Archive for Mayo, 2013

Noticias sobre ese cine que tanto nos (dis)gusta

Lunes, Mayo 13th, 2013

El próximo viernes, 17 de mayo, se estrena en salas comerciales La última isla, un largometraje dirigido por Dácil Pérez de Guzmán. El filme se exhibirá durante una semana en los cines Dreams Palacio de Hielo en Madrid; los cines Nervión en Sevilla, así como en Barcelona, Alicante, Badajoz, Palma de Mallorca, Cáceres, Ciudad Real, Córdoba, Gerona, Las Palmas de Gran Canaria, Lérida, Pontevedra, Tarragona, Toledo y Zaragoza. Basado en una idea original de Pérez de Guzmán aunque escrito por Lola Guerrero, La última isla cuenta, entre otros, con el respaldo del Gobierno de Canarias y está protagonizada por Carmen Sánchez, Julieta Serrano, Eduardo Velasco y Antonio Dechent. Rodada en la isla de El Hierro, el filme es un cuento mágico, en palabras de su directora, que narra la aventura que inicia una niña de diez años, Alicia, cuyos padres la envían en verano a una isla remota al cuidado de una tía que ni siquiera conoce.

* Ya circula un teaser de Las cartas de Malex, filme rodado en Gran Canaria y que dirige Carlos Reyes Lima, cuyo argumento se sitúa en la capital grancanaria en 1957, durante el rodaje de la película Moby Dick y en 2008. Escrito por Lima y Ramón Aguye, y protagonizado por Yaneli Hernández, Carlos Álvarez Novoa y Guacimara Correa, entre otros, el pasado 21 de abril se presentó el primer tráiler de esta producción a la que hasta el momento rodea cierto hermetismo.

* Aquel no era yo, de Esteban Crespo, se ha hecho con el primer premio de la X Muestra Internacional de Cortometrajes de la Universidad de La Laguna (MIDEC 2013). Otro trabajo de Crespo, Nadie tiene la culpa, obtuvo el premio del público. El corto distinguido en la categoría Premio al Lenguaje Cinematográfico más Innovador recayó en La huida, de Víctor Carey. Recibieron menciones especiales Haritz Zubillag, por She’s lost control (Dirección); Gustavo Salmerón por Aquel no era yo, de Esteban Crespo (Interpretación masculina); Cecilia Palacios y Melina Alejandra Rúa por Abril, de Víctor Palacios (Interpretación femenina) y Ella, de Juan Montes de Oca (Mejor Corto de Animación).

* El cortometraje Ansite, dirigido por Armando Ravelo, se ha alzado con el Primer Premio al Mejor Cortometraje en el Festival Internacional FIFB París 2013. Se trata de la primera edición de este festival que se celebró en el Cinema Les Tres Louxembourg. Un total de siete cortos en competición oficial optaron al premio que consta de una estatuilla y una dotación económica. Ansite suma así otro galardón tras el obtenido el pasado año en la 6ª edición del Festival Internacional de Agadir, Issni N´Ourgh. El cortometraje, de 25 minutos de duración, refleja los últimos días de resistencia de los primeros habitantes de la isla de Gran Canaria. Esta producción independiente forma parte del Proyecto Bentejuí que en breve sumará un nuevo trabajo, Tierra de fuego: Guadarfía, en el que narra cómo un sólo hombre puso en jaque al ejército normando que acababa de llegar a la isla de Lanzarote con la intención de conquistarla.

Saludos desde este lado del ordenador.

Érase una vez en el oeste…

Domingo, Mayo 12th, 2013

Mientras rebusco en la pila de libros usados, algunos incluso maltratados, el tipo de rostro barbado que atiende el puesto me dice, cuando comienzo a dar media vuelta, que hoy es un día malo.

- ¿Un día malo?- respondo con la camiseta bañada en sudor.

