Archive for Junio, 2010

La clave Charles Dickens

Lunes, Junio 21st, 2010

El pasado 9 de junio se cumplió el 140 aniversario del fallecimiento del escritor británico Charles Dickens. Mi relación con Dicken se inició siendo yo todavía muy pequeño a raíz del musical Oliver! dirigido por el más que estimable Carol Reed –algunas de cuyas canciones todavía suenan muy frescas en mi apolillada memoria– y más tarde a través de algunas de sus memorables novelas como David Copperfield, Grandes esperanzas, Oliver Twist, La pequeña Dorrit, Historias de dos ciudades y su ya imprescindible relato Un cuento de Navidad cuando se aproximan esas fechas hoy más que nunca entregadas al consumo.

Coincide este aniversario por esos extraños lazos que mantengo con el mundo de los espíritus en plena lectura de su fantástica Tiempos difíciles, título que me procuré la semana pasada mientras buscaba en una librería como un sediendo agua en el desierto una novela que rebajara la profunda indignación que me sacude estos días.

Creo que a estas alturas es innecesario que les hable de Dickens porque doy por supuesto que es uno de esos autores que todo lector bien nacido debiera de tener en la cabecera de su cama.

Meterme en su universo poblado de personajes mezquinos a mí, paradójicamente, me serena. Quizá sea porque en sus obras todos ellos –Fagin, Bill Sikes, Uriah Heep– reciben justo castigo por sus fechorías.

Imagino que las novelas de Dickens no han perdido actualidad porque sus lecciones morales y su profundo sentimentalismo aún continúa vivo entre nosotros. Su aversión a la pobreza, sumidero de las miserias humanas, puede ser corregida si se sabe derramar en ellas la semilla de la educación y la cultura, actitudes, pienso, de la que podría tomar ejemplo el Gobierno de Canarias y demás instituciones autonómicas y locales, para mí hoy más que nunca ejemplos perfectos para que se hagan una idea de los protagonistas más tenebrosos en la literatura de este gigantesco escritor.

Como en sus novelas, sólo espero que al final todos ellos –los Fagin, Bill Sikes, los Uriah Heep de esta región confusa– terminen como acaban los dos primeros en Oliver Twist y el tercero en David Copperfield.

Pero les contaba que por esos caprichos del azar vuelve a caer en mis manos una de las muchas novelas de su autor que no había podido leer hasta ahora, y que la emoción que me embarga con su retrato en ocasiones feroz sobre la clase obrera vista, bien es verdad, con cierta ironía pequeña burguesa, me ablanda un corazón últimamente demasiado lacerado por mediocres.

Descubir o redescubrir como es mi caso a Dickens me sirve así como antídoto para creerme que otro mundo es posible, y que al final los malos, los que han hecho de su vida una trampa de mentiras y traiciones, de arrabismos miserables, terminarán donde nunca debieron de haber salido: el cubo de la basura.

Algunos lo llaman justicia poética. Yo, la clave Charles Dickens. 

Saludos, lo que se dice eternamente agradecidos al maestro, desde este lado del ordenador.

Charla sobre ‘Canarias, una historia filmada’

Lunes, Junio 21st, 2010

Es una lástima que no pueda asistir este martes, 22 de junio, a la conferencia que el especialista en cosas cinemtográficas Luis Roca ofrecerá a las 20 horas en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas (calle San Agustín con Roque Morera de Vegueta, final de la calle Mendizábal) ya que girará en torno a Canarias, una historia filmada. 

Toco madera sin embargo con la esperanza que Roca se la traiga bajo al brazo a la isla que tiene justo delante de sus narices para instruirnos en un asunto donde, destaca su autor, repasará algunas de las más emblemáticas películas rodadas en Canarias durante el siglo XX para vincularlas con la historia de las islas: “Lo que somos y la imagen que tenemos –y ofrecemos– de nosotros mismos y la relación entre cine e industria turística”.

Para abrir boca, Luis Roca invita a que pinchen este enlace http://www.youtube.com/watch?v=5dAaV6JbdmQ (realizado en colaboración con José Antonio González) en el que tomando como excusa la presencia de Cliff Richard y The Shadows en la capital grancanaria en 1964 para rodar Días maravillos a las órdenes de Sidney J. Furie, ilustra por donde irán los contenidos de su disertación.

Saludos, babeando, desde este lado del ordenador.

El ‘Z’eñor de los anillos

Domingo, Junio 20th, 2010

Nueve anillos para los menceyes bajo el cielo.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en las islas del Infierno donde se extienden las sombras.

