Archive for Noviembre, 2012

Emilio Aragón, alias Miliki

Domingo, Noviembre 18th, 2012

Se llamaba Emilio Aragón aunque todo el mundo lo conocía como Miliki, el número Dos de Los Payasos de la tele. Escribo lo de de número Dos porque el Uno fue Fofó y el Tres, Gaby, que era el que iba de serio porque no llevaba narizota. Ya saben, el secundario que va de listo y que está ahí para dar entrada al payaso tonto que es el que hace reír a los niños precisamente porque es tonto. 

Como cualquier hijo de vecino gran parte del entretenimiento televisivo de mi infancia se la debo a Gaby, Fofó y Miliki… Más tarde también a Fofito. No recuerdo, sin  embargo, haber soltado una carcajada espectacular con el trío protagonista pero sí pasar las horas muertas contemplándolos en la tele mientras gritaban aquello de ¡¡¡cómo están ustedes!!!, que, a modo saludo, se convirtió en una de sus cartas de presentación. En una de sus referencias…

…Como en referencias se convirtieron sus canciones, canciones algunas de cuyas letras tienen una lectura políticamente incorrecta si se las escucha con las refinadas orejas de la madrastra de Blancanieves.

Pero hablaba de las canciones de los payasos de la tele, parte de cuyas letras permanecen sorprendentemente imborrables en mi memoria y que con el paso de los años fui troceando convencido que en el fondo no en la forma guardaban mensajes ocultos. 

Años más tarde su hijo Emilio Aragón Álvarez, jugaría con esta misma fórmula con la escatológica Me huelen los pies, todo un éxito en aquella Expaña que se acostumbró a derrochar y a consumir basurilla sin alcanzar la inmundicia a la que hemos llegado hoy…

Pero más allá del presunto componente subversivo de las canciones de Los payasos de la tele, payasos que nunca se embadurnaron las caras con maquillaje sino que recurrieron solo a un apéndice nasal colorado para subrayar que eran payasos, poca gente conoce que en Emilio Aragón, ya no Miliki, se escondía el alma de un escritor.

Un escritor comprometido que no se ganó el favor de las izquierdas con su primera novela, La providencia, título en el que narraba la historia de un guerrillero cubano decepcionado por la orientación comunista que adoptó la revolución castristas a partir de los años sesenta; y Mientras duermen los murciélagos, cuya acción se desarrolla en un circo ambulante en pleno y virulento nazismo. 

Respecto al papel que prestó en la televisión junto a sus hermanos en este país de pesadilla cabe apuntar que con su muerte se nos va un buen pedazo de nuestra infancia sentados frente al televisor.

A su manera, Los payasos de la tele canalizaron con aquel ¡¡¡cómo están ustedes, más alto, más alto porque no se oye!!!, la inagotable energía que guarda uno cuando tiene esa edad. 

Y ellos fueron cómplices para que la desahogáramos mientras practicaban un humor tontorrón, blanco, inocente. De guardería. 

Por eso no sé si los payasos de la tele contribuyeron a que fuera más feliz, pero sí tan idiotizado como el resto de mi generación.

(*) En la segunda imagen, y de izquierda a derecha, Fofito, Miliki, Fofó y Gaby.

Saludos, que la función debe continuar, desde este lado del ordenador.

Fantasías animadas de ayer y hoy: El contrato (pesadillas para unos, sueños para otros)

Sábado, Noviembre 17th, 2012

Cuando salió el artista le pegunté cómo era el Diablo. El artista me dijo que un tipo delgado, vestido de frac… Sombrero de copa incluido.

- ¿Y los cuernos?

- No, no lleva cuernos… Se parece de hecho a Fred Astaire.

Delante de mi iba una chica que se comía las uñas. Por los dedos manchados imaginé que podía ser una pintora. O una asesina, porque en esta fila todos teníamos algo que declarar.

La luz roja que estaba encima de la puerta dio paso a la verde por lo que la chica que podía ser pintora o asesina entró.

Me puse un cigarrillo en la boca y lo encendí con el Bic de color violeta que me había dado el personaje siniestro que tenía detrás. Escribo siniestro porque su cara era la de un bebé. Un tipo de cincuenta años con cara de bebé siempre resulta inquietante en la cola del paro.

- ¿Un lingotazo?- me preguntó mostrándome una petaca plateada.