 - Pocos clientes.- informa el tipo que atiende el puesto mientras se frota la frente con un pañuelo de papel.- Debe ser que están en lo de Expolsados…

Expolsados reproduce mi cerebro achicharrado.

Ni puta idea de que es eso del Expolsados.

Pero asiento con la cabeza y me confundo entre el gentío que sube y baja por el Rastro de la capital tinerfeña un poco como a la deriva, como pez que se deja llevar por la corriente.

Bajo el arco de las puertas del Mercado de Nuestra Señora de África me encuentro con un amigo que me comunica nada más verme:

- Ha muerto Darth Vader.

- ¿Darh Vader?- Pregunto en un día que parece va estar plagado de preguntas.

- Sí, el que le ponía voz.

- ¿James Earl Jones?

- ¿Cuálo?

- James Earl Jones.

- No, no, el que presentaba concursos.

- No jodas, el gran Constantino Romero.

- Ese tiene que ser.- dice el amigo no muy convencido.

- Puso la voz a Terminator, a Clint Eastwood, a Rutger Hauer en Blade Runner, a…

- Ese, ese mismo.- dice el amigo desapareciendo entre la gente que entra y sale del Mercado de Nuestra Señora de África.

Algo conmocionado porque esta semana que termina está repleta de nombres de ausentes me detengo en puestos atiborrados de libros y encuentro la acariciada edición que Planas de Poesía publicó en 1981 de los cuentos de Antonio Bermejo, el escritor que ha recuperado y reivindica un grupo de narradores canarios y el mismo escritor que inspira la que será la próxima novela de Javier Hernández Velázquez.

El librito, que apenas llega a las cincuenta páginas, está prologado por Víctor Ramírez e incluye una imagen de Bermejo que esa tarde, cuando se lo muestro a mi madre y a uno de mis hermanos reconocerán.

De hecho, yo mismo creo reconocerlo si doy marcha atrás en mi memoria, cruzando la calle de Salamanca y a mi padre señalándomelo.

Cae un sol de justicia sobre Santa Cruz de Tenerife.

Y hay un cielo sin rastro de nubes. Un día perfecto, no malo, para quien les escribe.

Tras dejar el mercadillo y su sinfonía de colores y aromas, enfilo a la parada del tranvía donde leo los relatos de Bermejo. Hay uno en concreto que me desconcierta, La busca.

No había aprendido a odiar. Para encontrar lo que anhelaba era condición previa odiar ferozmente. Odiar a todos y amarse a sí mismo con la adoración de un dios. Encendería su lamparilla en el templo de su persona y el odio respondería. El odio y el amor.”

Así lo escribe Bermejo, un autor que apenas dejó textos escritos y cuya errática existencia casi parece devorar al hombre que, ahora que observo su fotografía, tiene unos ojos inconfundiblemente tristes.

Es un domingo de un día cualquiera en una pequeña capital de provincias que a lo largo del día de hoy se me antoja un pueblecito del lejano oeste. No solo por el calor que se desparrama por su caprichosa geografía sino también porque respiro un aire que siendo el mismo de todos los días me resulta diferente.

¿Un mal día?

Un domingo distinto en todo caso, reflexiono mientras le doy al pedal de la Dakota rumbo a Las Teresitas…

El viento caliente estampándose contra mi rostro y haciendo equilibrio sobre dos ruedas que se deslizan sobre la carretera mientras en mi cabeza, como a latigazos, se repite un fragmento de La huida de Antonio Bermejo pero a toda velocidad, lo que hace que resuene en mi cabeza con la vocecilla de un Pitufo:

Era preciso huir. Aquella noche marcaría el punto de partida. Salir del castigo de vivir entre unos hombres que remueven torturados oleadas de inmundicia. Apartarse, con la mansedumbre del elegido, de entre unos hombres que chillan como simios, que sienten como simios y que no creen ni en ellos mismos. Huir del contagio poderoso que apaga o anula el pensamiento y la voluntad.”

¿Un mal día?

¿Un mal día un día de revelaciones?

