Archive for Junio, 2012

Juan Luis Galiardo… Hubo una vez ‘Guarapo’

Sábado, Junio 23rd, 2012

Santiago Ríos, que lo dirigió junto a su hermano Teodoro, en Guarapo (1989) recuerda a Juan Luis Galiardo “un actor como la copa de un pino.”

Es una frase hecha, y el cineasta canario es consciente de la frese hecha –informa, no obstante, que se acaba de enterar esta misma mañana del fallecimiento de Galiardo– por lo que recuerda lo que le dijo el actor en cierta ocasión: “en este país para que te tomen en serio tienes que ir dándotelas de importante.”

Juan Luis Galiardo pertenece a esa clase de actores que se conocen como galanes. Intérpretes con notable atractivo físico que, en el caso que nos ocupa, se caracterizó además por un potentísimo vozarrón y unas ganas de vivir minuto a minuto.

Su carrera cinematográfica fue algo irregular, pero se convirtió en uno de esos actores que el espectador reconocía por su imponente físico.

Un físico que lo hace parecer algo arrogante pero que solo destilaba técnicas de actor.

Con el paso de los años Galiardo aún mantenía esa presencia irresistible que él aumentaba “dándoselas de importante.”

Madrigilda, Todos a la cárcel, Familia, Lázaro de Tornes y La chispa de la vida, su último trabajo frente a las cámaras, ponen de manifiesto que, como los buenos vinos, el actor supo envejecer.

Tanto, que antes de ser arrebatado por la muerte continuaba con una frenética actividad que lo llevó a recorrer los escenarios de España.

El año pasado, sin ir más lejos, representaba en Tenerife El avaro de Molière.

Lo suyo, dicen quienes lo conocieron bien, más que el cine fue el teatro.

Santiago Ríos señala que contactaron por casualidad con el actor para que interpretara al personaje que cierra el triángulo a través del cual gira la acción de Guarapo.

“Fue a través de uno de sus hermanos, que en aquel tiempo trabajaba de inspector de Hacienda en Tenerife –evoca– y nosotros pensamos entonces que era perfecto para el papel. Tenía el físico que buscábamos.”

La elección, y a las pruebas me remito,  fue la correcta. Y la implicación del actor en esta película, el primer largometraje en la carrera de los Ríos, el que se exigía a un profesional de su altura.

“En la escena de la huida de Guarapo y durante la pelea que mantiene con Luis Suárez, le pusieron tanto realismo que se les escapó más de un golpe que para nada resultaba fingido.”

Santiago Ríos recuerda también que el último día de rodaje con el actor, en la ermita de San Telmo, ”lo tuvimos horas debajo de una motocicleta donde aguantó estoicamente tirado en el suelo hasta que nos dimos cuenta que a producción se le había olvidado al menos darle una almohadilla para que la espera no le resultara tan incómoda.”

¿Hubo quejas?

“No. –asegura Santiago Ríos– Juan Luis Galiardo fue uno de esos actores que, pese a que impusiera, lograba con el trato que se hiciera muy cercano. Aunque amenazaba siempre con comportarse como una estrella. Es decir, exigir cosas raras porque en España, lamentaba, cualquier miembro del equipo de rodaje se puede sentar en tu silla.”

Quizá eso explique su carácter abierto. De actor que no dejaba de trabajar las 24 horas del día. La suerte de verlo declamar en directo o soltar largos monólogos de los clásicos del Siglo de Oro.

“Como me dijo en cierta ocasión –rememora el cineasta– para que te tomen en serio en este país tienes que ir dándotelas de importante.”

(*) En la imagen el actor junto a los hermanos Ríos con motivo del estreno –veinte años después– de Guarapo en el Cine Víctor de la capital tinerfeña el 18 de diciembre de 2008. 

Saludos, ¿alguien grita gol en el cuarto de al lado?, desde este lado del ordenador.

Robert E. Howard: el escritor adolescente

Viernes, Junio 22nd, 2012

Imagino que como le pasó a mucha gente que forma parte de mi generación, Conan, el brutal guerrero cimerio, irrumpió por primera vez en sus vidas a través de las historietas que por las novelas escritas por Rober E. Howard, probablemente el más trágico de los escritores que formaron parte de lo que hoy se conoce como Círculo de Lovecraft.