Hice un gesto de rechazo con la mano.

- Usted se lo pierde.- respondió pegándole un lingotazo. Por el olor debía de ser algo así como ron… Ron, la botella de ron…

Eché un vistazo a la larga y sinuosa fila que estaba a mi espalda.

Creí detectar cinco o seis personas detrás a Mel Gibson pero no estoy seguro porque esto que cuento es un sueño.

O una pesadilla.

- Su turno.- me dijo el tipo de la petaca. Me hice a un lado para dejar pasar a la pintora o asesina y entré.

La habitación estaba iluminada con fluorescentes y el Diablo estaba sentado tras una mesa repleta de papeles. El primer pensamiento que tuve mientras me sentaba es que aquel tipo más que Fred Astaire tenía un aire decadente a lo Orson Welles.

Y sí, si que tenía dos hermosos cuernos saliendo de su frente.

- Usted dirá.- dijo Orson/Diablo mientras encendía un cigarro puro.

- Pues yo… Ya sabe, vengo a vender mi alma y todo eso.

- ¿Todo eso?- contestó Orson/Diablo soltando de su boca O perfectas de humo que desaparecían en el aire…

- Sí, sí… Ahórreme el papeleo por Dios…

Orson/Diablo se puso serio.

- Ni lo miente…

- ¿Miente?

- Al Padre, cojones… – dijo Orson/Diablo abriendo un cajón, del que sacó una botella de güisqui DYC y dos vasos.

- ¿Bebe?

Iba a decir que no pero dije que sí con la cabeza. Cuando terminó de llenar los vasos, me invitó a que tomara un trago.

El líquido en vez de quemarme me bajó cómodamente por la garganta seca.

- ¿Y ahora?- pregunté.

- Firmamos el contrato.

Me entregó un papel en blanco.

- No leo la letra pequeña.- bromeé.

Orson/Diablo sonrió.

-Usted firme.

- ¿Y ya está?

Orson/Diablo se encogió de hombros.

- ¿Tiene un bolígrafo?

- Utilice el dedo…

- ¿El dedo?

- Un simple corte, algo de sangre derramada…

- ¿Y ya está?

- ¿Es que no sabe decir otra cosa?

Cogí un abrecartas que estaba sobre la mesa.

- Así que esto es así… Sin cláusulas de la parte contratante…

- Hay mucha gente que espera… ¿Quiere firmar el contrato?

- Es que yo… Yo imaginaba esto de otra manera.

Orson/Diablo acabó su segoviano y soltó un grosero eructo para manifestar su  aburrimiento…

- ¿Quiere hacer el favor o no?

- Es que yo…

- Yo, yo, yo…

- No se me ponga así…

La punta del abrecartas temblaba sobre la yema de mi dedo índice.

-Firme… Firme de una vez, carajo.

Las manos me temblaban tanto que el abrecartas se cayó al suelo. Recordé entonces Apache, una vieja película del oeste dirigida por Robert Aldrich. No sé porqué pensé en ese Apache que tenía la forma de Burt Lancaster en la película de Robert Aldrich pero así fueron las cosas en el sueño.

- Preferiría no hacerlo.- le dije levantándome tan bruscamente que tiré la silla al suelo.

Orson/Diablo lanzó una carcajada que, a mi juicio, nacía de sus tripas…

- ¡Otro!- escupió.

Yo, mientras tanto, y como si tuviera las piernas dormidas me dirigí a la puerta pero Orson/Diablo me señaló la de servicio.

- ¿Eh?- dije.

- ¿Eh?- me respondió burlón Orson/Diablo.

Luego me desperté.

Y Orson/Diablo ya no estaba allí. 

Saludos, esto me pasa por salir por la puerta de servicio, desde este lado del ordenador.

El mismo ‘Frenesí’ cuarenta años después

Jueves, Noviembre 15th, 2012

Hay cineastas a los que tocan los dioses.

Alfred Hitchcock es uno de ellos aunque hoy permanezca injustamente relegado porque el mundo en el que vivimos es así de ingrato.

Hitchcock, en cuya obra se conjuga sentido del espectáculo y mirada cinematográfica, pertenece de todas formas a esa fila de grandes cineastas a la que otro cineasta, no tan grande, contribuyó a mitificar con un volumen que todavía hoy es de referencia para todos aquellos que, con o sin inquietudes por el cine, quieren acercarse al trabajo de un autor en primera persona.