NOTA: El otro día, mientras paseaba por la ruinosa plaza de toros de Santa Cruz de Tenerife, descubrí el siguiente relato que a continuación reproduzco. Su lectura llamó poderosamente mi atención, pero más que por su contenido por la manera en como llegó a mis manos. Intentaré explicarlo: mientras circunvalaba la vieja y ruinosa plaza hubo de repente un chasquido en el aire, casi como una detonación eléctrica, y de la nada salió revoloteando este papel que zigzagueando se depositó suavemente entre mis manos. El texto no consta de título pero sí de firma: un tal Beneharo el loco. A continuación reproduzco su contenido.

HE VISTO…

En la plaza de España de la capital tinerfeña, ahora rebautizada plaza de la Independencia, la gente baila pachanga celebrando la propuesta del alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, de suprimir los 31 municipios del pasado por los nueve tradicionales menceyatos guanches. Recito sus nombres como un mantra mientras me hago paso entre la plebe borracha: Anaga, Güímar, Abona, Adeje, Daute, Icod, Taoro, Tacoronte, Tegueste…

Veo a un viejo conocido ser arrastrado entre la multitud por los agentes de la policía canaria mientras la muchedumbre lo señala y escupe: ¡Godo!, ¡godo!

El conocido, con los ojos amoratados parece que me ve y fuerza una extraña y resignada sonrisa en sus labios. Intento acercarme a él pero la masa me empuja hacia otro lado hasta tirarme en el suelo. Me levanto limpiándome los pantalones.

No entiendo nada porque si bien aquel hombre es godo lleva viviendo en esta tierra que ahora celebraba exultante su regreso al pasado ¡¡¡desde que tenía dos años!!!

Un tipo vestido de mago y con el aliento oliéndole a una diabólica mezcla de ron y cerveza quiere besarme en las mejillas pero logro zafarme con rapidez hundiéndome entre las gentes que cantan muy desafinada canciones de Los Sabandeños. Otros, entonan el oh mamá bandera tricolor… y una pandilla de despistados el quiero ser como Pepe aunque ahora Pepe ha sido sustituido por quiero ser como Bencomo, Bentor o Zebensui…

En el balcón del Cabildo, Ricardo Melchior saluda al público con una mueca. A su lado, José Manuel Bermúdez hace que sonríe mientras Cristóbal de la Rosa inclinado le come la oreja. Casi me parece por la forma en como mueve los labios que le dice algo así como: “¿ahora podré ser consejero?”

Mientras tanto, Cristina Valido tira bolas de gofio a los de abajo y Efraín Medina canta como un aspirante al Festival de la canción de la villa de Candelaria. Detrás, oculto, como si quisiera pasar desapercibido, Víctor Borrego. Y a su lado, Wladimiro, que mirándolo (porque lo mira aunque uno nunca lo sabe con Wladimiro) se pasa el dedo índice por la garganta.

En el balcón hay más gente, todos vestidos de magos, pero no puedo reconocerlos a todos porque se mueven de un lado a otro. Bueno, sí, ahí están Manuel Ortega, Dámaso Arteaga y José Manuel Bethencourt dando saltitos. Parecen robots.

¿No serán robots?

De repente, imponiéndose al griterío y a la estridencia de la pachanga, veo un helicóptero pintado de blanco y azul que desciende de los cielos lanzando rayos láser que agujereaban la noche.

Cuando el aparato toma tierra, Miguel Zerolo –vestido como un guanche– baja a tierra estrechando manos y repartiendo sonrisas. A su lado va Paulino Rivero ataviado de igual manera. He visto como le recomienda prudentemente a su mujer que se quede dentro de la máquina voladora.

Siento náuseas repentinas. Unas ganas de vomitar terribles. Cierro los ojos mientras el sudor frío resbala por mi frente. Escucho como las gotas se deslizan. Me sujeto el estómago pero no hay manera…

…No hay manera

Regreso a la realidad cuando escucho el sonido del silencio que corta como una cuchilla la algarabía anterior. Veo entonces, en una nube de niebla, como Zerolo y Paulino se acercan a mí. El alcalde extendiendo la mano. ¡Los cinco dedos abiertos!

Me hago a un lado, estoy enfermo, pero con tan mala fortuna que tropiezo con Paulino que me contempla con la sombra del miedo en su mirada vidriada.

- Yo… yo…- comienzo cuando eso se me escapa de la boca.

Oigo como un ohhhh gigantesco resuena en la plaza.

- Coño, foooo.- grita Paulino, que intenta quitarse los restos de mi arcada de su traje guanche… Observo escandalizado como se lleva un dedo a la nariz para detectar la procedencia de mi honor.

- ¡Esto huele a tortilla…!

- ¡…Española!.- exclamo.

Quién sabe si en un arranque de estúpido heroísmo.

Recuerdo que de fondo suena el timple baboso de Benito Cabrera.

Y otra, y otra inevitable arcada.

PAULINO RIVERO: ¡¡¡FOOOO!!!

Y yo, Beneharo el loco, pensando efectivamente ¡¡¡FOOO!!!