Howard, que no se cansaba de asegurar que los relatos de Conan le venían dictados en sueños, fue un fecundo narrador de historias delirantes ambientadas la mayoría de ellas en universos fabulosos e imaginarios donde la razón de la espada iba siempre por delante que el de las equívocas palabras.

Con estas historias, presumo, el escritor solo pretendía escapar de la dura realidad provinciana en la que vivía. Realidad que se circunscribía a los límites de un polvoriento pueblo tejano de cuyo nombre no quiero acordarme y lugar en el que puso fin a su vida un 11 de junio de 1936 al ser incapaz de continuar adelante tras la muerte, apenas unas horas antes, de su madre.

Esta información sobre la vida de Howard la conocí tiempo después de haberme sumergido en su mundo siendo apenas un intrépido adolescente. Y gracias sobre todo a la inolvidable –y para quien les escribe mítica– colección Relatos salvajes que editaba con tan poco amor al arte la editorial española Vértice, que fue la primera que tradujo y publicó en este país de borregos los cómics basados en personajes de Howard como Conan, Kull y Solomon Kane, entre otros…

En colorines, a mi el Conan que me atrapó fue el de John  Buscema. Lamento decir a los estetas que maldita la gracia me hizo el estilizado que proponía Barry Windsor-Smith (con ese aire decante a lo Audrey Beardsley) por mucho que los expertos destaquen su excelencia como ilustrador para relegar a un segundo plano el trabajo vigoroso de, ya dije, Buscema.

Con Conan, personaje que cumple ochenta años, así como treinta la primera película que se realizó sobre el mítico guerrero, Conan el bárbaro, de mi apreciadísimo y reivindicado John Milius, me llevé una de las grandes sorpresas de mi vida cuando rebuscando en un puesto de libros de saldo en Madrid me encontré con uno que reunía algunos de sus cuentos  publicado por Bruguera.

Más tarde, ya en los ochenta, Planeta-Agostini reeditaría sus historias así como las continuaciones que rubricaron imitadores sin alcanzar el frenético e inocente brutal estilo de su autor original, en una serie de olvidables novelitas.

Novelitas, todas ellas, que se podían adquirir a precios populares en kioscos y no en librerías.

Estos volúmenes compartían espacio con otros títulos –ya en decadencia– del oeste y policíacos. Pero era ése, y no otro, el espacio natural de la obra de Howard. Y ése, y no otro, el público que reclamaba la obra de Howard.

Lamentablemente, y con el cambio de los tiempos, las historias del autor dieron el salto a las librerías en ediciones de lujo a precios inalcanzables para un chaval que hasta ese momento se había procurado con sus escasos ingresos algunos de sus títulos cuando los descubría junto al nuevo número de revistas tipo Penthouse o Private. Revistas, ohhh Crom, en las que castigadoramente se avisaba en portada: Solo para adultos.

A título particular, y con la formidable producción que dejó Howard antes de que se volara la tapa de los sesos, me quedo con los relatos de terror que escribió. En especial con su estremecedor La piedra negra, también con los cuentos que dedicó a Kull y Solomon Kane por encima, lo lamento, de los de Conan.

Entiendo, de todas formas, que fueran precisamente las historias de Conan –el feroz guerrero cimerio– las que alcanzaran popularidad por encima de otras de sus creaciones porque en todas ellas se resume lo que me gusta denominar como universo howardiano.

Un universo, el howardiano, donde la única ley es la de la espada y su héroe la encarnación del instinto masculino. Después de marcar territorio, nubla su mente con vino y mujeres de exótica belleza.

Conan, y por extensión las historias bárbaras de Howard, no son así recomendables para paladares exquisitos aunque sea caza mayor para los que se han acostumbrado a pulirlo con toda clase de sabores.

En estas historias se nota, además, que su autor escribía para sí mismo. Que le importaba un pimiento el lector. Eso quizá explique que la mayoría de sus relatos resulten sospechosamente miméticos en intenciones.

En todos, se detecta la rabia de vivir. Un agradecido furor nihilista que solo late con tan encendida llama en el corazón de quien fue toda su vida un escritor adolescente.

