto a la combinación pero me temo que ni con esas porque salvo esa vez y unas dos o tres más, no volví por aquel dispensador de perritos calientes.

Un sitio que ya no existe, ha terminado por ser devorado por la evolución (o mejor, involución) de una ciudad cada día más sucia y empeñada en multar a sus habitantes por ensuciarla aunque la razón de peso, la que me decía que evitara aquella calle era el espantoso crimen que sucedió a finales de 1970.

Que lo que pasó entonces todavía me sigue afectando lo demuestra que baje la cabeza cuando camino arriba o abajo por delante de ese edificio que aloja en uno de sus lados una mercería que lleva el nombre, ¿caprichoso simbolismo?, de El Escudo. Recuerdo que cuando era pequeño, igual rayando la edad del pavo, la inquietud era tan poderosa que cuando circulábamos con el coche de mi padre por aquella vía me escondía debajo del asiento hasta que estuviéramos en otra parte.

Oleadas de pánico me secuestraban. Miedo por lo que había sucedido allí dentro y no, por Dios, por lo perritos calientes con mayonesa.

Ahora suelo transitarla con cierta frecuencia y las sensaciones, más atenuadas es verdad, me asaltan inevitablemente. Ayer mismo, por ejemplo. Miré la fachada del edificio y casi escuché el eco de un asesinato del que ahora se tiene la certeza que las víctimas “no ofrecieron resistencia” mientras padre e hijo ponían fin a sus vidas creyendo que las tres mujeres habían sido poseídas por el diablo.

Hace unas semanas tuve la oportunidad de hablar del crimen con uno de los autores del libro, Román Morales, y la criminóloga Paz Velazco. Se habló esa tarde y mucho de “psicosis compartida”, un concepto que prácticamente nació con este brutal asesinato en el que la familia participó con tan escalofriante resignación.

Con el paso del tiempo y con el crimen sepultado en las páginas ya amarillentas de la prensa de la época, pensaba que aquel fantasma que terminó por provocarme pesadillas había desaparecido de mi memoria pero estaba, como en otras muchas cosas más, equivocado. La pesadilla sigue estando agazapada en algún rincón de mi cabeza, en estado larvario, sí, pero dispuesta a activarse ante el más mínimo estremecimiento.

Alguien me comentó que Frank, el hijo, que ahora vive en algún lugar de Alemania, regresó a las islas veinte o treinta años después de aquellos hechos. Román Morales no tenía noticia de ello pero me dije que sería un eficaz principio para esa novela inspirada en el asesinato que nunca escribiré. Es como si llevara la historia por dentro, como si los demonios que convoca no quisieran que los desahogara con un relato que nunca sabrá reproducir el horror de un crimen que la prensa de la época acuñó como “del siglo” y que conmocionó no solo a la sociedad canaria y española de aquel tiempo sino también a la alemana que residía en las islas. También en su país.

Hay una foto del juicio celebrado en la capital tinerfeña que ilustra bastante bien el estado mental de aquellos dos individuos. Están sentados, vigilados por dos policías (los grises, que se les decía entonces). Uno de los agentes mira con algo de recelo al objetivo de la cámara que centra su atención en padre e hijo, ambos esposados. La mirada del padre parece ida. El hijo mantiene los ojos muy abiertos, la tensión hace que estire el cuello y parezca, y lo fue, un desequilibrado.

Ya no es miedo lo que me da cuando me acerco a este caso, y mucho menos un morbo mal digerido. Es una mezcla confusa entre lo que recuerdo de una niñez y adolescencia relativamente feliz y de un crimen que de alguna manera empañó aquel ambiente hasta entonces de un blanco inmaculado.

Es como si de repente el mundo hubiera perdido color, o los colores se mezclaran y resultara muy difícil identificarlos. Es probable que ese caos sea lo que me quita el sueño. También el hecho de saber que a veces, solo a veces, los sueños dejan de serlo para convertirse en pesadillas. Y este caso, ya ven, en mi caso se ha convertido en eso, una pesadilla.