El libro es El cine según Alfred Hitchcock, y lo firma Françoise Truffaut, un título necesario para acercarse a través de su voz al impresionante trabajo que realizó a lo largo de su carrera.

Ahora bien, si estuviera en la incómoda tesitura de escoger dos películas, solo dos películas de su filmografía, sé que títulos me llevaría en la maleta: La sombra de una duda y Frenesí.

Frenesí (Frenzy, 1972) celebra este 2012 que es del fin del mundo su cuarenta aniversario (1).

Cuarenta años que apenas se notan.

Tiene la virtud Frenesí de ser una película de Hitchcock que no parece, pero es, una película de a quien llamaron el mago del suspense.

Nunca me gustó lo de mago del suspense. Y no porque me imaginara al caballero orondo y de rostro bonachón y perverso con una boina sobre la cabeza y vestido como uno de esos tantos cretinos que se disfrazan de campesino canario en la tierra en la que habito cuando toca romería…

… No, no…

Digamos que lo que me molesta cuando lo señalan como mago del suspense es que es una forma como cualquier otra de reducir la obra de un cineasta que hizo alquimia con esto del cine.

Es decir, que Hitchcock va más allá de lo que conocemos como mago del suspense.

Y en este sentido, Frenesí quizá sea el título más raro y revolucionario de su extraordinaria carrera porque casi raya con la más cruda pornografía y sorprende por su retorcido feísmo estético.

También porque vista hoy –en estos tiempos de estados que no renuncian al paternalismo, sindicatos que no van a pasar a la historia y algodones blancos– todavía sigue triturando algo muy dentro de mí.

Frenesí es una película conscientemente sucia. Muy sucia.

Y por primera vez en la carrera del cineasta, su primer trabajo en el que todos sus protagonistas pertenecen a una clase media muy venida a menos.

El cineasta británico regresa además con ella a su tierra natal, Gran Bretaña.

Rueda Frenesí en Londres, pero evita la postal turística para introducirnos en los suburbios de la city, escenario en el que opera el asesino de la corbata. Un criminal sexual cuya firma consiste en estrangular a sus víctimas con… una corbata. Lo interpreta con una convicción cínica que traspasa la pantalla Barry Foster, el dueño de un negocio de frutas…

Un tipo realmente desagradable pero al que Hitchcock dota de retorcida elegancia. Tanta, que en una de esas habituales jugadas maestra hace que al espectador le resulte atractivo.

En una de las mejores escenas de la película, Foster regresa al lugar del crimen al darse cuenta que ha dejado en el cadáver de una de sus víctimas un alfiler de corbata a través del cual la policía podría dar con él.

Y da con él, solo que tiene que forcejear con el cadáver para arrebatarle lo que podría ser una prueba que lo incriminase.

Todo transcurre en la parte trasera de un camión que transporta sacos de papas –patatas, que dirían los peninsulares–, hasta que logra su objetivo no sin tener que recurrir a una violencia digámoslo con palabras suaves extrema.

En todo momento. y mientras se ve este momento, el espectador sufre contradicción: por un lado espera que lo descubran pero por otro espera también que se salga con la suya.

En cuanto al héroe de la película, más que héroe es un antihéroe que no tiene nada que ver con los que protagonizaron otras películas de Alfred Hitchcock.

Se trata de un antihéroe sin asomo romántico ni caballeresco.

En todo caso, es un personaje antipático por bronco, violento y maltratador.

Lo interpreta Jon Finch. Un tipo que en esta película se encuentra en las últimas. Héroe de la RAF, ahora es un buscavidas. Para empeorar su situación, las relaciones que mantiene con su ex mujer no son nada buenas.

Huelga decir que su ex mujer, Barbara Leigh-Hunt, futura víctima del asesino de la corbata, quizá sea uno de los personajes femeninos más odiosos en toda la filmografía de sir Alfred Hitchcock…

Y en ella, precisamente sobre su cadáver, es donde Barry Foster busca desesperadamente el alfiler que dejó olvidado cuando acabó con su vida…

Frenesí es una de las películas más salvajes y retorcidas del señor Hitchcock. También morbosa y rompedora.

Es como si al ya viejo cineasta le importara un comino lo que pudieran decir de él los espectadores y la crítica de su tiempo.