No, no he vuelto a leer las aventuras de Conan, ni de Solomon Kane ni Kull de Atlantis. Y en raras ocasiones he vuelto a poner mis ojos en sus cuentos de miedo, algunos excelentes que aún conservan un apreciado y refrescante latido popular que en vez de envejecerlos hace todo lo contrario: los rejuvenece. Y rejuvenece al lector que los lee de nuevo.

Con las historias que dedicó a sus personajes –y lo mismo me pasa con su amigo corresponsal H.P.L.– el intento de volver a perderme en sus historias ha resultado sin embargo frustrante. Lo que hace que piense una vez más que los escritores que te absorbieron en una etapa de tu vida ya no pueden ahora darte el mismo abrazo fraternal.

Son como buenos amigos a los que el peso de la existencia ha retirado de tu camino.

Los recuerdas con nostalgia y eres consciente de lo importante que fue conocerlos pero también que ya no te dicen nada.

Hablaba de todo esto esta misma semana con un colega a quien aprecio y respeto.

Creo sin embargo que su adolescencia como lector fue más triste que la mía porque nunca leyó a Robert E. Howard. Estaba entretenido en otras cosas, cosas que lo perdieron por otros vericuetos igual de confusos que los míos.

Coincidimos, no obstante, en que escritores de aquellos tiempos en los que nos formábamos como lectores aún conservan su identidad como amigos sin fracturas. Citamos a Stevenson, a Kipling, también a Conrad. Dejamos en el camino a H. Rider Haggard… Y yo descolgué a Howard. Aunque no su Piedra Negra.

Sirva por eso estas líneas apresuradas para rendirle el justo homenaje que le debo a su autor y a su noble descendencia de bárbaros que solo podían pensar con una espada en la mano.

A mi me falta esa espada.

Quizá vaya siendo hora de recuperarla y rendir pleitesía al dios Crom.

La película de Milius logró que despertase tan atávico instinto.

Instinto que permanecía dormido cuando las novelitas de Conan desaparecieron de los kioscos y terminaron en las librerías.

Ahora me doy cuenta que ese fue el momento en el que olvidé que la sangre derramada huele a victoria.

O que el poder de la espada está por encima del de las palabras.

Aunque, paradoja, en el caso de Robert E. Howard fueron las palabras las que le devolvieron, precisamente, el poder a esa misma espada.  

Saludos, ¡Por Crom!, desde este lado del ordenador.

Érase una vez en… ‘Puerto Santo’

Jueves, Junio 21st, 2012

Al guardia le sorprendió el desorden. En Puerto Santo su presencia los hubiese asustado; pero allí nadie se inmutaba. Tuvo miedo a enfrentarse a la multitud. Para justificarse, pensó: “Los asuntos de la Iglesia no me incumben. Lo mío es velar por los intereses del alcalde.

Un terrón de barro impactó en su pecho. No se lo esperaba. Oyó risas. Los niños se movían de un lado a otro. Los amenazó con el puño y abrió la boca para mostrar sus dientes de oro. Un pegote de lodo se estrelló en su rostro. Más risas y movimientos sin sentido. Lleno de ira, levantó la pistola y disparó sin apuntar. El estampido resonó por la bóveda del templo. Una vidriera crujió antes de desmoronarse en mil pedazos. Todos interrumpieron sus ocupaciones.

- ¡Cabrones!- gritó él.”

 (Puerto Santo, Juan Ignacio Royo Iranzo)

Algo me da en la nariz que Juan Ignacio Royo se divierte mucho con lo que escribe.

También que observa con la distancia e ironía de un entomólogo de otros tiempos a los personajes que se desenvuelven en las dos novelas que ha escrito hasta la fecha: El fulgor del barranco (Editorial Benchomo, 2008) y Puerto Santo (Ediciones Aguere/Idea, 2012).

Obras, historias, en la que se nota estilo. Un sello, marca en las que Royo Iranzo como un dios caprichoso y burlón, explora el universo humano que derrama en estos títulos con una ancha y –quiero creer– diabólica sonrisa.

Puerto Santo es la última novela del escritor, un volumen cuya lectura me ha parecido interesante porque insiste, no renuncia, a retratar con ácida mirada un mundo que conoce muy bien: Santa Cruz de Tenerife, pequeña capital de provincias cuya sociedad pinta con demoledor sarcasmo.