Saludos, temblor, desde este lado del ordenador

El viejo león que vino del mar

Martes, Abril 19th, 2022

Manuel Mora Lourido es miembro de la International Churchill Society y autor de un libro, Churchill, entre Cuba y Canarias (2007), de necesaria lectura para todos aquellos que quieran conocer las tres visitas del ex primer ministro británico a las islas. La más importante la primera, que realizó en febrero de 1959.

Mora Lourido impartió el mes pasado en el Casino de Tenerife una conferencia en la que habló sobre Churchill, Rusia y la guerra, lo que inevitablemente nos lleva a pensar cómo hubiera reaccionado el político ante la actual situación que vive Ucrania.

Sir Winston Leonard Spencer Churchill (Woodstock, Oxfordshire, Inglaterra; 30 de noviembre de 1874-Londres, 24 de enero de 1965) fue uno de los hombres que contribuyó a que el mundo siguiera siendo mundo cuando asumió el liderazgo de su país durante la II Guerra Mundial. Finalizado el conflicto, y tras disolverse el gabinete que lideró, volvió a presentarse a las elecciones de 1945 que perdió por aplastante mayoría aunque recuperó el poder en las que se celebrarían en 1951, mandato que no pudo finalizar por unos problemas de salud que le obligaron a abandonar tan alta responsabilidad pero no su acta de diputado, a la que renunció en 1964, un año antes de su muerte.

La primera visita a Canarias de Winston Churchill tuvo lugar a finales de febrero de 1959. El político británico tenía entonces la respetable edad de 84 años y vino a las islas como un pasajero más del yate Christina O del multimillonario griego Aristóteles Onassis, a quien había conocido en la Costa Azul.

El Christina O zarpó del puerto de Safi (Marruecos) rumbo a Canarias, siendo la primera isla en avistar la de Lanzarote el 20 de febrero. Al día siguiente, la embarcación hizo su primera escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.
Churchill viajaba en compañía de su mujer, Clementine, y de su hija, Diana. Hubo otros pasajeros más en el yate y la excursión más recordada y fotografiada de su estancia fue la que realizó con el armador griego al Puerto de la Cruz, donde hicieron una parada en el Hotel Taoro.

Este recorrido se hizo en un Fiat 500 que Onassis tenía en el barco. El mismo multimillonario fue el que condujo todo el trayecto al que seguían en otros automóviles las autoridades tinerfeñas de aquel entonces. “Del Hotel Taoro se trasladaron al valle de La Orotava, vista que le impresionó”, dice Mora Lourido, quien añade que la comitiva visitó más tarde la piscina de San Telmo y fueron recibidos por Isidoro Luz Carpenter, médico y alcalde de la primera ciudad turística de Canarias.
Oleadas de personas esperaban en las calles y plazas avistar a aquellos famosos que venían del mar, entre la multitud turistas británicos que no quisieron perderse la oportunidad de ver de cerca al hombre que derrotó a Hitler.

De nuevo en Santa Cruz de Tenerife y tras visitar el Ayuntamiento y el Cabildo Insular, Onassis ofreció una cena a las autoridades abordo del Christina O, cena que contó con una representación de baile español y actuaciones de grupos folclóricos como el que ofreció el cuarteto Los Guaracheros.

El yate navegó rumbo a Gran Canaria a primeras horas de la mañana del 22 de febrero para fondear en el Puerto de la Luz, frente a la playa de las Alcaravaneras. Desde allí se trasladaron a la Caldera de Bandama donde quiso la casualidad que se encontrara con un amigo de la infancia que hacía turismo en la isla y a quien Churchill reconoció. El 23 de febrero, y tras agasajos varios, entre otros tabaco, los excursionistas se trasladaron a Arucas donde el ex mandatario se interesó por conocer en qué dirección se podía ver el Teide. Satisfecha su curiosidad, el viaje continuó hacia Teror para regresar finalmente a la capital grancanaria donde el grupo de ilustres se topó con un ejercicio militar en el que intervinieron fuerzas paracaidistas del ejército español que se lanzaron desde aviones Junker Ju 52, de fabricación alemana, y fuerzas de infantería de marina que simulaban un desembarco. En este escenario, Churchill contactó con un hombre de origen escocés que formó parte del contingente aliado que se preparó durante la II Guerra Mundial para la invasión de Canarias (Operación Pilgrim) que, finalmente, no se llevó a cabo.