Saludos, a lo qué bueno es vivir aquí, desde este lado del ordenador.

Poca ’saudade’ por Saramago

Domingo, Junio 20th, 2010

Tras leer, ver y oír las loas que políticos y demás maleantes han vertido sobre la muerte del escritor José Saramago me pregunto porque cuando muere uno de los grandes no se invita a que sus amigos de siempre, o al fontanero o a quien se encargaba de la limpieza su casa, ofrezca su testimonio sobre el fallecido. Creo que sus comentarios resultarían mucho más interesantes e informativos que los escritos por los especialistas, al revelar el lado humano del personaje en cuestión.

Asumo, no obstante, que estas declaraciones nunca interesarán a la prensa que se dice seria porque cuando muere una estrella algo debe de morir en el alma de los vivos por cojones. Y pintar un retrato de Saramago –pongamos por caso que en camiseta y calzoncillos tomando el fresco– desacralizaría esa visión de santo laico y comprometido que casi todos los opinadores del mundo universal se han empeñado en revelarnos.

Debo ser de los pocos que ahora confiesa públicamente que nunca pudo terminar una novela de José Saramago porque me resultaban bastante tediosas. Y mira que lo intenté. Primero con La balsa de piedra, después con El año de la muerte de Ricardo Reis y más tarde con Ensayo sobre la ceguera. Las adaptaciones cinematográficas de La balsa de piedra y Ensayo sobre la ceguera tampoco contribuyeron a que me animara a leer sus libros…

Soy así –como muchos– de los que conocía a Saramago por sus entrevistas y artículos. En alguna ocasión, incluso, tuve la oportunidad de estar cerca de S. en una rueda de prensa donde recuerdo que le planteé la pregunta del millón: ¿aceptaría el Premio Nobel si se lo concedieran? Aquel encuentro informativo tuvo lugar en el Ateneo de La Laguna y recuerdo aún malhumorado que el autor de Diarios de Lanzarote había prohibido conceder entrevistas a periodista locales… Sus razones tendría. ¡Pandas de cabestros que siempre hemos sido!

Recuerdo que algunos compañeros y compañeras escuchaban con la boca abierta las reflexiones del escritor en aquella rueda de prensa, pensamientos que desgranaba con altivez y sin magisterio, dejando bien claro la distancia que había entre él y el resto de los mortales. Dijo, eso sí, una cosa que se me metió dentro por inquietante. Contó que él había nacido junto a un hermano gemelo pero que éste falleció recién salido a la vida. Esta muerte, destacó el escritor, quizá explicara su confusión ante el mundo ya que en ocasiones no sabía si el que estaba entre los vivos era su hermano muerto o él mismo. 

Las crónicas sobre su vida y obra escritas nada más conocer su fallecimiento resaltan también su compromiso político. Compromiso que siempre mantuvo pese a que en ocasiones defendiera lo incomprensible, como las muertes ordenadas por el régimen de Fidel Castro. En los últimos tiempos, sin embargo, salió de su ceguera ideológica para criticar (levemente, eso es verdad) estos mismos planteamientos.

Lamento su muerte como lamento la muerte de cualquier persona que haya ido por la vida defendiendo lo que consideraba digno pero sin la emoción de haber perdido a alguien cercano. Y esto, por el contrario, sí que me pasa con otros muertos a los que nunca conocí pero que están ahí, dentro de mi cabeza y de mi corazón porque me enseñaron a ir por la vida. O al menos a plantearme preguntas incómodas sobre mi mismo y los demás.

Y como les digo, Saramago no supo –o no supe más bien– que perteneciera a este irregular círculo personal. A ese amplísimo y confuso universo de hombres y mujeres que con su música, sus libros, sus películas, sus obras de arte me enseñaron y todavía me enseñan a que deje a un lado mis miedos para que salga de una vez de esta caverna donde estamos encerrados.

No sé si en el futuro –aunque no lo creo, la verdad– me adentre en el universo del escritor. Aunque suene doloroso en estas circunstancias, para mi Saramago era un narrador que ya estaba muerto en mis apetencias lectoras incluso cuando estaba entre los vivos.

Saludos, sin demasiada saudade, desde este lado del ordenador.

El día que murió S. (por Ezequiel Pérez Plasencia)

Sábado, Junio 19th, 2010

(Para nosotros es un lujo reproducir el siguiente texto firmado por el maestro Ezequiel Pérez Plasencia donde se hace eco del fallecimiento del escritor lusitano José Saramago)

“Vivían una resaca de pasión incontrolable: besos, caricias, orgasmos. El día en que murió S. ambos estaban embargados por una sensación de bienestar y plenitud que otros suelen llamar amor. Ella acudió medio sonámbula a la Facultad de Filosofía mientras él se relamía de placer recordando en la cama escenas de placer de esa noche sin adjetivos. Ella telefoneó cuando pudo.