Hitchcock estaba más allá del bien y del mal, y probablemente era consciente que le quedaba poco tiempo para seguir en este planeta.

De hecho, cuatro años después rodaría la que fue su última película, La trama (1979), pero yo me quedo, a modo de testamento, con Frenesí como el último gran filme de su impresionante carrera.

Tanta mala hostia, tanto desprecio hacia sus personajes pero sobre todo a su país natal, me proporciona nuevas y jugosas lecturas sobre su cine modélicamente perverso.

Por eso sostengo que se trata de su trabajo más revolucionario: rompe con sano espíritu nihilista el estilo por el que fue tan celebrado.

Es la película de un viejo que da limpios pero también dolorosos bofetones al cine que en aquellos años los jóvenes estaban empeñados en desmontar, eso que se llamó Free cinema, que tradujo a la inglesa la Nouvelle vague

Y todo ello sin renunciar a su juguetón y malvado proceso de deconstrucción de sí mismo.

En Frenesí palpita su odio latente a la policía con ese comisario que evita comer los platos de cocina francesa que ¿amorosamente? le prepara su mujer…

Su héroe, que encarna el actor Jon Finch, ya no es un elegante Cary Grant o Gregory Peck. Ni siquiera un inquietante y atractivo hombre corriente como Joseph Cotten en La sombra de la duda

Todo es sucio y feo en Frenesí.

De ahí su actualidad.

Su actualidad en estos tiempos tan tristes, sucios y feos como los que reflejó con frialdad quirúrgica el señor Hitchcock en Frenesí.

Frenesí

Frenesí no es otra cosa que una más de sus obras maestras.

(1) Frenesí está escrita por Anthony Shaffer según la novela de Arthur La Bern.

Saludos, ¿dónde demonios habré dejado el alfiler de corbata?, desde este lado del ordenador.

Escrito un día de ‘huerga’

Miércoles, Noviembre 14th, 2012

Paseo por las calles de una capital de provincia donde la mitad de los establecimientos están cerrados, cerrados por liquidación, porque sus responsables no pudieron más y tiraron la toalla, así como por efecto de la huelga general que es el asunto que monopoliza hoy, 14 de noviembre, el mapa informativo de este país, aunque me encuentro abierto el kiosco donde habitualmente compro alguna que otra revista, algún que otro periódico y la inevitable ración de veneno –cigarrillos– con la que reduzco mis días en este solar llamada Expaña.

En tono de broma, le pregunto al quiosquero “¿por qué no has cerrado?” Y en tono donde no asoma ninguna puta broma me responde: “¿y por qué voy a cerrar?, ¿no vivimos en una democracia?”

- Vamos, vamos, no se lo tome así…

- No, si yo me lo tomo como siempre.

Mientras abro el paquete que contiene los cilindros que contaminan mis pulmones, pienso en la cantidad de películas que han reflejado en el cine esto de la huelga, aunque dos títulos –no sé la razón–  ocupan la mayor parte de mi cabeza porque, ay mi cabeza, así son las cosas.

F.I.S.T. (Norman Jewison, 1978) y Hoffa (Danny de Vito, 1992).

Las dos películas hablan de líderes sindicales. La primera se inspira, vagamente, en la vida del segundo y el segundo es un biopic sobre uno de esos estrafalarios personajes que parecen solo nacen en los Estados Unidos de Norteamérica.

Pasan a segundo plano La huelga, la deliciosa y actualísima Tiempos modernos; La ley del silencio, esa especie de Lo que el viento se llevó para las izquierdas que es Novecento, Germinal y algún título más que se escabulle por las rendijas de mi cerebro como Última salida Brooklin (Uli Edel, 1989), un filme basado en la durísima novela de Hubert Selby Jr., pero si la cito es por el descenso a los infiernos que emprende uno de sus personajes, un liberado sindical en ese barrio neoyorquino que parece la antesala del infierno.