Digiero así Puerto Santo más que una novela que se desarrolla en uno de esos territorios míticos a los que maltienta cierto número de autores de esa literatura que se escribió, escribe y mucho me temo se escribirá en estas islas donde habito, como un antifaz con forma de Puerto y Santo.

Es decir, como un irregular sainete que evita en ocasiones los extremismos de Valle Inclán y sí abraza la mayor parte de las veces el humor negro de un, digamos, Rafael Azcona.

Se trata Puerto Santo, además, de una novela que dice las cosas claras pese, o quizá por ello mismo, estar narrada como una comedia coral que no renuncia tampoco a la sabiduría del  esperpento.

Una comedia, entiéndame, con alto voltaje socarrón y canalla en la que su autor radiografía a una sociedad fuera de sí y por lo tanto ya sin máscaras que, con independencia del momento histórico en que se ubica la trama, finales del siglo XIX, se me antoja como esos espejos deformantes que aún se conservan en la fachada de un edificio del mítico Callejón del Gato de la capital de España.

Juan Ignacio Royo pone el dedo en la llaga, y hurga insisto con notable sentido del humor, en algunas de las enfermedades que han marcado y aún marcan el carácter del isleño: sumisión dócil a la autoridad, una autoridad caciquil y con nombres y apellidos; miedo a lo que viene de fuera y que renuncia al mar pese a su presunto y tan cacareado cosmopolitismo; cínica devoción a la Iglesia y a la Masonería como caras de orden de una misma moneda, y mirada burlona a un ejército cuyos soldados tarumbas por los calores africanos han perdido la fe en su oficio.

Puerto Santo es una novela con muchos personajes. Una novela colectiva en la que Ignacio Royo desliza también hermosas pinceladas de realismo mágico.

Uno de los mejores momentos del libro no tiene así, a mi juicio, nada que ver con la amenaza –exterior– que desencadena la acción, sino la pesca que emprende uno de sus protagonistas de un cherne monstruoso en una plaza donde sus anteriores ocupantes no han dejado nada más que recuerdos que no se pueden comer.

“Observó aterrado que el pez emergía del océano para saltar sobre él. Lo único que pudo hacer fue agacharse y proteger su cabeza con ambas manos. Le cayó encima. La embarcación crujió como si fuese a desencuadernarse. El derribado Sebastián intentó vencer al desconcierto. Se revolvió para rodear a la bestia con los brazos y evitar que escapase. Introdujo sus manos por las agallas. A pesar de lo comprometido de la situación su instinto de pescador le impelía la captura. Sintió el turbio aliento del animal en la cara, una vaharada de algas podridas y calamares digeridos. El monstruo lo miraba de frente. Por las fauces mostraba varias hileras de dientes como alambres que se extendían hasta las profundidades del paladar. En la mandíbula inferior llevaba ensartado el anzuelo.

- Quítame esto.- gimió el cherne-, me duele mucho. ¡Quítamelo ya!

- Y una mierda.- protestó el pescador con todo el vigor del que fue capaz–. No me aturulles. Los peces no hablan.”

Al margen de este elemento trasgresor y fantástico, Puerto Santo propone un retrato a ratos feroz y a ratos divertido, pero siempre demoledoramente crítico de una ciudad que, obviamente, se inspira en Santa Cruz de Tenerife.

Escenario que en esta novela pone de manifiesto la cobardía de una sociedad cuyo vecindario –no todos, pero sí la mayoría– apuesta por huir ante una anunciada pero nunca constatada invasión que prepara los Estados Unidos de Norteamérica tras liberar del yugo colonial español sus últimas posesiones en América y Asia. 

Esta amenaza de invasión desata una especie de locura colectiva en todas las clases sociales de Puerto Santo, lo que hace que muchos de los vecinos de la capital huyan al interior de la isla para evitar lo que sospechan será un durísimo cañoneo naval antes de que tomen por desembarco la capital de la isla.

La ironía es que, efectivamente, habrá un cañoneo sobre Puerto Santo. Pero este cañoneo no será, precisamente, provocado por  la presunta escuadra invasora de los Estados Unidos de Norteamérica que, paradójicamente, nunca aparecerá en la novela ni en la Historia por el horizonte.

Puerto Santo se lee con rapidez –el volumen no llega a las 180 páginas– y una sonrisa que desarma en los labios.

