I.- INTRO
Mientras repaso las cuentas que no tengo nada claras suena el zumbido del móvil que me despista todavía un poco más de los cálculos que hago en mi cabeza: “si 50 más 50 hacen 100, y si de 100 resto 40 para luego dividirlo por tres con la esperanza de multiplicarlo por siete…” Enciendo el teléfono y me lo llevo a la oreja.
Escucho las órdenes de Clara al otro lado. Frases cortas manchadas con una elegante majadería…
- Ok. Ok. Ok.- repito mientras me huelo los dedos y despido con la otra mano la matemática que hasta ese momento me había estado taladrando la cabeza.
- Ok.- concluyo apagando el móvil con la boca repentinamente seca.
II.- CALENTAMIENTO
“Tú puedes”.- me digo a mi mismo mirándome en el espejo del cuarto de baño. Busco entre la pila de ropa una camiseta dibujada por Ike Janacek y los bermudas desteñidos. Me calzó unas zapatillas de deporte y me acaricio la agradable redondez de la barriga.
III.- UNA RADIANTE MAÑANA ESTIVAL
La mañana está cayendo en la capital de muertos vivientes en la que vivo. Me los cruzo por el cine Víctor, también por la Rambla de Pulido mientras enfilo a la plaza de Weyler donde, de pronto, mis gastados pulmones lamentan que a mi cerebro se le encienda el entusiasmo por fumar.
Trago el humo mientras un tipo pasa a mi lado y me conmina a que tire el cigarrillo.
- Te vas a morir.- me grita.- Te vas a morir….- repite.
Pero continuo fumando.
“Tengo cáncer.” Escupe el individuo cuando la mujer que lo acompaña le pide que se calle.
Pero no hay manera.
La mujer entonces le recuerda: “¡Tus buenos cigarrillos te fumaste para que estés así!”
Y luego se gira y me pide perdón.
IV.- LA MISIÓN
Entro en la calle del Castillo dándole todavía vueltas a la cabeza a todo eso cuando llego al Círculo de Bellas Artes donde recorro una exposición con cuadros blancos.
Todos blancos.
Y aprovecho que no hay nadie para subir las escaleras y llegar a lo que antaño fue la cafetería.
Entro y veo que las sillas aún continúan sobre las mesas. En la estantería detrás de la barra del bar descubro una botella de Dorada Pilsen vacía y cubierta de polvo.
Me escondo en lo que fue el cuarto de baño, dejando entreabierta la puerta.
Pasan los minutos, e incluso una hora.
Y pienso que la información de Clara fue por una vez errónea cuando escucho como entra gente en la sala. Me asomo por la rendija que he dejado entreabierta y detecto a cinco personas y a una sexta a la que le hacen reverencias.
“Cómo va la cosa”.- suelta una voz con apreciable y engolado acento peninsular.
“Eso, eso, ¿cómo va la cosa?”.- responde otra con acento de aquí al lado.
Los otros tres que faltan comienzan a ladrar lo mismo: ¿cómo va la cosa?
El sexto personaje, al que no puedo ver, contesta: “No hay suficiente dinero.”
“¡No!”
“Entonces ¡no te olvides de lo mío!” Exclaman a la vez los cinco.
El sexto hombre permanece en silencio.
- Dí argo…- exclama el que tiene acento peninsular.
- No hay dinero.
- Un momento, antes dijo suficiente dinero.- dice el que tiene acento de aquí al lado.
- ¡Qué hay de lo mío!- repiten los cinco otra vez.
Oigo un ¡blam!
Y otro ¡blam!
Y un tercer ¡blam!
El olor de la cordita invade la sala. Tanto, que se desliza por la puerta entreabierta del baño, lo que hace que casi delate mi escondite al entrarme ganas de estornudar.
“Pero, ¿pero qué ha hecho?”.- pregunta el que tiene acento penínsular.
“Resolver la cuestión a mi manera”.- Dice el sexto personaje, de quien solo puedo ver como una de sus manos deja sobre el suelo ajedrezado un revólver de cuyo cañón aún sale una nubecilla de pólvora quemada.