Hay muchas más películas, claro está… Porque la clase trabajadora a la que deberíamos de pertenecer todos los que estamos en edad de trabajar, es potencialmente consumidora de eso que llaman cine… Y a veces, cuando aún tenía chispa de inteligencia, quería ver reflejado sus problemas en pantalla grande. Ken Loach, afortunadamente, continúa aún explotando esta realidad por lo que se ha convertido en una especie de cineasta de culto para una minoría que no deja de sacudir la cabeza mientras ve sus películas…

En España está Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa, pero yo me quedo con Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951) y, cómo no, con esa obra maestra del neorrealismo italiano que es El ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sica, porque son títulos en los que se pone de manifiesto la tragedia humana de los que somos gente corriente a las que las circunstancias nos empujan al vacío…

Resulta extraño pasear por una capital de provincias que solo vive cuando brilla la luz del sol, aunque hoy el firmamento esté poblado de nubes. Pero resulta mucho más extraño pasear por una capital de provincias donde la mayoría de sus tiendas están cerradas no porque sea domingo o un día de fiesta, sino porque apoyan, es un suponer, esto de la huelga…

Apenas veo a gente en la calle. Por lo que transitar por el asfalto casi parece como ser un protagonista de una película de muertos vivientes, aunque en una ciudad tan muerta como Santa Cruz de Tenerife esta sensación no debería de sorprenderme. Ni inquietarme. Pero sí que me inquieta más que sorprende porque pesa en la atmósfera argo que solo puedo describir como chungo. Una resignada tristeza que está cansada de estar resignada.

En situaciones así lo único que me apetece en encerrarme en casa, escribir y leer, también ver una película. O varias. Quizá toque repescar F.I.S.T., con aquel bronco de Stallone antes de que saliera del armario ideológico con la trilogía de Rambo, aunque se agradece que haya vuelto al redil con ese esperpento que llama Los mercenarios

La noche de ayer que ya dejó de formar parte de mí calendario existencial castigué a mi dvd con dos películas cafres y sin nada que ver con el aire que hoy se respira en media Europa aunque, pensándolo bien, igual sí tienen que ver.

Veo Plauto (David Gordon, 2004), probablemente la película más rara, rara, rara, del cine español. Una joya sin tallar escrita por esa especie de mister Proper vitaminado de farlopa que fue Coto Matamoros, y que transcurre en un circo donde si alguien resulta normal  es el payaso que da título a la cinta. Una lástima que al Matamoros se le fuera la pinza mientras escribía esta surreal carroña, también que explotara su vena literaria con el abusivo empleo de la voz en off, pero descubro a un pedazo de actor que debería de tener más carrera en eso que llaman cine patrio: el extravagante Dioni, aquí apodado Furgones por aquello de hacer el chiste fácil.

Plauto, ya ven que cosas, me hace levantar del asiento cuando llega a su trágico final para buscar en mi caótica biblioteca el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Plauto abre y cierra con dos citas que saca de este volumen hartamente recomendable para los que no dejan de pensar en eso que llaman suicidio.

La segunda película que me quema los ojos es una cinta australiana, Romper Stomper (Geoffrey Wright, 1992), en la que trabaja un por aquel entonces desconocido Russell Crowe.

La historia va de descerebrados cabezas rapados australianos y transmite muy bien el panorama que nos espera si la crisis que nos empala continúa por el camino que transita. Me sorprende que este título haya pasado tan desapercibido. Claro que el tema que trata resulta ya de por sí antipático, pero es un buen vehículo para entender hasta donde puede llevar un odio absurdo cuando no se tiene nada mejor que hacer que bailar como un salvaje, beber litros de cerveza y romperle la cabeza a todos esos que no son de tu país. En la película, sufridos vietnamitas hasta que dejan de serlo.

La película, que también está escrita por Wright, contiene más sustancia… Y no deja títeres con cabeza. Todo esto aderezado con una banda sonora en la que gritan grupos skin heads loas a un IV Reich como quien se agarra a un clavo ardiendo.

Me conmociona esta película. Su bronca desmelenada, también la extraña historia de amor que surge entre dos de sus protagonistas mientras todo a su alrededor se desmorona.

Llego así a la cama confuso, preguntándome no ya dónde voy sino a dónde vamos casi todos.

Cuando escribo casi todos me refiero a los que aún nos mantenemos en pie entre las ruinas más por inercia que por voluntad de sobrevivir…

El nihilismo que retratan estas dos películas tiene argo que las hace especial en estos tiempos que me ha tocado estar, por lo que no me resulta nada gratuita la elección caprichosa, porque fue eso, un capricho, que hice ayer cuando la escogí en el vídeo club al que sigo visitando porque soy un rematado romántico.