La madrugada del 24 de febrero, el Christina O puso rumbo a La Palma, isla a la que llegaron por la tarde, dándoles aún tiempo para pasear por Fuencaliente, donde visitaron una bodega aunque Churchill se interesó más por conocer la técnica del cultivo del tabaco. De las tres islas que conoció, “La Palma fue la que más le llamó atención”, dice Manuel Mora. “Churchill, como pintor que fue, dijo de hecho que le gustaría regresar a La Palma para pintar”.

En esta visita se produjo una anécdota curiosa y es que conoció a un tal Nelson que le solicitó un autógrafo, petición a la que accedió con sentido del humor el político británico ya que firmó “De Churchill a Nelson”. Horacio Nelson fue uno de los personajes que más quiso y admiró el político británico a lo largo de su carrera, tanto que una de sus películas favoritas, Lady Hamilton (Alexander Korda, 1943) narra la escandalosa relación para la época que mantuvo el marino con una mujer casada. En una escena de este largometraje se recuerda que el almirante perdió el ojo en Córcega y el brazo en Santa Cruz de Tenerife.

La noche del 24 el Christina O puso rumbo a Agadir. Este fue el único viaje en el que Churchill bajó a tierra de los tres que realizó a las islas. Regresaría en dos ocasiones más aunque en todas ellas permaneció en el barco. La primera se produjo el 12 de marzo de 1960 en Puerto de la Luz, en un crucero que lo llevaba a América y de nuevo en el mismo puerto pero al año siguiente, 1961. En este último viaje su secretario personal, Montague Browne, le comentó a Churchill que sus padres estaban de vacaciones en la isla y éste los invitó, también a un mariscal de la RAF, a cenar en el yate de Aristóteles Onassis.

Sir Winston Churchill no dejó constancia escrita de estos viajes que realizó a Canarias. Estaba muy avejentado pero solía comentar que aquellos itinerarios en el yate del multimillonario griego “lo rejuvenecían”.

La relación del político británico con España comenzó en 1895 cuando fue invitado por el ejército español como observador en la guerra de Cuba, experiencia en la que recibió su bautismo de fuego a la edad de 21 años.

Churchill, a quien acompañaba un colega, fue extremadamente respetuoso con lo que vio en tierras cubanas e inició sus pinitos periodísticos enviando crónicas a un periódico británico que se las pagaba generosamente.

La conferencia que Manuel Mora Lourido impartió en el Casino de Tenerife propuso un recorrido por la vida de sir Winston Churchill, centrándolas en las relaciones que mantuvo con España a lo largo de su vida (guerra de Cuba, su relación con Alfonso XIII, cómo entendió la Guerra Civil y Canarias como objetivo militar durante la II Guerra Mundial). En su intervención hizo énfasis en las relaciones que mantuvo toda su vida con Rusia, desde los zares hasta la Revolución de 1917 y que tuvo su punto culminante durante el feroz combate que los aliados mantuvieron contra la Alemania nazi.

El paso del tiempo agranda la dimensión del político británico. La mayoría de los historiadores coinciden cuando afirman que el destino de la guerra hubiera sido otro si no llega a estar al frente de Gran Bretaña. Churchill le puso nombre a la resistencia al fascismo, y a la victoria moral también del pueblo británico mientras éste sufría los bombardeos de castigo de la Luftwaffe. Su enorme popularidad no resuelve, sin embargo, el enigma de que no saliera reelegido en las elecciones de 1945.

“Los que nos acercamos a la biografía de Churchill y a la historia del Reino Unido no lo entendemos a primera vista. Él fue el líder que llevó a su país a la victoria, él fue quien mantuvo unido al gobierno de coalición durante la guerra. Al terminar el conflicto en Europa, no en Asia, Churchill renunció como primer ministro y el rey le encargó que formara gobierno, un gobierno de signo conservador que convocó elecciones cuyo resultado fue catastrófico para él y para su partido. Este asunto ha sido objeto de muchos debates. Unos piensan que los británicos lo vieron siempre como un líder para la guerra pero no para la paz. Otros se mostraron temerosos de que pudiera seguir con acciones bélicas y que las relaciones con la U.R.S.S. se hicieran más tensas. No hay, en general, unanimidad que explique las razones de que perdiera las elecciones aunque, personalmente, creo que se debió a un cúmulo de circunstancias que podrían resumirse en que el pueblo británico le agradeció los servicios prestados pero no que se mantuviera al frente del país en tiempos de paz”.