- ¡¡¡Alabado sea el Señor!!!- grita el grupo de Evangelistas que se reúnen en el templo que han montado frente a mi casa. 

- Alabado sea.- murmuró observándolos desde la ventana.

(*) La imagen corresponde a The Crowd, Y el mundo marcha (King Vidor, 1928)

Saludos, érase una vez en el oeste…, desde este lado del ordenador.

Recordando a Bob

Sábado, Mayo 11th, 2013

Es probable que alguno todavía tararee sus canciones pero también es probable que desconozca que lo que le sale de su boca es un tema de Bob Marley. Un caballero, el señor Marley, que contó con numerosos seguidores en esta isla en la que vivo. Vamos, que cuando comenzaba a declinarme por el lado mods de las cosas muchos compañeros de generación se decantaron por el rastra.

Llevar la melena trenzada, collarines y pulseras con la colorida bandera de Jamaica y un porro de hierba en la mano mientras intentaba comunicarse con ese cosmos que no iba más allá de las sensaciones que le provocaba la maría, eran algunas de sus gloriosas señas de identidad.

Pese a que fuera por la vida con parca verde y un peinadito resultón calcado de la portada de un disco de los Small Faces, y sin vespa a la que despeñar por los acantilados de Dover, tuve muchos amigos que iban de rastafaris con notable acento canario. Buena gente, aunque a veces sospechara que la mayoría de ellos le había declarado la guerra al agua y el jabón, aunque cuando se ponían a hablar, te liaban y te liaban de verdad.

El más auténtico de aquellos rastras vivía en una de las ciudadelas que se distribuían por esta capital de provincias. En concreto la situada en una de la calles paralelas al cine Víctor y hoy cerrada a cal y canto en la que ocupaba una habitación que hacía vecindad con otras habitaciones en la que residían familias con escasos recursos económicos.

Todos ellos hacían una vida en común cuya metáfora más objetiva era el retrete que se encontraba al final de aquel estrecho callejón, un agujero de forma cónica por el que cuando ibas a orinar solías tropezarte con cucarachas del tamaño de un escarabajo.

Pero regresabas a la habitación y te sentabas en el suelo y se te iba el miedoo y el tiempo charlando con ese tipo mezcla de rastra y hippie que no paraba de escuchar música reggae a todo volumen en un transistor de fabricación japonesa.

Bob, voy a llamarlo así en homenaje a su dios Marley, nos desentrañaba entre calada y calada de porro de maría la filosofía de ese movimiento.

Nos hablaba de que el mundo de aquel entonces era la nueva Babilonia y que solo el espíritu de Haile Selassie nos liberaría del caos.

Como es natural, Bob había adaptado a su planeta nebular las creencias rastras, pero resultaba atractivo escucharlo en su largo monólogo porque el tipo transmitía una paz y una serenidad que desde ese entonces he encontrado en muy pocas personas.

Se trataba además de un individuo desprendido, de los que apenas acumulaba cosas. Su equipaje lo formaba un solo libro, el I-Ching, que consultaba –nos dijo– cada mañana; dos camisetas, un pantalón vaquero y su ración de maría y papelillos para liarse unos cigarrillos que fumaba no con adicción sino desconcertante filosofía.

Cuando lo dejaba en su habitación de la ciudadela y regresaba a casa pensaba que Bob era demasiado transparente para resistir el paso implacable del tiempo.

Un día, en el que junto a dos amigos fuimos a visitarlo, la señora que vivía al lado nos comunicó que se había ido.

- ¿A dónde?, le preguntamos.

La señora se encogió de hombros y volvió a lo que estaba haciendo, un poco harta de aquellos tres chavales. Uno vestido con parca verde olivo, el otro con una chupa de cuero y peinado rockero y el tercero como un modernillo que ya entonces empezaba a ponerse de moda.