O más bien un animal de costumbre que no deja de musitar entre dientes basta ya, basta ya, que se acabe esta puñetera pesadilla de la que soy incapaz de despertarme…

Ya saben, y si no lo saben me da igual, que “si el corazón pudiese pensar, se pararía.”

Saludos, otro día fantasma, desde este lado del ordenador.

Ecopress se siente “excluido” del concurso SILA

Martes, Noviembre 13th, 2012

Todo hace sospechar que, como el Guadiana, el affaire sobre la adjudicación del concurso SILA para 2012-2013 reaparecerá y desaparecerá por la geografía mediática canaria.

Si a lo largo de estos días hemos ido publicando los comunicados de la asociación SILA e incluso la repuesta que fuentes de la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias hicieron en su momento a un periódico de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, se suma ahora Ecopress Comunicaciones, empresa fundada en 1993 por el premio Canarias de Comunicación, Martín Rivero, al anunciar a través de otro comunicado que ha presentado un recurso de alzada ante el departamento que dirige el felizmente recuperado Alberto Delgado.

En este recurso, Ecopress Comunicaciones considera que ha sido excluido “ilegalmente del concurso por el que se adjudicaba la organización, gestión y ejecución del Salón Internacional del Libro Africano en los próximos dos años”, y que fue convocado por la Dirección General de Cooperación y Patrimonio del Ejecutivo regional.

Ecopress denuncia así su “exclusión” de la Mesa de Contratación porque ésta estimó que “su solvencia técnica no queda acreditada” aunque señala que la UTE formada por Looking for Development S.L. y la Fundación Canaria Farrah, a los que finalmente se les adjudicó el concurso por 99.215 euros, son una entidad de asesoramiento y consultoría y una ong dedicada a la cooperación internacional para el desarrollo, creada hace cuatro años.

El recurso de alzada sostiene además que los cuatro certificados –no se cita nombres– aportados por Ecopress Comunicaciones para respaldar la solvencia técnica de la productora y que fueron rechazados por la Mesa de Contratación, cumplían “escrupulosamente con lo exigido por el Pliego”, mientras que la UTE Looking for Development S.L. y la Fundación Canaria Farrah solo presentó un certificado del Ayuntamiento de Teror “que sí fue suficiente para la mencionada Mesa de Contratación.”

En este sentido, Ecopress Comunicaciones reclama que “se deje sin efecto la adjudicación del concurso”, así como “retrotraer el expediente al momento procedimental pertinente en que la Mesa de Contratación deberá admitir a la licitación la oferta de mi representada (Ecopress Comunicaciones S.L.)” con el objeto de de proceder a su valoración y adjudicar el contrato “a la oferta más ventajosa según los términos del Pliego.”

Ecopress Comunicaciones entiende que “se ha infringido el pliego de cláusulas” al no admitir la Mesa su oferta, ya que sí aportó en “tiempo y forma” la documentación en la que acreditaba su solvencia técnica por lo que, reitera, su no admisión “ha sido un acto claramente ilegal.”

Saludos, a la expectativa del próximo capítulo, desde este lado del ordenador.

‘El corsario de Lanzarote’, una novela de Francisco Estupiñán

Lunes, Noviembre 12th, 2012

La publicación de El corsario de Lanzarote (1), novela por el escritor y periodista Francisco Estupiñán obtuvo el premio Benito Pérez Armas 2011, coincide en las librerías canarias con una serie de historias que más o menos se desarrollan en el mismo periodo histórico que ésta: la conquista de Canarias y el asentamiento y posterior desarrollo de los primeros pobladores europeos, y sus generaciones, en las islas.

Sin embargo, y en contra de otros títulos como El guanche en Venecia, de Juan Manuel García Ramos y La Señora. Beatriz de Bobadilla, señora de Gomera y Fierro, de Carlos Álvarez, el título de Estupiñán me parece el más logrado de todos ellos. La primera razón que podría argumentar para sostener esta reflexión es la sencillez de su escritura y la claridad de objetivos que caracteriza a la novela. También, la habilidad que ha tenido el autor para jugar con la variedad de géneros que se dan cita en ella.