“Circula una anécdota –comenta Manuel Mora– en la que su esposa Clementine para consolarlo después de la derrota electoral le dijo que no se preocupara ya que bien entendido se trataba de una bendición disfrazada, a lo que Churchill respondió que demasiado bien disfrazada”.

Este fracaso no le animó a retirarse de la política ya que siguió como líder de la oposición y volvió a ganar años más tarde unas elecciones que lo llevaron de nuevo a ser primer ministro.

Que fue un personaje clave en su día lo demuestra que expresiones suyas como Cortina de Hierro o Telón de Acero se usasen para definir la separación en dos bloques de las antiguas potencias aliadas durante la II Guerra Mundial y que se acrecentara, si se podía acrecentar más, su feroz anticomunismo. Anticomunismo que se diluyó durante el conflicto bélico contra los nazis porque había un objetivo común: derrotar a Hitler.

Sir Winston Churchill fue anticomunista desde muy joven. De hecho, el historiador Paul Johnson piensa que fue el primer político que se percató del alcance de la revolución de 1917. “Fue contrario a ella y mantuvo esa posición toda su vida aunque también fue contrario a la Rusia zarista”, destaca Mora Lourido.

En otro orden, Churchill estaba preparado para recibir el Premio Nobel de la Paz pero al final se llevó sin que se lo esperara el de Literatura en 1953. Sus biógrafos coinciden en que mantuvo desde joven una relación muy especial con la literatura. Escribió crónicas prácticamente de todos los países en los que estuvo y que seguían numerosos lectores, e impartió conferencias, una de las cuales lo llevó de gira por Norteamérica.

Sus memorias sobre la II Guerra Mundial fueron un éxito de ventas y hoy es un material de primera mano para acercarse a ese conflicto desde los ojos y la mentalidad de un hombre que se exigió a sí mismo y a todo el pueblo británico aquellas noches oscuras: sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas.

Sir Winston Churchill solo escribió una novela Savrola, que se desarrolla en un país ficticio de Europa, Laurania, en el que estalla una revolución.

Su biógrafo en Canarias, Manuel Mora Lourido, procede de una familia de marinos y terminó siendo miembro de la International Churchill Society al escribir un artículo sobre el Queen Mary 2, barco en el que viajó Churchill a Norteamérica para conferenciar con Roosevelt.

“Recordé entonces que Churchill estuvo en Canarias y me interesé sobre su estancia en las islas y me hice socio de la Asociación. Lo que nació como un artículo se convirtió en conferencia y más tarde en libro: Churchill, entre Cuba y Canarias”.

Pasan los años y el político británico sigue siendo respetado entre gentes de distintas tendencias ideológicas. ¿Qué lo hace tan especial? Para Mora Lourido, que lo conoce bien, “supo mezclar la épica que se le exige a un líder con una fortísima humanidad”. Todo eso reconociendo que también “tuvo muchos defectos”.

Saludos, esto es todo, desde este lado del ordenador

La gesta, una novela de Juan Royo

Lunes, Abril 18th, 2022

Se ha escrito mucho sobre la batalla por Santa Cruz de Tenerife que, antes de que finalizara julio de 1797, enfrentó a españoles contras británicos. Los primeros contando con la colaboración de marinos franceses. Este hecho, que finalmente se saldó con la aplastante derrota de las fuerzas al mando de Horacio Nelson, ha dado origen a cientos de estudios de carácter histórico y a no tantas novelas que, con mayor o peor fortuna, han procurado narrar aquellos hechos desde la ficción.

Ya hemos reflexionado sobre algunos de estos títulos. La mayoría de ellos españoles aunque también se encuentra una curiosidad que data del siglo XIX y de autor aún desconocido que, bajo el título de Rockingham o un hombre de honor, da la visión de los perdedores sobre aquella expedición que resultó catastrófica para quien más tarde sería conocido como el temido león de la marina británica.

