Archive for Marzo, 2014

Olvídalo, Jake, esto es Chinatown

Viernes, Marzo 7th, 2014

Roman Polanski comenta en una entrevista que si tiene dos películas de las que se siente profundamente satisfecho son El pianista (2002), un proyecto muy personal; y Chinatown (1974) un trabajo de encargo y que sospechó iba a ser tedioso y sin sentido tras leer las primeras versiones del guión de Robert Towne.

La película podría ser entendida así como un prodigioso milagro. Aunque también la de un cuadrado perfecto porque reunió a lo más extravagante del Hollywood oficial de aquellos años:

Un cineasta polaco que había tanteado con éxito el mercado norteamericano con La semilla del diablo y cuya vida sentimental estaba marcada por la tragedia; un guionista que hizo famoso lo de ser guionista en el cine norteamericano de los años setenta; un productor, Robert Evans, conocido por sus excentricidades pero con una visión del cine que funde lo viejo y lo nuevo con glamurosa elegancia en una década prodigiosa castigada también por una crisis; y un actor, Jack Nicholson, que en aquellos años todavía era un tipo que intentaba hacerse un hueco en la industria y arrastraba fama de gamberro.

No sé si esto explica que cuarenta años después Chinatown continúe aturdiendo, pero algo debe de haber porque la misma fórmula pero con distintos ingredientes que emana Bonnye and Clyde (Arthur Penn, 1967) y las sucesivas imitaciones que se realizaron tras el éxito de Chinatown no funcionan. Todas ellas carecen de la perfección que aún caracteriza la película de Polanski.

Chinatown es, aparentemente, una clásica historia de detectives. Los ecos a Raymond Chandler ya lo sugiere la evocadora banda sonora de Jerry Goldsmith, pero es también, y ahí su grandeza, un estupendo retrato sobre las dobleces humanas y el abuso de poder. Una película que estudia las apariencias con elegante sobriedad.

Jake Gittes, el detective privado que interpreta Nicholson, es un perdedor al que parece que la vida le ha ido razonablemente bien tras dejar la policía por un caso sucedido en Chinatown, pero al que pronto se le nota que el nuevo que investiga le resulta demasiado grande.

Faye Dunaway interpreta a una aparente femme fatale que al final resulta muy femenina pero poco fatal. No reproduzco el diálogo cumbre de la cinta y en el que se descubre el pastel con la esperanza de que alguien que lea estas líneas todavía no haya visto la película…

John Huston asume el papel de un hombre de negocios, aparentemente amante de la familia y del orden. Su orden.

El mismo Roman Polanski interpreta a un gángster con el dedo fácil para la navaja, de hecho, llega a romperle la nariz a Gittes en otra de las memorables escenas que se reparten en este aparente policíaco que ha sabido perder con el paso del tiempo su aroma retro para convertirse en un clásico.

Y como clásico, su visionado todavía conmociona.

Conmociona porque explota nuevas interpretaciones y porque casi parece que la ves por primera vez.

O aparentas verla por primera vez porque sabes cómo se van a desarrollar los acontecimientos pero no a quedar desconcertado por las lecturas que sacas de una película que forma el cuadrado perfecto.

Y te deja noqueado.

Tirado en el suelo, mosquiado porque todavía te duele su contundente mensaje, ya sin apariencias, de una película que va más allá de estar construida como una matrioska.

Jack Nicholson recuperó a Gittes en The Two Jakes (1990) pero la cinta no funciona. No respira esa atmósfera inevitable, a lo callejón de las almas perdidas, de Chinatown.

No termina con un demoledor “Olvídalo, Jake, esto es Chinatown”.

Saludos, plano americano, desde este lado del ordenador.

Leopoldo María Panero

Jueves, Marzo 6th, 2014

Se fue un poeta que nadó en contra de la corriente y probablemente por eso adquirió la categoría de leyenda en determinados círculos que, como siempre, reivindicaban su nombre sin apenas haberlo leído. Leopoldo María Panero fallece mientras dormía –una muerte agradecida y poética–  en un centro psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria y las redes se incendian con palabras elogiosas en torno al poeta –insisten– maldito. Al orate que nunca fue de estrella de rock por mucho que se empeñaran sus seguidores…

Se le podía ver de vez en cuando por la isla que está justo enfrente de Gran Canaria, Tenerife, con su eterno cigarrillo colgado entre los labios. Hace dos años, de hecho, ofreció un recital poético en un conocido local lagunero sin que recitara, esa es la verdad, poesía. Pero qué más le daba a su público con tal de tener la vista clavada en ese caballero al que presuntamente se la había ido la pinza y fue uno de los protagonistas de un documental que, como el mismo Leopoldo María, alcanzó categoría de leyenda. Me refiero a El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), un interesante trabajo que explora en las entrañas de familia tan peculiar, tan curiosa, tan extraña: Los Panero.