No he vuelto a ver desde ese día a Bob. Pero cada vez que escucho a Bob Marley o me hablan de reggae e incluso de las acotadas y vigiladas playas jamaicanas solo para disfrute del turismo extranjero, recuerdo a Bob sentado en la habitación de la ciudadela mientras lo ilumina la luz amarilla de la bombilla que cuelga del techo y desgrana con voz serena su discurso sobre la nueva Babilonia.

El humo de la hierba desdibuja su cara y nosotros, los que lo escuchamos, reímos como discípulos traviesos y algo colocados.

No sé cuanto tiempo transcurrió desde que Bob se fue sin decir nada cuando otra noche me tropecé con otros dos rastras chicharreros que se empeñaron en contarme que vivimos en “la nueva Babilonia, tío…” y en la esperada llegada de Haile Selassie para poner orden ante tanto desorden.

Pero ya conocía la historia, y la velada se interrumpió abruptamente cuando una pareja de policías nacionales nos exigió –no solicitó– nuestros respectivos carnés de identidad.

La verdad es que no sé porqué escribo todo esto, pero digamos que es una forma a través de la cual liberar recuerdos que creía dormidos y que hoy se han despertado al conocer que este mismo día, pero en 1981, falleció el original Bob Marley.

Un músico que no forma parte de mi lista de favoritos pero por el que siento simpatía. No tanto por sus canciones sino por lo que influyó en aquellos tres personajes que conocí en unos años donde salir a la calle significaba tropezarte con gente así.

Sin malos rollos. Solo ganas de hablar y soltar su discurso sin pretender convencer a nadie.

Es inevitable por eso que lo compare ahora con estos tiempos en lo que lo más inteligente que me cuenta un conocido es el dinero que está ganando y otro, mientras pega chillidos como si pretendiera hacerse oír –no que lo oigan– defienda la reencarnación de los cangrejos como verdad suprema.  

Arrugo el ceño y pienso entonces que Bob tenía razón.

Solo que se adelantó en el tiempo mientras viajaba en la alfombra mágica de la maría: Ya habitamos la nueva Babilonia, solo que no me creo que el espíritu de Haile Selassie descienda sobre la tierra para poner orden entre tanto desorden organizado.

Sea como sea, recibe amigo Bob –esté entre los vivos o entre los muertos– un invisible pero fortísimo abrazo desde este lado del ordenador.

Cine de verano

Viernes, Mayo 10th, 2013

Recuerdo a Manolo paseando por el patio de colegio mientras recoge firmas para que Televisión Española exhiba El planeta de los simios. También Godzilla, porque a él las que le gustan son las de monstruos antediluvianos a los que despiertan de su letargo por culpa de una bomba nuclear detonada en el océano.

Y recuerdo a Paquito, que trabaja como repartidor en un supermercado, mientras nos pone películas en súper 8mm en las que más que doblar, se inventa los diálogos que dice en inglés sus admirados Abbot and Costello y que proyecta en una sábana que hace de pantalla en el salón de la casa de su madre.

Y recuerdo a Diego, un tipo bajito de pelo rizado que llama a las mujeres andovas, que compra toda clase de revistas de cine y que es una enciclopedia viviente porque se sabe todo de actores, actrices, cineastas y la madre que los parió cuando recita con memoria fotográfica su filmografía al completo dejándonos a los que lo escuchamos con la boca literalmente abierta.

Recuerdos que hoy recupero repentinamente mientras leo la fascinante novela Graceland, del escritor Chris Abani, en la que narra la vida de un adolescente, Elvis, que se busca la vida en Lagos (Nigeria), y que para evadirse de la brutal realidad que lo rodea se refugia en libros y en cine.

Un cine que cuando lo describe me hace evocar un tiempo no sé si perdido pero que aún almaceno en el disco duro de mi memoria.

Un tiempo, explico, en el que estoy fabricando los primeros prejuicios para mi perjuicio.

Es decir, que hasta ese entonces conservo una mirada inocente y ansiosa que más tarde me enseñará a distinguir lo que gusta de lo que disgusta.