En cuanto a las novelas “españolas” sobre aquellos días se encuentran, entre otros títulos, El fuego de bronce, Entre piratas. El contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las islas Canarias y 1797. Piratas del Atlántico de Jesús Villanueva, Miguel Ángel Díaz Palarea y Luis Medina Enciso, respectivamente. David Galloway también hizo referencia de aquellos días en Entre cuevas, que se incluye en el volumen La cueva de las mil momias y Ángel Luis Marrero Delgado describió la batalla sin perder el humor ni la seriedad en el díptico La amenaza de Albión y El leviatán chasqueado.

Se suma ahora a esta podríamos llamar “literatura sobre la batalla por Santa Cruz de Tenerife”, La gesta, de Juan Ignacio Royo, una novela que se preocupa más por parodiar que por el rigor histórico, más próxima así al espíritu crítico de Miguel Ángel Díaz Palarea que al entusiasmo de Jesús Villanueva aunque estos y otros títulos se desarrollen en el mismo escenario y marco temporal.

La gesta está protagonizada por un ser que sale del mar. Un gigante que toma tierra días antes del intento británico por hacerse con Santa Cruz de Tenerife para, a través del “monstruo”, narrar los días previos y el ataque en un libro que describe una isla sumida en la pobreza y en la que se pasa hambre, mucha hambre.

La novela apenas ofrece una mirada amable sobre aquel puerto del Atlántico, que en aquellos años estaba creciendo en población y al que protegía un sistema de fortalezas que demostraron su valía cuando los hombres de Nelson desembarcaron pero, al margen de éste y algún detalle más, no termina por encontrar su camino.

La intención de Juan Ignacio Royo es la de observar con distancia y también agradecida vena paródica unos hechos que para muchos continúan siendo uno de los grandes momentos de la Historia de Tenerife. Y para ello recurre a un personaje, el gigante que salió del mar, el monstruo para la sociedad de pequeños burgueses y pescadores que habitan el Santa Cruz de Tenerife de aquel entonces. Población que termina por unirse al ejército cuando asoman por el horizonte las banderas de los buques de guerra británicos.

La parodia es el tono que articula la literatura de Juan Ignacio Royo, un autor que parece que utiliza el pasado para deformarlo y reírse sanamente de él. En ocasiones con espíritu feroz y en otros con ganas de fiesta.

Mofa y de la buena hay en El fulgor del barranco, una visión realista hasta cierto punto de los prolegómenos de la Guerra Civil española en Tenerife; y parodia que bordea el sainete también hay mucha en Puerto Santo, novela a la que encuentro muchos puntos de contacto con La gesta, y no solo porque la amenaza venga del mar.

Juan Royo escribió también con ánimo festivo sobre los carnavales en Un carnaval amargo, una sátira fulminante (aquí sí) contra un personaje al que no le hizo falta buscar autor y Mejor cuando improvisas, veneno destilado que en esta ocasión vierte contra su protagonista en la que sigue siendo, a mi juicio, la mejor novela que Juan Ignacio Royo ha escrito hasta la fecha y un libro a tener en cuenta cuando se escriba una nueva historia de las novelas escritas aquí o fuera de este territorio abandonado de la mano de los dioses.

El caso es que Tenerife monopoliza casi toda la literatura del autor quien ahora relata cómo los vecinos se enfrentaron contra la que ya era conocida por aquel entonces como la mejor armada del mundo.

En La gesta aparece una galería de personajes que parecen salidos de una película de Berlanga pero da la sensación que no han sido muy explotados por Royo, un escritor que busca afinar su mirada cóncava y convexa sobre la Historia de las islas y en concreto de la de Tenerife.

Da la sensación de que el material que la inspira se le va de las manos, que el fondo histórico es lo de menos en favor de la parodia aunque sea con titubeos sobre lo que pasó y lo que ha llegado a nuestros días bajo la aureola de leyenda. O mejor, de La gesta.