Tuvo que ser su condición de marginado lo que despertó tanta simpatía entre los que confesamos con ligero rubor que no leemos poesía. Pero entiendan los indignados que somos gente que solemos llevar las manos sucias y, en este sentido, Leopoldo María fue algo así como uno de los nuestros.

Basta con observar unas de sus fotografías y darse cuenta que detrás de esa mirada que parece ida, y de ese rostro en el que se aprecian las huellas del hartazgo, respira un espíritu que quiso ir a su bola. Ya juzgarán los especialistas el valor de su poesía, los que lo conocíamos solo por la película y también, aunque dicho con la boca pequeña para darle consistencia a la idea, de que pasaba los días en un centro psiquiátrico de la capital grancanaria, sentimos ahora, al conocer la noticia de su muerte, turbación.

Algo así como si nos abandonara un conocido que sabíamos que estaba ahí…

Los obituarios repiten en sus titulares la misma palabra: El último poeta maldito.

Maldito.

La maldición como mérito.

Imagino que a Leopoldo María le sudaría ese grado que lo distingue de otros poetas de su generación y de las que vinieron después tan preocupadas por descuartizarse a la mínima de cambio.

Alguien escribe sobre su condición de drogadicto, bisexual, alcohólico, comunista trotskista, preso, suicida reincidente y, finalmente, inquilino constante, desde su temprana juventud, de psiquiátricos, donde pasó las dos terceras partes de su vida, entregado a “una escritura absorbente y autocontemplativa”. Ya saben,  un tipo que nadaba en contra de la corriente y que si encontró alguna musa despistada por el camino debía de estar igual de colgado que él.

Un Leopoldo María que si existe algo más allá de este mundanal recorrido que es la vida estará esperando a que lo juzguen los dioses mientras fuma y fuma un cigarrillo tras otro.

En este mundo, mientras tanto, parece que se han acabado los poetas malditos.

Saludos, fundimos a negro, desde este lado del ordenador.

El autor y sus pseudónimos

Martes, Marzo 4th, 2014

En términos generales, no creo que los escritores sepan quiénes son: es una incapacidad –y una ventaja– que comparten con los actores. Y probablemente es mejor así. El conocimiento de uno mismo puede conducir a la falta de naturalidad, y en un escritor la falta de naturalidad solo conduce a la parodia de uno mismo. O al silencio.”

(Donald Westlake en la Introducción de A quemarropa, colección BetsSellers Serie Negra, Editorial Planeta, 1985)

Escribían con su nombre y escribían también con pseudónimos. Uno de ellos, Donald Westlake, parecía de hecho desdoblarse en otra persona con la serie de novelas que dedicó a Parker. Camufla con oficio su identidad bajo la de Richard Stark.

Stephen King llegó a celebrar un falso funeral con Richard Bachman, el otro yo con el que firmó una serie de aventuras razonablemente populares.

Cuenta en la introducción de uno de sus libros como Bachman que al final terminó por quitarse la careta y mostrarse como King cuando se descubrió que Bachman no era real.

Escritor en ocasiones industrial, sacó tajada de todo este follón en una novela que sí que se publicó como de Stephen King: La mitad oscura, una original aunque extensa elucubración sobre su peculiar míster Hyde.

Cuenta King que fue Richard Bachman cuando su editor en los años setenta le aconsejó que firmara algunos de sus libros con otro nombre. La idea, dice, era no saturar el mercado con demasiados King aunque sospecho que también fue la de explotar el talento y el entusiasmo de un por aquel entonces desinquieto Stephen King.

Un Stephen King por aquellos años muy vitaminado y gamberro. Casi, casi como si su Richard Bachman quisiera ser el Richard Stark que significó para Donald Westlake…

Hay más escritores que han recurrido al pseudónimo para inundar el mercado con obras aparentemente menores.

Gore Vidal, esa especie de cronista norteamericano de la gran comedia humana, tanteó con oficio e ironía el género de misterio firmando sus historias como Edgar Box.

Las novelas policíacas de Edgar Box son tres divertidas entregas protagonizadas por el detective Peter Cutler Sergeant II, un encantador relaciones públicas graduado en Harvard, que están más próximas al universo de Agatha Christie que al del sabueso callejero de Dashiell Hammett.