Recuerdo así estar en el cine de verano de la hoy ruinosa Plaza de Toros de mi ciudad, donde contemplo, ya es habitual, que se queme la película en pantalla, lo que obliga a que se interrumpa la velada para, una vez lo arregle el proyeccionista, se reponga sin que nos importe al público que se hayan perdido cinco o más minutos del filme porque la gracia de esas sesiones de verano radica no ya en la película sino en el ambiente que se (des)organiza en el coso taurino en el que, afirmo, veo un murciélago volar por los cielos mientras Drácula negro, con unas patillazas de escándalo igual de grandes que sus colmillos, hace de las suyas…

Recuerdos –saben– de un tiempo en los que ir a cine resulta además de barato y divertido, algo así como una aventura.

Una aventura cuyo avituallamiento consiste en bolsas de pipas Churruca y una botella de Casera.

Y una aventura en la que la película puede comenzar por el final y terminar por el principio porque al proyeccionista, ¡Linternaaa!, se ha equivocado de rollo.

Ahí las risas, ahí los comentarios a gritos de un entusiasta con talento de entre el público; ahí el famoso Linternaaa que intenta poner orden en un caos que solo es aparente porque forma parte de una misma unidad: cine de verano en la Plaza de Toros.

Cine de verano que me enseña, como nadie jamás podrá enseñarme, a ver cine cuando la película se queda sin sonido dando paso a los silbidos del respetable para que el que hace de Linterna/acomodador avise al proyeccionista de : “rebenque, súbeme el puñetero volumen.”

- Linternaaa, mano, que no se oye…

- Linternaaa

Recuerdos de unos años en los que apenas tengo algo en el bolsillo, y cuando tengo algo en el bolsillo lo invierto en esos largos y cálidos veranos comprando La Casera y pipas Churruca para ver películas en casa de Paquito, que dobla y se inventa los diálogos que dicen Abbot y Costello, así como en ese cine de verano en la Plaza de Toros.

Sesiones a las que ya dediqué un post pero que hoy, reitero, vuelven a mi memoria mientras leo Graceland, de Abani, una novela que edita Baile del Sol Ediciones y a la que le dedicaré unas líneas cuando la termine…

… Aunque me cueste terminarla por lo que este libro me está mostrando, enseñando y sobre todo –creo que ésa es su mayor virtud– reconciliando con un pasado con el que hasta el día de ayer no deseaba identificarme.

Y pienso en todo eso mientras paseo por una capital en la cae un sol de justicia.

En la primera vez.

En las primeras experiencias lúdicas con el cine.

Es decir, en Paquito que exhibe películas en su proyector de súper 8mm; en Manolo que irrumpe un día en casa de Paquito con una versión de media hora del Frankenstein de James Whale doblada al alemán y como Paquito le asegura que “no hay problema, sé hablar alemán” aunque no tenga pajolera idea; así como de ese cine de verano en la Plaza de Toros que me foguea para mis posteriores incursiones en el Delta, el Somosierra o el Fraga porque allí reponen los estrenos que pasan en las elegantes salas del centro donde el portero no me deja entrar por menor de edad.

¿Echo de menos todo aquello?

La verdad es que no lo sé.

Pero sí que digiero aquel tiempo con una resignada y quiero pensar que irónica nostalgia.

El lastre que arrastro de ese pasado es que son ya demasiado los amigos que se quedaron por el camino por una u otra razón.

También que el paisaje de la ciudad en la que vivo olvida y abandona a su suerte un espacio como la Plaza de Toros porque actualmente no hay dinero.

Yo mismo incluso me he transformado en otra persona que a veces es incapaz de reconocerse cuando se contempla en fotografías en la que tenía apenas quince o dieciséis años…

Busco en todo caso mi particular Graceland, aunque me golpee desesperadamente la cabeza contra el muro como lo hace Francisco Rabal en La fuerza del silencio –una película que vi en un cine de Santa Cruz de La Palma mientras un ratón paseaba como Pedro por su casa por el pasillo que dividía la fila de butacas– para despertar de este letargo que me atrapa y que ahora entiendo es solo un reflejo para que abra los ojos como si fuera un hibernado Godzilla.