A mi me ha parecido una novela divertida, repleta de momentos en los que parece que su autor tantea todos los lados de ese fabuloso poliedro que forma la literatura de humor.

Encuentro algo de esperpento, sainete berlanguiano, también de irónico erotismo, humor negro, sátira social despiadada y sano espíritu antimilitar y eclesiástico.

Una novela con cierto poso libertario en la que sus personajes –personajes por los que el autor parece que no toma partido– son algo así como caricaturas, fantoches y machangos que inflan pecho cuando saben que el enemigo se encuentra a miles de kilómetros de distancia y escapan cuando sospechan que pueden tenerlos de frente…

No es una obra redonda, digámoslo de una vez, pero no creo que fuera ésta la pretensión de su autor, Juan Ignacio Royo Iranzo, quien firma y creo que conscientemente, un divertimento quizá con la esperanza de que los habitantes de todos esos Puertos Santos que salpican el planeta se vean reflejados en sus protagonistas con el fin de que se reconozcan en ellos y eviten –¡ay!– repetir la historia que ha castrado, precisamente, su manera de enfrentarse y entender  no la, sino su Historia.

Saludos, una novela que hace reír y pensar no es una mala novela, desde este lado del ordenador.

Noticias sobre ese cine que tanto nos dis(gusta)

Miércoles, Junio 20th, 2012

* El compositor canario David Campodarve se encuentra entre los cinco finalistas en los Jerry Goldsmith Awards 2012, en la categoría Mejor música en promocional con su composición Dreams come true, banda sonora del cortometraje promocional dirigido por el también canario Damian Perea y que sirvió para defender la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria a capital cultural europea en el 2016. Campodarve, además de compositor es arquitecto, productor musical y bajista de Los Salvapantallas y ha producido a bandas como The Birkins o Ginés Cedrés.

* El documental Viudas Blancas se presenta este jueves, 21 de junio en TEA Tenerife Espacio de las Artes a las 20:30 horas, con la presencia de sus autores Ana Pérez Pinto, Dailo Barco Machado y Estrella Monterrey.  Se trata de una producción de 86 minutos de duración, y fue realizada en las islas de La Palma y Tenerife. Viudas Blancas cuenta la historia de varias mujeres que vivieron la otra cara de la emigración canaria a Venezuela a mediados del siglo XX.

* El programa del Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife (Fimucité) incluye el 9 de julio un recital de la Agrupación de Pulso y Púa de la Escuela Municipal de Música y Danza de Arona, la Orquesta de Plectro Euritmia, la Masa Coral Tinerfeña y la Orquesta de Pulso y Púa del Orfeón La Paz de La Laguna en el Paraninfo de La Laguna a partir de las 21 horas. Se interpretarán piezas de El Padrino, La vida es bella y  La Misión, entre otras.

Saludos, game over, desde este lado del ordenador.

De bien nacido es ser agradecido

Martes, Junio 19th, 2012

Para todo aficionado a la novela de género que se precie la Semana Negra de Gijón es como La Meca… Hay que visitarla al menos una vez en la vida.

Quien les escribe ha repetido en tres ocasiones su estancia en la capital asturiana con motivo de la celebración del encuentro. Y en cada una de estas visitas además de adquirir libros, reventarse el estómago gracias a la prodigiosa gastronomía asturiana y conocer escritores y editores por los que tengo sobresaliente respeto, siempre que regreso a la isla tengo algo así como la sensación de que no todo está perdido.

Que aún hay espacio para la imaginación y el intercambio de ideas en un escenario intelectualmente lúcido y lúdico que deja una huella imborrable entre los que hemos tenido la fortuna de conocer un Festival –que este año y pese a la crisis celebra su XXV edición del 6 al 15 de julio– cuyo secreto radica en combinar cultura y diversión.

De los muchos escritores que he conocido en Gijón, siento especial respeto y aprecio por la obra del mejicano Jorge Moch, el peruano Alonso Cueto y el colombiano Mario Mendoza, todos ellos excelentes personas y excelentes narradores que me mostraron una literatura cuyas ambiciones empalidecen las que desde este país, y esta región desnortada que es Canarias, se empeñan unos y otros por transmitirnos en libros con demasiadas páginas pero poca implicación en contenidos.