Tres novelas que terminaron editándose en colecciones de bolsillo, destinadas a lectores que buscaban entretenimiento sin muchas complicaciones.

John Banbille es otra cosa. No solo por las novelas policíacas que plantea cuando escribe como Benjamin Black, sino porque se supo muy pronto que tras Black estaba Banbille.

El objetivo era dar sello de autenticidad a los relatos que protagoniza su Quique, un forense que trabaja en los años cincuenta en un apagado Dublín. La misma ciudad a la que años más tarde dará una violenta vuelta de calcetín Ken Bruen en sus amargas y nihilistas novelas negrocriminales.

Hay más escritores que han simultaneado la aparición de sus libros con su nombre o recurriendo a falsos. La lista resulta casi interminable. Basta con rastrear por la red y recoger peces que aún mueven la cola mientras te lo llevas a la boca… Pero ninguno de ellos y de ellas me marcó como estos cuatro. Es verdad, en todo caso, que menos el último de la relación.

Lo cierto es que llegué a todos ellos conociendo su verdadera identidad. Y que hubo casos en los que preferí al otro que al auténtico con toda su gloria y merecida gracia…

Así cuenta Donald Westlake como se le apareció un personaje como Parker: “el puente vibraba bajo mis pies, había tensión en toda la atmósfera.”

Pero ¿por qué firmar esa novela, la primera de Parker, como Richard Stark?

Westlake explica que por publicar en Gold Medal, una colección de novelas de evasión para lectores acostumbrados a tener las manos sucias.

Había firmado el manuscrito con un pseudónimo Gold Medal: Richard, por Richard Widmarck en El beso de la muerte (1947), y Stark, porque quería un nombre/palabra que significara desguarnecido, sin adornos.”

El resto es Historia .

(*) La imagen que ilustra este post corresponde a Yo, yo mismo e Irene (Me, Myself & Irene, Bobby y Peter Farrelly, 2000)

Saludos, seguimos en carnaval, desde este lado del ordenador.

El CCC se presenta en sociedad

Lunes, Marzo 3rd, 2014

Tras un parto difícil y con mucho dolor nace el Consejo Canario de la Cultura.

Unos dicen que fue concebido con la semilla del diablo pero su madre, su Rosemary particular, no ha tardado en mecer el cochecito donde por ahora descansa la criatura.

El bautizo oficial tuvo lugar el pasado febrero y en él estuvo el presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, quien con su característico y cansino entusiasmo calificó a los culturos y culturetas, artistas y artistas estrellados, como un sector “complejo” pero imprescindible en sociedad.

También en la sociedad.

PAULINO RIVERO (mientras mira a la concurrencia): Las cosas empiezan a verse de otra manera, empieza a verse la luz al final del túnel.

Y deja volar por el salón, como quien no quiere la cosa, que podría haber más perritas en los próximos presupuestos siempre y cuando estos chicos que aportan el uno por ciento del Producto Interior Bruto de Canarias no me toquen los cojones.

El Consejo Canario de la Cultura nace como organismo asesor. Y sus objetivos para 2014 es estar presentes en las negociaciones sobre el Régimen Económico y Fiscal (REF) y en una comisión que se constituirá en el Parlamento de Canarias para evaluar la influencia de la cultura en el desarrollo de la sociedad canaria.

Pero hay más:

La idea es implicar al sector en el turismo “no solo porque sea un mercado”, apuntó la consejera de Cultura, Deportes, Políticas Sociales y Vivienda, Inés Rojas, sino aprovechar la promoción de las islas como destino cultural de base y para la internacionalización del arte.

¡Chacho!

Al margen de lo que haya pretendido querer decir tanto Rivero como Rojas, lo que se desprende de la presentación en sociedad del Consejo Canario de la Cultura es que hay voluntad por parte del Ejecutivo autonómico por aportar unos cuartos más pese a que Madrid continúe ninguneando los destinos universales de una comunicad autónoma como es la canaria más esquizofrénica que nunca.

Esquizofrénica porque los que dirigen la cosa pública van por un lado y los que aún soportamos la cosa pública por otro…

Eso explica que vea con resignada indiferencia la constitución de este Consejo que en algún lugar se escribe con sus iniciales: CCC.

¿CCC?

CCC es la marca de una popular cerveza que se fabrica por aquí pero a la que si se le borra una C queda como CC, que corresponden a Carlos Castaneda, un investigador que se empeñó en describirnos las enseñanzas de don Juan mientras se metía dentro del cuerpo la ayahuasca.