En este aspecto, parece como si Francisco Estupiñán se moviera como pez en el agua sin descuidar en ningún momento la psicología con la que arma a sus personajes, en especial el retrato que hace del marqués Agustín de Herrera y Rojas, el protagonista de este relato en el que se dan la mano ambiciones políticas, amores apasionados y escaramuzas por la captura de esclavos en unos tiempos en los que, tal y como reproduce la cita de Antonio Rumeu de Armas que encabeza este libro: “De las Islas Canarias puede decirse que hasta tiempos recientes no han conocido la paz.”

El corsario de Lanzarote es además una apasionante novela sobre la sociedad que comenzaba a configurarse en el archipiélago la segunda mitad del siglo XVI, y en concreto la de una isla, Lanzarote y tangencialmente Fuerteventura, en la que aquellos hombres y mujeres sacaron provecho de un territorio aparentemente hostil por yermo. Castigado por las inclemencias del tiempo, la falta de agua potable y los ataques continuados de corsarios berberiscos.

Pero son muchas las historias que contiene esta novela que apenas alcanza las doscientas páginas. Rasgo que la convierte si cabe en más destacable por la capacidad que ha tenido el escritor para condensarlos en un volumen que usa la Historia para narrar un relato lo más aproximado posible a las fuentes que lo inspiran.

Porque casi todo lo que se cuenta en El corsario de Lanzarote (2) está recogido de documentos de la época. Es decir, contrastados por el escritor en una intensa labor de recolección de datos que se materializa en el libro con un vistoso realismo de época. Realismo que contagia en el lector actual el miedo que aquellos canarios ya de cuarta generación debieron de sentir viviendo en una isla que sufría el ataque depredador de piratas a los que Estupiñán retrata sin maniqueísmos, y sí presentándolos como lo que debieron ser: soldados de fortuna.

El escritor dibuja además, con la precisión de un cirujano, el retrato psicológico de Agustín de Herrera y Rojas. Un hijo de su tiempo, producto de una sociedad mestiza.

“Doña Constanza logró impresionarlo aún más vivamente cuando le explicó que, a través de su otra abuela, de nombre Catalina Dafía, llevaba sangre de la casa del normando Jean de Bethencourt, conquistador y primer señor de Lanzarote y Fuerteventura, y de reyes canarios, paganos, que tenían su antigua capital también en la misma Teguise, y que fueron cristianizados por los Bethencourt y los Herrera.”

Este linaje obliga a que el protagonista de la novela forje desde su más tierna niñez “un carácter imbuido de su propia importancia y destino. Este hecho influía enormemente en el niño Agustín, que en ocasiones convertía la prestancia en arrogancia, la valentía en bravuconería o el mando en tiranía.”

La adolescencia de Herrera y Rojas queda marcada así por su abuela Constanza, quien no deja de darle consejos como los de rodearse de sus hermanastros “pues solo los de tu misma sangre serán capaces de sacrificarse por ti, si llegara el caso. Para obtener la lealtad de los demás, siempre necesitarás de las prebendas.”

El corsario de Lanzarote es una novela sin buenos ni malos sino la historia de un tiempo cuyos ecos aún continúan resonando en Canarias.

En este sentido, el libro aborda la lucha de poderes para defender un apellido por encima de otros; también la de abrirse paso ante un paisaje difícil, sin apenas agua, pero que contiene una poesía que contribuye a modelar el carácter de sus habitantes. En un viaje que emprende el protagonista para conocer sus dominios, describe Estupiñán: “Luis y Agustín se sentaron muy próximos, en sendos pedruscos pulidos por las inclemencias de la intemperie. Se repartieron pan bizcochado, queso y cebolla y lo tragaron con agua de lluvia recogida en los aljibes de la casa señorial. Se divisaba el cortijo en medio del llano en que se remataba el valle, con la casa central y las cuadras a un lado. Detrás de la casona se podía ver una amplia extensión poblada de hoyos en cuyo interior crecían, protegidos del ventarrón, las vides. Algo más atrás, varias fanegadas de trigo luchaban por madurar, cercadas de a poco por higueras y olivos que servían de cortavientos.”

Es decir, Estupiñán transmite al lector la sensación de que se está ante una geografía que merece la pena proteger.

Agustín alcanza la mayoría de edad siendo apenas un adolescente cuando lidera la defensa de Lanzarote ante un ataque pirático. Su abuela, tan determinante en su primera juventud, le hace entrega de las armas de su padre. Y escribe Estupiñán: “Sus sensaciones eran encontradas: la decisión de defender el señorío heredado de sus padres le irrigaba valentía en cada poro de su piel: saber que la muerte podía estar cerca le aceleraba el corazón y tensaba sus articulaciones.”