¿Te has enterado? Es una gran pérdida para la literatura, compromiso, coherencia, el amor a la vida. ¿Qué libro suyo destacarías?

Historia del cerco de Lisboa, por muchas razones, ya te contaré. Me quedé helado cuando leí la noticia en Internet. Alzado del suelo también me agradó.

Yo me quedo con Ensayo sobre la ceguera y El Evangelio según Jesucristo. ¿Era eso que alguna gente suele denominar vaca sagrada?

El término sagrado no sería de su gusto. En verdad nos deja un poco más ciegos. Se nos fue uno de los más grandes, patrimonio de la Humanidad.

¿Qué homenaje se te ocurre, a botepronto?

Vivir, calcular, escribir. ¿Y a ti?

El silencio, la relectura.

Emocionados, silentes, cabizbajos pasaron esa negra jornada, sabedores ambos de la grandeza de S. A las once de la noche, en cuartos contiguos, calcularon y escribieron.”

Saludos, muy agradecidos, desde este lado del ordenador.

¡Viva Italia!

Sábado, Junio 19th, 2010

Sí, sé que las comparaciones son odiosas pero eso no evita que me siga preguntando ¿por qué el cine español reciente no despierta mis pasiones y el de otras cinematografías, como es la italiana, es capaz de tocarme ese pedazo de alma que –pensaba– debía encontrarse en estado comatoso?

Creo, y es un juicio muy particular obviamente, que el mejor cine que nos llega de Europa viene del país de la bota. Y no ahora sino también antes.

Que me quede hasta las tantas de la madrugada con los ojos pegados frente al televisor viendo una película cuyo idioma se me escapa pero que me empapa con esa extrañísima sensación que en pocas ocasiones logra el cine para estrujarme el corazón es una de las experiencias intelectuales más placenteras de mi existencia. Que esa película logre encima contarme una historia y hacerme olvidar las estupideces cotidianas que caracterizan mi vida es además un regalo.

Esto, lamentablemente, no me pasa con el cine español. Sí, hay nombres que escapan a esa sensación frustrante, pero pertenecen al pasado y resultan además inimitables: Berlanga, Edgar Neville, algo de Sáenz de Heredia, de José María Forqué. El primer Bardem

En el cine italiano por el contrario siempre he encontrado talento. Y no sólo el que marcan sus iconos más representativos como Vittorio De Sica, Visconti, Pasolini, Rossellini y Fellini, sino esa otra cantera de cineastas que relativamente ocultos por la sombra de estos maestros, a mí me siguen pareciendo igual o superiores que todos ellos. Cito, de memoria y sin orden generacional: Pietro Germi, Mario Monicelli, Dino Risi

Y todo esto con independencia de que el cine italiano fuera capaz en los años sesenta y setenta de crear una industria cinematográfica que tanteó todos los géneros (incluido el western), dando oportunidad a que se sumara a esta nómina extraordinarios directores que fueron capaces de recrear el esplendor de la antigua Roma en cartón piedra o narrarnos historias de terror bajo la fórmula del giallo u otras extravagancias hasta ese momento prácticamente monopolizadas por Hollywood.

Pero es que pasado aquellos fastos, el cine italiano continúa dando gratísimas sorpresas a quien les escribe gracias a una serie de películas capaces de denunciar, por ejemplo, las miserias de su democracia a través de pequeños relatos donde el peso de la Historia no está por encima de sus protagonistas.

Es cine verdadero, que te llega. Que te hace reír y llorar, y que habla de cosas que todos conocemos como la familia, el paso de los años, el amor…

Escribo este post profundamente conmovido tras haber visto las dos partes de una de las mejores películas de este siglo XXI que apenas ha cumplido diez años. Su título es La mejor juventud y la dirige con una poética desarmante Marco Tullio Giordana.

No es una obra redonda pero a mi juicio y por la huella que ha sabido dejar en mi registro como espectador, roza casi la perfección.

No voy a entretenerles contándoles el argumento de esta cinta prodigiosa, que te agarra y te sacude, que te acaricia y que te despierta. Pero sí a recomendárselas a todos aquellos que, como a mí, pensaba que el cine se había convertido en un arte incapaz de hacernos tan tontamente felices. Y sólo por eso, La mejor juventud debe verse a modo de antídoto para pulverizar las mediocridades que te comen el cerebro.

Llego a su fine tras pegarme sus seis horas de duración y aún estoy noqueado. Con el corazón agitado, agradecido porque una obra como esta exista.

Eso era todo. Escribo a una hora prohibitiva de la noche rodeado de una dulce emoción que espero no desaparezca por la mañana cuando abra los ojos.

Saludos, aún bajo sus efectos, desde este lado del ordenador.