El organigrama del Consejo Canario de la Cultura lo presidirá Inés Rojas actuando como vocales los responsables de las direcciones generales en materia cultural, representantes de los cabildos y ayuntamientos, así como de otras consejerías “con el objetivo de fomentar procesos de transversalidad y cooperación en el ámbito del Gobierno de Canarias (Educación, Empleo, Turismo y Economía), además de la Radio Televisión Canaria.”

También forman parte del grupo representantes de diferentes disciplinas y organismos culturales como Benito Cabrera, Rosario Álvarez, José Luis Rivero Ceballos, Juan Manuel García Ramos, Elena Acosa, María de los Reyes Hernández, José Dámaso, Enrique Mateu, Daniel Tapia y Ana Sánchez Gijón.

Una tropa que tiene previsto celebrar sesiones ordinarias dos veces al año. Momento en el que se verán las caras para justificar que siguen y evalúan “el cumplimiento de los objetivos de la Estrategia Canaria de la Cultura.”

La idea, se dice, “es constituir una propuesta de objetivos y un plan de trabajo hasta 2015.”

Empieza a verse luz al final del túnel” asegura Paulino Rivero.

El escritor y profesor Juan Manuel García Ramos responde mientras sobre el CCC en una entrevista que publica ABC.

El periodista pregunta si los integrantes del Consejo Canario de la Cultura cobrarán dietas. También qué se hará para que el CCC no sea percibido en sociedad “como una mesa larga más, de las que tanto gustan a Paulino Rivero.”

Y Juan Manuel García Ramos contesta:

Mire usted, he sido invitado a formar parte de ese Consejo, pero no hemos celebrado ni una reunión hasta ahora. No creo que se cobren dietas en ese órgano que al parecer se reunirá solo dos veces al año y cuyas funciones específicas desconozco aún, pero que no veo mal que exista. Una nación se asienta sobre y se fortalece con una cultura común, no solo por ocupar una determinada demarcación territorial. En Canarias corremos siempre el peligro de convertirnos en siete tribus, en siete reinos de taifas. La cultura es un instrumento indispensable para consolidar una ideología nacional, un proceso de autoconocimiento. ¿Quiénes somos los canarios, qué nos define en nuestro diálogo con otros pueblos, cuál es nuestro proyecto colectivo? Espero que en el ámbito de ese Consejo se planteen algunos de estos asuntos con la seriedad que requieren y se dé respuesta imaginativa a algunos de ellos.

Ya ven

Fundo a negro

(*) Las cursivas son nuestras.

(**) La imagen que ilustra este post corresponde a La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski, 1968)

Saludos, en carnaval, desde este lado del ordenador.

¡Adiós, Alain Resnais!

Domingo, Marzo 2nd, 2014

Como otras muchas cosas me vendieron mal a Alain Resnais.

La primera vez que oí su nombre el tipo que lo dijo dulcificaba la r para camuflarla como g, advirtiéndome que Gesnais era un cineasta difícil, no apto para paladares mutantes ya que “te hace pensar”, decía el genio que no llamaba a Resnais como Resnais y sí Gesnais.

Hiberné pues mi relación con el patriarca del cine francés -así clama Román Gubern en un artículo que publica El País por razones creo que festivas.

Seguí mi camino y Resnais se fue por el otro.

Rara vez, de hecho, alguien lo nombraba en tertulias que terminaban cuando los rayos del sol atravesaban la ventana…Y cuando lo citaban era un nombre más de la banda de cineastas franceses que hoy parecerían ir de reservoir dogs por la vida.

Un día, y en una de esas interminables reuniones que terminaban con los primeros rayos del sol penetrando por la ventana…, fijo la mirada en la televisión que está encendida y encuentro unas imágenes que narran una historia tan desordenada que me aturde, si cabe, algo más.

El resto de los que están conmigo deja entonces de hacer sus cosas mosquiados por mi repentino ataque de autismo televisivo…

Y durante un buen rato consigo que se haga el silencio conjurando a que todos ellos claven sus ojos en la pantalla.

Ciega el blanco y negro.

Ciega lo qué demonios esté contando esa película…

El caso es que toda la banda tiene ahora clavada la vista en el televisor hasta que alguien exclama:

- Apaga eso, chacho, que no se entiende…

(*) La imagen que acompaña este post corresponde a El año pasado en Marienbad, Alain Resnais, 1961)

Saludos, vaya con Dios, desde este lado del ordenador.