Este año, como el pasado, no podré estar en Gijón –y créanme si les digo que he hecho cálculos, manejando insólitas reservas financieras para repetir el sueño–  pero al final se ha impuesto el sueño de la razón que solo produce monstruos…

El motivo de este post, pese a su entradilla con tufillo nostálgico, tiene como objeto anunciar la lista de finalistas de los distintos premios que, anualmente, concede la Semana Negra.

* Premio Hammett, a la mejor novela

Cristina Fallarás, Niñas perdidas (España)

Leonardo Oyola, Kryptonita (Argentina)

Edmundo Paz Soldán, Norte (Bolivia)

Carlos Salem, Un jamón calibre 45 (Argentina)

* Memorial Silverio Cañada, a la mejor primera novela.

Claudio Cerdán, El país de los ciegos, (España)

Kike Ferrari, Que de lejos parecen moscas, (Argentina)

Iris García Cuevas, 36 toneladas, (Méjico)

Jordi Ledesma, Narcolepsia, (España)

* Rodolfo Walsh, al mejor libro de no ficción.

Sanjuana Martínez, La frontera del narco, (Méjico)

 Xavier Montanyá, El oro negro de la muerte, (España)

José Reveles, Levantones, narcofosas y falsos positivos, de (Méjico)

Guillermo Saccomano, Un maestro, de (Argentina)

* Premio Celsius (ciencia ficción y fantasía)

Juan Ramón Biedma, Antiresurrección (España)

Emilio Bueno, Diástole (España)

Juan Guinot, 2022 La guerra del gallo (Argentina)

Ismael Martínez Biurrún,  El escondite de Gisha (España)

* Premio Espartaco (novela histórica)

Antonio Garrido, El lector de cadáveres, (España)

Alfonso Mateo-Sagasta, Caminarás con el sol (España)

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana (España)

Fabrizio Mejía Madrid, Disparos en la oscuridad (Méjico)

Saludos, ¡viva la Semana Negra!, desde este lado del ordenador.

Noticias de ese cine que tanto nos (dis)gusta

Lunes, Junio 18th, 2012

* El largometraje La senda, del cineasta canario Miguel Toledo ha obtenido el Tesela de plata al mejor director en la novena edición del Festival de Cine de Alicante. Gustavo Salmerón recibió por esta misma película el Tesela de plata al mejor actor. La actriz y también cineasta canaria, Antonia San Juan, obtuvo por Del lado del verano, el Tesela de oro a la Mejor Película, galardón dotado con 4.000 euros, así como su  protagonista, Macarena Gómez, el Tesela de Plata a la Mejor Actriz.

En el apartado de cortos, el jurado otorgó el Premio al Mejor Cortometraje, valorado en 2.000 euros, a Circus, de Pablo Remón y el Premio al Mejor Guión a La victoria de Úrsula, de los directores Julio Martí y Nacho Ruipérez, que también recibieron el Premio al Mejor Director por este corto de ficción. Esta obra cosechó un distintivo más con la obtención del Premio a la Mejor Actriz para Terele Pávez. El Premio al Mejor Actor fue para Antonio Gómez, que actúa en el corto Ella y yo.

De qué se ríen las hienas, del gallego Javier Veiga, se hizo con el Premio de la Crítica Sergio Balseyro al Mejor Cortometraje y el de la Crítica al Mejor Largometraje recayó  En fuera de juego, de David Marqués, que incluye en su reparto artístico a Fernando Tejero, Patricia Montero, José Sancho y Hugo Silva.

 * El Aguere Espacio Cultural, en La Laguna, acoge este martes, 19 de junio, y a partir de las 20.30 horas, la proyección Digital 104 (2010-2012), dentro del ciclo Noche de realizadores canarios que el recuperado espacio lleva realizando todos los martes desde  febrero y que se inauguró precisamente con la proyección de los primeros cortos de esta productora tinerfeña. En esta ocasión, se exhibirán los últimos cuatro cortometrajes de Digital 104: Como siempre (2010), Ridícula (2011), El círculo (2012) y Veneno (2012), dirigidos, respectivamente, por Jairo López, Domingo J. González,  Eugenia Arteaga y Jonay García. La entrada a la proyección es de tres euros.

Saludos, que los dioses provean, desde este lado del ordenador.