Saludos, con el sabor de las pipas Churruca en la boca, desde este lado del ordenador.

Primero Landa, luego Alfredo

Jueves, Mayo 9th, 2013

A casi todo el mundo se le anegan los ojos al recordar al actor Alfredo Landa, ausente desde el día de hoy de este planeta que llamamos Tierra, por sus excelentes trabajos en Los santos inocentes, El bosque animado, La vaquilla e incluso, arruguemos el ceño, El crack, ese intento por hacer cine negro imitando todos las claves del género que hizo grande el cine norteamericano.

Si se bebía whiskie en El Crack, el whiskie tenía que ser ahora segoviano.

Si se jugaba a las cartas en El Crack, la partida tenía que ser ahora una de mus.

Y si aparecía un detective, éste tenía que ser bajito, moreno, algo barrigón y con bigote. Y en ese caso, respondiendo a estas características solo un actor podía hacer de detective: Alfredo Landa.

Pero es una injusticia dejar de lado el pasado del actor. De hecho, el apellido del actor dio origen a todo un subgénero del cine español que, visto ahora desde la distancia, no deja de carecer de un insólito valor sociológico.

Ese cine de españolito que vienes al mundo con una sola y obsesiva idea en la cabeza: cazar suecas antes de que las suecas se nos volvieran escritoras de novelas policíacas, se conoce como landismo y tiene en No desearás al vecino del Quinto, Manolo la nuit o ¡Vente para Alemania, Pepe!, solo tres de sus títulos más representativos siempre y cuando se quiera estudiar unos tiempos en los que este país acariciaba la idea de reírse de sí mismo.

¿De sí mismo? Pssss, nó sé yo. 

Y es que nos cuesta a los españoles –que no conocen el significado de la palabra huir, expresa con convicción militar Alfredo Mayo en 55 días en Pekín– reírnos de nosotros mismos.

Otra cosa es cuando nos reímos de los demás. 

Y Alfredo Landa y todas las películas que forman el landismo con o sin Landa sí que supieron explotar ese espíritu celtibérico que se entendía como comedia en unos años en los que este país comenzaba a acostumbrarse a recibir extranjeros y a rendir culto a las suecas y a la descacharrate y patética capacidad de seducción del macho español.

Macho español que mostraba solo la pezuña de su pata negra con aquello de la aún tímida apertura.

Pero todo un talento, oigan, para seducir a esas rubias del norte, así como para sobrevivir sin hacer nada. Claro que al final –y aquí está el mensaje de ese cine que tiene notable valor antropológico– se casaba con su novia de toda la vida, una española que cuando besa, besa de verdad.

Alfredo Landa fue un hombre inteligente porque nunca renegó de ese subgénero que lo hizo tan popular en este país. En él se encarnan las virtudes del mesetario, del españolito que ya estás en el mundo y que se transforma en el perro de Paulov cuando veranea en la Costa del Sol y pasan por su lado las famosas suecas en biquini…

De hecho, y ahora que escribo sobre su figura, pienso que lo recuerdo más como ese tipo echado pa’lante y babeante que por los trabajos que lo recuperaron años más tarde a una industria ya acostumbrada a la servidumbre de las subvenciones.

En este aspecto, Landa es igual a landismo y Alfredo a ese cine que iba de serio por la vida y en el que explotó una variedad de registros que lo ubicaron entre los grandes actores del cine español.

Un cine, recuerdo que dijo en cierta ocasión el cineasta Luis García Berlanga, que disfrutó en su momento de una extraordinaria galería de actores de reparto. Tan extraordinaria, que algunos recordamos aún los nombres de José Isbert, Manolo Morán y José Luis López Vázquez, entre otros ausentes comediantes.