La novela de Juan Ignacio Royo tiene el defecto de no creerse demasiado a sí misma en su misión por desmitificar aquello que fue, incluyendo la metralla que pulverizó uno de los brazos de Nelson cuando intentaba tomar tierra santacrucera.
El escritor apuesta por la narración de un relato que se inicia con la presentación del monstruo. Una criatura más próxima a la de El jovencito Frankenstein que al original de Mary Shelley aunque se agradece el afilado sentido del humor que le pone Royo, consciente de que solo con humor se pueden tomar las cosas en serio.

Saludos, viento en popa y a toda vela, desde este lado del ordenador

Cuando desperté… Charlot todavía estaba allí

Sábado, Abril 16th, 2022

“Charles Chaplin es, sin duda alguna, un gran artista. Siempre representa al débil, al pobre, al indefenso y al joven algo torpe a quien, sin embargo, las cosas terminan por salirle bien. Pero ¿piensan que en este papel se ha olvidado de su propio ego? No, ya que siempre se representa a sí mismo, tal como era en su juventud. Es como si no pudiera desprenderse de los recuerdos del pasado y que, hasta el día de hoy, obtuviera para sí la compensaciones por las frustraciones y humillaciones que sufrió en aquel período de su vida”.

(Sigmund Freud sobre Charles Chaplin y su Charlot)

Durante un tiempo estuvo de moda entre la cinefilia casposilla elegir entre Chaplin y Keaton para entregar la corona sin brillantes de la comedia silente y más tarde la que también se pudo oír. En un sistema donde la monarquía no existe porque es republicano por definición, nunca me decanté ni por uno ni por el otro ya que entendí que el cine de Buster frente al de Charles además de geniales eran muy diferentes en cuanto a historias y en cuanto a cálculo y composición de los gags. No dejo atrás a otros grandes nombres de la comedia sin sonido como fueron Harold Lloyd, Harry Langdon y Fatty Arbuckle entre otros gigantes, otros reyes (vamos a vacilarnos) sin corona cuando el cine aún no había aprendido a hablar.

El caso es que el cine de Charles Spencer «Charlie» Chaplin (Londres, Inglaterra, Reino Unido; 16 de abril de 1889-Corsier-sur-Vevey, Suiza; 25 de diciembre de 1977) queda ahí sin que apenas lo arañe el paso del tiempo. Bueno, sí, es cine en blanco y negro y encima mudo pero todo lo que se ve y provoca una película de Chaplin (incluyo su único filme serio, Una mujer de París), cortos y largometrajes ya como Charlot, es cine en estado puro. Una lección de lo que debe ser este arte que hoy se licua en favor de héroes enmascarados y comedias subidísimas de tono. En fin, lo que hizo Chaplin fue un cine capaz de contar historias a través de las imágenes… Y en un silencio que lo dice todo.

Repesco a veces muchos de sus cortos y reveo algunos de sus largometrajes que me siguen pareciendo conquistas sentimentales que me rompen el corazón. Contemplar al vagabundo de buen corazón que interpreta bajo el disfraz de Charlot (hoy ya todo un icono, sombrero hongo, chaleco, bastoncillo que parece casi de mimbre, bigote igual de ridículo que el de Hitler solo que el de Chaplin era falso) en filmes como El chico, La quimera del oro o Luces de la ciudad me siguen poniendo la piel de gallina o los pelos de punta… o se me eriza algo por dentro cuando suelto la primera risotada que es preludio de las otras que vendrán después. Una risa, ésta, que no tiene nada que ver con otras risas aunque la carcajada se me parezca a la que lanzo cuando veo películas de otros reyes (siempre sin corona) de la comedia silente norteamericana.

Es verdad que la llegada del sonido hizo tambalear al genio y es verdad que cuando se desprendió de su personaje, de aquel Charlot que se metía en líos, se enamoraba de invidentes o era capaz de anteponer su vida para salvar la de un niño, muchos quizá no vean la grandeza de Chaplin en sus películas habladas pero les invito a que recuperen no solo Tiempos modernos (muda en plena eclosión del sonido, la última en la que vistió el traje del desharrapado Charlot) sino otras películas que el paso del tiempo ha elevado a la categoría de obras si no maestras sí como lecciones de cómo hacer buen cine. La lista no es demasiado larga: Monsieur Verdoux (1947) y Candilejas (1955), esta última un emocionado homenaje a los cómicos que como él dejaron de prestar servicio con el paso irremediable de los años.