Un charco de sangre se acerca peligrosamente al arma.
“Al cargador le queda una bala y ustedes ya saben como es el juego…”
“Esto es una locura”.- exclama el penínsular y el que tiene acento de aquí al lado.
Se produce un inevitable forcejeo entre los dos para ver quien llega primero al arma.
En la pelea uno da involuntariamente con el pie contra la puerta del baño que se cierra unos pocos centímetros, lo que hace que no vea quien coge primero el revólver.
Click.
Pero ese click resuena como un trueno.
“Esto es una locura”.- dice otra voz, pero es tal su nerviosismo que no atino a detectar su acento.
“Esto es…”
El ¡Blam! penetra en mis oídos hasta dejarme sordo unos segundos. Cuando el irritante tiiiiiiiiii se va alejando de mis orejas escucho al sexto hombre.
“¡Enhorabuena! Ahora ponte de espaldas. Mirando a la sala… Y el ganador es…”
¡Blam!
El nuevo disparo me hace trastabillar, lo que hace que con todo mi cuerpo mueva la puerta del baño e irrumpa en el bar. Me da tiempo para observar como un tipo rompe el cristal y cae a la sala de exposiciones donde se exhiben los cuadros blancos. Todos blancos.
Con las manos en la cabeza le grito al sexto hombre que no tengo nada que ver con ese asunto.
El sexto hombre retrocede para que no pueda ver su rostro, ahora oculto por las sombras.
Oigo un click.
Y un susurro venenoso que deletrea c-a-r-a-j-o cuando se percata que se ha quedado sin balas.
El tipo decide escabullirse. Oigo como con apresurados pasos baja las escaleras.
Bip, bip…
Yo, mientras tanto, en el suelo y con las manos encima de la cabeza. Sin saber muy bien si reír o llorar. Las lágrimas que cubren mis ojos no saben todavía por donde decantarse.
Mi móvil zumba en el bolsillo trasero de los bermudas. Lo cojo entre mis dedos y lo arrastro hasta mi oreja.
Es Clara.
Me pregunta si ya he hecho el trabajo.
Y la verdad es que no sé que responderle. Así que lo tengo muy claro y apago el móvil.
V.- LA ESCAPADA
Mientras llego a la parada del tranvía dos coches de policía cruzan a mi lado.
VI.- LLAMANDO A LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN
Mis ojos echan chispas. Repaso el cártel de Labios ardientes para sosegarme. Estoy en casa, razono mientras los nervios comienzan a tranquilizarse. El móvil vibra y solo se me ocurre apagarlo.
VII.- EL GALLO CLAUDIO
En la televisión el gallo Claudio intenta resolverle la vida a un pollo que sabe más de la vida que el gallo Claudio. Me río mientras tomo el cortadito. El camarero limpia con un paño la barra.
- ¿Apago la televisión?- pregunta.
- Ni de coña.- le ruego pidiéndole otro cortadito.
Un tipo se sienta a mi lado.
- Buenas tardes.- dice.
Afirmo con la cabeza.
- Buenas tardes he dicho.
- Nas tarde.- digo cogiendo el cortadito que ha dejado el camarero en la barra.
-Yo soy el gallo Claudio.- cloquea como una gallina el gallo Claudio en la tele.
El zumbido del móvil me hace cosquillas en la nalga izquierda y el tipo que está a mi lado quiere ahora invitarme a algo más fuerte.
“Diga”.- le ladro al móvil.
“Sal inmediatamente de ahí”.- me devuelve con forma de ladrido Clara.
Apago el móvil. Miro de reojo al tipo que tengo al lado.
- Me voy al baño.
- Pida usted algo más fuerte y mande a paseo a la ñora.- sugiere.
- Un ron. No se le ocurra ponerle hielo.- le digo al camarero.
VIII.- ENDE
Pero salgo del bar.
Y aprieto el paso al llegar a la plaza Militar.
Y entonces me huelo los dedos.
Y apestan a cordita.
(*) En la imagen Sean Connery en la película Zardoz (John Boorman, 1974).
Saludos, kiss, kiss, bang, bang, desde este lado del ordenad