No sé si esto explica que prefiera entonces recordar primero a Landa y luego a Alfredo. Pero entiendan que gran parte de mi niñez y adolescencia me tragué por televisión la mayoría de sus éxitos dentro del landismo. Un subgénero, ya digo, del cine español.

Tan español que solo entendemos los que aún nos consideramos ciudadanos de este país…

Alfredo Landa muere con 80 años pero yo quiero imaginarlo, mientras espera en esa hipotética cola que decide quién irá al cielo o al infierno, tocando insistentemente en el hombro de Ray Harryhausen.

- What?- pregunta alarmado Harryhausen al tropezarse con un señor bajito con el pecho descubierto y la vista desencajada que le señala a una sueca –no podía ser de otra manera– que se encuentra justo delante de los dos…

- What?

- ¿Guat?, ¿qué Guat?… ¡Cordera!, ¡Cordera eso es lo que es!- grita Landa que ha dejado de ser Alfredo.

- ¡Cogdega!- repite entusiasmado Harryhausen.

Saludos, España es diferente, desde este lado del ordenador.

La Muestra Internacional de Cortometrajes de la Universidad de La Laguna cumple diez años

Miércoles, Mayo 8th, 2013

La Muestra Internacional de Cortometrajes de la Universidad de La Laguna, MIDEC, celebra del 9 al 11 de mayo su décima edición en el Aguere Espacio Cultural, que acogerá la proyección de los dieciocho trabajos finalistas del Premio de Cortometrajes de esta institución académica.

Aquel no era yo, dirigido por Esteban Crespo, fue galardonado en el certamen con el premio al Mejor Cortometraje y obtuvo, además, mención para su protagonista masculino, Gustavo Salmerón. La mención a la mejor interpretación femenina fue ex aequo para Cecilia Palacios y Melina Alejandra Rua, las dos protagonistas de Abril, de Víctor Palacios. Y, además, La huida, de Víctor Carrey, fue reconocido con el Premio al Lenguaje Cinematográfico más innovador; Haritz Zubillaga como mejor director por She’s lost control; y Ella, de Juan Montes de Oca, designado como el Mejor Cortometraje de Animación de este año.

Estos cortos y el resto de finalistas podrán verse gracias a una iniciativa organizada por el Vicerrectorado de Relaciones Universidad y Sociedad de la Universidad de La Laguna y producido por Digital 104.

El precio de la entrada es de tres euros por sesión, pero existe la posibilidad de adquirir un bono de siete euros para toda la muestra.

Durante las tres jornadas de la MIDEC 2013, el público asistente puede votar por su cortometraje favorito y participar en el Premio del Público, que se proclamará al final de la última jornada.

Para celebrar la décima edición de la MIDEC y como actividad paralela de la Muestra, se inauguró el pasado 2 de mayo la exposición 10 años de cortos en Canarias, que propone un recorrido por la historia reciente del cortometraje de las islas a través de sus carteles y fotografías de rodaje. La exposición permanecerá abierta hasta el próximo día 18, en el hall superior del propio Aguere Espacio Cultural.

A través de una convocatoria abierta, directores, productores, fotógrafos y diseñadores gráficos han podido participar en una muestra que finalmente ha seleccionado diecinueve pares de obras (cartel del cortometraje y fotografía de rodaje), entre las que se encuentran trabajos realizados en cinco de las siete islas.

El objetivo de la exposición es también reconocer el valor del trabajo de fotógrafos y diseñadores gráficos a la hora de servir de testimonio del cine que se hace en Canarias y poner en valor la labor de los profesionales que participan en una producción cinematográfica y no suelen aparecer en los medios de comunicación. Una vez concluya la muestra gráfica, las obras pasarán a formar parte del archivo de Filmoteca Canaria.

Saludos, estupendo el homenaje que le rinde hoy Google a Saul Bass, desde este lado del ordenador.