A propósito de Candilejas, Orson Welles, que a veces hablaba demasiado sin pensarlo dos veces antes, propagó la leyenda de la rivalidad entre dos emperadores de la comedia silente: Chaplin y Keaton. O Keaton y Chaplin, al tiempo que procuraba manchar el nombre del que interpretó al vagabundo melancólico afirmando que cortó planos en los que aparecía Pamplinas, que así se conoció a Buster Keaton en esa España que se nos perdió hace tiempo.

Recuerdo, unos pocos años después de que este país en el que nací y vivo estrenara esa democracia que los hunos y los hotros se han empeñado en no dar crédito, en revisar lo que fue una Transición que con sangre, sudor y lágrimas, construyó el espacio común en el que hoy transitamos, ver en un cine, en pantalla grande. El largometraje El gran dictador (1940), sí, esa misma en la que Chaplin hace doble papel: Adenoid Hynkel (trasunto de Hitler) y un soldado judío, ahora barbero en la capital de Tomania, que como en El prisionero de Zenda, se hace pasar por el loco de Hynkel para pronunciar al final de la película uno de los discursos más hermosos a favor de la democracia que se han dado en eso que conocí como cine.

El caso es que pude ver El gran dictador no sé cuántos años después de que muriera ese otro dictador que descansaba hasta el día de ayer en el Valle de los Caídos. Un dictador de cuyo nombre no quiero acordarme y que como todos los dictadores tuvo siempre miedo a la risa. Que prohibiera a los españolitos que vienen al mundo que vieran El gran dictador solo se explica, como me dijo alguien al que quise con toda mi alma, porque el trabajo de Chaplin se parecía mucho a él… aunque en la película el dictador tiene una voz bronca que espanta incluso a los micrófonos que tiene instalados en la tarima y cuando está a solas aprovecha para jugar mimosón con el globo del mundo.

Charles Chaplin se convirtió interpretando a un vagabundo en uno de los hombres más ricos del cine norteamericano. Su alcance fue tal que trascendió las fronteras de ese gigantesco país y hoy uno lo puede ver en toda clase de cosas. Sea una taza, un figura de porcelana, una imagen de camiseta, un plato…

Su popularidad, para que me entiendan, fue tan inmensa que aún hoy sigue estando aquí, aunque durante casi toda su vida profesional fue investigado por el FBI porque sospechaban que detrás de aquel actor multimillonario se escondía un comunista. Y claro, comunista, comunista como que no…

Esa Norteamérica repugnante y racista que hoy encarna Donald Trump, lo puso en la picota y quiso poner fin a su influjo con multas de Hacienda, acusaciones de rojo y ventilar sus gustos sexuales que ayer ni hoy resultan políticamente correctos.

Esto y otras cosas obligaron al hombre al exilio, exilio donde rodó las dos últimas películas de su vida. Filmes que mejor haber archivado aunque se traten de obras del legendario Charles Chaplin.

Un rey en Nueva York (1957) no funciona porque fue hecha con resentimiento y La condesa de Hong Kong (1967) sonroja porque nadie se cree a Marlon Brando y Sofiia Loren en esta comedia que quiso ser alta comedia…

Pero al margen de estos dos fracasos, de estas dos sombras en la carrera de un hombre que llevó literalmente el cine en las venas, Chaplin como su buen amigo Einstein fue y es un genio. Lo de genio explica que su cine siga igual de fresco que hace un millón de años… que sus películas, vueltas a ver, me sigan haciendo llorar y reír.

Me gusta Chaplin y aún admitiendo que Sigmund Freud a quien ni pudo conocer personalmente cuando llegó de gira a Viena tuvo razón con su perfil… qué demonios, sigue siendo para este republicano que ama la bandera tricolor un rey con todas sus letras.

No hagan caso de los impostores, de aquellos que pretenden comparar su genio con el de otro genio de la comedia silente. Ya saben a quien me refiero. Al cara de palo, a Pamplinas, al que casi nunca rió en sus películas… A Buster Keaton.

Y es que cuando desperté… Charlot todavía estaba allí.

Saludos, riamos, riamos, riamos, desde este lado del ordenador