La descripción de la batalla es uno de los capítulos más cinematográficos de esta novela. Casi parece un western. “Se oyeron los primeros disparos. Los lanzaroteños los esquivaban, escondidos tras las barricadas y los muros de las casas, mientras sentían las descargas cada vez más próximas.”

Pero es que hay más en El corsario de Lanzarote. Que es literatura de la buena. Es decir, toda aquella que sabe enganchar el interés del lector no solo por estar bien escrita sino porque cambia la manera de ver las cosas de ese mismo lector.

Hay poso detrás de cada uno de los capítulos que vertebra este libro. Pero sobre todo se aprecia un profundo respeto, fruto del conocimiento del autor, por el periodo que narra. Un  momento de la historia de Canarias, ya parte de un  imperio español, en cuyo reflejo podemos reconocernos salvando las distancias…

El logro de Francisco Estupiñán es que cuenta todas estas cosas sin recurrir a ironía ni explotar la mitología que casi siempre suscita este periodo de la historia de Canarias. El autor no juzga a los personajes porque entiende que el narrador del siglo XXI no puede juzgar a unos hombres y mujeres cuyas acciones estaban marcadas por su tiempo.

Eso explica las voces a las que recurre para contar esta historia. Se aprecia que el escritor se preocupa, sin alardes estilísticos, sin fuegos artificiales, por darle nombre a las cosas. Casi como si se tratara de una obsesión por imprimir verosimilitud al relato a través de las palabras escogidas. Es lo que demanda un relato que nos retrotrae a un momento de la historia de Lanzarote, y de Canarias, que comenzaba a adoptar una nueva identidad.

Leer por eso El corsario de Lanzarote es como viajar en una máquina del tiempo. Y descubrir, con la perspectiva del lector del siglo XXI, una historia en la que un grupo de hombres y mujeres fueron capaces de combatir por alcanzar sus sueños, por muy egoístas y equivocados que estos pudieran resultar.

Son muchos los párrafos que entresacaría de este libro. Como su descripción del Real de Las Palmas, territorio que para Agustín Herrera de Rojas “era mucho más de lo que hasta entonces había conocido.” O su madurez, en la que olvida algunas de las recomendaciones que tan atinadamente le enseñó su abuela Constanza.

El corsario de Lanzarote es la historia de un hombre que, con todas sus contradicciones, forma parte de Canarias. Una Canarias que adquiere especial protagonismo cuando se descubren las tierras de América.

Estamos pues ante un novela redonda. Una novela que hace justicia a la historia de Canarias novelada. Una novelada historia de Canarias en la que recurriendo a las fuentes descubrimos que su surrealismo –hoy más vivo que nunca– ya caracterizaba esta geografía antes de la visita a Tenerife del padre del movimiento, el francés André Breton.

La caza de burros salvajes en Fuerteventura, tal y como lo narra Abreu y Galindo, personaje junto a Torriani, que aparece también en El corsario de Lanzarote, no tiene desperdicio. Como no tiene desperdicio otros momentos de un título al que no le falta ni le sobra nada.

Pienso en las relaciones sentimentales que salpican la existencia de su protagonista. Sus incursiones en territorio africano para capturar esclavos. Su defensa enconada de la isla contra el ataque de, precisamente, corsarios… Las ambiciones políticas que se desatan para ser señor de un territorio… Pero sobre todas las cosas, el ritmo que ha sido capaz de dotarle a su relato el escritor. Un relato que empieza y termina con una carta escrita por uno de sus hermanastros preso en berbería que ofrece algo de luz en torno a Agustín de Herrera y Rojas…

El corsario de Lanzarote es, en definitiva y a mi juicio, literatura de verdad.

Con todas sus letras: Verdad.

(1) El miércoles, 21 de noviembre, se presenta El corsario de Lanzarote en la sede centra de CajaCanarias, en Santa Cruz de Tenerife.

(2) El corsario de Lanzarote puede adquirirse a través de la página web de CajaCanarias, así como en las librerías La Isla, Canaima, Librería del Cabildo y Lemus, al precio de 10 euros

Saludos, quien lanza sabe mover, ella le da de comer, desde este lado del ordenador.